Esposa falsa
img img Esposa falsa img Capítulo 4 Terrible accidente
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Capítulo 10 Una chica misteriosa img
Capítulo 11 En la boca del lobo img
Capítulo 12 Seis meses para un cambio img
Capítulo 13 La niñera img
Capítulo 14 Un hombre de familia img
Capítulo 15 Rechazada img
Capítulo 16 La loca de los libros img
Capítulo 17 Un inesperado primer dia de trabajo img
Capítulo 18 Ebrio impertinente img
Capítulo 19 Recuerdos img
Capítulo 20 Emergencia familiar img
Capítulo 21 Una fiesta para encontrar esposa img
Capítulo 22 Un vestido y una máscara img
Capítulo 23 Ritual interrumpido img
Capítulo 24 Atrapada img
Capítulo 25 Tarde para salvarla img
Capítulo 26 CAOS img
Capítulo 27 Rectángulo dorado img
Capítulo 28 Escondiendo sentimientos img
Capítulo 29 Memorias de un cadáver img
Capítulo 30 Un teatro improvisado img
Capítulo 31 Gas pimienta img
Capítulo 32 Chantaje img
Capítulo 33 Rosas azules caídas del cielo img
Capítulo 34 Azúcar amargo img
Capítulo 35 ¿Fanstasma img
Capítulo 36 Gotas de lluvia img
Capítulo 37 Deseo img
Capítulo 38 Visita desde el más allá img
Capítulo 39 No te metas con mi familia img
Capítulo 40 Después de un gusto... un disgusto img
Capítulo 41 La otra Mirella img
Capítulo 42 Celos de parte y parte img
Capítulo 43 Anillo de compromiso img
Capítulo 44 Viaje de negocios img
Capítulo 45 ¿Dónde está Mirella Santori img
Capítulo 46 Malas intenciones. img
Capítulo 47 No más mentiras img
Capítulo 48 Momento de salir img
Capítulo 49 Amanecer con un cadáver img
Capítulo 50 Novia fugitiva img
Capítulo 51 Servida en bandeja de plata img
Capítulo 52 Carrera al aeropuerto img
Capítulo 53 Camino al matadero img
Capítulo 54 Un collar, un apellido y recuerdos img
Capítulo 55 Llegó la entrega img
Capítulo 56 Mal presentimiento img
Capítulo 57 Tragedia doble img
Capítulo 58 Cuervos y buitres img
Capítulo 59 La veremos pronto img
Capítulo 60 ¿Qué pasó anoche img
Capítulo 61 Falsedad img
Capítulo 62 Soñar despierto img
Capítulo 63 Piezas utilizables y descartables img
Capítulo 64 Un camino diferente img
Capítulo 65 Marcas en la piel img
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Capítulo 4 Terrible accidente

Ricardo Marroquín cogió a su hija de la mano y salió del supermercado. No hizo las compras que había ido a hacer. Él no solía realizar esas tareas, su presencia en ese lugar era parte de una campaña publicitaria impuesta por su abogada; tenía que ser el padre perfecto (o al menos aparentar serlo) tenía que hacer el papel del padre que iba con su hija a hacer las cosas cotidianas, el papá que conducía en las mañanas al colegio y en las tardes a clases de valet.

Por lo general, le dejaba esos menesteres a los choferes y escoltas privados; desde que comenzaba el día, hasta que caía la noche, él hacía su rutina muy aparte de la de su hija; aquello tenía que cambiar si no quería que su suegra recuperara la custodia.

Acomodó a la pequeña Luz en la silla para niños, en el asiento trasero del coche último modelo. Adquirir un sedán, había sido uno de los recientes cambios que había tenido que hacer. Ricardo solía conducir un deportivo de dos puertas y cada noche, el asiento del copiloto era ocupado por una mujer diferente; cada una más bella que la anterior.

―Ya estoy grande para esto ―se quejó Luz refiriéndose al asiento para niños. Ricardo tenía la mitad superior del cuerpo dentro del auto, estaba inclinado sobre Luz. Ignoró lo que ella dijo y puso su atención en lo que llevaba en las manos.

―¿Qué es eso que tienes ahí? ―le preguntó arrebatándole el cuaderno de la mano ―¿quién te lo ha dado? ―salió del auto y se enderezó mirando con curiosidad el viejo cuaderno.

―Se le ha caído a mi amiga; Serena ―respondió la niña con los ojos clavados en el cuaderno, estiró la mano en un intento de cogerlo de vuelta. Ricardo se preguntó quién era esa tal Serena mientras ojeaba el cuaderno viejo y sucio ―la amable señorita que me ha ayudado a encontrarte ―aclaró Luz como si le hubiese leído los pensamientos. Ricardo abrió el cuaderno y lo hojeó. Rodó las pupilas hacia arriba en cuanto percibió lo que era.

