-Un par de idiotas, eso es lo que son. Para ti es fácil tomártelo con calma. Tú no tienes que afrontarlo -se pasó los dedos por el pelo-. ¡Casarse! No puedo creerlo. Después de todo lo que le he enseñado a ese chico. Después de todas los sermones que le he echado para que no se atara a la primera cara bonita que se le cruzara en el camino. Maldita sea, Clare, ¿qué demonios voy a hacer?
-No lo sé -dijo Clare suavemente, sirviéndole una copa de coñac. Hunterlos observaba malhumorado. Clare le lanzó una galleta de las suyas.
-No puedo permitírselo. Arruinará su vida. Tiene un gran futuro por delante. No puede truncarse con una mujer y quizá incluso con un par de hijos. He de conseguir que lo entienda. No puedo permitir que cometa el mismo error que cometí yo.
-Deja de dar vueltas por la habitación, Michael. Estás poniendo nervioso a Hunter.
Michael masculló una maldición y se bebió medio coñac de un trago. Luego se quedó un momento mirando a Clare sin decir nada.
-No me había dado cuenta de lo mucho que te había afectado tu situación en Eyesstaf.
Ella bebió un sorbo de coñac pensativamente.
-Encontraré otro empleo. Tengo contactos en el mundo empresarial. Y un buen currículum. Ya saldrá algo.
-Ahora pareces tomártelo con mucha calma, pero cuando Matthew sacó a relucir el tema durante la cena, me pareció que habías pasado por un auténtico infierno. Aquello te afectó realmente. Fue un auténtico desastre para ti, ¿verdad?
-Estas cosas pasan en los negocios.
-Y tu jefe, ese tal Adam Campos, ¿dio la cara por ti?
-Adam me dijo que había hecho todo lo posible. Dio los mejores informes sobre mí. Intentó convencer a los mandamases de que cumplieran su promesa de tratarme equitativamente, aunque fuera una mujer. Pero los peces gordos se mostraron inflexibles.
-Y supongo que tú te mostraste fría como un témpano, a pesar de todo. Nada de lágrimas ni de estallidos de furia. Nada de escenas ni de recriminaciones.
-Una de las primeras cosas que aprende una mujer en el mundo de los negocios es que los hombres ni respetan ni mucho menos entienden lo que consideran emociones típicamente femeninas. Para preservar su imagen, una mujer de negocios ha de tener muy presente que nunca debe llorar ni perder la compostura delante de hombres, para o con los que trabaje.
-Puede que la dirección de Eyesstaf le tenga más respeto a alguien que les eche las manos al cuello. Me gustaría intentarlo. Tal vez pueda convencerlos de que sean un poco más flexibles. No tenían derecho a hacerte eso.
Hunter gruñó en respuesta a la rabia que traslucían las palabras de Michael.
-Gracias por vuestro apoyo, chicos -dijo Clare con una sonrisa.
-¿Por qué no me habías contado lo que te pasó en Eyesstaf? -Michael alzó una mano antes de que ella pudiera responder-. No importa. Ya me has dicho por qué. Es culpa mía. No te pregunté.
-Es problema mío. No hay razón para llenarte con mis penas.
Él la miró fijamente.
-Eres la mujer más reservada que he conocido nunca, Clare.
-No creo que lo sea más que tú.
Él se quedó pensando un momento.
-Supongo que tenemos unas cuantas cosas en común -volvió a pasearse de un lado a otro-. Maldita sea, ojalá pudiera quedarme a dormir contigo.
-¿Vas a volver a tu casa a hacer de carabina?
-No te rías de mí. Pero eso es exactamente lo que voy a hacer -apoyó una mano en la pared y se bebió el resto del coñac. Miró hacia fuera, hacia la oscuridad-. ¿Crees que se acuesta con ella?
Clare pareció sorprendida.
-¿Cómo quieres que yo lo sepa? Tú eres su padre. Y además, eres un hombre. ¿Tú qué crees?
-No estoy seguro. Puede que no quiera saberlo con certeza. Demonios, Clare, si la deja embarazada, si es tan estúpido como lo era yo a su edad...
-Supongo que, además de enseñarle a cocinar y a comportarse en público, le habrás enseñado a tomar precauciones.
