Lola se deslizó en el reservado frente a mí. Era un fantasma en la máquina, una informante que me debía una deuda de vida.
No preguntó cómo sobreviví. No perdió el tiempo en formalidades. Simplemente deslizó una carpeta de manila sobre la mesa pegajosa.
-Tenías razón -dijo, la llama de su encendedor iluminando sus rasgos afilados-. Registros médicos del Dr. Elizondo. Lucía lo ha estado viendo durante siete meses. La fecha de concepción fue dos semanas antes del enfrentamiento con el cártel.
Abrí la carpeta. Las fechas me miraban en blanco y negro.
No fue un error. No fue una noche de borrachera en duelo.
Fue una aventura en toda regla, llevada a cabo mientras yo estaba ocupada planeando nuestra cena de aniversario.
-Hay más -dijo Lola, su voz bajando una octava-. Los Valdés no solo te llevaron, Sofía. Alguien les dio el pitazo. Alguien les dijo exactamente dónde estarías esa noche.
Mi estómago se revolvió, el ácido subiendo por mi garganta.
-¿Damián?
-Quizás -dijo Lola, exhalando una bocanada de humo-. O quizás la mujer que quería tu lugar.
Tomé el archivo y me fui. El aire exterior se sentía pesado, sofocante, presurizado por la verdad que ahora cargaba.
Necesitaba ir a la fuente.
Llegué a la mansión de los De la Garza. La casa de mi padre.
Los guardias me dejaron entrar, con los ojos abiertos por la superstición, como si estuvieran viendo a un cadáver andante regresado de la tumba.
Don Ramiro de la Garza estaba en su estudio, fumando un puro. No se levantó cuando entré. Solo me miró con esos ojos fríos y calculadores que habían evaluado mi valor desde el día en que nací.
-Causaste una escena en el cementerio -dijo secamente.
No hubo un *'Te extrañé.'* No hubo un *'Gracias a Dios que estás viva.'* Solo una crítica a mi actuación.
-Tu yerno se está acostando con tu hija ilegítima -dije, golpeando el archivo sobre su escritorio de caoba-. Y ella está esperando a su bastardo.
El Don ni siquiera miró los papeles.
-Lucía es familia. El niño es un Ferrer. Eso lo convierte en familia.
Hizo una pausa, dando una lenta calada.
-Has estado fuera, Sofía. Has estado... con Los Valdés.
Dijo la palabra como si fuera un contagio.
-Eres mercancía dañada. Damián es generoso al aceptarte de vuelta.
Sentí la bofetada de sus palabras más fuerte que cualquier golpe físico.
-Él me entregó -susurré, mi voz temblando de furia-. Me dio a ellos.
-Tomó una decisión táctica -dijo mi padre, la ceniza de su puro cayendo sobre la alfombra impecable-. Lucía estaba embarazada del futuro de esta organización. Tú eras... prescindible.
Me reí. Fue un sonido seco y roto que raspó mi garganta.
-Prescindible. ¿Así llamas a tu hija?
-Te llamo un lastre -dijo, encontrando mi mirada sin remordimiento-. Vete a casa con tu esposo. Sé una buena esposa. Cría al hijo de Lucía como si fuera tuyo. Esa es tu penitencia por sobrevivir.
Salí del estudio, temblando de rabia.
Mi teléfono vibró en mi bolsillo.
Era un mensaje de texto de un número desconocido. Se cargó una imagen.
Era una foto de Damián.
Estaba de rodillas, besando el vientre expuesto y redondeado de Lucía. Tenía los ojos cerrados, una mirada de devoción pura y enfermiza en su rostro.
El pie de foto decía:
*Ama lo que llevo dentro más de lo que jamás te amó a ti. Ríndete, hermanita. Por el bebé.*
Apreté el teléfono hasta que la pantalla se agrietó bajo mi pulgar.
Querían que guardara silencio. Querían que fuera la esposa buena y obediente.
Iba a quemarles la casa.