Clare estaba sentada con las piernas cruzadas sobre la manta, escuchando el sordo estruendo del agua. Siguió la mirada de Michael y observó el pintoresco paisaje. La carretera que corría paralela al río, a través del cañón, era una cinta estrecha y sinuosa. Vio el viejo puente que unía las dos mitades de la Colonia Tovar. Su casita, situada en la misma ribera que la de Michael, apenas se divisaba desde allí.
Hunter, que había desistido de conseguir más patatas fritas, estaba tendido tras ella, sobre una roca caldeada por el sol.
-Sí, puede que te comportaras como un idiota -dijo Clare al cabo de un momento-. Pero tal vez en parte fuera culpa mía. No manejé muy bien la situación. Anoche, cuando te marchaste, estuve dándole vueltas. Y he llegado a la conclusión de que tenías razón. He estado lanzándote señales confusas.
Los ojos de Michael se movieron lentamente del paisaje del valle hasta su cara.
-¿Señales?
Clare jugueteó con un tallo de hierba que había arrancado.
-Sí, señales, ya sabes lo que quiero decir.
-Sí, sé lo que quieres decir -dijo él ásperamente-. Por lo menos, es un alivio saber que no eran imaginaciones mías.
Clare esbozó una sonrisa.
-De todos modos, creo que, con una imaginación como la tuya, deberías tener cuidado con la manera en que interpretas las cosas.
Michael tomó su lata de cerveza y bebió un largo trago mirándola por encima del borde.
-Puedo controlar mi imaginación. Casi siempre.
-Ya veo. Entonces, ¿son tus hormonas lo que te cuesta controlar?
Los ojos de Michael brillaron a la luz del sol.
-Mis hormonas también puedo controlarlas casi siempre. Pero cuando estoy contigo, parecen volverse un poco locas.
Clare se mordió un instante el labio inferior y luego optó por ser completamente sincera.
-Creo que, en parte, deseaba que así fuera -admitió suavemente-. Porque a mí también me cuesta controlar mis hormonas cuando estoy contigo -apartó los ojos, incapaz de sostener su mirada-. Normalmente, no me cuesta ningún trabajo. Hacía mucho tiempo que no me sentía tan atraída por alguien.
-Entonces, tal vez deberíamos compadecernos de nosotros mismos -dijo Michael con ironía-. Vayámonos a la cama, y todo solucionado.
Clare chasqueó la lengua y se echó hacia atrás apoyándose en los codos.
-Eres un romántico incurable -dijo sarcásticamente.
-Escribo novelas de miedo, no de amor.
-Eso no es excusa -replicó ella.
-Ya es hora de que dejemos de comportarnos como un par de adolescentes y empecemos a actuar como adultos. Ninguno de los dos quiere que se repita lo de anoche.
-Haré otro trato contigo -dijo Clare-. Si no vuelves a mencionar lo de anoche, yo tampoco lo haré.
Michael se encogió de hombros.
-Como quieras, siempre y cuando no estés tratando de ponerle fin a lo que está ocurriendo entre nosotros. ¿Quedan papas?
-Creo que Hunter se ha comido las últimas.
-Cómo no. -Michael lanzó una mirada de fastidio al perro soñoliento-. Un día de estos, ese monstruo y yo tendremos una conversación muy seria.
-Hablando de conversaciones serias...
-¿Sí?
-Háblame de Elizabeth Velutini.
-Te prometí unas cuantas repuestas, ¿no es cierto?
-Sí, así es.
Michael bebió otro trago de cerveza.
-En realidad, no hay mucho que contar. Estuve casado con Sofía Velutini. Técnicamente, esa vieja arpía era mi suegra.
-¿Qué es de Sofía?
-Murió.
-Oh. Lo lamento.
-Elizabeth Velutini siempre me ha culpado de la muerte de Sofía, entre otras cosas -la boca de Michael se tensó-. Supongo que debería empezar por el principio.
-Soy toda oídos.
Él respiró hondo y volvió a mirar el pueblecito que se extendía allá abajo.
-Mi madre y mi tía Jesse nacieron ambas en la Colonia Tovar. Procedían del lado malo de la cascada, como dice la gente de por aquí -sonrió agriamente señalando unos cuantos tejados en la margen izquierda del río-. Pasaron aquí toda su vida. Mi madre trabajaba en un bar del pueblo y soñaba con casarse con un hombre del otro lado del río.
-¿Y tu tía Jesse?
Los ojos de Michael se suavizaron levemente.
