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Vendida a la Bratva: La Traición de Mi Esposo
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Capítulo 6

Sofía de la Garza POV

La enfermera no solo evitaba mis ojos; miraba a través de mí. Ajustó el goteo intravenoso con una eficiencia practicada y distante que me dijo todo lo que necesitaba saber. Yo era un problema. Un lastre. Una paciente que convenientemente se había "caído" a una alberca en pleno diciembre.

-¿Dónde está él? -pregunté, mi voz raspando mi garganta como una bisagra oxidada.

-El señor Ferrer tuvo que irse -dijo, su atención fija por completo en su portapapeles-. Emergencia familiar. Algo sobre una caída. Dijo que usted entendería.

La implicación flotaba en el aire, pesada y sofocante. Entendía perfectamente. Lucía se cayó de la cama; yo me caí de un techo. Una de nosotras se quedó con el esposo. La otra obtuvo un goteo de solución salina y una orden de internamiento psiquiátrico.

La puerta se abrió, pero no era Damián. Era el Dr. Elizondo, el hombre que había firmado la historia médica fabricada de Lucía. Sostenía un grueso expediente bajo el brazo como un arma.

-Señora Ferrer -dijo. Hizo que el título sonara como un insulto-. Necesitamos discutir su plan de tratamiento.

-No necesito tratamiento -dije, obligándome a sentarme a pesar de que la habitación giraba como un carrusel-. Necesito un abogado.

Suspiró, el sonido de un hombre decepcionado por un niño rebelde.

-Esto es exactamente lo que le preocupaba a Damián. La paranoia. Los delirios. El trauma del secuestro por parte de Los Valdés ha desencadenado un brote psicótico severo.

Lo miré fijamente, la sangre corriendo en mis oídos.

-¿Disculpe?

-Usted cree que su esposo tiene una aventura con su cuñada -afirmó, golpeando rítmicamente el expediente-. Cree que hay una conspiración para matarla. Son alucinaciones, Sofía. Damián la ama. Está devastado por su estado mental.

Estaban reescribiendo la realidad en tiempo real. Estaban pintando sobre la sangre con cal, capa tras capa gruesa y sofocante.

-Vi el ultrasonido -dije, mis manos apretándose en puños sobre las sábanas ásperas-. Vi las fechas.

-Vio lo que su mente quería ver -dijo el Dr. Elizondo suavemente-. He firmado sus papeles de alta. Damián insiste en que se recupere en la Hacienda, bajo supervisión familiar. No quiere que la internen. Es muy misericordioso.

Misericordioso. La palabra sabía a bilis.

El tiempo se desdibujó en una neblina gris hasta que las llantas crujieron sobre la grava. Dos horas después, una Suburban negra me depositó en las puertas de hierro de los De la Garza. No regresaba como una hija. Regresaba como una prisionera.

Entré en el vestíbulo. El aire era tenso, espeso con el olor a cera de limón y viejos secretos. Mi padre, Don Ramiro de la Garza, estaba en lo alto de la gran escalera. Damián estaba un escalón debajo de él.

Parecían dioses del Antiguo Testamento juzgando a una pecadora.

-Nos has avergonzado -dijo el Don. Su voz no retumbó; cortó el silencio-. El Dr. Elizondo me dice que eres inestable. Que atacaste a Lucía en el baño. Que intentaste matar al heredero.

-Ella se arrojó contra el cristal -dije. Miré desesperadamente a Damián-. Dile.

El rostro de Damián era una máscara impenetrable de mármol.

-Lucía está en reposo en cama por tu culpa. El estrés casi le provoca un aborto. Te tiene terror, Sofía.

-Le tiene terror a la verdad -escupí, el veneno en mi voz sorprendiéndome incluso a mí.

El Don descendió las escaleras. Se detuvo frente a mí. No levantó la mano. No lo necesitaba. La decepción en sus ojos fue un golpe más pesado.

-Una mujer De la Garza no actúa como un perro rabioso -dijo fríamente-. Soporta. Apoya. Has fallado. -Se volvió hacia Damián-. ¿Puedes controlar a tu esposa, o necesito intervenir?

Damián me miró. Por un fugaz latido, no vi al subjefe. Vi al niño que solía pasarme cannolis extra de la cocina. El niño que prometió mantenerme a salvo.

Luego, el Capo tomó el control.

-Haz lo que se tenga que hacer -dijo Damián, sus ojos volviéndose muertos-. Necesita aprender su lugar.

El Don asintió a los guardias que estaban en las sombras.

-Llévenla a la capilla -ordenó el Don, su voz desprovista de calidez paternal-. Rezaremos por su cordura. Y luego nos aseguraremos de que la recuerde.

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