Los papeles del divorcio estaban firmados y archivados, pero todo se había convertido en una pesadilla. Aunque esa fue la última vez que la vi, su ausencia seguía siendo una herida abierta que se negaba a sanar. Y no era que la extrañara, no como un hombre extraña a su esposa. Maldita sea, ya ni siquiera la amaba. Solo quería... No, necesitaba saber que ella estaba en alguna parte, sufriendo, criando a su hija, sola y sin un centavo. Esa habría sido mi única satisfacción en todo este desastre. ¿Y qué obtuve a cambio? ¡Un puto silencio!
El sonido de mi celular me sacó de mis amargos pensamientos. Era Silas, mi investigador privado. Había gastado una fortuna en él durante los últimos tres años para que la encontrara, pero, cada vez que me llamaba, el resultado era el mismo.
Así que contesté, preparándome para lo que ya sabía que diría. "Dime que tienes algo", dije, omitiendo cualquier formalidad.
Hubo una pausa. Su vacilación lo dijo todo. ¡Maldita sea!
"Nada. Lo siento. Es muy extraño... es como si se la hubiera tragado la tierra".
Contuve la frustración que me subía por la garganta y solté: "Entonces no te importará unirte a ella, ¿verdad?".
Sabía que me estaba pasando de la raya, pero la desesperación me estaba consumiendo.
Silas suspiró, ya acostumbrado a mis arrebatos, y respondió: "Lo siento, Alex. Ya revisé cada pista. Se esfumó. No hay rastro de ella ni de la criatura. Es como si se las hubiera...".
"¿Tragado la tierra?", lo interrumpí, golpeando el escritorio con el puño. El dolor me distrajo un instante de la rabia. "Si vuelves a decirme esa estupidez, te juro que...".
"Te lo digo en serio, hombre. He revisado cada registro. Borró sus huellas a la perfección. Quizás alguien la ayudó. Mira, seguiré investigando, pero tal vez deberías empezar a considerar otras opciones... tener un hijo con otra mujer para...".
"No...", dije con la mandíbula tensa. Cerré los ojos y apreté el celular en mi mano, respirando hondo para calmar la furia que me hervía por dentro. "No sabía que eras tan incompetente. ¿Qué tan difícil puede ser encontrar a una mujer huérfana con una niña? Algo se te está escapando... ¡Encuéntralo! No te pago para que me des consejos. ¡Haz tu puto trabajo! No me importa lo que cueste. ¡Solo encuéntrala!".
Colgué antes de él que pudiera responder. La rabia me consumió, instalándose en el vacío de mi corazón. ¿Cómo era posible que en cinco años no hubiera encontrado ni un solo rastro de ella? Era como si se hubiera borrado del mapa, y detestaba que, de esa forma, ella se hubiera salido con la suya. Mientras tanto, a mí solo me quedaba un vacío en el corazón y un hijo en una cama de hospital, consumiéndose con cada segundo que pasaba.
Las cosas no debían ser así. Se suponía que ella debería estar en alguna parte, pasándola mal. Dios sabe que se lo merecía. Yo merecía la satisfacción de presenciarlo, de saber que estaba pagando por haber destruido a nuestra familia. Pero, en lugar de eso, estaba atrapado en un limbo mientras mi hijo se moría y sin tener ni un solo rastro de la única persona que podía salvarlo. Odiaba que, una vez más, el poder estuviera en sus manos.
Liam necesitaba un hermano o una hermana, un donante, y solo ella podía dárselo. Pensando en eso, apreté los puños. No quería engendrar otro hijo solo para salvar al primero. ¿Cómo podría mirarlos a los ojos? ¿Con qué palabras les iba a decir que uno nació solo para...? ¡Maldita sea!
Después de eso, fui al hospital. Apenas entré, me golpeó el familiar olor a antiséptico y se me revolvió el estómago. Llevaba tanto tiempo aquí... tres años.
Al caminar por el pasillo que llevaba a la habitación de Liam, escuché unas voces alteradas. Eran mi madre y mi prometida, Eliza, discutiendo otra vez.
