-Unos tacos perfectos -dijo Clare mientras comían, cuando la conversación decayó-. Probó a lanzarle a Roxana una sonrisa de mujer a mujer-. Los hombres están muy dotados para la cocina, ¿no crees?
Roxana parpadeó y miró indecisa a Matthew.
-No sé -balbució.
Clare lo intentó otra vez.
-La salsa está en su punto, Matthew. Pica más que el sol en pleno agosto. ¿La has hecho tú, o tu padre?
-Mi padre. -Matthew le dirigió una sonrisilla nerviosa y procuró seguir la conversación-. A él le gusta picante como para prenderle fuego al plato.
-Matthew ha hecho el relleno de carne -dijo Michael suavemente mientras se preparaba otro taco, colocando despaciosamente capas de carne, queso, lechuga, tomate y salsa. Era la primera vez que hablaba en largo rato.
-Pues está delicioso -dijo Clare rápidamente-. Alguna afortunada se va a llevar un marido estupendo. ¡Imagina, dar con uno que sepa cocinar!
Al instante comprendió que había dado un paso en falso. El silencio, que ya antes pendía como un peso muerto sobre la mesa, se hizo aplastante. Roxana miró fijamente su plato, con el mentón tembloroso. El semblante de Matthew adquirió una expresión amarga. Y Michael, sentado a la cabecera de la mesa, se dedicó a dar fieros mordiscos a su taco.
A Clare se le ocurrió levantarse e irse en ese mismo momento. No quería mezclarse en las disputas familiares de Michael. Pero algo en la mirada temerosa de Roxana Lambert la impulsó a quedarse. Era injusto dejar allí sola a la pobre chica, con Michael y su hijo, si se estaba preparando una tormenta.
Sin previo aviso, Matthew dejó su vaso de refresco bruscamente sobre la mesa.
-Es curioso que mencione el matrimonio, señorita Herrera-dijo con voz tensa-, porque la principal razón por la que Roxana y yo estamos aquí es que queríamos decirle a mi padre que estamos pensando en casarnos antes de volver a la universidad en otoño.
No era de extrañar que Michael permaneciera en su asiento como si fuera a estallar de un momento a otro.
-Entiendo -dijo Clare, azorada-. Qué, eh, interesante.
Pero no se le ocurrió qué decir a continuación.
-A mi padre no se lo parece -dijo Matthew.
Michael tiró en el plato lo que le quedaba del taco y clavó en su hijo una mirada furibunda.
-Es una idea condenadamente estúpida, eso es lo que creo.
Las lágrimas temblaron en los ojos de Roxana. El semblante de Matthew se endureció. Clare hizo una mueca de malestar. Ya se habían arrojado los guantes. Comprendió que la pobre Roxana y ella estaban a punto de presenciar una acalorada discusión entre los dos hombres.
-Disculpen -dijo levantándose de repente-. Creo que no quiero oír esto. Roxana, ¿te apetece venirte conmigo? No creo que ninguna tenga ganas de ver pelearse a estos dos.
-Siéntate -dijo Michael entre dientes.
-Dame una buena razón -dijo Clare.
Michael respiró hondo haciendo un esfuerzo sobrehumano por contenerse.
-Matthew y yo discutiremos este asunto más tarde. Este no es el momento ni el lugar.
-Cierto. -Clare se sentó cautelosamente-. No sabía si habías reparado en ello.
Matthew la miró con respeto. Al parecer, no estaba acostumbrado a que alguien le hablara así a su padre. Dudó un momento y luego sacó a relucir lo que sin duda le pareció un tema de conversación inofensivo.
-Papá me ha dicho que está usted pasando el verano aquí, señorita Herrera. ¿Cómo se le ocurrió venir a la Colonia Tovar? Por lo que ha dicho mi padre y por lo que he visto, no es precisamente el lugar de vacaciones más apasionante.
Clare se compadeció de él y sonrió levemente.
-No sé muy bien por qué elegí este pueblo. Pedí una excedencia en mi empleo, en Caracas, y sentí la necesidad de pasar una temporada fuera de la ciudad. Quería cambiar de escenario por completo. Como le dije a Michael, un día saqué un mapa y el nombre de la Colonia Tovar me llamó la atención. Resultó que había unas cuantas cabañas disponibles, y alquilé una para el verano.
Matthew asintió.
-¿Y cómo es que pidió una excedencia?
