¿De verdad lo estaría? La pregunta resonaba en mi mente, ahogando la suave música de fondo. Debería sentirme segura, pero la verdad era que el miedo me roía las entrañas como una bestia hambrienta a punto de devorarme.
Me había preparado durante semanas para ese momento, convenciéndome de que estaba lista para enfrentar mi pasado y a mis exsuegros. Pero ahora, a punto de que todo se hiciera realidad, dudaba de mi propia convicción.
Además, estaba mi hijo. Eso era lo que más me dolía. Me preguntaba cómo estaría Liam, si me extrañaría o si ya le habrían enseñado a odiarme por haberme ido. ¿Y si lo habían puesto en mi contra? La sola idea hundía el cuchillo aún más profundo en mi corazón. Me había imaginado todas las formas en que podría explicarle que nunca quise irme, que las circunstancias me habían obligado a hacerlo en contra de mi voluntad. Aun así, sentía miedo.
Cuando el auto se detuvo, apreté el bolso con fuerza y respiré hondo. Ya era demasiado tarde para dar marcha atrás. Había tomado una decisión y tenía que llevarla hasta el final.
Al bajar del vehículo, los flashes de las cámaras me cegaron por un instante. Los reporteros acosaban a Dominic con preguntas. A su lado, yo solo era una sombra, destinada a permanecer en segundo plano hasta el momento oportuno. Le había pedido que mantuviera mi identidad en secreto hasta que estuviera lista y hubiera encontrado a Liam.
Dominic sonrió, pero era una máscara que usaba frente a los demás. Sin responder a ninguna pregunta, entramos juntos al gran salón, el cual estaba cargado de expectación y susurros. En cuanto ingresamos, todos se quedaron en silencio. Casi podía oír sus pensamientos y sus juicios. "Cazafortunas". "Arribista". Me veían como una extraña que intentaba infiltrarse en su mundo.
Un escalofrío me recorrió la espalda al sentir la hostilidad que emanaba del rincón donde estaban mis exsuegros, cuyas miradas se clavaban en mí como dagas.
Justo en ese momento, la gente comenzó a acercarse a Dominic con una mezcla de respeto y temor evidente en sus ojos. Sabía que él no estaba ahí solo por mí, sino que también estaba para elegir a sus socios comerciales; un ritual que realizaba con un aplomo impecable.
Al ver que se acercaban a él, me disculpé y me aparté, ya que necesitaba un momento para respirar. El peso de sus miradas me asfixiaba. Entonces fui a la barra, buscando un respiro momentáneo en el brillo de las copas. Pero, antes de que pudiera pedir algo, una voz chillona cortó el aire.
"¡Raina!".
Cuando me di la vuelta, vi a Vanessa avanzando hacia mí con el rostro desfigurado por el desprecio. Sin dudarlo, me rapó la copa de vino que yo tenía en la mano y me lo echó encima de mi vestido blanco. Al instante, se oyeron jadeos de sorpresa y morbo a nuestro alrededor.
"¿Ahora intentas seducir a un hombre como Dominic? Sigues siendo la misma de siempre trepadora, ¿no, Raina? Supongo que tus mañas de mujerzuela nunca desaparecieron. Menos mal que mi hermano se deshizo de ti".
Yo levanté la barbilla y le sostuve la mirada con desafío. "No sabes nada de mí, Vanessa".
Me mantuve firme mientras la urgencia de alejarme luchaba contra el deseo de hacerla arrepentirse de cada palabra. Pero, justo cuando abrí la boca para responder, otra figura se interpuso. Su presencia, fría y autoritaria, me dejó paralizada. Era Alexander.
Vio la mancha en mi vestido y se detuvo en ella el tiempo justo para que no me quedara duda de que había visto lo que pasó. Tenía esa misma expresión distante, esa máscara de indiferencia que ocultaba todo. Pero, por un instante fugaz, algo más brilló en sus ojos: una sombra de algo parecido a la... ¿preocupación? Sin embargo, tan rápido como vino, se desvaneció, reemplazada por su habitual barrera de desdén.
"Vanessa", dijo él en voz baja, con un dejo de irritación. "Basta. Este no es el lugar...". Se detuvo, entrecerrando un poco los ojos, y la sujetó del brazo para apartarla.
Ella resopló, con la misma mueca de desprecio. "Tú no perteneces a este lugar, Raina", me dijo entre dientes, zafándose del agarre de su hermano.
Habían destrozado mi vida, pero no iba a darles la satisfacción de que se burlaran de mí.
Justo cuando estaba a punto de darme la vuelta, Dominic apareció a mi lado. Su mirada se endureció al percatarse de lo que pasaba.
"¿Y quién es esta mujer para decir que mi acompañante no pertenece a este lugar?", soltó mi hermano con voz firme y autoritaria, protegiéndome con su presencia. "Ven, vamos a que te limpies", añadió, guiándome hacia el baño.
Una vez adentro, me apoyé contra el frío lavamanos de mármol. Mi reflejo me devolvió la mirada: una extraña envuelta en una mezcla de miedo y determinación. ¿Qué estaba haciendo en ese lugar? El peso de mis decisiones me oprimía el pecho con fuerza.
De repente, una mujer entró con un impresionante vestido rojo en las manos. "Me envía el señor Dominic. Pensó que quizás usted preferiría algo un poco más... llamativo".
Recibí el vestido y pasé los dedos por la tela, sintiendo su suavidad contra mi piel. "Gracias", susurré.
Después de cambiarme, me miré en el espejo. El rojo intenso resaltaba contra mi piel, dándome una nueva vitalidad. Podía enfrentarlos a todos, incluso a él.
Apenas salí del baño, busqué a mi hermano con la mirada por el salón y lo localicé al otro lado, enfrascado en una conversación con algunos posibles socios. Se veía tranquilo, cómodo, mientras que yo me sentía como una impostora con ese vestido llamativo.
La multitud se movía a nuestro alrededor, pero todo me parecía lejano, como si estuviera dentro de una burbuja. ¿Cómo podían los demás estar tan tranquilos mientras yo sentía que me ahogaba?
Mi mirada vagó por el salón en busca de una distracción y se posó en un rincón donde un artista exhibía sus pinturas. Por un instante, el entusiasmo del pequeño grupo a su alrededor me ofreció un breve escape. Sin embargo, el momento no duró nada, ya que, cuando me di la vuelta, me topé con la mirada fija de Alexander, observándome desde la distancia, y sentí que el corazón se me aceleraba de nuevo, atrapada entre el impulso de confrontarlo y el instinto de huir.
De repente, dio un paso hacia mí, con su mirada fría y penetrante. Sentí que mis defensas se levantaban; mi instinto me decía que me protegiera, que me mantuviera firme.
La expresión de su rostro me lo dijo todo: no estaba lista para la conversación que se avecinaba. En ese momento, el salón pareció encogerse a nuestro alrededor y el aire se espesó con palabras no dichas.
¿Por qué ese hombre tenía que estar ahí? Los recuerdos de nuestro tiempo juntos inundaron mi mente: felicidad entrelazada con traición, un amor ensombrecido por la pérdida. Él me había arrebatado a mi hijo y ahora estaba ahí, como un fantasma de la vida que yo intentaba dejar atrás.
Quería huir, escapar del peso de su mirada, que se sentía como cadenas que me ataban a mi pasado. Cuando dio un paso atrás, él permaneció inmóvil, como una fuerza inamovible, haciendo que mi corazón diera un vuelco; la ira y el temor se retorcían en mi interior.
"Así que este es tu nuevo juego...", dijo con desdén. "¿Pavonearte delante de todos, fingiendo ser algo que no eres?".