"¡No voy a pasarme los mejores años de mi vida cuidando a un niño en coma, Vivian! ¡No soy su madre! Te lo he dicho cien veces: si quieres que asuma ese papel, ya sabes lo que le tienes que decir a tu hijo que haga...". La voz chillona de mi prometida me irritaba. ¡Estaba harto de escucharla!
Mi madre, quien siempre era un ejemplo de rectitud, le respondió: "¡Sabías en lo que te metías cuando te comprometiste con Alexander! La forma en que tratas a Liam ahora es un reflejo de cómo actuarás cuando...".
Pasé junto a ellas con la mandíbula apretada, sin ocultar mi fastidio y sin la menor intención de intervenir.
"¡No puedes seguir ignorando esto, Alex!", gritó Eliza a mis espaldas, apartándose de mi madre al verme. "¡Llevamos tres años comprometidos! ¿De verdad crees que esperar a que Liam se recupere va a cambiar algo?".
Al escuchar eso, me detuve un instante y me di la vuelta para mirarla. Apreté la mandíbula y le clavé la mirada. Pareció captar el mensaje, porque su actitud cambió de desafiante a suplicante.
"Alex, por favor...".
"Para ti soy Alexander". No me importaba la confianza que creyera tener conmigo; solo las personas más importantes en mi vida podían usar mi apodo. Me daba rabia que lo hiciera, ya que me recordaba a la única mujer que se había atrevido a usarlo, quien resultó ser una farsante.
"Sabes que solo estás usando a Liam como excusa para evitar la boda", dijo ella, ahora más calmada y directa.
"Cuida tus palabras", repliqué con frialdad. "Como ya te he dicho, si así te sientes, quizás sea hora de que te vayas. Nadie te está obligando a quedarte, y lo sabes muy bien".
No amaba a esa mujer, nunca lo había hecho. Eliza solo era una solución conveniente: hermosa, se había hecho su propia fortuna y estaba dispuesta a interpretar el papel de prometida devota. Pero el amor no era parte de la ecuación.
Ella soltó un bufido y se dio la vuelta, cruzándose de brazos. "No me iré a ninguna parte, Alexander, pero no puedes seguir evadiendo esto".
A pesar de su respuesta, no respondí. No valía la pena. No estaba evadiendo nada. En realidad, la boda me importaba un carajo. Lo único que me interesaba era Liam.
Pasé entre ellas sin decir nada más y entré a la habitación de mi hijo. El doctor ya estaba ahí, de pie junto a la cama. Liam se veía tan pequeño, tan frágil... Me mataba verlo así, conectado a las máquinas, aferrándose a la vida por un hilo.
"¿Cómo está?", pregunté, aunque ya sabía la respuesta.
El médico suspiró mientras revisaba el expediente. "Su estado empeora, señor Sullivan. Tenemos que pensar en el siguiente paso. Sin un donante compatible... pues, el pronóstico no es muy bueno".
Apreté los puños, luchando por mantener la compostura. "¿Y la opción del donante fetal?".
"Sigue siendo nuestra mejor opción, al no estar presente la madre. Ella habría sido su salvación. Si decide proceder, podemos empezar con los preparativos".
Miré el rostro pálido de Liam mientras escuchaba el pitido de las máquinas y sentí una opresión en el corazón. Traer otro hijo al mundo en esas circunstancias se sentía extraño, pero si eso significaba salvar a Liam... Y como no podía encontrar a su puta madre...
Asentí. La decisión estaba tomada. "Procedamos".
Al salir de la habitación, mi determinación era inquebrantable.
"Madre, Eliza", anuncié sin ninguna expresión en el rostro. "Sigan con los preparativos de la boda. Estoy listo".
Mi prometida obtendría lo que quería: una boda y un hijo. Pero, para mí, todo era por Liam. Haría lo que fuera necesario para salvarlo, incluso si eso significaba casarme con una mujer a la que no amaba.