-¿Bromeas? ¿Cómo iba a dejar que creciera creyendo ese absurdo batiburrillo de rumores, supersticiones e insensateces míticas que aprende un chico de sus amigos? Le expuse los hechos en cuanto fue lo bastante mayor como para comprender que las niñas son distintas de los niños.
-¿Cómo van a dormir? -preguntó Clare-. ¿En una habitación o en dos?
-No les di ocasión de elegir. Los puse en habitaciones separadas en cuanto llegamos a casa de la tía Jesse.
Clare no pudo evitar echarse a reír.
-Pobre Michael. Lo siento -dijo al ver que él la miraba con el ceño fruncido-. Imagino que para ti no será muy divertido.
Michael se apartó de la pared con ligereza, dejó la copa y, dándole la mano, tiró de ella para que se levantara.
-Tienes razón, no es muy divertido. Matthew es un chico de diecinueve años. No tiene ni idea de dónde se está metiendo -hizo una pausa pensativo-. Tal vez debería intentar, convencerlo de que viva con ella una temporada antes de tomar la decisión de casarse. Tengo el presentimiento de que la idea perderá su encanto en cuanto empiecen a jugar a las casitas.
-Para ti es fácil sugerir eso. Tú eres el padre del chico. Pero puede que a los padres de Roxana no les haga ninguna gracia que su hija viva con un chico.
-Maldita sea.
Clare sonrió mirándolo a los ojos.
-Creo que deberías volver a casa. Tengo entendido que el trabajo de una carabina es muy absorbente.
Michael volvió a maldecir. Luego la besó apasionadamente.
-Más tarde -dijo con voz áspera, soltándola de mala gana-. Acabaremos esto más tarde.
Hunter desplegó una amplia sonrisa perruna al ver que Michael cruzaba la puerta de la calle.
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-Bueno, ¿y cómo es? -preguntó Eddy Rivera tras la segunda cerveza-. ¿Es buena en la cama?
-Olvídalo, Rivera. No he venido aquí a hablar de Clare. Ella no es asunto tuyo. -Michael se recostó en los peldaños delanteros del porche y bebió un trago de cerveza. Empezaba a arrepentirse de haber pasado por allí esa tarde. Los lazos de aquella antigua amistad parecían más tenues e insignificantes con cada minuto que pasaba.
-Está bien, está bien, solo preguntaba. -Rivera se concentró en su cerveza un rato-. Puede que tenga un poco de envidia, ¿sabes? Hace mucho tiempo que no estoy con una mujer. Esa señorita Herrera es la primera mujer realmente interesante que ha pasado por el pueblo en los últimos diez años. Tiene clase, pero es un poco fría y distante. No puedes reprocharle a uno que se pregunte cómo es en realidad.
Michael no respondió. Clare no era nada fría cuando estaba en sus brazos, pero no pensaba compartir esa información con
Eddy Rivera ni con nadie más. Michael consideraba que todo lo que rodeaba a Clare era asunto de su incumbencia. Empezaba a darse cuenta de que no quería que se le acercara ningún otro hombre.
Aplastó la lata de cerveza entre sus manos y miró los oscilantes abetos que rodeaban la vieja y destartalada casa. El hogar de los Rivera parecía no haber cambiado en veinte años, pensó Michael. Una atmósfera de negligencia lo rodeaba aún por doquier. La madera no conservaba ni un resto de pintura. El padre de Eddy siempre había estado demasiado borracho para ocuparse de las reparaciones necesarias.
El jardín de delante y el de atrás seguían llenos de malas hierbas y de fragmentos de esqueletos de viejos automóviles. El antiguo Camaro de Eddy estaba aparcado frente a la casa. Sus parches de pintura parecían imitar el dibujo de los pantalones de camuflaje de Eddy, pero Michael sabía que el motor estaría en perfectas condiciones. La gran pasión de Eddy eran los coches.
-¿No te has casado, Eddy?
Eddy cerró los ojos y apoyó la cabeza contra un poste.
-Sí, con una chica que conocí justo después de dejar el ejército. Se llamaba María. Duró más o menos un año. Luego la muy zorra se largó con un tipo de la Victoria.
