Él se arrepintió del divorcio
img img Él se arrepintió del divorcio img Capítulo 3 El fantasma de la gala
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Capítulo 6 Las condiciones de la rendición img
Capítulo 7 Un deber arrebatado img
Capítulo 8 La única condición img
Capítulo 9 La tarjeta dorada img
Capítulo 10 Una promesa rota img
Capítulo 11 Un susurro de veneno img
Capítulo 12 Cada segundo cuenta img
Capítulo 13 En mitad de la carretera img
Capítulo 14 Una mentira img
Capítulo 15 Un veneno img
Capítulo 16 Las reglas del juego img
Capítulo 17 Un peso compartido img
Capítulo 18 El peso de la verdad img
Capítulo 19 La prueba oculta img
Capítulo 20 El veneno de una mentira img
Capítulo 21 La tarjeta SD img
Capítulo 22 Acorralada img
Capítulo 23 Cita con la enemiga img
Capítulo 24 Un trago amargo img
Capítulo 25 Enmendar los errores img
Capítulo 26 Un eco en el silencio img
Capítulo 27 Un número img
Capítulo 28 El hazmerreír img
Capítulo 29 La trampa img
Capítulo 30 Una cita img
Capítulo 31 Una verdad amarga img
Capítulo 32 Un frágil intento img
Capítulo 33 Cicatrices del pasado img
Capítulo 34 Un aliado inesperado img
Capítulo 35 El secreto que nos une img
Capítulo 36 Harta de todo img
Capítulo 37 Un amargo regreso img
Capítulo 38 La última carta img
Capítulo 39 Atada a él img
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Capítulo 3 El fantasma de la gala

Punto de vista de Alexander

Ver a Eliza prácticamente rebosando de alegría me revolvía el estómago. Que ella estuviera dichosa, como si esa boda fuera un sueño hecho realidad, era algo que esperaba, pero aun así resultaba irritante de ver. Yo no quería ese matrimonio, ni ahora ni nunca, pero, por supuesto, era demasiado ciega para notarlo. Nunca lo hizo; para ella, eso era el comienzo de un gran cuento de hadas.

Pero para mí era una carga, una farsa. No me iba a casar por amor, sino porque lo necesitaba.

En ese momento, mi celular vibró. "Permiso", dije, sin mirar mucho a ninguna de las dos mujeres, dejándolas llenas de emoción, después de que hace unos minutos casi se arrancaban el pelo.

Era mi asistente, recordándome la Gala Benéfica de la Bola de Oro a la que debía asistir esa noche. Mierda, lo había olvidado por completo.

"Está bien, gracias. Ahí estaré".

Al volver con las dos mujeres, anuncié: "Espero que no hayan olvidado que esta noche tenemos la gala benéfica. Creo que ya es hora de irnos para empezar con los preparativos". Sin esperar su reacción, salí y me dirigí a mi auto.

Eliza, por supuesto, gritó de emoción, probablemente ya se imaginaba anunciándoles a todos que habíamos fijado la fecha de la boda. Al oír su grito, sacudí la cabeza.

El camino de regreso a casa fue, en su mayoría, silencioso. Eliza, por suerte, permaneció pegada a su celular, probablemente pidiendo otro vestido caro que no necesitaba.

Mi hermana menor, Vanessa, seguía maquillándose en el auto, como si todavía no estuviera lo suficientemente perfecto. "¿Emocionada por el baile?", pregunté.

"Mucho", respondió, guiñándome un ojo. "Quizás conozca a mi futuro esposo esta noche. Ya sabes, este evento es para la élite. Un lugar al que los pobretones y los farsantes, como Raina, nunca podrían asistir". Escupió el nombre de mi exesposa con tal veneno que me sorprendió de verdad.

Raina. Apreté la mandíbula, pero no dije nada. Sin importar cuánto intentara sacar a esa mujer de mi mente, ella siempre encontraba la manera de colarse de nuevo. Toda mi familia la odiaba. Se había convertido en la villana de la telenovela, y ellos se encargaban de recordármelo a cada instante.

¿Qué le había pasado? ¿A dónde putas había ido después del divorcio? ¿Seguía viva? ¿Estaría sufriendo y luchando por su vida como se lo merecía? ¿Y la niña... la que se había llevado? ¿Cómo se llamaba? ¿Seguía enferma? ¿Todavía... se parecía a su madre?

Suspiré para mis adentros. Sin embargo, en ese momento no la defendí, así que no tenía sentido hacerlo ahora.

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Al llegar a casa, Eliza me siguió hasta la habitación, parloteando sin cesar sobre lo emocionada que estaba por la noche que teníamos por delante. No se había puesto su anillo de compromiso en semanas como una protesta silenciosa contra mi frialdad, pero esa noche lo luciría como un trofeo, como si el diamante pudiera arreglar todo lo que estaba mal entre nosotros.

