Esposa falsa
img img Esposa falsa img Capítulo 3 Un imbécil provocativo
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Capítulo 10 Una chica misteriosa img
Capítulo 11 En la boca del lobo img
Capítulo 12 Seis meses para un cambio img
Capítulo 13 La niñera img
Capítulo 14 Un hombre de familia img
Capítulo 15 Rechazada img
Capítulo 16 La loca de los libros img
Capítulo 17 Un inesperado primer dia de trabajo img
Capítulo 18 Ebrio impertinente img
Capítulo 19 Recuerdos img
Capítulo 20 Emergencia familiar img
Capítulo 21 Una fiesta para encontrar esposa img
Capítulo 22 Un vestido y una máscara img
Capítulo 23 Ritual interrumpido img
Capítulo 24 Atrapada img
Capítulo 25 Tarde para salvarla img
Capítulo 26 CAOS img
Capítulo 27 Rectángulo dorado img
Capítulo 28 Escondiendo sentimientos img
Capítulo 29 Memorias de un cadáver img
Capítulo 30 Un teatro improvisado img
Capítulo 31 Gas pimienta img
Capítulo 32 Chantaje img
Capítulo 33 Rosas azules caídas del cielo img
Capítulo 34 Azúcar amargo img
Capítulo 35 ¿Fanstasma img
Capítulo 36 Gotas de lluvia img
Capítulo 37 Deseo img
Capítulo 38 Visita desde el más allá img
Capítulo 39 No te metas con mi familia img
Capítulo 40 Después de un gusto... un disgusto img
Capítulo 41 La otra Mirella img
Capítulo 42 Celos de parte y parte img
Capítulo 43 Anillo de compromiso img
Capítulo 44 Viaje de negocios img
Capítulo 45 ¿Dónde está Mirella Santori img
Capítulo 46 Malas intenciones. img
Capítulo 47 No más mentiras img
Capítulo 48 Momento de salir img
Capítulo 49 Amanecer con un cadáver img
Capítulo 50 Novia fugitiva img
Capítulo 51 Servida en bandeja de plata img
Capítulo 52 Carrera al aeropuerto img
Capítulo 53 Camino al matadero img
Capítulo 54 Un collar, un apellido y recuerdos img
Capítulo 55 Llegó la entrega img
Capítulo 56 Mal presentimiento img
Capítulo 57 Tragedia doble img
Capítulo 58 Cuervos y buitres img
Capítulo 59 La veremos pronto img
Capítulo 60 ¿Qué pasó anoche img
Capítulo 61 Falsedad img
Capítulo 62 Soñar despierto img
Capítulo 63 Piezas utilizables y descartables img
Capítulo 64 Un camino diferente img
Capítulo 65 Marcas en la piel img
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Capítulo 3 Un imbécil provocativo

Un imbécil que provoca.

El hombre que se acercaba a zancadas, no iba vestido como el resto de las personas, parecía un pastor de esas iglesias modernas a los que la hermana Génova vivía criticando por vestir trajes elegantes y joyas costosas. Además de eso, era guapo, muy muy guapo.

Serena miró a su alrededor, todos la miraban enojados, el guardia de seguridad la cogía del brazo y le hacía daño, sentía que su corazón explotaría en cualquier momento.

―Llamen a la policía ―dijo el hombre que había armado todo el alboroto ―no dejaré pasar este intento de secuestro.

―¡Papi! ―Luz corrió hacia su padre y él la levantó de suelo como si fuese una pluma ―papi ¿dónde estabas? ―preguntó la pequeña con la voz quebrada y los brazos entrelazados alrededor del cuello de su padre. Él le susurró algo al oído, Serena no llegó a escucharlo, pero notó que la niña negó enérgicamente con la cabeza.

El hombre frunció el ceño confundido, tenía cejas gruesas y pestañas tupidas, sus ojos eran grises y tenían un brillo inexplicable. Serena tenía que odiarlo por acusarla de aquella manera, pero en vez de eso, sintió deseos de arrojársele encima.

No era la primera vez que Serena tenía pensamientos obscenos, los tenía con demasiada frecuencia, estaba segura de que una mujer con vocación de monja no debía tener ese tipo de deseos, pero ella los tenía y llevaba un par de años consumiéndose en ellos.

Luz habló al oído de su padre, él achicó la mirada y de pronto las mejillas se le enrojecieron, frunció sus labios y pareció estar muy avergonzado, puso a Luz devuelta en el suelo y caminó hacia Serena.

―Ya déjela ―le habló al guardia y él obedeció de inmediato, era como si aquel hombre fuera el dueño y señor del lugar ―ha sido un mal entendido ―Miró al suelo y luego miró a Serena, le sostuvo la mirada un instante, menos de lo que dura un latido, pero aquello bastó para que Serena sintiera su estómago estremecerse, no eran mariposas revoloteando, se sentía más bien como peces nadando, los labios carnosos y rosados del hombre se abrieron despacio y Serena imaginó que iba a pedirle disculpas, pero no lo hizo ―para la próxima, no ande paseando por los pasillos con una niña perdida, debió venir directo hacia el personal encargado en vez de perder el tiempo.