Michael asintió en silencio.
-¿No volviste a intentarlo?
-Hubo otra. Una pelirroja bajita, pero muy sexy. Creí que estaría bien. Ya tenía la boda y todo preparado. Iba a mudarme a Caracas y a buscarme un buen trabajo, ¿sabes? Pero justo antes del gran día descubrí que seguía acostándose con un antiguo novio suyo. Después de eso, pensé que no tenía sentido volver a intentarlo. Esas zorras son todas iguales.
-¿Te gusta trabajar en la gasolinera del pueblo?
Rivera se encogió de hombros.
-Es un trabajo. A mí nunca me han salido bien las cosas, no como a ti. Una o dos veces estuve a punto de conseguirlo, pero luego todo se estropeó.
-¿A punto de conseguir qué? -Michael lo miró con curiosidad.
-Dar el gran salto. -Rivera lo miró achicando los ojos-. Una vez, justo después de salir del ejército, conocí a un tipo que tenía entre manos algo realmente grande. Un tinglado que había montado durante un viaje por las Filipinas. Iba a meterme en el plan. Pero salió mal.
-Lástima. -Michael se preguntó cuál sería <>, pero decidió que era mejor no preguntar.
-Luego, otra vez, me monté una historia con un tipo que tenía una cadena de salones de masaje. Yo iba a encargarme de un par de ellos. Como portero, ¿sabes?, solo que iba a hacerme socio del negocio. Pero al final eso tampoco salió. Después hubo una o dos cosas más, pero todo se torció. A mí todo me sale mal.
-Así que volviste aquí. Nunca pensé que fueras a acabar en la Colonia Tovar, Eddy. Creía que odiabas este pueblo tanto como yo.
-Y lo sigo odiando -masculló Rivera-. Pero cuando mi padre murió, heredé la casa, y Carlos me dio trabajo en la gasolinera. ¿Qué querías que hiciera?
-No lo sé -dijo Michael con franqueza. El tono lastimero de Eddy le repugnaba y, al mismo tiempo, lo hacía sentirse culpable. La vida de Eddy había sido dura.
-Qué diablos, tú no lo entiendes. Tú tuviste suerte. No te quedaste atrapado aquí, como yo.
-No.
La suerte se presentaba bajo muchos disfraces, pensó Michael.
-Tú siempre te salías con la tuya. -Eddy se quedó callado un momento-. He visto a tu chico hoy en el pueblo. Lo reconocí en cuanto entró en la gasolinera. Se parece a ti, pero tiene los ojos de los Velutini, ¿no?
-Sí. Tiene los ojos de Sofía.
-¿Vas a presentárselo a la vieja señora Velutini?
La boca de Michael se torció ligeramente.
-¿Bromeas? Ella ya lo vio una vez, cuando era un bebé, y me dijo que no quería volver a verlo jamás.
-Sí, era una pregunta absurda, supongo. -Rivera se detuvo para abrir otra lata de cerveza-. Leí uno de esos libros que escribes. El precio de no sé qué.
Michael pareció sorprendido.
-¿De veras? No sabía que te gustara leer, Eddy.
-La tele es más interesante que los libros, sobre todo ahora que Gonzalo, el de la tienda de antigüedades, vende viejas películas. Me he comprado un VHS a Gonzalo, tiene unas cuantas cassette pornos detrás del mostrador.
-Entiendo. Gonzalo parece haber decidido adaptarse a los tiempos. ¿Qué te hizo leer mi libro?
-Yo qué sé. Supongo que tenía curiosidad por saber qué hacías. En el pueblo todo el mundo hablaba de ese libro, cuando salió. Creo que no se creían que lo hubieras escrito tú. Hugo debió de vender cien libros la primera semana que lo tuvo en la tienda. Decía que todo el pueblo quería leerlo. Puede que los preocupara que hubieras sacado a alguno del pueblo en la historia.
Michael no pudo reprimir una leve mueca de satisfacción.
-Fue mi primer gran éxito de ventas.
-¿Te hiciste rico?
Michael sonrió.
-No exactamente, pero he de admitir que aquello cambió las cosas para Matthew y para mí.
