Ella había tomado la decisión más difícil de su vida, y lo había hecho por amor, por la única cosa que su padre jamás pudo comprender: la libertad.
El sonido de los caballos, que hasta hace solo un momento había sido una amenaza distante, parecía ahora un eco lejano, como si el mundo se hubiera detenido para centrarse en este único momento. La mirada de Don Luis era furiosa, pero también estaba teñida por algo que Elena solo pudo identificar como desilusión. Para él, ella no era más que una extensión de su propio poder. ¿Cómo había llegado a este punto? ¿Cómo había fallado en retener a la hija que él había moldeado durante toda su vida?
-¿De verdad piensas que esto va a terminar bien para ti, Elena? -dijo Don Luis, con la voz grave y cargada de veneno. Su mirada se volvió hacia Alejandro, quien se mantenía firme frente a él, protegiendo a Elena como si su vida dependiera de ello.
-Lo que hagas no cambiará lo que ella ha decidido -respondió Alejandro, su voz serena pero firme. Cada palabra que salía de sus labios estaba impregnada de la misma determinación que lo había guiado durante su huida. Sabía que este momento llegaría. Sabía que enfrentarse a su tío sería inevitable, pero no estaba dispuesto a ceder. Elena era su vida ahora.
Elena sentía una extraña mezcla de liberación y miedo. Había tomado una decisión que la había llevado hasta aquí, hasta este enfrentamiento con su padre. Su corazón latía con fuerza, y por un momento pensó en lo que había dejado atrás: la comodidad de su antigua vida, las expectativas que su familia había puesto sobre ella. Pero todo eso era como un eco lejano que ya no podía alcanzarla. Su vida ya no le pertenecía a su padre. Le pertenecía a ella, a Alejandro, y a la libertad de vivir según sus propios términos.
Don Luis, al ver que su hija no cedía ante su amenaza, dio un paso adelante, su rostro transformado por la ira.
-Entonces, vas a hacer que todo se derrumbe, ¿eh? -dijo, la rabia impregnada en sus palabras-. No entiendo qué es lo que ves en este hombre. Es un hombre sin poder, sin futuro. No es más que un reflejo de lo que tú misma eras, Elena. ¡Te has dejado engañar por un sueño! Por alguien que no te puede dar lo que yo te he dado.
Elena no podía soportar más las palabras de su padre. Ya había escuchado suficientes mentiras y manipulaciones. Todo lo que él decía solo demostraba la profunda incomprensión que tenía de lo que realmente deseaba en su vida. Ya no era la niña a la que podía controlar con promesas de grandeza, ni la joven que podía moldear a su antojo.
-Ya no eres mi padre. -La frase salió de sus labios con una claridad absoluta, como si una carga pesada se hubiera desvanecido en su pecho. -Soy dueña de mis decisiones. Y, con todo respeto, tus palabras ya no tienen poder sobre mí.
La furia de Don Luis aumentó, y de un rápido movimiento, extendió su mano hacia uno de sus hombres, quien sacó una espada con rapidez. Elena dio un paso atrás, temblando, no por miedo, sino por lo que estaba a punto de suceder. Sabía que su padre no escatimaría en recursos para conseguir lo que quería, pero también sabía que no podía seguir huyendo de su vida, ni de las consecuencias de sus decisiones.
Alejandro, al notar el movimiento de su tío, se adelantó de inmediato, poniéndose frente a Elena.
-¡No lo harás! -su voz sonaba desafiante. Aunque el miedo latía en su pecho, no se dejó intimidar. Si era necesario, lucharía para protegerla.
Don Luis observó a su sobrino por un momento, midiendo su postura. Sin embargo, su mirada no mostraba ni un atisbo de duda o arrepentimiento. La furia que sentía lo cegaba, lo empujaba a tomar decisiones impulsivas.
-¡Desgraciado! -gritó, su voz desgarrando el silencio de la noche. -Nunca serás lo suficientemente bueno para ella. Eres solo un simple hombre que no puede protegerla de lo que yo puedo darle.
Elena, viendo que la situación estaba a punto de escalar, sintió un escalofrío recorrer su columna vertebral. No podía permitir que esto llegara más lejos. Tenía que intervenir, aunque fuera con la última gota de su fuerza.
-¡Basta! -gritó, interponiéndose entre su padre y Alejandro. -¡Basta de palabras vacías! Si me quieres seguir tratando como a una propiedad, hazlo, pero no me hagas parte de tu guerra. No voy a quedarme aquí esperando que decidan por mí, ya lo he dicho. Mi vida es mía, y voy a vivirla junto a Alejandro. Si eso es lo que te enoja, que así sea. Pero ya no tengo miedo.
El silencio fue absoluto por un momento. Los hombres de Don Luis permanecían inmóviles, sorprendidos por la firmeza con la que Elena había hablado. Don Luis, por primera vez en mucho tiempo, pareció quedar sin palabras. Su respiración era pesada, y su rostro estaba marcado por una mezcla de rabia y desconcierto. No entendía cómo su hija había cambiado tanto. No entendía cómo había pasado de ser la niña sumisa que podía controlar, a una mujer dispuesta a desafiar todo lo que él había construido.
Finalmente, Don Luis soltó una risa amarga, como si todo fuera un juego para él, algo en lo que no importaba ganar o perder, solo mantenerse en control.
-Estás desperdiciando tu vida, Elena. Lo pagarás muy caro, lo prometo.
Con esas palabras, dio media vuelta, señalando a sus hombres para que lo siguieran. Elena y Alejandro se quedaron allí, mirando cómo se alejaban. El eco de sus palabras seguía resonando en los oídos de Elena, pero ya no la alcanzaban. Sabía que las palabras de su padre no eran más que una sombra que no podía seguir arrastrando con ella.
Cuando finalmente quedaron solos, la tensión que había llenado el aire comenzó a disiparse. Elena se giró hacia Alejandro, quien la miraba con los ojos llenos de preocupación.
-¿Estás bien? -preguntó él, tomando sus manos entre las suyas.
Elena asintió, aunque en el fondo sentía un nudo en el estómago. Sabía que esto no había terminado. Sabía que su padre no se daría por vencido tan fácilmente. Pero también sabía que su decisión estaba tomada. No volvería atrás.
-Sí -dijo, con una sonrisa temblorosa-. Estoy más que bien. Ahora somos libres.
Aunque las cicatrices de la confrontación con su padre estarían siempre presentes, Elena finalmente había dado el primer paso hacia una vida en la que las decisiones le pertenecían. Y con Alejandro a su lado, se sentía preparada para todo lo que viniera.