La cortina de cristal
img img La cortina de cristal img Capítulo 7 Cap. 7: Sorpresa
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Capítulo 10 Cap. 10: La cascada de la Prisionera img
Capítulo 11 :Seduciendo al ocaso I img
Capítulo 12 Seduciendo al ocaso II img
Capítulo 13 : Sucesos del pasado img
Capítulo 14 : Elizabeth Velutini img
Capítulo 15 : La sombra img
Capítulo 16 : Aprender a confiar img
Capítulo 17 : Aprender a confiar II img
Capítulo 18 : Encuentros img
Capítulo 19 : Malentendidos img
Capítulo 20 : Malentendidos II img
Capítulo 21 : La sombra oculta img
Capítulo 22 : La sombra oculta II img
Capítulo 23 : Comandante de la policía img
Capítulo 24 : Comandante de la policía II img
Capítulo 25 : El intruso img
Capítulo 26 : El intruso II img
Capítulo 27 : La noticia img
Capítulo 28 : La noticia II img
Capítulo 29 : La Cena img
Capítulo 30 : La cena II img
Capítulo 31 : Pasados oscuros img
Capítulo 32 : Pasados oscuro II img
Capítulo 33 : Oficina de envíos img
Capítulo 34 : Oficina de envíos II img
Capítulo 35 : Oficina de envíos III img
Capítulo 36 : Oficina de envíos IV img
Capítulo 37 : Fiesta img
Capítulo 38 : Al fin juntos img
Capítulo 39 : Al fin juntos II img
Capítulo 40 : Desacuerdos img
Capítulo 41 : Desacuerdos II img
Capítulo 42 : Persecución img
Capítulo 43 : Persecución II img
Capítulo 44 : Persecución III img
Capítulo 45 : Persecución IV img
Capítulo 46 : Disputa img
Capítulo 47 : Disputa II img
Capítulo 48 : Nueva vida img
Capítulo 49 : Nueva vida II img
Capítulo 50 : La gota que derramó el vaso img
Capítulo 51 : Incordio img
Capítulo 52 : Incordio II img
Capítulo 53 : Bajó el mismo efecto img
Capítulo 54 : Bajó el mismo efecto II img
Capítulo 55 : Decisiones img
Capítulo 56 : Decisiones II img
Capítulo 57 : Tregua img
Capítulo 58 : Convalecencia img
Capítulo 59 : Convalecencia II img
Capítulo 60 : Rivales img
Capítulo 61 : La verdad img
Capítulo 62 : La Verdad II img
Capítulo 63 : Más allá de la oscuridad img
Capítulo 64 : Destino img
Capítulo 65 : Destino II img
Capítulo 66 : Destino III img
Capítulo 67 Epílogo img
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Capítulo 7 Cap. 7: Sorpresa

No le gustó la reacción de Clare, pero se comportó con su frialdad habitual. Seguramente porque estaba convencido de que no tardaría en hacerla cambiar de opinión.

<> le había dicho. <>.

Esa noche, después de que Michael se marchara, Clare consideró su proposición durante largo rato. Posiblemente él tenía razón. Ya se acostaban juntos. ¿Por qué no mudarse a su casa?

Solo durante el verano.

En el fondo, Clare sabía que eso era lo que la molestaba. Michael Escotet no miraba más allá del final del verano. Respecto a eso, era absolutamente sincero.

Inquieta, apartó las mantas y se levantó de la cama. Hunter se incorporó mientras ella se ponía la bata y buscaba las zapatillas. El perro la miró desconcertado.

-¿Qué te parece un tentempié de medianoche? -le preguntó.

Hunter aguzó las orejas y salió tras ella al pasillo.

-No hay que decírtelo dos veces, ¿eh? Michael y tú respondéis muy bien al estímulo de la comida.

A Hunter seguramente no le hacía ninguna gracia que lo emparejaran con su rival, pero mantuvo la boca cerrada y permaneció alerta mientras Clare sacaba una galleta para perro y se la daba. El animal se la quitó de entre los dedos con delicadeza y se la tragó sin masticar.

