―Hola ―dijo sosteniéndose la cabeza, sentía se le desprendería del cuello y saldría rodando ―buenos días ―Sharon estaba sentada en el comedor que estaba justo detrás del sofá donde Serena se había dormido, la sala, el comedor y la cocina, estaban todos en un solo ambiente sin divisiones.
―Anoche me has dejado sola ―le reprochó Sharon ―has caído en un sueño profundo, me has dado un susto, creí que tenía un cadáver en mi sofá ―Serena miró a todos lados, no veía Liam
―He llevado a Liam a la escuela ―le dijo Sharon como leyendo sus pensamientos, le dio un último bocado a una tostada, cogió el plato y se levantó ―me iré al trabajo ahora ¿necesitas que te lleve a algún lado? ―Serena lo pensó unos segundos, no quería regresar al convento, pero tenía que ir, tenía que exigir que le contaran toda la verdad.
―Sí ―respondió con un hilo de voz ―por favor
―Está bien, vamos; ya no hay tiempo ―dijo pasándole un trapo a la mesa ―llegaré super tarde y Ricardo Marroquín al fin tendrá excusas para despedirme
―¿Ricardo Marroquín? ―preguntó Serena, de pronto le parecía que ese nombre se repetía muchas veces
―Sí, así se llama mi jefe ―explicó Sharon ―el idiota del que te hablé anoche
―Ah... Ricardo Marroquín ¿en qué trabajas exactamente? Y disculpa que me entrometa
―Soy secretaria ―respondió Sharon alisándose la blusa ―En editorial Bens. vamos cariño, es tarde ―cogió una bolsa de papel del comedor y caminó a zancadas hacia el sofá ―te he preparado desayuno ―le entregó la bolsa a Serena, pero ya no da tiempo. Serena se levantó, amabas salieron, el auto de Sharon estaba aparcado afuera, el pequeño auto de bordes redindeados, era de un brillante color rojo, tenía la carrocería hundida de un lado, aparte de eso, parecía nuevo―¿Dónde te dejo?
―En el convento que queda en la otra calle ―respondió Serena
―¡Mierda! De verdad eres monja ―dijo frenando de golpe. Serena asintió con la cabeza ―le he dado whisky a una monja.
―En realidad, no he tomado mis votos, no lo haré ―afirmó ―no quiero hacerlo ―le confesó.
―Eso no tiene nada que ver con el whisky ¿verdad? ¡Por Dios! He corrompido el alma pura de una monja ―bromeó y se persignó haciendo la señal de la cruz en sus hombros, pecho y rostro ―Serena sonrió, le agradaba Sharon, abrió la bolsa y estuvo a punto de sacar el emparedado ―¡Oh! no. no. no cariño, lo siento ―Sharon negó enérgicamente con la cabeza he hizo un puchero con los labios ―no se come en mi auto. Y esa regla aplica con todos. Serena sintió que sus mejillas se calentaban de la vergüenza.
―Lo siento ―se disculpó y permanecieron en un incómodo silencio hasta llegar al convento.
Serena bajó del auto después de agradecerle a Sharon y de despedirse. Se paró frente a la gran puerta de madera de la entrada, le dio unos golpes tímidos, estaba asustada, se había metido en problemas.
―¡¿Serena?! ―dijo la hermana Lucía en cuanto abrió la puerta ―¡Gracias a Dios! exclamó mirando al cielo ―ven, rápido, tenemos que actuar con premura ―la cogió de la mano y la llevó casi a rastras a la oficina de la madre superiora. Los pasillos del convento le parecieron más estrechos que antes, tal vez porque su cerebro ahora tenía algo más grande con qué compararlos, no quería volver a vivir ahí ―¡Ha vuelto! ―anunció la hermana Lucía irrumpiendo en la oficina de la madre superiora sin siquiera tocar la puerta.
La madre Alba se levantó cogió unas bolsas que tenía debajo de su escritorio.
―Rápido ―dijo agitada. Le dio las bolsas a Serena ―Ponte esto ―Serena abrió las bolsas, contenían ropa y calzado, no eran túnicas, era ropa y calzado de verdad ―apúrate Serena, no hay tiempo para dudas, ponte la ropa ahora.
Serena obedeció en silencio, se quitó el hábito de inmediato, al quitarse el capuchón, su melena castaña cayó sobre sus hombros. Se puso la ropa y se sintió extraña. Era ropa modesta, recatada y sencilla; un jean, una camiseta y tenis, pero para Serena se sentía como estar exhibiendo su cuerpo.
―¡Madre! ¿qué ocurre? ―estaba aterrada, no entendía nada
―El hombre que ha asesinado a tu madre, ha venido por ti esta mañana, al principio, solo preguntó por Serena Young y se marchó tranquilo cuando le dijimos que no había nadie con ese nombre aquí, pero unos minutos después ha vuelto hecho una fiera, nos ha mostrado su placa de policía y nos ha exigido que le mostráramos los registros.