-La tía Jesse soñaba mucho también, pero no con casarse y mudarse al lado elegante del pueblo. Ella vertió todos sus sueños en una inacabable corriente de poemas y relatos que casi nunca llegó a publicar. Se consideraba una escritora, aunque nadie más le concediera crédito, y se sentía obligada a vivir conforme a la idea que tenía de sí misma. Era excéntrica, impredecible y errática. Casi siempre parecía estar en otro mundo. Pero cuando murió mi madre, no dudó en hacerse cargo de mí. A su modo, era una buena mujer, aunque un tanto rara. Y me enseñó muchas cosas.
-¿Qué cosas?
-Sobre todo, a cuidar de mí mismo. Lo hizo dejándome a mí al aire casi todo el tiempo. Y funcionó. Crecí sabiendo que solo se puede contar con uno mismo.
-¿Qué hay de tu padre? -preguntó Clare cautelosamente.
-¿Mi padre? Nunca tuve el privilegio de conocerlo. Trabajó un tiempo en una aserrería cerca de aquí. Lo justo para dejar a mi madre preñada. Luego desapareció.
-Oh.
Michael la miró.
-Sí, eso es lo único que puede decirse al respecto: <>. En cualquier caso, y para resumir una historia terriblemente larga y aburrida, yo me crie con la tía Jesse. Y supongo que me volví un poco salvaje. Era el maleante número uno del otro lado de la cascada. Siempre metido en líos. Siempre me echaban a mí las culpas cuando desaparecían los tapacubos de algún coche. Siempre me señalaban a mí cuando había una pelea en el baile de la escuela. Siempre era yo a quien detenían cuando el comandante de la policía Luis oía hablar de una carrera a medianoche en la carretera del río.
-Y me imagino que siempre eras totalmente inocente, ¿no?
Él esbozó una sonrisa.
-Por supuesto. Excepto en lo de las carreras por la carretera del río.
-En resumen, la clase de chico contra el que nos advierten nuestras madres -dijo Clare, divertida.
-Me temo que sí. -Michael se tumbó de espaldas y apoyó la cabeza entre sus brazos cruzados.
-Bueno, eso tiene sentido -dijo Clare con calma-. Naturalmente, esa clase de chicos siempre son los más interesantes. Yo siempre quise conocer a alguno.
Michael parpadeó lánguidamente.
-¿Y nunca lo conseguiste?
-Por desgracia, no. Yo no era del tipo que esos chicos encuentran fascinante. Por un lado, no era muy bonita. Y por otro, era demasiado seria. Desde el primer día de colegio, comprendí que tenía que llegar a algo. Siempre tenía la cabeza metida en un libro. Cuando salí del liceo, me zambullí de cabeza en la carrera.
-Y esos chicos que robaban tapacubos, conducían demasiado deprisa y llevaban el pelo largo, dejaron de interesarte, ¿no es así? En tu elegante estilo de vida, no había sitio para un tipo así.
Clare no estaba dispuesta a dejarse vencer.
-No sé si habríamos encajado o no. Ya te lo he dicho: nunca tuve oportunidad de conocer a alguien así.
-Por suerte para ti. Si no, podrías haberte quedado embarazada a los dieciocho, como Sofía Velutini.
Clare vaciló un momento.
-¿Dejaste embarazada a la hija de Elizabeth Velutini?
-Sí.
Clare comenzó a irritarse.
-¿Y bien? No te pares ahí. ¿Cómo ocurrió?
Le lanzó una mirada de sorna.
-De la manera habitual.
-Basta, Michael. Sabes perfectamente lo que quiero decir.
Él suspiró lentamente.
-Sofía Velutini era la princesa de la Colonia Tovar. Era la chica más rica del pueblo, la más guapa y la alumna mejor vestida del liceo. El día que cumplió dieciséis años, sus padres le regalaron un descapotable rojo. Podía salir con cualquier chico que se le antojara. Era un año más joven que yo y yo estaba tan loco por ella como cualquier otro chico del pueblo.
-¿Y ella qué sentía por ti?
-Me encontraba interesante. Pero sus padres la vigilaban de cerca.
-Ah, el viejo síndrome del fruto prohibido.
-Por ambas partes, en este caso -admitió Michael-. Pero entre nosotros no ocurrió nada hasta que me fui al servicio militar. Para mí, el ejército era un modo de escapar de la Colonia Tovar, y me enrolé el mismo día que salí del liceo. Eddy Rivera se fue conmigo. El verano de mi diecinueve cumpleaños, volví a casa de permiso y allí estaba Sofía, recién graduada y preparándose para irse a la universidad. Me echó una mirada y decidió averiguar a qué sabía el fruto prohibido.
-Y tú le echaste una mirada y decidiste probar cómo era acostarse con una auténtica princesa.
-Más o menos. Pero ninguno de los dos era tan maduro como pensaba. Yo creía saber todo lo necesario para tomar precauciones, y Sofía creía saber todo lo necesario acerca de los días seguros del mes y de otros métodos míticos de evitar el embarazo. El resultado fue que corrimos ciertos riesgos que no debimos correr.
