La cortina de cristal
img img La cortina de cristal img Capítulo 5 Cap. 5: Pétalos de pasión
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Capítulo 10 Cap. 10: La cascada de la Prisionera img
Capítulo 11 :Seduciendo al ocaso I img
Capítulo 12 Seduciendo al ocaso II img
Capítulo 13 : Sucesos del pasado img
Capítulo 14 : Elizabeth Velutini img
Capítulo 15 : La sombra img
Capítulo 16 : Aprender a confiar img
Capítulo 17 : Aprender a confiar II img
Capítulo 18 : Encuentros img
Capítulo 19 : Malentendidos img
Capítulo 20 : Malentendidos II img
Capítulo 21 : La sombra oculta img
Capítulo 22 : La sombra oculta II img
Capítulo 23 : Comandante de la policía img
Capítulo 24 : Comandante de la policía II img
Capítulo 25 : El intruso img
Capítulo 26 : El intruso II img
Capítulo 27 : La noticia img
Capítulo 28 : La noticia II img
Capítulo 29 : La Cena img
Capítulo 30 : La cena II img
Capítulo 31 : Pasados oscuros img
Capítulo 32 : Pasados oscuro II img
Capítulo 33 : Oficina de envíos img
Capítulo 34 : Oficina de envíos II img
Capítulo 35 : Oficina de envíos III img
Capítulo 36 : Oficina de envíos IV img
Capítulo 37 : Fiesta img
Capítulo 38 : Al fin juntos img
Capítulo 39 : Al fin juntos II img
Capítulo 40 : Desacuerdos img
Capítulo 41 : Desacuerdos II img
Capítulo 42 : Persecución img
Capítulo 43 : Persecución II img
Capítulo 44 : Persecución III img
Capítulo 45 : Persecución IV img
Capítulo 46 : Disputa img
Capítulo 47 : Disputa II img
Capítulo 48 : Nueva vida img
Capítulo 49 : Nueva vida II img
Capítulo 50 : La gota que derramó el vaso img
Capítulo 51 : Incordio img
Capítulo 52 : Incordio II img
Capítulo 53 : Bajó el mismo efecto img
Capítulo 54 : Bajó el mismo efecto II img
Capítulo 55 : Decisiones img
Capítulo 56 : Decisiones II img
Capítulo 57 : Tregua img
Capítulo 58 : Convalecencia img
Capítulo 59 : Convalecencia II img
Capítulo 60 : Rivales img
Capítulo 61 : La verdad img
Capítulo 62 : La Verdad II img
Capítulo 63 : Más allá de la oscuridad img
Capítulo 64 : Destino img
Capítulo 65 : Destino II img
Capítulo 66 : Destino III img
Capítulo 67 Epílogo img
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Capítulo 5 Cap. 5: Pétalos de pasión

Nunca, en toda su vida, se había sentido tan vivo y palpitante. Rompería en llamas en cualquier momento. La sangre le palpitaba pesadamente en las venas, y el latido de su centro erógeno resultaba casi doloroso.

Michael abrazaba a la mujer con todas sus fuerzas. Temía que se le escapara de nuevo, como se le había escapado cada vez que había intentado hacerla suya.

Sin embargo, esta vez, ella no se resistía. Esta vez, no intentaba ponerse fuera de su alcance. Se estaba entregando a él, y a Michael le daba vueltas la cabeza. Al fin, todas las preguntas que su cuerpo se hacía tendrían respuesta.

-Clare, cariño, hace tanto tiempo que deseaba esto... Me estaba volviendo loco.

Ella abrió la boca y Michael la saboreó; pero al probarla, su apetito no hizo sino aumentar. Aprisionó las piernas de Clare entre las suyas, sujetándola firmemente. Luego deslizó las manos bajo su camisa y trazó la grácil línea de su espalda. Era delicada, cálida y muy muy femenina. Michael dejó escapar un gruñido al sentir que el deseo se avivaba como un ascua ardiente. Le desabrochó los botones de la camisa y se la deslizó por los hombros con rapidez e impaciencia. Luego desabrochó el broche del sujetador. Se llenó las manos con sus pechos tersos, suavemente curvados, y alzó las caderas, restregándose contra su suavidad. La piel de Clare era fina y sedosa al tacto. Nunca se cansaría de tocarla.

-Michael, Michael, por favor... Oh, sí, por favor... así... Qué bien me haces sentir...

Cautivado por su respuesta, Michael pasó rozando de nuevo las manos por sus pezones. Firmes, prietos duros de deseo se formaron bajo sus palmas. Pero ya no les bastaba con tocarse. Él la alzó hasta que pudo meterse uno de sus pezones en la boca.

-Sí -jadeó ella, estremecida.

Michael la abrazó con más fuerza y usó la lengua para incitar otro leve estremecimiento de deseo. La apasionada respuesta de Clare solo lograba avivar el fuego que ardía dentro de él.