―¡De esto se trataba! ―frunció los labios con rabia ―toma, puedes usarlo para jugar, puedes dibujar o recortarlo si quieres ―puso el cuaderno en las manos de Luz y cerró la puerta sin asegurar las correas del asiento.

Ricardo era el dueño y director general de la Editorial más importante del país, tenía al menos una cincuentena de sellos editoriales asociados. Tenía una especie de sexto sentido para elegir manuscritos con potencial y contaba con conocimientos, habilidades y recursos para hacer de esos manuscritos los mayores éxitos de venta.

Aquel no era un negocio muy lucrativo, sin embargo, Ricardo Marroquín se había hecho un mercado que le generaba cuantiosos ingresos, su capital ascendía a millones y millones de dólares. No era de extrañar que cada cierto tiempo, algún escritor aficionado; desesperado por ser publicado por Bens Editorial, hiciera alguna locura para hacerle llegar un manuscrito. Esa chica vestida de monja había ido demasiado lejos. Sintió rabia al pensar en el asunto, tenía que haber llamado a la policía después de todo, le hubiese enseñado una lección.

El tráfico era un desastre, llegarían tarde a las clases de valet.

―No compramos mis galletas ―el reclamo de Luz le llegó desde el asiento trasero.

Eso era lo que habían ido a comprar; las galletas, kas malditas galletas. Era el cumpleaños de una de las niñas de la clase de valet y harían una pequeña fiesta de dulces; Luz tenía que llevar galletas. Su pequeña hija era un ángel, pero podía ser bien quisquillosa cuando se lo proponía, se había negado a llevar cualquier tipo de galleta que no fueran oreos choco brownies y ese había sido el motivo por el que Ricardo se había distraído en el supermercado y le había quitado los ojos de encima; buscaba las malditas oreos choco brownie.

Miró el reloj en su muñeca y no se contuvo.

―¡MIERDA! ―dijo entre dientes y le propinó un golpe al centro del volante. Eran las tres y cuarenta, la clase de valet comenzaba a las cuatro, llegarían tarde otra vez, era la tercera vez esa semana que Luz llegaría tarde, la profesora Betsy, una mujer de nariz puntiaguda y rasgos de roedor, ya se lo había reprochado, con su ridículo acento francés y ceja arqueada sobre esos pequeños ojos negros; le había advertido que sus clases en el horario de la tarde eran muy cotizadas y que tenía a una fila de niñas esperando por un lugar "niñas que jamás llegarían tarde" le había asegurado, había fruncido sus labios casi inexistentes y se había alejado cogiendo a Luz de la mano con una brusquedad que le había hecho que Ricardo se saliera de quicio.

Miró hacia adelante, una gran fila de autos se extendía hasta donde ya no podía ver más. Todos tocaban el claxon, el carril contrario estaba despejado. Viró a la derecha saliendo un poco de la fila, lo pensó un par de segundos y se lanzó al carril a toda velocidad, podría avanzar lo suficiente antes de que viniera un auto en dirección opuesta, al menos, eso pensó, pero no fue así, una camioneta roja salió de la nada y Ricardo no pudo frenar a tiempo, trató de salirse de la vía, pero solo logró evitar un choque de frente.

De un segundo a otro, el auto se estremeció de un golpe, los oídos empezaron a zumbarle, los pedazos de vidrio le impactaron contra el rostro, sentía algunos de ellos incrustados el cuello, su mejilla estaba tendida contra la bolsa de aire, sentía que el cinturón de seguridad lo asfixiaba, intentó en vano desabrocharlo, giró el torso hacia atrás, Luz no estaba en la silla para niños, sintió su corazón arrugarse dentro de su pecho hasta volverse nada. Miró desesperado hacia todas partes y vio el cuerpo de su hija enroscado en posición fetal en el suelo detrás del respaldo del copiloto.

―¡LUZ! ¡LUZ! ―gritó desesperado, estiraba las manos hacia la pequeña que no se movía. Entornó la mirada como si buscara algo en el aire, trataba de ver si Luz estaba respirando, pero las lágrimas le empañaban la vista. El cinturón de seguridad lo mantenía sujeto a su asiento, no lograba desabrocharlo.

Aquellos fueron los minutos más desesperantes de su vida. El rostro de Mirella se le vino a la mente, su cabeza rapada, su piel glauca y las bolsas de cansancio debajo de sus ojos "cuida a Luz" le había rogado su amada esposa antes de morir "por favor cuídala" él le había prometido que lo haría, pero en vez de eso, había ahogado el dolor en el alcohol, las fiestas y las mujeres. No había cuidado a Luz. Las lágrimas le quemaban las mejillas, sentía que se ahogaba en su propio llanto ―¡AYUDA! ¡AYUDA! ―intentó gritar en cuanto vio personas acercarse al auto, pero las palabras salían ahogadas de su boca, cerró los ojos y gimoteó. Ese día revivió el sentimiento impotencia por ver morir a quien amas sin poder hacer nada.

            
            

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