-Bueno, es una historia complicada. Estaba esperando un ascenso en la empresa para la que llevaba trabajando cuatro años. Estaba convencida de que me lo merecía. Había trabajado muy duramente para conseguirlo y, para ser sincera, creía que era cosa hecha.
-¿A qué se dedica exactamente? -preguntó Matthew.
-Soy graduada en contabilidad y administración de empresas. Trabajaba como subdirectora de la oficina del interventor general de una división de Eyesstaf.
-Así que, ¿se dedicaba a hacer previsiones financieras y cosas así?
Clare asintió halagada por su interés.
-Sí, eso es. Ayudaba a hacer las previsiones, pero sobre todo me dedicaba a trabajos de contabilidad administrativa. Aunque ahora está todo informatizado, claro.
-¿Y qué pasó con su ascenso?
-Pues que, al final, no lo conseguí. Así que tuve que replantearme mi situación. Se hizo evidente que, en Eyesstaf, las mujeres pueden ascender hasta los puestos medios de dirección, pero no más allá. Los hombres que ocupan los altos cargos han trazado una línea de separación muy clara.
Roxana alzó la mirada mostrando un leve interés por la conversación.
-¿Cree que le negaron el trabajo por discriminación sexual?
-Es la única razón que se me ocurre. No había nadie más cualificado para ese puesto que yo, y todo el mundo lo sabía.
-Pero eso es ilegal -dijo Roxana frunciendo el ceño, asombrada.
-Siento desengañarte, Roxana, pero el hecho de que actualmente haya leyes que protejan a las mujeres de la discriminación laboral no significa que sea fácil conseguir que los empresarios las cumplan. En mi caso, no pude probar que se trataba de discriminación sexual, y, por lo tanto, no pude hacer nada.
-Así que decidió tomarse una excedencia -dijo Matthew asintiendo-. ¿Piensa volver?
-No. Le he dado muchas vueltas y creo que acabaré presentando mi dimisión. En el mundo empresarial, hay que saber cuándo cortar las amarras. -Dijo Clare con calma.
-¿Y no la enfureció la situación? -insistió Matthew.
Clare levantó la vista de su taco y, por un instante, la furia impotente que había sentido se reflejó en sus ojos.
-Oh, sí -musitó con voz crispada-, por supuesto que me enfurecí. Más que en toda mi vida. Nunca me había sentido tan impotente ni tan frustrada. Había trabajado mucho para conseguir ese puesto. Había hecho incontables horas extras sin remuneración alguna. Le había sacado muchas veces las castañas del fuego a mi jefe. Cuando empecé a trabajar allí, la división perdía medio millón al año. Al cabo de un año, frenamos las pérdidas y seis meses después comenzamos a obtener beneficios. Esa división de Eyesstaf gana ahora un millón y medio al año. Y he de decir que yo tuve mucho que ver en ese cambio.
-Oh, vaya -dijo Matthew, impresionado. Michael y Roxana la miraban como si no acabaran de darse cuenta de que estaba sentada a la mesa.
-Pero en lo que realmente me equivoqué -continuó Clare con rabia apenas contenida- fue en creer a la dirección de la empresa cuando me aseguraron que al puesto podían optar tanto mujeres como hombres. Confié en una banda de ejecutivos que me mintieron con todo descaro. Me utilizaron, pero cuando llegó el momento de darme el ascenso, se desentendieron de mí. Sí, Matthew, me enfurecí muchísimo.
Otro tenso silencio cayó sobre la mesa mientras se evaporaban los últimos vestigios de la rabia de Clare. Esta recuperó la calma casi inmediatamente, pero Michael la miraba con expresión de asombro.
-Cielo santo, Clare, no sabía nada -dijo Michael-. ¿Por qué no me dijiste que había sido tan duro?
Ella se encogió de hombros.
-Porque no me lo preguntaste.
-No -reconoció él lentamente-. Supongo que no.
Roxana parecía perpleja.
-Pero yo pensaba que ahora todo era distinto para las mujeres.
-A veces sí. Y a veces no. En realidad, en los niveles más altos de las empresas, las cosas siguen como antes.
-¿Y cómo sabe que en su siguiente trabajo le irán mejor las cosas? -preguntó Matthew.