-Dios mío, qué tragaderas tienes -dijo Clare mientras sacaba una galleta salada para ella-. Michael tiene razón. Con esa forma de engullir que tienes, uno no puede dejar de preguntarse cómo te las arreglabas para alimentarte antes de que yo apareciera. -Hunter abrió la boca intentando componer, seguramente, una sonrisa encantadora. El resultado, sin embargo, no fue sino dejar al descubierto sus dientes-. No hagas eso -le regañó Clare-. Me recuerdas a Michael.

Se sentó a la mesa para comerse su galleta salada. Al lado tenía el ejemplar de El precio del terror que Michael le había regalado unas semanas antes. Todavía estaba intentando quitarse de la cabeza el último párrafo del capítulo que había leído el día anterior. Dudó un momento, pero al fin, sin poder evitarlo, abrió el libro para averiguar qué le ocurría al protagonista, un hombre llamado Néstor.

En aquellos últimos minutos, el hombre sólo podía pensar en la aberración que suponía el que una criatura tan malvada tuviera una apariencia tan inocente. Un monstruo debía parecer un monstruo. Había que ser capaz de distinguir entre el bien y el mal al primer vistazo. Pero él había estado demasiado ciego como para ver la verdad, y ahora la verdad lo mataría. Lenta, horrible, impávidamente, lo mataría.

Clare sintió un leve estremecimiento y cerró el libro. Sabía que no debía leerlo a aquellas horas de la noche. Miró a Hunter

-Creo que Néstor lo conseguirá -le dijo al perro-. Pero, mientras tanto, nos moriremos de miedo. ¿De dónde crees que saca sus ideas un escritor de novelas de terror? Creo que no me gustaría soñar los sueños de Michael.

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Se levantó y encendió la luz de la entrada. La carta de Adam Campos estaba encima de la mesa, junto a la puerta. Clare recordó la reacción de Michael al verla.

-Me hace el amor una tarde y se cree con derecho a leer mi correo. Algo me dice que Michael es más bien celoso. Y además es arrogante, orgulloso y capaz de sentir rencor por un pueblo entero. Me pregunto por qué habrá vuelto a la Colonia Tovar este verano.

Hunter le lanzó una mirada que parecía decir <<¿a quién le importa?>>. Luego bostezó y cruzó el pasillo en dirección al dormitorio.

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Michael levantó la mirada de la pantalla de la laptop y contempló la luz de la mañana que se extendía por el valle. A lo lejos, la cascada de la Prisionera derramaba su plata por los riscos. Michael sintió que su cuerpo se tensaba al recordar los acontecimientos de la tarde anterior.

Hacer el amor con Clare le había causado exactamente el efecto que temía: había avivado su deseo en lugar de saciar su sed.

¿Por qué había dicho ella que no cuando le pidió que se mudara con él? Ya eran amantes. Parecía ridículo no compartir la misma casa durante el verano. Clare no parecía de las que se preocupaban por lo que pudiera pensar sobre su vida aquel pueblo de desconocidos. Pero tal vez lo fuera.

Apenas sabía nada sobre ella y empezaba a comprender cuánto deseaba conocerla mejor ahora que por fin habían establecido un vínculo físico.

La vehemente curiosidad que estaba experimentando lo inquietaba. En primer lugar, no era propia de él. En segundo lugar, Clare ni siquiera era su tipo. Era demasiado introvertida y estaba demasiado segura de poder cuidar de sí misma, demasiado concentrada en su carrera. Era la típica amazona moderna.

Y sobre todo, había algo en ella que lo hacía suponer que, en realidad, no necesitaba a ningún hombre. Había que esforzarse mucho para convencerla de que los hombres tenían sus ventajas, aunque fuera solamente en la cama. Ciertamente, Clare era distinta a todas las mujeres que había conocido.

Pero, en ciertos aspectos que no alcanzaba a definir, Michael sentía que era también un poco como él: autosuficiente, acostumbrada a marcarse sus propias reglas, y decidida. Ella nunca esperaría que alguien la sacara de un lío en el que se hubiera metido. Era evidente que llevaba mucho tiempo cuidando de sí misma. Había en ella un sutil orgullo femenino que, finalmente, acabaría chocando con su arrogancia masculina.

