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Vendida a la Bratva: La Traición de Mi Esposo
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Capítulo 9

Damián Ferrer POV

La llamada telefónica no solo rompió el silencio de mi oficina; lo detonó.

-Tenemos a Sofía -graznó la voz al otro lado, la distorsión cubriendo las palabras con arena-. Está viva. Y vamos a terminar lo que Los Valdés empezaron a menos que traigas cinco millones a los muelles.

Mi corazón se estrelló contra mis costillas, martilleando un ritmo violento que no había sentido en meses.

Sofía.

Había desaparecido hacía tres días. Me había convencido de que era lo mejor. Me había dicho a mí mismo que era peligrosa, inestable, un incendio forestal que no podía controlar.

Pero el silencio en el penthouse era ensordecedor. El parloteo incesante de Lucía sobre nombres de bebés y colores para la guardería había comenzado a sentirse como estática interfiriendo con una señal de radio.

-Déjame hablar con ella -exigí, mi agarre apretándose en el escritorio de caoba.

-No hay charla. Solo pago. -La línea se cortó.

No pensé. Me moví. El instinto tomó el volante. Agarré mis llaves y mi pistola en un solo movimiento fluido.

-¿Damián? -llamó Lucía desde la sala, su voz chillona contra mi pánico-. ¿A dónde vas?

-Negocios -dije, sin mirarla. No podía. Si la miraba, vería a la mujer que elegí, la opción segura. Y en este momento, todo lo que quería era a la mujer que había descartado.

Conduje primero al hospital. Lola. La bartender. Era la única con la que Sofía realmente hablaba.

La encontré fumando fuera de su edificio de apartamentos, apoyada contra la pared de ladrillo con una postura cansada. Cerré de golpe la puerta del auto, el sonido resonando como un disparo.

-¿Dónde está? -ladré, clavándole una mirada que usualmente hacía que hombres adultos rogaran por piedad.

Lola sopló una perezosa corriente de humo en mi cara.

-Se fue, pendejo. Y qué bueno.

-Alguien la tiene -dije, mi voz bajando a un gruñido peligroso-. Un secuestrador llamó. Quieren rescate.

Lola se rió. Fue un sonido áspero y ladrante que me crispó los nervios.

-¿Secuestrada? Ya debe estar en una playa en el hemisferio sur, Damián. Vi la confirmación del vuelo. Se fue.

-Entonces, ¿quién...? -me interrumpí, la confusión luchando con la adrenalina en mis venas.

Mi teléfono vibró de nuevo. Un texto. Una foto.

No era Sofía.

Era Lucía.

Estaba atada a una silla en un almacén, el miedo grabado en sus rasgos. Una pistola presionada contra su sien.

El texto decía: "Esposa equivocada. Tenemos a la favorita. Trae el dinero. O el heredero muere."

Mi estómago cayó como si el suelo hubiera desaparecido bajo mis pies. La había dejado sola en el penthouse. Los guardias... ¿dónde diablos estaban los guardias?

Corrí de vuelta al auto. Llamé al jefe de seguridad. No hubo respuesta.

Conduje como un hombre poseído a las coordenadas enviadas en el texto. Una fábrica textil abandonada en Apodaca.

No pedí refuerzos. Necesitaba arreglar esto. Necesitaba salvar a la madre de mi hijo.

Pero mientras conducía, pasándome los semáforos en rojo, un pensamiento oscuro se aferró a mi mente. ¿Por qué el primer llamador dijo que tenían a Sofía? ¿Por qué la confusión?

Llegué a la fábrica. Era un cascarón podrido de ladrillo y vidrios rotos, que se cernía contra el cielo gris. Revisé mi cargador. Lleno.

Me moví hacia las sombras, pegado a la pared. Entré por la puerta lateral, silencioso como un fantasma. Esperaba guardias. Esperaba resistencia.

No había nada. Solo el melancólico goteo de agua y el correteo de las ratas.

Me moví hacia el piso principal, con el arma en alto. Escuché voces.

-¿Ya viene? -La voz de una mujer. Impaciente. Molesta.

-Ya viene, nena. Relájate. El rastreador muestra que está a dos minutos. -La voz de un hombre. Áspera. Familiar.

Me congelé.

Me asomé por detrás de un pilar oxidado.

Lucía estaba allí.

No estaba atada. Estaba sentada en una caja, comiendo casualmente una manzana.

El hombre estaba de pie junto a ella, revisando su teléfono. Era Marco. Uno de mis propios soldados. Un hombre en quien había confiado mi vida.

-¿Segura que pagará? -preguntó Marco, mirando hacia la entrada.

-Pagó por Sofía, ¿no? -se rió Lucía, un sonido frío y calculador-. La entregó a Los Valdés. Pagará el doble por el 'heredero'.

Se frotó el estómago posesivamente.

-Además -continuó, dando un crujiente mordisco a la manzana-, necesito el dinero. Este bebé no va a ser barato, especialmente porque es tuyo, Marco. Necesitamos desaparecer antes de que salga pareciéndose a ti.

El mundo se detuvo. Las paredes de la fábrica parecieron cerrarse, aplastando el aire de mis pulmones.

El bebé. Marco. El secuestro.

Todo era una mentira.

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