-Buena pregunta -dijo Clare intentando aligerar su voz-. Ése es uno de los riesgos que corremos las mujeres en el mundo de los negocios. El único modo de asegurarme sería fundar mi propia empresa, supongo -miró a Roxana-. ¿Qué clase de carrera piensas hacer, Roxana?
Roxana se mordió el labio con nerviosismo y miró rápidamente a Matthew.
-Aún no lo sé. La verdad es que no he pensado mucho en ello. Seguramente dependerá de lo que haga Matthew. Quiero decir que, eh, si nos... -se interrumpió bruscamente.
-Pero sin duda no tomarás una decisión respecto a tu carrera basándote en lo que haga Matthew, o en sí se casan o no -dijo Clare, sorprendida-. Las mujeres tenemos la obligación de ser capaces de cuidar de nosotras mismas.
-Parece una de esas feministas radicales que estudiamos en la escuela -masculló Roxana.
-No -dijo Clare-. Solo soy práctica. Tengo la suficiente experiencia como para saber que, cuando las cosas se ponen feas, solo se puede confiar en uno mismo. ¿No es así, Michael?
Michael la miró fijamente.
-Sí, así es. ¿Quieres otro taco, Clare?
Ella se echó a reír y se levantó.
-No, gracias, estoy llena. Estaba todo delicioso. Y dado que Matthew y tú han preparado tan bien la cena, creo que Roxana y yo deberíamos fregar. ¿Te parece bien, Roxana?
La muchacha asintió de mala gana. Clare tuvo la impresión de que no quería separarse de Matthew ni un momento. Pero al fin se levantó y comenzó a recoger los platos.
-Qué cabaña tan tétrica, ¿verdad? -dijo la joven mientras seguía a Clare a la cocina.
Clare miró a su alrededor. La vieja cabaña de dos plantas estaba en buenas condiciones, pero tenía un innegable aire de pobreza y melancolía. Las tablas del suelo crujían. Las paredes estaban desnudas. Las lámparas eran viejas. Los pasillos, oscuros. Los muebles, pasados de moda y desvencijados. Y las cortinas estaban tan descoloridas, que resultaba difícil descubrir un indicio de su floreado original. Había algo indefiniblemente triste en torno a la vieja casa de la tía Jesse, como si los sueños malogrados de su dueña siguieran encerrados allí.
-Sí, es un poco tétrica. Pero en cierto modo encaja con la idea que uno se hace de la casa de un escritor de novelas de terror -dijo Clare con viveza.
Roxana volvió a mordisquearse el labio.
-El señor Escotet me odia.
-No seas tonta. ¿Cómo iba a odiarte? Apenas te conoce. Es la idea de que Matthew y tú se casen, que lo disgusta. Cree que son demasiado jóvenes.
-Pero Matthew me dijo que él se casó a los diecinueve años.
-Precisamente por eso se opone a que Matthew se case a la misma edad. Sabe por experiencia que con diecinueve años se es demasiado joven para dar ese paso.
-Usted está de su parte, ¿verdad?
-No exactamente. Pero tengo mi opinión al respecto y he de admitir que no creo que una mujer deba pensar en el matrimonio hasta que se haya labrado una carrera. Es demasiado arriesgado.
-Me recuerda usted a mis padres. Ellos siempre me están diciendo lo que debo hacer, siempre intentando manejar mi vida. Creen que aún soy una niña y me tratan como tal.
-Seguramente solo quieren que no cometas un grave error a tu edad -dijo Clare en tono apaciguador, pensando que ella no era quién para sermonear a una chica sobre cómo conducir su vida.
-Matthew y yo somos adultos, ¿sabe? Podemos decidir lo que nos plazca.
-En parte, ser adulto consiste precisamente en no sentir la necesidad de decirle a los demás adultos que lo eres.
-¿Qué quiere decir con eso? -dijo Roxana, aturullada.
-No importa.
-Como si la gente que no quiere que nos casemos supiera de lo que está hablando -se quejó Roxana, enfurruñada-. Piense en usted, por ejemplo. Es mucho mayor que yo, tiene una carrera y todo eso, pero no se ha casado. ¿Cree que quiero acabar así? Y mire al señor Escotet. Él tampoco está casado. Mis padres lo están, claro, pero no paran de gritarse el uno al otro. Siempre peleándose. La verdad es que ninguno de ustedes conoce el amor verdadero.
Clare vio las lágrimas incipientes en los ojos de Roxana y esbozó una triste sonrisa.
-Puede que tengas razón, Roxana.