Sin embargo, Michael había descubierto con suma satisfacción que podía hacerla temblar entre sus brazos.

-Al infierno.

Iba a volverse loco si seguía pensando en ella. Ese día, tenía que acabar un capítulo. Pulsó una tecla de la laptop para guardar los párrafos escritos y se levantó. Llevaba trabajando desde las seis. Ya casi era la hora de ir a recoger el correo. Si llegaba a la oficina de envíos sobre las diez y cuarto, seguramente se encontraría con Clare y podrían tomarse un café juntos. Luego harían planes para esa noche.

Veinte minutos después, al entrar en el aparcamiento del pequeño, despacho de paquetes, Michael sonrió para sí. Clare ya estaba allí. Pero su sonrisa se desvaneció al recordar la carta que ella había recibido el día anterior. Confiaba en que esa mañana no estuviera recogiendo otra del mismo remitente. Había leído lo suficiente de la carta de Campos para saber que aquel tipo no le gustaba.

No le gustaba ningún tipo que creyera poder escribir a Clare en términos tan amistosos y familiares. El muy imbécil le rogaba a Clare que volviera a su antiguo trabajo, y había algo en el tono de aquella súplica que molestaba profundamente a Michael. Adam Campos parecía creer que podía exigirle algo a Clare, como si tuviera derechos sobre ella.

Michael salió del Jeep y pasó junto al adusto Buick de cuatro puertas de Clare. Hunter lo miró con cara de pocos amigos desde el asiento delantero.

-Olvídalo, pulgoso, no puedes hacer nada. No voy a largarme.

Hunter gruñó tan fuerte, que se le oyó a través del cristal.

-¡Eh, Escotet!

Michael se giró al oír aquella voz familiar. Eddy Rivera lo estaba saludando desde el otro lado de la calle. Michael agitó una mano.

-Buenos días, Eddy. ¿Qué tal?

Eddy miró despreocupadamente a un lado y a otro de la calle tranquila y luego la cruzó al trote. Llevaba su atuendo habitual: unos pantalones del ejército muy descoloridos, unas pesadas botas y una gorra de visera. Iba limpiándose las manos con un trapo grasiento. Cuando llegó junto a Michael, había en su cara una sonrisa esperanzada.

-No puedo quejarme -dijo Eddy-. Estaba esperando que bajaras esta mañana. ¿Qué te parece si nos tomamos esa cerveza de la que hablamos?

Michael suspiró para sus adentros, pero se dijo que no podía seguir postergándolo por más tiempo. Veinte años era mucho tiempo, pero no podía olvidar que, en otra época, Rivera había sido lo más parecido a un amigo que había tenido en la Colonia Tovar.

-Claro, Eddy, encantado.

-Pásate por mi casa esta tarde. Salgo a las cinco.

Lo último que a Michael le apetecía era perder una tarde bebiendo con Eddy Rivera. Tenía planes mucho más interesantes para esa noche.

-Eh, esta noche estoy ocupado, Eddy.

-Ésa Herrera otra vez, ¿eh? No te lo reprocho. Está realmente buena. Parece muy fría con esas ropas tan elegantes, pero apuesto a que es una auténtica...

-No lo digas, Rivera...

Eddy parpadeó asombrado ante su áspera advertencia. Luego su sonrisa se hizo más amplia y alzó ambas manos en gesto conciliador.

-Está bien, está bien, me hago cargo. No pasa nada. Bueno, ¿cuándo quieres que tomemos esa cerveza? Tenemos muchas cosas de qué hablar, viejo amigo. Mañana es mi día libre.

Michael pensó que lo mejor sería fijar una cita y quitárselo de encima.

-Está bien. Podemos vernos mañana. Yo trabajo por las mañanas. Me pasaré por tu casa por la tarde y llevaré la cerveza. ¿Te parece bien?

-Claro, Michael. Me parece genial -dijo Rivera alegremente-. Nos vemos.

-Claro. -Michael miró a Rivera regresar al otro lado de la calle. La gente del pueblo solía decir que Eddy Rivera no

Llegaría a nada. Y lo mismo decían de Michael Escotet.

