Entre el pecado y el destino
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Entre el pecado y el destino

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Capítulo 1 1

Elena siempre había sabido que su vida no le pertenecía del todo. Desde que tuvo uso de razón, su padre, Don Gonzalo del Villar, le había inculcado la idea de que el deber estaba por encima del deseo. En la antigua hacienda familiar, rodeada de vastos campos de cultivo y paredes cubiertas de retratos de sus antepasados, creció con la certeza de que su futuro ya estaba decidido mucho antes de su nacimiento.

-Las mujeres de nuestra familia no eligen, Elena -le repetía su padre con una mirada severa-. Ellas obedecen.

Desde niña, se acostumbró a vivir entre normas y expectativas que pesaban como cadenas invisibles. Su madre, Doña Isabel, era el reflejo perfecto de lo que se esperaba de ella: una mujer elegante, silenciosa y sumisa, cuyo único propósito era mantener la reputación de la familia intacta.

A los dieciséis años, Elena comprendió con claridad lo que eso significaba. Fue entonces cuando su padre comenzó a mencionarle posibles pretendientes, hombres con apellidos ilustres y fortunas imponentes. Cada vez que lo hacía, ella asentía en silencio, aunque su corazón se estremeciera con la idea de ser entregada como un simple peón en un tablero de ajedrez.

Pero lo que su padre ignoraba -o tal vez se negaba a ver- era que Elena ya tenía el corazón ocupado.

Desde pequeña, había compartido cada instante de su vida con Alejandro. Aunque eran primos, la cercanía entre ellos iba más allá de la simple relación familiar. Crecieron juntos, jugando entre los viñedos, persiguiéndose por los establos y contándose secretos bajo la sombra de los robles centenarios que rodeaban la hacienda.

Al principio, su relación había sido pura, inocente. Pero con los años, la complicidad se transformó en algo más. Sus miradas se alargaban demasiado, sus manos se rozaban por accidente con demasiada frecuencia, y los silencios entre ellos estaban cargados de palabras que ninguno se atrevía a pronunciar.

Sin embargo, Alejandro no era una opción. Aunque también llevaba el apellido del Villar, su posición en la familia no era lo suficientemente alta como para aspirar a ella. Su padre, Don Jaime, había tomado malas decisiones con los negocios y, a diferencia de Don Gonzalo, nunca logró recuperar la grandeza de su linaje. Alejandro, pese a su inteligencia y carisma, no era más que un hombre con un apellido noble, pero sin la fortuna que lo respaldara.

Elena sabía que era cuestión de tiempo antes de que su padre decidiera su destino. Y ese momento llegó una noche, durante una cena en la hacienda.

-He tomado una decisión, Elena -anunció Don Gonzalo, mientras cortaba la carne en su plato con precisión meticulosa-. Te casarás con Fernando Alarcón.

Elena sintió que el aire se le atascaba en la garganta.

-¿Fernando Alarcón? -repitió en un susurro.

-Un hombre respetable, de buena familia. Será un excelente esposo para ti -continuó su padre, sin levantar la vista de su plato-. Su padre y yo cerramos el acuerdo esta mañana.

A su lado, su madre permanecía en completo silencio, como siempre.

Elena quiso protestar, pero sabía que no serviría de nada. Su padre no era un hombre que aceptara un "no" como respuesta.

Esa noche, cuando todos se retiraron a sus habitaciones, ella salió al jardín con la esperanza de encontrar un respiro. Y ahí, en la penumbra, estaba Alejandro, esperándola.

Sus ojos se encontraron, y sin necesidad de palabras, él supo que algo estaba mal.

-Dímelo -susurró Alejandro, acercándose a ella.

Elena sintió las lágrimas arder en sus ojos.

-Me han comprometido.

Alejandro se quedó inmóvil por un instante. Luego, su mandíbula se tensó y sus manos se cerraron en puños.

-¿Con quién?

-Fernando Alarcón.

Un silencio denso se instaló entre ellos. Alejandro apartó la mirada, pero Elena vio el dolor reflejado en su rostro.

-No puedes casarte con él -dijo finalmente, con voz ronca.

-No tengo opción.

Él dio un paso hacia ella, acortando la distancia entre sus cuerpos.

-Siempre hay una opción, Elena.

Ella lo miró, sintiendo cómo su corazón latía con fuerza descontrolada. Durante años, habían fingido que lo suyo no era real, que solo era un lazo fraternal. Pero en ese instante, con la certeza de su destino acercándose como una sentencia, comprendió que no podía seguir negándolo.

-Alejandro... -susurró, pero no pudo terminar la frase.

Porque en ese momento, él tomó su rostro entre sus manos y, sin pensarlo dos veces, la besó.

El beso de Alejandro fue desesperado, lleno de todo lo que nunca se habían atrevido a decir en voz alta. Elena sintió que el mundo se desvanecía a su alrededor, que por primera vez en su vida, no estaba atrapada en la jaula de las expectativas familiares. Pero el momento fue fugaz.

Ella se separó, su respiración entrecortada, con el corazón latiendo frenéticamente en su pecho.

-No podemos... -murmuró, pero su voz carecía de convicción.

Alejandro la sujetó con suavidad por los brazos, obligándola a mirarlo. Sus ojos oscuros ardían con determinación.

-Sí podemos, Elena. Escapa conmigo.

Ella sintió que su cuerpo se estremecía con esas palabras.

-No digas eso... sabes que es imposible.

-Nada es imposible si lo queremos de verdad. Nos iremos lejos, donde nadie pueda encontrarnos.

Elena negó con la cabeza, retrocediendo un paso.

-Mi padre nos mataría.

-No me importa. Prefiero morir antes que verte convertida en la esposa de otro, antes que verte sufrir por un matrimonio que no deseas.

Ella quiso responder, decirle que no podía hacer algo tan temerario, pero en el fondo, una parte de ella anhelaba creer en esa posibilidad.

Alejandro dio un paso más hacia ella y tomó sus manos con fuerza.

-Piensa en esto, Elena. ¿De verdad puedes imaginarte una vida sin amor? ¿Pasando tus días junto a un hombre que no quieres, atendiendo reuniones de sociedad, siendo solo una pieza más en el juego de tu padre?

Sus palabras calaron hondo. Porque la verdad era que no podía imaginarlo sin sentir que se ahogaba.

-No sé cómo hacerlo... -susurró, con el miedo reflejado en su voz.

-Déjalo en mis manos. Solo dime que sí y te prometo que encontraremos la manera.

Elena cerró los ojos, sintiendo el peso de la decisión sobre sus hombros. Escapar significaba romper con todo lo que conocía, desobedecer a su padre, perder su lugar en la familia. Pero quedarse significaba perderse a sí misma.

Cuando abrió los ojos, Alejandro aún la miraba con intensidad, esperando su respuesta.

Y en ese instante, Elena supo que su vida estaba a punto de cambiar para siempre.

            
            

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