-Y Sofía se quedó embarazada.
Michael asintió con indiferencia.
-Aquello fue un infierno. Sofía estaba muy asustada. Su madre no dejaba de gritarle, y su padre amenazó con mandarme a la cárcel o pegarme un tiro. Los dos convinieron en que lo mejor era librarse del embarazo lo más rápida y discretamente posible. A nadie se le ocurrió que Sofía se casara conmigo y tuviera al niño.
-Así que escaparon-concluyó Clare.
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-Creíamos que estábamos enamorados. O por lo menos, yo lo creía. También creía que debía protegerla de sus padres. Creo que la pobre Sofía no pensaba en absoluto. Estaba hecha un manojo de nervios, dividida entre sus padres furiosos y el chico del lado malo de la cascada. Yo me encargué de todo, la saqué de casa y me la llevé de la ciudad antes de que pudiera pensárselo dos veces. Nos casamos en Maracay y luego la llevé a la base del ejército donde estaba destinado. Matthew nació siete meses después.
-¿Matthew?
-Mi hijo.
Clare sonrió al notar un leve deje de orgullo en su voz.
-¿Qué le ocurrió a Sofía?
Michael arrojó un puñado de piedritas a la cascada.
-Sus padres pensaron que podían obligarla a volver a casa si amenazaban con desheredarla. Nunca dejaron de presionarla. Y Sofía no aceptó de buen grado la maternidad. Para empezar, ella no había decidido tener a Matthew. Todo había sido un estúpido accidente, y decidió que no tenía por qué pagar por ello el resto de su vida. Tal vez tuviera razón. En fin, no lo sé.
-Era muy joven.
-Sí, es verdad. Sofía y yo discutíamos mucho. Un día volví a casa y descubrí que se había marchado. Dejó una nota diciéndome que Matthew estaba en casa de unos vecinos y que ella ya no aguantaba más. Que su vida estaba arruinada y que iba a volver con sus padres. Quería empezar de nuevo. Nunca volví a verla. Se mató en un accidente de tráfico, en la autopista regional del centro. Sus padres nunca me perdonaron. En el funeral, me dijeron que no querían volver a verme a mí ni a mi hijo. Y yo cumplí encantado sus deseos.
-¿Y no has vuelto a casarte?
Michael sacudió la cabeza.
-Supongo que con una vez tuve bastante. Además, estaba muy ocupado con mi hijo. Crie a Matthew yo solo. Cometí muchos errores por el camino, pero lo saqué adelante -sus ojos se dulcificaron-. Acaba de terminar su primer año en la universidad Central. Y muy bien, por cierto. Quiere ser ingeniero.
-Felicidades -dijo Clare suavemente. Apoyó los codos sobre las rodillas levantadas y descansó la barbilla sobre sus manos-. Habrá sido duro a veces.
Michael hizo una mueca.
-No sabes cuánto. Como te decía, cometí muchos errores. Te aseguro que no querría pasar por ello otra vez. Pero Matthew y yo sobrevivimos.
-¿Y esa es la gran saga de Michael Escotet y el pueblo de la Colonia Tovar?
Él la miró.
-Esa es.
-Creo que entiendo por qué no has vuelto hasta ahora.
Michael siguió observando su tiara.
-Ya he contestado a tus preguntas.
Clare sintió calor en las mejillas y apartó la mirada.
-Sí, así es.
-Yo también tengo unas cuantas preguntas que hacerte -dijo Michael suavemente.
Complacida porque al fin mostrara un verdadero interés por su pasado, ella lo miró.
-¿Ah, sí?
-La mayoría puede esperar.
-Ah. -Clare se sintió levemente decepcionada.
-Todas, salvo una. -Michael extendió los brazos y la tumbó suavemente sobre su pecho-. Es una pregunta muy directa. Para contestarla, no hace falta más que un <> o un <>. -Clare intentó conservar el aplomo, pero no se apartó. Apoyándose contra él, lo miró fijamente-. ¿Sí o no, Clare?
El rugido de la cascada atronaba sus oídos y la suave fragancia de los bosques bañados por el sol la rodeaba. Tenues penachos de niebla y mágicas criaturas de luz volaban allá arriba, en el cielo. Una de sus piernas, enfundadas en vaqueros, se deslizó entre los muslos de Michael y allí quedó atrapada. El cuerpo de Michael era fuerte, fibroso y duro, infinitamente tentador. Sus ojos eran pozos de fuego gris, listos para arder en llamaradas.
Clare comprendió con cegadora claridad que se estaba enamorando.
-Sí -musitó, y alzó la cabeza para besarlo.