Mis dedos temblaron ligeramente al cogerlo. Era un diseño clásico, un aro de oro blanco, simple y elegante, a juego con el mío. Lo habíamos elegido juntos, o eso creía yo entonces. Lo había llevado con orgullo, como un sello de pertenencia, de amor.
Mis ojos se posaron en el interior del anillo. Había una inscripción, diminuta, casi imperceptible, que nunca había notado. Mi corazón dio un vuelco. Con la uña, rasqué suavemente la superficie, revelando las letras grabadas con delicadeza.
"P & R".
Paulina y Rodrigo.
El mundo se detuvo. Mi respiración se cortó. No era un error, no era una coincidencia. Era la prueba irrefutable, el golpe final. El anillo que juraba nuestro amor, el que él llevaba como símbolo de nuestra unión, era en realidad un tributo a ella.
Mis dedos se aferraron al anillo con tanta fuerza que mis nudillos se pusieron blancos. Cada beso, cada caricia, cada palabra de amor que me había susurrado mientras llevaba este anillo, cada vez que nuestras manos se entrelazaban y sentía su calor, todo había sido una mentira. Estaba unido a ella, incluso en la intimidad de nuestra cama. La verdadera dueña de su corazón grabada en el metal que se supone que me pertenecía.
El asco me subió por la garganta. Siete años. Siete años de mi vida, de mi arte, de mi alma, entregados a un hombre que me había usado como un peón en su juego de ajedrez. Su amor, su afecto, sus promesas de una vida juntos, todo ello envuelto en la sombra de Paulina.
La llamada a la "celebración" de Paulina resonó en mi mente. La gran noche. La noche en que ella sería coronada con mi talento, mi esfuerzo, mi sacrificio. La noche en que se exhibiría la obra maestra que yo había pintado, con el alma desgarrada, y que ella firmaría con su nombre.
No habría retirada. No habría escape. No antes de esa noche.
Tomé una decisión. Una decisión que me quemaba por dentro, pero que me daba una fuerza insospechada.
Cuando Rodrigo regresó, su cara aún radiante por la noticia de Paulina, me acerqué a él con una calma que me sorprendió incluso a mí misma.
"Rodrigo" , le dije, mi voz suave, casi susurrante. "Quiero ir a la celebración de Paulina contigo esta noche."
Su sonrisa se desvaneció. Su cuerpo se tensó ligeramente. "¿Estás segura? Creí que no te sentías con ánimos. Además, sabes cómo se pone Paulina cuando tú estás cerca."
Ah, Paulina. Siempre la frágil, la delicada, la que necesitaba ser protegida de mi "malicia" . La que usaba su "depresión" y su "embarazo" como armas para manipular a todos a su alrededor.
"Estoy segura" , le respondí, con la mirada fija en sus ojos. "Es una noche importante para ella, y para ti. No quiero que pienses que no te apoyo. Además, prometo que me comportaré. No hay necesidad de conflictos esta noche."
Rodrigo me miró con escepticismo, pero también con un atisbo de alivio. Siempre temía que yo arruinara sus planes, que estropeara la imagen perfecta que había construido.
"Está bien, Alma. Pero nos iremos temprano, ¿entendido? Solo un par de horas, y luego podemos irnos a casa a ver las estrellas." Sus palabras eran una concesión, un intento de controlar la situación. Él quería que yo fuera una sombra, pero una sombra dócil y silenciosa.
Entendía su juego. Quería que me presentara, que cumpliera mi papel como su esposa, pero que no eclipsara a Paulina, ni por un segundo. Que hiciera acto de presencia para el mundo, pero que me retirara antes de que pudiera causar cualquier "daño" .
"Claro, mi amor" , le dije, y la ironía de esas palabras me hizo sonreír por dentro. Mi sonrisa, esta vez, era genuina, aunque solo yo conocía el verdadero significado detrás de ella. No iba a pelear más. No iba a suplicar. No iba a suplicarle por un amor que nunca me perteneció.
Esta noche, no me iría temprano. Esta noche, yo sería la que pondría fin a todo. Siete años de falsedades, de robos, de humillaciones. Pero no más. La falsa vida de Alma Malo llegaba a su fin.
La celebración de Paulina fue tan extravagante como ella misma. El salón estaba adornado con flores exóticas y luces centelleantes. La crème de la crème de la sociedad artística y la alta sociedad desfilaba, copas de champán en mano, sus voces un murmullo constante de admiración. Paulina, vestida con un diseño deslumbrante, se movía entre la multitud como una reina, aceptando felicitaciones, sonriendo, posando para las cámaras.
Ella, la impostora, la mujer que se había robado mi vida, era la estrella de la noche.
Todos la aclamaban como la "genio" que era, la "belleza" que conquistaba el mundo del arte. La "mujer perfecta" que lo tenía todo.