La crudeza de sus palabras me dejó sin aliento. La idea de que ese fuera el hombre que una vez lo significó todo para mí, el que me susurraba palabras de amor al oído, parecía una broma cruel.
"Suéltame", susurré, apenas conteniendo la ira que me hervía por dentro. "No tengo tiempo para lo que sea que estés intentando hacer, Alexander".
Pero su expresión no cambió, sino que la frialdad en sus ojos solo se intensificó aún más. Cuando se inclinó, su aliento cálido me erizó la piel.
"Quizás me has estado observando", continuó con desprecio. "Esperando el momento oportuno para arruinarme el negocio con los Graham".
Su acusación me dolió. Sin embargo, una oscura satisfacción burbujeó bajo mi rabia: no estaba del todo equivocado. Lo había observado a lo largo de los años, esperando el momento en que por fin tuviera mi oportunidad, mi dosis de retribución. Pero eso, sus descabelladas suposiciones, la arrogante seguridad en su rostro... no podía estar más equivocado.
"Supéralo", le dije, retorciendo el brazo hasta liberarme. Pero el lugar donde me había sujetado seguía latiendo.
Con el corazón a mil, me di la vuelta para escapar de su mirada cargada de odio, pero, en ese momento, escuché una voz.
"¡Alexander!", dijo Eliza, rompiendo la tensión.
Al girarme, la vi flanqueada por Vanessa y la madre de Alexander. Las tres me fulminaban con la mirada. Era como si hubieran estado esperando justo al otro lado, aguardando el momento perfecto para intervenir. Eliza me miró con furia; los celos y el odio se reflejaban en su rostro.
"Eliza, ahora no", murmuró Alexander. A pesar de eso, apenas aflojó el agarre, como si se resistiera a soltarme incluso con su preciada prometida observándonos con rabia.
¡Qué familia tan despreciable! Eliza, la prometida de un hombre rico, se comportaba como una pueblerina, cegada por la posesividad.
"Tal vez deberías saber con quién hablas antes de lanzar acusaciones", repliqué, sintiendo que mi pulso se estabilizaba mientras recuperaba la compostura y por fin me soltaba por completo.
Finalmente, él desvió la mirada, molesto, como si toda la situación le pareciera insignificante. Su madre, siempre tan fría e imperturbable, solo me dedicó una mirada aguda y calculadora.
"¡Raina!", dijo Dominic con tranquilidad.
Al escucharlo, me di la vuelta y lo vi a solo unos pasos, observando la escena con una expresión cautelosa. Sintiendo un gran alivio, caminé hacia él, alejándome del caos y de las miradas hirientes.
Él me dedicó una mirada silenciosa y escrutadora antes de preguntar en voz baja: "¿Estás bien? ¿Qué te dijeron?".
"Estoy bien, Dom, solo necesito un momento". Intenté sonreír, pero el desprecio de esa gente todavía me dolía.
Sin embargo, mi hermano no me creyó. Su rostro se endureció y su habitual actitud relajada se desvaneció mientras se giraba para mirar a Alexander y a su familia. "Es inaceptable cómo te están tratando. Son unos buitres".
Solté una risa amarga ante su comentario. "Los buitres serían más amables".
Al sentir que mi mano todavía hormigueaba después del apretón, me di cuenta de que, sin importar cuánto tiempo pasara, Alexander siempre sería el mismo hombre: duro, hermético, incapaz de ver más allá de sus propias suposiciones.
Aunque mi pulso todavía retumbaba, me sacudí el recuerdo de su cara llena de odio y respiré hondo. Eso no era por él, me dije a mí misma.
La expresión de Dominic se ensombreció al ver mi rostro, teñida de algo cercano a la ira.
"Raina, ¿qué te dijo?", preguntó en voz baja. No había pasado por alto la mirada de Alexander ni la forma en cómo me agarró. "¿Te lastimó?".
"No, nada que no pueda manejar", respondí, agradecida por su ayuda.
Dominic siempre había sido mi ancla en momentos como ese; su calidez era el antídoto perfecto para la gélida arrogancia de Alexander. No había venido a confrontar a mi exesposo por lo que había pasado; todavía no. Pero hasta mi hermano se dio cuenta de cómo ese hombre me llevaba al límite.
Después de eso, volvimos al salón. El anfitrión estaba en el escenario, dirigiéndose a la multitud, pero la presencia de Alexander pesaba en el ambiente mientras se movía, con la expresión fija, como si nada pudiera afectarlo.
Cuando nos vio, su mirada se detuvo un instante en Dominic y luego se posó en mí con desprecio. Era como si luchara por mantenerse sereno.
De repente vi cómo Alexander se acercaba a mi hermano con una expresión cortés. "Dominic Graham", lo saludó con cortesía forzada. "Es un honor tenerte aquí esta noche". Su mirada se desvió hacia mí, con un atisbo de burla. "Y Raina, siempre es una sorpresa verte".
Me contuve de responder, sintiendo cómo mi corazón latía más rápido, pero mi hermano no estaba dispuesto a dejar que ese hombre marcara el tono, así que levantó una ceja y sonrió con ironía. "¿Un honor?", rio entre dientes, lanzándome una mirada. "No lo considero un honor si eso significa que mi acompañante sea tratada como una molestia", replicó con voz baja pero firme.
El comentario pareció afectar a Alexander, pero apenas lo demostró. Solo frunció los labios y su mandíbula se tensó de forma casi imperceptible.
"Una cosa es comportarse así en privado, Alexander, pero hacerlo con tanto descaro en público es otra cosa", continuó mi hermano con un tono firme y cortante.
Mi exesposo permaneció imperturbable, pero yo sabía que las palabras habían hecho mella en él. Sus ojos se oscurecieron y, por un segundo, capté un leve destello de irritación, suficiente para confirmar que sabía con exactitud cómo se había comportado su familia.
Pero Dominic no le dio oportunidad de responder. "Tengo entendido que estás interesado en asociarte con nosotros". Levantó una ceja y me puso una mano en el hombro con naturalidad. "Pero esa decisión no dependerá solo de mí".
Sentí cómo Alexander me miraba de nuevo, pero no le di la satisfacción de apartar la mirada. En su lugar, le dediqué una pequeña sonrisa deliberada, demostrándole que, a pesar de sus intentos, no me había hecho ni un rasguño.
Al instante, Dominic se volvió hacia mí con una sonrisa que yo conocía muy bien. Era evidente que estaba disfrutando de esa situación mucho más de lo que debería, dejando claro que cualquier trato futuro entre ellos necesitaría mi aprobación. Entonces se inclinó más cerca y me preguntó con voz cálida y ligeramente provocadora: "¿Tú qué dices, Raina? ¿Deberíamos escucharlo?".
Pude sentir la mirada de Alexander clavada en mí, esperando mi respuesta.