Capítulo 10

Damián Ferrer POV

No disparé. No de inmediato. La muerte era demasiado fácil para ellos.

Enfundé mi pistola y salí de las sombras. El clic deliberado de mis zapatos de cuero italiano sobre el concreto fue la única advertencia que recibieron.

-¡Damián! -chilló Lucía. Se levantó de un salto de la caja, dejando caer la manzana. Rodó por el suelo, un sonido hueco que murió a mis pies.

Marco fue por su pistola.

Un error.

Fui más rápido. Le metí una bala en la rótula antes de que su mano siquiera tocara su cintura.

El sonido del disparo fue ensordecedor en el espacio cerrado. Gritó y se derrumbó, agarrando su pierna destrozada mientras la sangre comenzaba a acumularse debajo de él.

Lucía retrocedió, su rostro perdiendo todo color. Miró de Marco a mí, sus ojos abiertos con terror primario.

-¡Damián, gracias a Dios! ¡Me obligó! ¡Amenazó al bebé!

Miré a Marco retorciéndose en el suelo. Luego miré a Lucía.

-Te escuché -dije suavemente.

Lucía se congeló.

-Escuché sobre el dinero -dije, acercándome-. Escuché sobre la paternidad.

-No -susurró, sacudiendo la cabeza frenéticamente-. Entendiste mal. ¡Le estaba siguiendo el juego! ¡Para salvarnos!

-Desbloquea tu teléfono -dije.

-¿Qué?

-Desbloquea. Tu. Teléfono.

Forcejeó con él, sus manos temblando tanto que casi se le cae. Finalmente, la pantalla se iluminó y me lo entregó.

Revisé. Mensajes a Marco. Fotos. Fechas.

*El plan B está en marcha. Llama primero sobre Sofía. Confúndelo. Luego agárrame.*

*Es tan estúpido. Realmente se cree la historia del ataque de asma.*

*No puedo esperar para dejar esta vida aburrida. Solo necesito el pago.*

Revisé más atrás. Siete meses atrás.

*Prueba positiva. Es tuyo, Marco. Nos sacamos la lotería. Se lo achacaré a Damián.*

Levanté la vista. La rabia era una cosa fría y sólida en mi pecho. No era fuego. Era hielo. Cero absoluto.

Había destruido a Sofía. Había roto su cuerpo, su espíritu, su confianza. La había enviado al infierno y de regreso. Por esto. Por una mentira envuelta en una cara bonita.

-¿Dónde está Sofía? -pregunté, mi voz peligrosamente tranquila.

-¡No sé! -gritó Lucía-. ¡Se fue! ¡Desapareció!

-Tú también organizaste el secuestro de Los Valdés, ¿verdad?

Silencio.

-¡Contéstame! -rugí, el sonido resonando en las vigas de metal.

-¡Sí! -gritó-. ¡Le dije a Marco dónde estaría! ¡La quería fuera! ¡Ella lo tenía todo! ¡El nombre, el estatus, a ti! ¡Yo solo era la hermana bastarda viviendo en su sombra!

Miré a Marco. Gemía, agarrando su rodilla destrozada.

-Levántate -le dije a Lucía.

-Damián, por favor, el bebé...

-El bebé no es mío -dije-. Y tú tampoco.

Arrastré a Marco por el cuello, dejando un grueso rastro de sangre. Agarré a Lucía por el brazo.

-Vamos a casa -dije-. Y luego, voy a encontrar a mi esposa.

Mi teléfono vibró en mi bolsillo. Mi asistente.

Lo ignoré. Vibró de nuevo. Y de nuevo.

Lo saqué, molesto. Un enlace de video.

*Jefe. Necesita ver esto. Está circulando en las redes encriptadas.*

Hice clic.

Era un video de la cámara de seguridad de un club. Con fecha de hace ocho meses.

Lucía. En un reservado VIP. Con Marco. Y dos hombres del cártel rival. El mismo cártel con el que estaba luchando cuando se llevaron a Sofía.

No solo estaba engañándome. Estaba vendiendo secretos. Ella era la filtración.

La miré. No era solo una mentirosa. Era una traidora.

Y en nuestro mundo, los traidores no obtienen divorcios. Son borrados.

La empujé hacia la salida.

-Camina -dije-. Antes de que te arrastre.

Tenía que encontrar a Sofía. Tenía que decirle que tenía razón. Tenía que rogar.

Pero en el fondo, conocía la mirada en sus ojos cuando dejó el departamento.

No era solo un esposo que engañó. Era el enemigo. Y ella nunca volvería.