Pero respecto a Michael se habían equivocado, y parecía que, por lo menos, Eddy se las apañaba para mantener un empleo a tiempo completo, así que tal vez respecto a él también se hubieran equivocado. Era evidente que Rivera no ganaba el sueldo de un ejecutivo, pero tampoco dependía de la beneficencia. Michael se alegraba por él.

Que se fastidiaran aquellos desgraciados si se habían equivocado. Ni Michael ni Rivera habían acabado en la cárcel o viviendo en la calle, a pesar de todas sus predicciones.

Haber compartido un pasado semejante, creaba ciertos lazos. Se tomaría esa cerveza con Eddy Rivera. Tal vez incluso un par de cervezas.

Clare lo esperaba en el interior de la oficina de envíos, guardando un fajo de cartas en su gran bolso de piel. Michael intentó ver los remites, pero no lo consiguió.

-Hola, cariño -dijo dirigiéndose directamente a ella y besándola en la boca delante de Luisa y de un puñado de habitantes-. Tenemos que dejar de vernos así.

Clare se sonrojó levemente. Sabía lo que pretendía Michael: intentaba establecer sus derechos sobre ella ante los ojos de todo el mundo. Si había alguien en el pueblo que ignorara que Michael Escotet seguramente se acostaba con aquella mujer de Caracas que había alquilado la cabaña de Martin para el verano, esa misma tarde estaría al corriente.

Michael se dio por satisfecho al ver el leve rubor de su víctima, y sonrió.

-Hola, Michael -dijo Clare con frialdad-. ¿Cómo estás?

-Adivínalo -dijo él pronunciando aquella palabra con deliberada satisfacción sensual mientras se acercaba al mostrador-. Hola, Luisa. ¿Hay algo para mí?

-Aquí tienes, Michael. -Luisa se apresuró a darle un largo sobre blanco que llevaba en el remite la dirección de su agente.

Un cheque. Michael se preguntó si alguna vez superaría la sensación de perplejidad y alegría que experimentaba cada vez que alguien le pagaba por un libro.

-Tienes suerte, Clare -dijo agitando el sobre-. Creo que puedo permitirme invitarte a cenar esta noche -avanzó hacia ella con una amplia sonrisa, pero se detuvo bruscamente cuando las puertas de la oficina se abrieron franqueándole el paso a dos recién llegados.

-Hola, papá.

-Matthew. -Michael miró asombrado al joven delgado, moreno y de ojos castaños de la puerta. Su hijo era la última persona a la que esperaba encontrarse allí esa mañana-. ¿Qué demonios haces tú aquí? Se suponía que estabas en Caracas, trabajando.

Matthew Escotet dio unos pasos adelante rodeando cariñosamente los hombros de una bellísima pelirroja, menuda y de ojos azules, que parecía tener unos diecinueve años.

-Sorpresa -dijo Matthew con alegría casi agresiva-. Hubo un fuego en el restaurante donde trabajaba. Estará dos semanas cerrado. Así que decidí venir a hacerte una visita. Le pregunté al tipo de la gasolinera de ahí enfrente por tu casa y me dijo que estabas aquí.

-Ya, claro. Me alegro de verte. -Michael se dio cuenta de que Clare lo estaba mirando con evidente interés. Se recuperó rápidamente e hizo las presentaciones-. Clare, éste es mi hijo, Matthew. Matthew, esta es Clare Herrera. Es, eh, una amiga mía.

-¿Cómo está, señorita Herrera? -dijo Matthew mostrando los modales que Michael le había inculcado tras leer un libro sobre la importancia del aprendizaje infantil de las buenas maneras.

-Es un placer conocerte, Matthew -respondió Clare amablemente.

Matthew miró a su padre.

-Papá, esta es Roxana Lambert, eh, una amiga mía. Roxana, permíteme presentarte a mi padre.

-Me alegro muchísimo de conocerlo, señor Escotet -dijo Roxana con voz suave y tímida, clavando los ojos en Michael-. He leído todos sus libros. Son geniales.

Michael la miró fijamente, dándose cuenta de la extraña expresión de determinación de los ojos de su hijo. Le dio un vuelco el corazón. Una terrible premonición comenzó a tomar forma en su cerebro. Intentó reprimirla. No había necesidad de dejarse llevar por el pánico. Aquella era simplemente un ligue más de Matthew. Al menos, la chica tenía buen gusto literario.