-Siempre pensé que, de los dos, tú serías el que triunfaría.
La amarga resignación de Rivera molestó a Michael
-Aún no es demasiado tarde para ti, Eddy. No tienes obligaciones. No tienes mujer ni hijos que te aten. Y solo tienes treinta y cinco años. ¿Por qué no te largas de este pueblucho y pruebas suerte en otra parte?
-Ya. ¿Haciendo qué, si puede saberse?
-Tú eres un mecánico de primera. Siempre has tenido mano con los coches. Podrías buscarte un trabajo en la Victoria o en Caracas, o quizá en Maracay. Siempre hacen falta buenos mecánicos, sobre todo para esa gente que tiene coches extranjeros. Demonios, algunos de esos tipos seguramente te contratarían solo para que les cuidaras sus BMW o sus Mercedes.
-Ya te lo he dicho, Michael: intenté salir de aquí. Pero las cosas siempre salían mal. Yo nunca he tenido el toque mágico que tienes tú.
-No hay ningún toque mágico, Eddy.
-¿A quién quieres engañar? Tú siempre hacías lo que te venía en gana. Cuando le pediste a Sofía Velutini que se casara contigo, no podía creérmelo. ¡La chica más rica y más guapa del pueblo! Nadie se lo creía. Fuiste la comidilla del pueblo durante meses cuando se marcharon. La vieja Velutini y su marido no paraban de maldecirte. Luego el viejo Velutini la palmó y nos enteramos de que Sofía se había matado en un accidente de coche. La señora Velutini no ha sido la misma desde entonces. Pero se lo tenía bien merecido, la muy arpía. Siempre pensando que los Velutini estaban por encima de los demás.
Michael miró el neumático viejo que había tirado en el jardín delantero. No quería pensar en Elizabeth Velutini.
-¿Cuándo murió tu padre?
-El año que me licencié en el ejército. Estaba borracho como una cuba, como siempre. Salió a cazar y se cayó desde lo alto de la cascada de la Prisionera. Pero no se perdió nada. Si te digo la verdad, me sorprendió que se molestara en dejarme este sitio. Aunque, claro, ¿a quién iba a dejárselo si no?
-Sí, claro, tú eras su único pariente.
Michael recordó al padre de Eddy, aquel malnacido. Cuando se emborrachaba, se ponía violento. De pequeño, Eddy había a sufrido a menudo su violencia.
Por muy errática que hubiera sido la vida con tía Jesse, por muy abandonado que Michael se hubiera sentido mientras Jesse cultivaba la poesía, por lo menos él, a diferencia de Rivera, nunca había sufrido la violencia física.
Eddy apuró su cerveza.
-¿Tú sigues odiando este pueblo como antes?
-Sí -dijo Michael-. Todavía lo odio.
-¿Y por qué has vuelto?
-Necesitaba un sitio para acabar el libro que estoy escribiendo. Y pensé que ya era hora de librarme de la casa de la tía Jesse. Me da demasiados problemas mantenerla para alquilársela a algún turista.
-Daniel Flores, el de la inmobiliaria, me dijo una vez que le habías encargado que la mantuviera en buen estado para alquilarla durante el verano.
-No sabía qué hacer con ella cuando murió la tía Jesse.
-Así qué has vuelto para ocuparte de ese asunto y acabar otro de esos libros de terror, ¿eh?
-Sí. Pensé que tal vez la Colonia Tovar me sirviera de inspiración para escribir -le explicó Michael con ironía.
-¿De inspiración? ¿Esto? ¡Tiene gracia!
-Sí, ¿verdad?
-Aunque, pensándolo bien, la cascada de la Prisionera podría servirle de inspiración a un escritor de novelas de terror -comentó Rivera lentamente-. ¿Recuerdas la noche que fuimos allí?
-La recuerdo.
-No le dijiste a nadie que no me quedé contigo en esa maldita cueva.
-¿Qué sentido tenía contarlo?
-Supongo que nunca te di las gracias por no decir nada.
-Olvídalo, Eddy. De eso hace mucho tiempo. Ahora no tiene importancia.
-Sí, eso mismo pienso yo. Ahora no tiene importancia. Ya nada la tiene.