Miraba los departamentos mientras el amable caballero bajaba sus maletas, eran pequeños, pero se veían acogedores, como un complejo lleno de familias, nada más tranquilo que eso.
- Que tenga un buen día señorita –le sonríe, ella asiente y le paga antes de comenzar a caminar hacia el interior, abre las puertas y sin saber cómo, siente como choca contra alguien.
- Lo siento –había escuchado un suave plam de sus maletas cayendo, además de eso, unos fuertes brazos habían impedido que cayera.
- La culpa es mía, iba demasiado rápido –responde una profunda y fría voz, al volver la vista, podía notar lo hermoso que era, parecía hipnótico verle. Se sonroja al darse cuenta.
- Gracias –se aleja con cuidado y comienza a levantar sus maletas, el chico se agacha para ayudarle–, no es necesario –dice apenada cuando ve que las carga.
- Es lo menos que puedo hacer, ¿a qué piso te mudas? –le mira con seriedad, «seguro sería súper guapo si sonriera».
- Al tercer piso, departamento 312 –dice aferrándose a la correa de su mochila, era más cómodo que una bolsa de mano.
- Vamos, te ayudo –tras decir aquello, se gira y camina al elevador, comienza a correr para alcanzarle, el hombre debía medir un metro ochenta y algo, contra su metro cincuenta y cinco, no había mucho que hacer.
- Gracias –dice una vez dentro del elevador, se sentía nerviosa, no sabía si por el guapo desconocido, porque le ayudaba o porque mantenía un silencio sepulcral.
- No hay de qué –dice con voz fría, podía estar molesto pero la pobre chica no tenía la culpa, su madre le había enseñado modales.
Sale en cuanto las puertas se abren, de reojo mira a la chica casi correr para alcanzarle, ahora podía ver lo pequeña que era, era gracioso verla andar.
- Puedes dejarlas aquí, yo me encargo, muchas gracias –de manera torpe buscaba las llaves, su mano temblaba mientras colocaba la llave y abría la puerta, sin pedir permiso entra dejando las maletas en la sala–. Gracias –dice tras entrar, se veía nerviosa.
- De nada, bienvenida –dice antes de salir, suspira y sube a su piso, no le gustaba pelear con su madre, menos por el idiota de su padre.
Comienza a guardar el contenido de la maleta, el lugar era pequeño pero acogedor, tenía dos habitaciones, quizás Ally pudiera venir a visitarla, cuando todo estuviese en calma.
Ahora, debía salir a comprar un poco de comida y hacer un pequeño recorrido, no quería llegar tarde mañana a su primer día de trabajo en la inmobiliaria. Había tanto que agradecerle a Ally, la casa, el trabajo, su libertad, sin ella, quizás ahora estaría muerta, ni siquiera sabía cómo no había muerto hasta ahora, ¿qué la motivaba a vivir?
No lo sabía, creía que había algo más, algo especial esperando por ella, y bueno, una vez había escuchado que el final, era sólo el principio, y ahora lo creía, ese final era el inicio de una nueva y tranquila vida.