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Capítulo 4: El debut
La tarima estaba iluminada, un foco brillante que la haría el centro de todas las miradas. No era solo la ansiedad lo que la consumía, sino también la rabia, esa sensación de impotencia que la acompañaba desde el primer momento en que había llegado allí. No era su culpa estar atrapada en este mundo, pero la sensación de ser observada como un objeto la estaba ahogando.
Cuando subió al escenario, los ojos de los hombres la fijaron con intensidad. Algunos sonreían, otros apenas disimulaban su deseo. La música comenzó, un ritmo lento que la envolvía y la hacía moverse con una gracia que, a pesar de todo, parecía natural. Había aprendido a bailar desde pequeña, y en ese momento la danza era lo único que la mantenía conectada con quien era antes de ser arrastrada a este lugar sombrío.
Se movió con cautela, buscando no dejarse consumir por la incomodidad. Sabía que cada movimiento era analizado, cada gesto observado. La presión de los ojos sobre ella era como una presión en el pecho, pero no podía detenerse. Necesitaba terminar la rutina, porque en su mente ya no había otra salida. Lo hacía por ella misma, por lo que quedaba de su ser, aunque la oscuridad la rodeara.
Un hombre, sentado en la primera fila, la observaba atentamente. Sus ojos eran serios, y su postura rígida. No era como los demás que la miraban con deseo explícito. Este hombre parecía medir cada movimiento con una precisión calculada. Sophie trató de concentrarse en la danza, pero la presencia de ese hombre la desconcertaba. Cada paso que daba, sentía su mirada implacable, como si estuviera siendo evaluada.
Al terminar su actuación, Sophie respiró aliviada, pero el sudor frío empapaba su espalda. Sabía que todo no había terminado aún. Los murmullos de los hombres en el club se mezclaban con la música de fondo, pero su atención estaba en ese hombre serio que la había estado mirando. Él se levantó de su asiento y caminó hacia ella. Sophie intentó mantener la calma, pero la ansiedad la invadió.
-¿Te gustaría acompañarme a una sala privada? -le preguntó con voz grave, pero sin malicia.
Sophie dudó por un momento, pero algo en sus ojos le decía que no se trataba de lo mismo que los otros hombres. No esperaba que la usara como un objeto, sino que quería algo diferente. La incertidumbre la hizo vacilar, pero la mirada que él le ofreció no era de dominio, sino de simple interés. No le quedaba otra opción. Asintió, sin decir palabra alguna.
Lo siguió a través de un pasillo oscuro hasta una sala privada en la parte trasera del club. La habitación era pequeña, con un par de sillas y una mesa baja. El hombre se sentó y la invitó a hacerlo. Sophie permaneció de pie, esperando, sin saber qué esperar de esta nueva interacción.
-No tienes que temerme -dijo el hombre en voz baja-. Solo quería verte bailar más de cerca. Me interesa tu talento, no tus... otros atributos.
Sophie lo miró con desconfianza, buscando alguna señal en su rostro que revelara sus intenciones. No parecía como los demás, pero la desconfianza seguía presente.
-¿Qué es lo que quieres? -preguntó, su voz casi un susurro.
-Solo hablar. No quiero hacerte daño. -Él sonrió de una manera que parecía genuina, aunque difícil de interpretar-. Es tu primera noche, ¿verdad?
Sophie asintió, sin saber qué más decir. No entendía por qué este hombre, a diferencia de los demás, parecía no estar interesado en tomar más de lo que ella estaba dispuesta a ofrecer. ¿Qué lo hacía diferente?
-Tienes mucho potencial -continuó-. Pero este lugar puede ser un desafío. Espero que sepas lo que estás haciendo.
Sophie se quedó en silencio, observando sus manos, buscando algún tipo de consuelo. Él la miraba con atención, como si de verdad quisiera comprender su situación. No era lo que había esperado, y aunque seguía sintiendo miedo, también sentía una pequeña chispa de alivio al estar en un entorno menos agresivo.
Después de unos momentos de conversación, el hombre se levantó, sin mostrar ninguna prisa.
-Voy a dejarte seguir con lo que tienes que hacer, pero me gustaría que supieras algo. -Se acercó y dejó un billete grande sobre la mesa-. Para ti. Una buena actuación.
Sophie lo miró sorprendida, no esperaba nada de ella. Antes de que pudiera responder, él se dio la vuelta y salió de la habitación. Por un breve momento, Sophie quedó sola, mirando el billete en la mesa. Era una propina, un reconocimiento por lo que había hecho, algo que no recibía de todos los hombres que venían aquí.
Pero antes de que pudiera procesar lo que acababa de suceder, Mario apareció en la puerta. Entró sin decir una palabra, tomó el billete y lo metió en su bolsillo sin mostrar una pizca de gratitud hacia el hombre.
-No lo necesitas -dijo Mario, con una mirada fría-. Todo lo que ganes aquí será mío. Es así como funcionan las cosas.
Sophie sintió una oleada de frustración, pero se mantuvo en silencio. No podía hacer nada, no podía protestar. Lo que Mario decía, eso era lo que sucedía.
Mario la observó un momento y luego se acercó a ella. Su mirada fue rápida, evaluadora, y luego dijo:
-No está mal para tu primera noche. Asegúrate de mantenerlo así. No quiero decepciones.
Con esas palabras, la tomó por el brazo y la sacó de la habitación. Sophie no dijo nada, su mente estaba aturdida, y no tenía fuerzas para enfrentar la realidad de lo que estaba sucediendo. La noche continuaba, y ella no tenía más opciones que seguir adelante.
Mientras la llevaban de regreso al escenario, Sophie no pudo evitar preguntarse cuánto más podía resistir. ¿Cuánto tiempo más estaría atrapada en este ciclo de miedo, manipulación y desesperanza? Pero, a pesar de todo, en lo profundo de su ser, algo dentro de ella seguía luchando. Quizás algún día, algún día muy lejano, podría encontrar una salida.
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