Carmen no se consideraba una mujer celosa por naturaleza, pero había algo en la forma en que Alejandro trataba a Sofía que la ponía nerviosa. No era obvio, ni siquiera era algo que se pudiera definir con palabras, pero Carmen podía sentirlo. Como si una energía invisible hubiera comenzado a fluir entre ellos. Algo había cambiado. No podía ser casualidad. Algo estaba pasando, y sabía que debía averiguarlo.
La relación con Alejandro nunca había sido fácil, pero en los últimos meses, él se había vuelto más distante, más absorto en su trabajo, en su mundo. Eso la molestaba, por supuesto, pero aún más la inquietaba la creciente amistad entre él y Sofía. Había algo en su comportamiento que se había transformado. Ya no era tan frío con ella, ya no la veía como una mera asistente. Cada vez que hablaba con Sofía, su tono se suavizaba. Su mirada era diferente, y Carmen, que no era tonta, lo notaba. Alejandro no era de mostrar mucho, pero sus pequeños gestos, esos que solo un observador atento podría captar, le daban pistas de que algo se estaba cocinando.
Era una intuición femenina, lo sabía. Pero no se iba a quedar de brazos cruzados.
Aquella tarde, cuando la reunión con los inversionistas terminó, Carmen decidió poner su plan en marcha. Se acercó a Sofía con su sonrisa usual, esa mezcla de amabilidad forzada y sutil amenaza que usaba cada vez que quería estar en control de la situación.
- Sofía, - dijo Carmen, mientras se acercaba a su escritorio, - tengo una pequeña tarea para ti. Alejandro me pidió que revisaras unos informes, pero siento que no estarías tan concentrada si no te hago una pequeña petición personal.
Sofía levantó la vista, sorprendida por el tono cargado de algo más que profesionalismo.
- Claro, Carmen. ¿De qué se trata? - preguntó Sofía, sin mostrar signos de incomodidad, pero notando el cambio en la atmósfera.
Carmen sonrió, aunque sus ojos reflejaban una mirada fría.
- Quiero que me ayudes a organizar unos documentos personales, sobre todo los relacionados con el patrimonio familiar. - Carmen dejó caer las palabras, como si no fueran importantes, pero Sofía sabía que cualquier solicitud de Carmen no era tan trivial como parecía. - Sé que siempre eres tan eficiente. Estoy segura de que Alejandro estaría complacido con tu dedicación.
La mención de Alejandro hizo que Sofía dudara por un momento, pero solo por un segundo. Pensó que sería mejor cumplir con la solicitud, ya que, después de todo, era su trabajo.
- Por supuesto. - Sofía asintió, dispuesta a no mostrar su incomodidad. - Lo tendré listo en cuanto pueda.
Carmen la miró de manera penetrante antes de girarse para marcharse, pero antes de salir de la sala, dejó caer una última frase:
- Te aprecio mucho, Sofía. - La voz de Carmen sonó cargada de algo que Sofía no pudo identificar, pero lo sintió como una amenaza velada. Sofía no era tonta. Carmen nunca había sido amable sin una razón. Siempre había un propósito oculto detrás de sus palabras.
La reunión se disolvió, y Sofía se quedó sola, con una extraña sensación de incomodidad que no podía quitarse. Pero la idea de los documentos familiares la distraía. Se centró en el trabajo, consciente de que su jefe había mostrado interés en ella últimamente, pero sin entender completamente qué estaba ocurriendo. ¿Qué quería Carmen con esos documentos personales? Lo que era más extraño, ¿por qué le había pedido a ella que los organizara?
Carmen no confiaba en nadie, especialmente en Sofía. Y ahora, Sofía empezaba a preguntarse si esa solicitud tenía otro propósito. Pero, como siempre, mantuvo su distancia, no queriendo involucrarse más de lo necesario. Sin embargo, esa noche, su mente no dejaba de dar vueltas.
Esa misma noche, Carmen no podía dormir. Se dio cuenta de que lo había sentido desde el principio, una molestia creciente, una pequeña señal que no pudo ignorar. Alejandro había estado diferente últimamente. Su comportamiento hacia ella había cambiado. Cada vez más ausente, cada vez más distante. Y Sofía.
Había algo en la joven secretaria que no le gustaba. Era la forma en que Sofía se mantenía en su lugar, con su rostro impasible, su profesionalismo impecable. Carmen no le temía a la competencia, pero sí a algo mucho más peligroso: el desdén de su marido hacia ella. Alejandro había comenzado a mirar a Sofía de una forma diferente, una forma que Carmen no podía ni quería entender.
El reloj marcaba las 3 a.m. cuando Carmen finalmente decidió que ya era suficiente. Sabía que debía enfrentar a su esposo, pero antes necesitaba algo más, algo que pudiera usar para confirmar sus sospechas. Y, por eso, decidió actuar con cautela.
Al día siguiente, Carmen entró al despacho de Alejandro sin previo aviso. Lo encontró revisando unos informes, como de costumbre, sin levantar la vista. Él estaba tan absorbido en su trabajo que no se percató de su presencia hasta que ella lo interrumpió.
- Alejandro, - Carmen dijo con tono suave, pero cargado de una tensión palpable. - ¿Podemos hablar un momento?
Alejandro alzó la vista, pero su expresión seguía siendo la misma: neutral, distante.
- Claro, ¿qué sucede? - respondió, sin dejar de lado la carpeta que tenía en las manos.
Carmen caminó hacia la mesa de su esposo, dejando caer un par de documentos que había estado revisando. Se sentó frente a él, con una calma aparente que ocultaba la furia que sentía por dentro.
- He estado observando, Alejandro. - Dijo ella, su voz baja pero firme. - Y creo que deberíamos hablar de Sofía.
La mención de Sofía hizo que Alejandro dejara la carpeta a un lado y levantara la vista, esta vez con una ligera sorpresa.
- ¿Qué hay de Sofía? - preguntó, aparentemente desinteresado.
Carmen sonrió, pero la sonrisa no llegó a sus ojos.
- No sé, Alejandro. He notado cómo te comportas con ella últimamente. - La tensión era palpable entre ambos. - ¿Qué pasa?
Alejandro frunció el ceño, pero Carmen no estaba dispuesta a detenerse. Necesitaba respuestas, y si no las obtenía de él, las buscaría por su cuenta.
- No sé de qué hablas. - Alejandro respondió, su tono ahora más serio, pero con una ligera irritación.
Carmen no dejó de observarlo.
- Lo sé, Alejandro. Sé que no me dices todo lo que sucede. - dijo, sus palabras como cuchillos lanzados con precisión. - Pero si hay algo más entre tú y Sofía, quiero que me lo digas ahora.
Alejandro se quedó en silencio por un momento. La confrontación era inevitable, pero también lo era la incomodidad que sentía al tratar con su esposa. Él sabía lo que había entre ellos, lo sabía muy bien, pero también sabía que había líneas que no podía cruzar. No quería que Carmen lo atrapara en sus juegos de control.
Finalmente, suspiró y se levantó de su silla, el peso de la conversación colgando en el aire.
- Carmen, basta. No hay nada entre Sofía y yo. - dijo, pero su tono no convenció a nadie, ni siquiera a él mismo.
Carmen no dijo nada más, pero su expresión lo decía todo: no estaba satisfecha. El juego había comenzado, y ella estaba dispuesta a descubrir la verdad, sin importar los costos.