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Tú la elegiste, ahora me verás desaparecer
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Capítulo 6

Punto de vista de Elena

El agua se había ido, pero yo seguía ahogándome.

Yacía en la cama del hospital en el ala oeste de la hacienda, mirando fijamente al techo. Sentía los pulmones en carne viva, quemados, como si hubiera inhalado vidrios rotos. Cada respiración superficial era un recordatorio de la toalla, la jarra y el hombre que la había vertido.

Enzo estaba junto a la ventana, un centinela silencioso. No se había movido en una hora.

-No firmó los papeles -dijo Enzo. Su voz era baja, desprovista de la habitual rudeza de soldado.

-Lo sé -grazné. Tenía la garganta hinchada, las palabras raspaban contra los moretones.

-Cree que te rompió -continuó Enzo. Se volvió para mirarme, sus ojos buscando grietas-. ¿Lo hizo?

Me senté lentamente. La habitación giró violentamente. Me apoyé en la barandilla de metal frío de la cama, obligando al vértigo a someterse.

-Rompió a la esposa -dije, mi voz adquiriendo un filo dentado-. No me rompió a mí.

Alcancé el teléfono desechable que Enzo había escondido en el forro del colchón. Mis manos estaban firmes ahora. El temblor se había detenido en el momento en que el agua se detuvo.

Marqué un número que había memorizado años atrás, cuando era la Reina de este imperio, cuando manejaba los libros de Dante mejor de lo que él jamás pudo.

Sonó dos veces.

-Hable -respondió un pesado acento ruso.

-Nikolai -dije.

Hubo una pausa. Luego una risa baja y divertida. -Señora Montenegro. ¿A qué debo el placer? ¿Ya murió el Segador?

-Todavía no -dije-. Pero puedo darte sus piernas. La expansión de los muelles de la costa. Los planos, la rotación de seguridad, los puntos ciegos.

La línea quedó en silencio. El aire en la habitación pareció tensarse. Ese territorio valía miles de millones. Era la puerta de entrada al Atlántico.

-¿Y el precio? -preguntó Nikolai.

-Un favor -dije-. Necesito un escenario. Y necesito que tú seas el villano.

-Hecho.

Colgué y le pasé el teléfono a Enzo. -Liquida las cuentas en el extranjero. Las que están a mi nombre de soltera. Prepara el barco.

-Elena -dijo Enzo, la duda parpadeando en su mirada-. Este es un viaje de ida. Si esto falla, nos matará a los dos.

-Si nos quedamos, ya estoy muerta -dije.

La manija de la puerta giró.

Enzo hizo desaparecer el teléfono en su chaqueta con velocidad practicada. Me recosté contra las almohadas, dejando que mis hombros se desplomaran, dejando que el fuego en mis ojos se apagara hasta convertirse en una ceniza opaca y derrotada.

Dante entró.

Se veía impecable. Traje nuevo, cabello peinado hacia atrás, el aroma a sándalo caro enmascarando el olor a cloro. Pero había una tensión en sus hombros. Caminó hacia la cama y me miró. Buscaba desafío. Esperaba la pelea.

No se la di.

Bajé la mirada. Dejé escapar una única lágrima calculada.

-Lo siento -susurré.

Dante se congeló. Parpadeó, como si no me hubiera escuchado correctamente.

-¿Qué?

-Lo siento -repetí, mi voz quebrándose perfectamente-. Estaba celosa. Fui irracional. Tenías razón. Sofía es familia. No debí... no debí haber hecho una escena.

La tensión abandonó su cuerpo al instante. Dejó escapar un largo suspiro y se sentó en el borde de la cama. Extendió la mano y tocó mi mejilla. Sus dedos estaban cálidos. No me inmuté. Requirió cada onza de fuerza de voluntad que poseía para no clavarle los dientes en la mano.

-Sabía que estabas ahí dentro -dijo Dante suavemente-. Sabía que solo necesitabas que te... recordaran.

-Ahora sé cuál es mi lugar -mentí, el sabor amargo en mi lengua.

Se inclinó y besó mi frente. -Bien. Mañana tenemos la ceremonia de entrega en los muelles. La expansión finalmente está completa. Te quiero allí, a mi lado. Quiero que todos vean que la Reina ha vuelto.

-Sería un honor -dije.

Sonrió. Era la sonrisa de un hombre que creía haber ganado. Pensó que había domado a la fiera. No se dio cuenta de que acababa de invitar a la asesina a su cama.

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