Suspiré, ignorándola, y seguí escuchando solo a medias. Solo quería un poco de paz. Esa mujer no tenía ni idea de cuánto deseaba que se callara en ese momento.

Sacudiendo la cabeza, aparté los pensamientos sobre mi matrimonio. No iba a permitir que me atormentaran esa noche, no cuando había asuntos más importantes en qué pensar, concretamente, asegurar mi relación comercial con la familia Graham, la gente más influyente de Nueva York. Esa noche, varios de sus miembros asistirían al evento.

Llevaba años intentando entrar en su círculo o ganarme su favor para cerrar un trato que elevara mi estatus, pero siempre que creía estar cerca de captar su atención, algo se interponía. Reuniones canceladas, excusas vagas... Sin embargo, esta noche se sentía diferente. Estaba casi seguro de que por fin me notarían. El Proyecto Vince... Era mi boleto dorado. No había sacrificado tanto para nada. Sin duda, esta sería la noche en que todo valdría la pena. Podía sentirlo.

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La Gala Benéfica Bola de Oro era todo lo que había imaginado y, a la vez, todo con lo que las mujeres de mi vida habían soñado: un evento lujoso, deslumbrante y lleno de la crema y nata de la alta sociedad. Para mi fastidio, Eliza se aferraba a mi brazo como si yo fuera un trofeo. Sus uñas, hechas a la perfección, se clavaban en mi piel mientras posaba para las fotos, actuando como si ya estuviéramos en la portada de una revista.

Su risa era demasiado fuerte y falsa. La prensa se agolpaba a nuestro alrededor, capturando imágenes de la pareja más glamorosa de Nueva York. Cada flash ensanchaba aún más su sonrisa, y eso me fastidiaba más. Todo en esa farsa me irritaba, pero mantuve las apariencias, asintiendo y sonriendo en los momentos justos.

De repente, comenzaron los susurros: los Graham habían llegado. Al principio, los murmullos comenzaron de manera discreta, pero pronto se intensificaron al sentirse la anticipación por la entrada de la poderosa familia entre la multitud.

Mi corazón se aceleró cuando se anunció que los Graham estarían presentes en unos minutos. De inmediato, Vanessa y mi madre aparecieron a mi lado, susurrando con un entusiasmo apenas contenido. "¿Escuchaste?", exclamó mi hermana, con los ojos brillantes de emoción. "¡Encontraron a la hija perdida de los Graham, Alexander! ¡Quizás esté aquí esta noche!".

Por supuesto que eso no era lo que la emocionaba, sino la posibilidad de atrapar a uno de los solteros más codiciados de Nueva York. A pesar de eso, tuve que reprimir el impulso de poner los ojos en blanco, ya que probablemente ya se había dado cuenta de que intentar algo con Dominic era una causa perdida. No quise ser yo quien le dijera que era una ilusa, y me alegraba de que al parecer hubiera entrado en razón.

Asentí distraídamente mientras ellas parloteaban, sin prestar mucha atención a sus palabras. Mi hermana ya fantaseaba con hacerse amiga de ellos, y debía admitir que cualquier vínculo con los Graham consolidaría para siempre el estatus de nuestra familia.

En ese instante, los susurros a nuestro alrededor se intensificaron. Cuando me di la vuelta, vi a Dominic Graham, el heredero del imperio, entrando en al salón. Era la personificación misma del poder y del control. Sin embargo, no fue él quien me cortó la respiración, sino la mujer que lo agarraba del brazo. Esa persona era... Raina.

No, no podía ser. Ella se veía... tan diferente. Mejor que nunca, debía admitir. La imagen casi me dejó sin aire.

Esa mujer era mi exesposa, la mujer a la que había intentado localizar con desesperación durante años.

No se la había tragado la tierra, sino que había reaparecido ahí, con los Graham. Y no con un miembro cualquiera de la familia, sino con Dominic, el mismísimo príncipe de la alta sociedad.

¿Cuánto tiempo llevaba con él? ¿Qué hacía ahí, codeándose con esa familia después de esfumarse como un fantasma? Y no solo eso, sino al lado de Dominic, como si ese fuera su lugar.

Las preguntas se arremolinaban en mi mente, sin que ninguna tuviera sentido. Raina estaba en un lugar al que no pertenecía, con gente con la que yo solo podía soñar con relacionarme.

La ira hervía dentro de mí lentamente. Eso no debía estar sucediendo. Yo había pasado años imaginándola sufriendo, criando a esa niña sola sin un centavo y pasándola mal, tal como se lo merecía. Pero, en lugar de eso, ahí estaba, con un vestido de lujo y agarrando del brazo al hombre más poderoso del país.

Tan putamente hermosa que dolía mirarla, y por eso la odié aún más.

            
            

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