Ella comenzó a desnudarlo, desabrochando apresurada y torpemente los botones y quitando de en medio la camisa vaquera de Michael. Le temblaban las manos tanto como a él. Apoyó las palmas sobre su pecho, notando la firmeza de su pectoral. Michael dejó escapar un ronco gemido cuando, bajando la cabeza, pasó la punta de la lengua por uno de sus pezones planos.

Él le desabrochó el botón del pantalón. A continuación, luchó con la cremallera hasta que logró deslizar la mano dentro y tocar la sedosa tela de las braguitas que ocultaban sus secretos. Clare se frotó contra él gimiendo levemente. Él prosiguió su exploración, quedándose sin aliento al sentir el cálido rocío que manaba de entre sus piernas.

-Amor -musitó él-, tú me deseas. Dilo. Dímelo -la rozó suavemente con la punta de un dedo, y ella se aferró a sus hombros.

-Te deseo.

-Mírame -dijo él acariciándola una vez más-. Abre los ojos y dilo.

Ella alzó las largas pestañas dejando al descubierto sus ojos dorados y jaspeados de verde-azul.

-Te deseo tanto, Michael... Nunca antes me había sentido así.

Sus palabras estuvieron a punto de derretir a Michael.

-Para mí es igual -dijo ásperamente-. Te deseo más que a nada en el mundo.

Le bajó los vaqueros y la tumbó de espaldas. Luego se arrodilló, se desabrochó el cinturón y se desembarazó de los pantalones. Vaciló un momento al ver que ella lo miraba. Una extraña inseguridad se apoderó de él un instante. Deseaba desesperadamente satisfacer a Clare. Quería complacerla. Entonces vio una profunda admiración en su mirada femenina, y una exultante sensación de triunfo corrió por sus venas. A ella parecía gustarle lo que veía.

-Eres magnífico -los ojos de ella refulgían con suave, trémulo asombro.

-Tú también -pasó una mano por su cuerpo, desde los pechos a los muslos-. Tú también -repitió-. Oh, Dios, cariño, eres perfecta. Tan suave, tan dulce, tan hermosa... Perfecta.

Le abrió las piernas con las suyas y se inclinó sobre ella. En el último instante, un destello de razón cruzó su mente nublada. Recordó los pequeños envoltorios de látex que, llevado de un arranque de optimismo, se había guardado en el bolsillo antes de salir de casa.

-Un segundo -dijo con voz ronca.

Ella asintió, comprendiendo. Michael se inclinó para darle un rápido beso y luego recogió sus vaqueros. Llevó a cabo aquella tarea, pequeña pero crucial, con movimientos hábiles y rápidos. Luego volvió a tapar a Clare en sus brazos.

-Michael, quiero que sepas que yo...

Él le tocó los labios con los dedos.

-Lo último que quiero ahora es hablar. Te deseo tanto que, como no nos demos prisa, estallaré antes de penetrarte siquiera. Mi autocontrol está a punto de irse al infierno.

-Bien -dijo ella suavemente, con un brillo malicioso en sus bellos ojos-. A mí tampoco me apetece controlarme. Ya no. Hazme el amor, Michael. Házmelo como dijiste que me lo harías la primera vez. Salvaje, apasionada, frenéticamente.

Él se vio cautivado por el canto de sirena de sus palabras. Temblaba por el esfuerzo de refrenarse el tiempo suficiente para ponerse en posición. Luego quedó suspendido sobre el centro caliente y húmedo de ella, y ya no tuvo que esperar más.

Con una áspera exclamación de placer, Michael penetró en su interior suave y acogedor. Sintió que ella contenía el aliento y que un estremecimiento la recorría. Era ardiente y tensa. Por un instante, Michael temió haberle hecho daño al penetrarla tan rápidamente. Ella clavó las uñas en sus hombros y se aferró a él como a un salvavidas, arqueándose para facilitar sus embestidas.

-Michael...

Y la primera vez fue como él había adivinado. Salvaje, ardiente, frenética. Perfecta.

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-Gritas mucho.

Clare entreabrió los ojos. La cálida luz del sol se filtraba entre los árboles. Michael tenía una pierna cruzada sobre su muslo desnudo.

-¿He gritado? -preguntó medio divertida, medio avergonzada.

Michael se apoyó en un codo y le sonrió.

-Hacías más ruido que la catarata.

-No exageres. Y no te sientas tan orgulloso de ti mismo. En determinadas circunstancias, gritar puede resultar muy embarazoso.

-Para mí, nunca podría ser embarazoso.

-Ya. ¿Y si hubiéramos estado en una habitación de hotel, por ejemplo?

-¿Antes qué hacías?

-¿Sobre lo de gritar? -Ella frunció el ceño ligeramente-. Nunca ha sido un problema.

-¿No has pasado mucho tiempo en habitaciones de hoteles? -preguntó él candorosamente.

-Nunca había gritado -dijo ella, bastante seria.

-Pues vete acostumbrando -le advirtió Michael. Sus ojos brillaban de satisfacción y alegría-. Porque vas a gritar mucho estos días.

-¿Ah, sí?

Él le acarició suavemente los pechos y se inclinó sobre ella.

-Sí -dijo en voz baja-. Mucho.

            
            

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