―Por fortuna no estás en ellos ―intervino la hermana Lucía -y por fortuna has escapado ayer
-No creo que la fortuna tuviera nada que ver -refutó la madre superiora - Ese hombre malvado nos ha obligado a mostrarle hasta el último rincón. Nos ha hecho formarnos en una fila, ha revisado nuestras manos, una a una― Serena miró el lunar en su mano, era una marca de nacimiento que había heredado de su madre; un lunar con forma de corazón en el dorso, cerca del pulgar -El que no hayas estado aquí ha sido un verdadero milagro, puedes agradecer al señor por salvarte de ese hombre malvado.
"el hombre malvado" pensó Serena tratando de imaginar su apariencia, pero en su mente solo había un rostro negro con ojos rojos llameantes, fosas nasales enormes y una boca abierta que dejaba ver colmillos afilados, era lo que imaginaba cuando la hermana Alba hablaba mencionaba al hombre malvado.
La hermana Lucía también se cambió de ropa, debajo del hábito llevaba ropa interior color crema que se confundía con su carne flácida, su barriga era más abultada de lo que la túnica gris dejaba ver y de la parte interna de los brazos le colgaba la piel. Era obvio que la situación era grave, no había lugar para el pudor, la hermana se puso un vestido que le cubría hasta la mitad de las pantorrillas.
―Ya váyanse ―les ordenó la madre Alba, le dio un abrazo a Serena, las lágrimas desbordaban de los ojos de la anciana, Serena estaba tan pasmada con todo lo que estaba ocurriendo que no podía ni llorar, no sabía si estar triste, asustada, feliz o todo eso junto.
La madre Alba le dio un bolso a la hermana Lucía y esta salió como un rayo Serena la siguió. Caminaron unas cuantas cuadras lejos del convento. La hermana Lucía le dijo que no levantara la vista para evitar ser grabada por las cámaras de tránsito y Serena hizo tal como ella le dijo. Llegaron a un estacionamiento y la hermana Lucía caminó hacia un viejo auto gris estacionado. La pintura estaba desvaída y a carrocería oxidada en algunas partes. La hermana Lucía abrió la puerta trasera e hizo un ademán indicándole que subiera, Serena lo hizode inmediato. Luego la hermana ocupó el asiento del conductor, encendió el motor y condujo en silencio hasta que se detuvo en un lugar desconocido para Serena. Bajaron y caminaron por un callejón hasta llegar a un lugar aterrador lleno de chichos y chicas tatuados y perforados por todas partes, algunos las ignoraron, otros las miraron confundidos. Serena escuchó algunos murmullos y risas.
La hermana Lucía se dirigió al mostrador, y saludó a la chica que atendía, había dibujos coloridos y en blanco y negro en todas las paredes, el lugar estaba lleno de humo, Serena sintió un cosquilleo en la garganta y tosió, escuchó risas.
―¿Es ella? ―preguntó la chica que llevaba una minifalda negra y un top, ambos hechos de una tela que parecía plástico y que apenas cubría sus pequeños pechos y sus abundantes muslos, tenía un adorno brillante colgando de su ombligo, sus ojos estaban delineados con color negro, también tenía un aro en la nariz
―Sí, es ella ―respondió la hermana Lucía, la chica sacó una carpeta de un estante y le mostró un dibujo a la hermana Lucía que asintió con la cabeza
―Pasa por aquí ―le indicó la chica saliendo del mostrador y abriendo una cortina. Serena miró a la hermana Lucía, y ella asintió con la cabeza, pero antes de que Serena siguiera a la chica, la hermana Lucía la abrazó, lloraba a mares, le dio el bolso y le susurró al oído
―Adentro está una nueva vida para ti. Identificación, certificados de estudio y suficiente dinero para que empieces de cero -las palabras de la hermana no tenían ni un ápice de sentido para Serena ¿por qué? ¿por qué le decía todo eso? ¿por qué se despedía? ¿qué era lo que ocurría? -Ahora te llamas Mirella Santori -anunció la hermana en un susurro y Serena sintió que todo el aire de sus pulmones se evaporaba en un suspiro -No le digas tu verdadero nombre a nadie -susurró aun más bajito la hermana Lucía -Te amo mucho mi pequeña. Ambas lloraron ―ve, ve con la chica -la hermana dio media vuelta y se alejó a zancadas, Serena la miró perderse entre el grupo de chicos tatuados, el humo de los ciogarrillos se volvió una niebla en la que la hermana Lucía se desvaneció frente a la mirada perdida de Serena, en aquel moemnto sintió que le arrancaban un pedazo de alma,