-Hola, Roxana. Me alegro de que te gusten mis libros -miró a Clare y vio que tenía una expresión divertida.

-Te felicito, Roxana, has dicho lo adecuado -comentó Clare-. Me temo que, cuando yo conocí a Michael, no tenía ni la más ligera idea de quién era. No había leído una novela de terror en toda mi vida.

-Ni la ha leído -dijo Michael-. Es incapaz de acabar El precio del terror.

Roxana pareció asombrada.

-Pero si es una de las mejores.

-Tiene razón -dijo Matthew, muy serio-. El precio del terror llegó a las listas de best-sellers más importantes. Fue el primer gran éxito de papá.

-Ya basta -dijo Clare-, me rindo. Admito mi incultura en lo que se refiere a la literatura de terror. Juro que acabaré el libro aunque me muera de miedo.

-Vamos -dijo Michael tomando a Clare del brazo-, salgamos de aquí. Matthew y tú, Roxana, podéis seguirme hasta casa de la tía Jesse. Estaré con vosotros dentro de un par de minutos. Quiero hablar con Clare un momento.

-De acuerdo, papá. Estaremos en el coche. -Matthew señaló con la cabeza el bonito Mazda biplaza que Michael le había comprado cuando se fue a la universidad.

Michael frunció el ceño mirando la roja coleta de Roxana Lambert mientras la chica caminaba hacia el coche al lado de Matthew.

-Solo a una chica de diecinueve le sientan tan bien los vaqueros -dijo Clare lacónicamente-. Pero no te hagas ilusiones. Es demasiado joven para ti.

-Ni que lo digas -masculló Michael-. Y para Matthew también. O puede que él sea demasiado joven para ella. No estoy seguro.

-Parecen más o menos de la misma edad.

-Ese es el problema. Son solo unos críos -se apoyó contra la puerta del lado del conductor del Buick y agarró ligeramente a Clare por el brazo-. Ahora, respecto a esta noche...

Hunter empezó a gruñir amenazadoramente y se echó hacia delante para sacar el hocico por la ventanilla abierta, muy cerca del muslo de Michael. Este se enderezó rápidamente y se apartó del coche.

-Perro idiota.

Hunter volvió a gruñir, satisfecho por haber logrado que Michael se moviera.

-No empiecen a pelearse -dijo Clare.

-Díselo a él -refunfuñó Michael-. Escucha, pensaba ir a cenar a tu casa esta noche otra vez, pero parece que voy a tener compañía.

-Matthew se parece mucho a ti. Salvo por los ojos.

-Los ojos los sacó de su madre -dijo Michael con impaciencia.

Clare chasqueó los dedos.

-Sabía que me resultaban familiares. Elizabeth Velutini tiene esos mismos ojos.

-Seguramente. Cariño, ahora mismo no quiero hablar de los ojos de Matthew. Como te decía, iba a ir a cenar a tu casa esta noche...

-Como siempre.

-Sí, como siempre. Pero ahora tendremos que cambiar de planes.

-No sabía que tuviéramos planes.

-Clare, no me mires con esa cara de pasmo. Me recuerdas a tu perro. -Clare sonrió y, exasperado, Michael inclinó la cabeza y la besó-. Bueno, entonces -dijo un momento después- cómo te iba diciendo, tendremos que cambiar nuestros planes. Ven a cenar a mi casa esta noche. Matthew y yo prepararemos la cena.

-¿Matthew sabe cocinar?

-Claro. Le enseñé a leer libros de cocina.

Clare sonrió.

-¿Sabes una cosa, Michael? Creo que has debido de ser un padre estupendo.

-A veces, lo mejor que puede decirse respecto a ser padre es que uno sobrevivió y el niño también. ¿Qué me dices de la cena?

-¿Cómo iba a negarme a que cocinaras para mí otra vez? -Lo besó ligeramente-. Anoche me quedé impresionada. Tenías razón sobre lo de la ensalada César. Es la mejor del mundo.

-Ya te lo dije. Nos vemos a las cinco. Deja al perro en casa.

            
            

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