―¿Qué está ocurriendo? ―la voz de la hermana Lucía interrumpió aquel incómodo momento, el rostro de la anciana se asomó detrás del hombre mirando a Serena, el hombre se giró hacia la hermana Lucía.

―¡Nada! no ha pasado nada ―dijo Serena pasando como un rayo al lado del hombre prepotente que acababa de comportarse con ella como un imbécil. Se limpió las lágrimas con el dorso de la mano antes de derramarlas.

―¡OH! ¿es usted el señor Marroquín? ¿Ricardo Marroquín? ―Serena escuchó a la hermana Lucía hablando con el desconocido, se alejó caminando a zancadas hacia la salida, quería que se la tragara la tierra y la escupiera en un lugar muy lejos. Pero lo más lejos que podía llegar era al estacionamiento. Esperó a la hermana Lucía con la espalda tendida contra la camioneta plateada, no dejó de llorar durante todo el rato que esperó. Sabía que debía estar ayudando a la hermana a cargar las bolsas de las compras, pero no podía. Lo que acababa de ocurrirle parecía una pequeñez, pero que la acusaran de esa manera le había afectado muchísimo, que el hombre que la había humillado con esas acusaciones no se disculpara había sido el colmo, pero lo peor de todo era cómo se sentía respecto a ese desconocido, le gustaba, se sentía atraída por ese tipo de ropa elegante, sus labios le habían quedado grabados en la mente y aun a metros de él, seguía percibiendo su perfume.

La imagen lejana de la hermana Lucía empujando el carro de compras y de un joven a su lado la hizo abandonar sus pensamientos, se secó las lágrimas y fingió su mejor sonrisa, caminó hacia la anciana y le quitó al joven las bolsas de las manos y le agradeció. Acomodaron todo en la parte trasera de la camioneta sin decir una palabra.

―¿Que ha pasado ahí adentro? ―la hermana Lucía rompió el silencio en cuanto subieron al coche ―encendió el motor y lanzó otra pregunta antes de que Serena contestara la primera ―¿qué quería ese hombre contigo?

―Su hija se perdió ―respondió Serena, sabía que no podía mentir, eran suficientes pecados los que tenía en la cabeza como para agregarse uno más a su conciencia ―yo la he encontrado ―no entró en detalles.

―¡Oh! Has hecho una obra excelente ―dijo la hermana mirando por el retrovisor y dando marcha atrás para salir del aparcadero ―seguro ha estado muy agradecido.

―Estaba muy aliviado de conseguir a su hija ―Coral era una experta respondiendo preguntas sin mentir, pero sin decir la verdad. Mentir le parecía el peor de los pecados. Incluso las mentiras blancas le parecían intolerables.

―¿Te has presentado con él? ―preguntó la hermana Lucía dejando de ver el camino y buscando los ojos de Serena. Aquello le pareció extraño, la hermana Lucía no solía interesarse por algo durante más de cinco segundos. Menos por cosas tan triviales ―¿le has dicho tu nombre? ―preguntó con insistencia.

―No, no le he dicho una palabra ―a Serena empezaban a incomodarle las preguntas de la hermana Lucía ―solo le he entregado a su hija y usted ha aparecido, me he sentido mareada y he venido al auto, eso ha sido todo ―Sintió que las lágrimas le quemaban la parte interna de los ojos, las contuvo.

Hizo todas las actividades del día pensando en Ricardo Marroquín, ese era el nombre de aquel hombre, había escuchado a la hermana Lucía decirlo. Al estar en la privacidad de su habitación, tomó una ducha y permaneció desnuda, se miró en un pequeño espejo en la puerta del armario que apenas daba para reflejar desde su rostro hasta sus pechos, se miró a sí misma con curiosidad, sus senos habían crecido durante los últimos dos años, le parecían que eran enormes, sus pezones estaban erectos, endurecidos por el frio.

Se metió debajo de las sábanas y de forma inconsciente llevó los dedos hacia su sexo, se tocó tímidamente, no era la primera vez que pensaba en tocarse, pero era la primera vez que materializaba aquel mal pensamiento, jugueteó un rato con su clítoris, luego con los labios de su vagina, un gemido involuntario le salió desde la garganta, sintió sus dedos empapados de la humedad que supuraba de su sexo caliente, hundió juntos los dedos índice y medio, los sacó y repitió aquel movimiento, su pelvis se movía adelante y atrás de forma involuntaria, mordió su labio inferior con fuerza en un inútil intento de contener los gemidos de placer que se asomaban en su boca.

No pudo parar hasta que sintió una explosión de placer. No dejó de pensar en Ricardo Marroquín mientras se masturbaba. Aquello era desconocido, era nuevo, era incorrecto y le había encantado.

Tomó una ducha nuevamente. Se vistió y fue por su diario; le urgía escribir. Buscó en el armario, en su bolso, debajo de la cama, el cuaderno no estaba, abrió los ojos como platos cuando recordó la última vez que lo había tenido en sus manos; había sido en el supermercado, no recordaba haberlo llevado de vuelta al convento.

            
            

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