El Castigo del CEO
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Capítulo 9 Capitulo 9

Hanah se marchó a trabajar en una tarde invernal y lluviosa, le tocaba el turno nocturno que empezaba a las seis de la tarde hasta las once de la noche, por suerte solo tendría que rellenar las estanterías y preparar el café, el turno pasado le había tocado la caja registradora, y aunque se encontraban en temporada alta, el lugar no era tan concurrido como esperaba.

Hingleville se encontraba a unos sesenta y tres kilómetros aproximadamente de Snowfiel, el viaje solo tardaba tres horas y 48 minutos por carretera, ella lo sabía muy bien.

La joven había rentado el pequeño departamento donde vivía actualmente, a solo unas cuadras del supermercado en el que trabajaba, ya no caía nieve, así que decidió ir andando, eran apenas las cinco de la tarde, eso le daría el suficiente, para llegar y así también aprovechaba de entrar en calor. Tenía que ahorrar cada centavo que ganaba como empleada, para no tener que volver a estar desprotegida vagando por las calles. La localidad de Hingleville, era muy tranquila y la nieve que había caído sobre el, los últimos días, le daban un toque mágico, sobre todo al sendero de árboles por donde caminaba en ese momento, nada tenía que ver con los paisajes de las montañas de Snowfiel, que en esa época mostraban todo el esplendor de la nevada en esa estación del año. En esas ocasiones en que comparaba el follaje de un lugar y otro, era cuando más extrañaba su hogar. Aún recordaba cuando se reunían todos alrededor de la chimenea, su madre dando vueltas en la cocina horneando galletas de jengibre, su padre echando leña a la chimenea, mientras les contaban historias sobre su niñez en Inglaterra y su hermana Monique quejándose de todo, odiando el invierno que le causaba friz a su inmaculado cabello, o le hacía que se le enronjeciera la cara. Hanah casi se vio sonreír ante aquel recuerdo tan lejano de su familia, que estarían haciendo ahora mismo, aún la estarían odiando por no casarse con Ares Prokopis?, esperaba que con el tiempo ellos también pudieran seguir adelante sin tener que enfrentarse a las sombras de lo que pasó esa noche en el baile de máscaras de los Prokopis.

Faltaba solo un mes para diciembre, y estás iban hacer las primeras navidades en que la joven la pasaría sola, alejada de su familia, estaría en sus fiestas favoritas del año, huyendo, y ocultándose en un lugar desconocido todavía para ella, sin nadie a su alrededor con quién compartir una cena, un obsequio, o un sencillo abrazo, nada allí le parecía cálido, familiar y hogareño, era una extraña en ese lugar.

A Hanah le dio la impresión de ver a un hombre corpulento, de aspecto intimidante, al otro lado de la calle observándola, inmediatamente se puso nerviosa y comenzó a avanzar más deprisa, cuando llegó a una esquina para cruzar volvió a echar un vistazo hacía atrás, pero ya no había nadie, el hombre no estaba, la chica se sintió aliviada y dejó salir el aire acumulado de sus pulmones, haciendo que el vapor de aire de su aliento contra el aire frío, formarán una capa de humo.

_ Estoy paranoica. Se dijo en voz alta, frotándose las sienes.

Hanah continuó andando más lento y tranquilamente. Volviendo a sus pensamientos mientras caminaba por la solitaria acera, había trazado nuevos planes, ella sabía que mientras más tiempo pasaba en un lugar, corría el riesgo de que la descubrieran. Ares era un hombre con recursos ilimitados, y sabía que la podía encontrar en cualquier momento, quizás estaría exagerando, y ya él se estuviera entreteniendo con alguien más, un nuevo pasatiempo, alguien quién le calentará la cama en las noches frías. Pero aún así no podía bajar la guardia, ni tampoco arriesgarse a que la encontrara y la llevará arrastras como había prometido si se negaba a caminar al altar. Por eso solo trabajaría hasta el final de la semana en el supermercado, era día miércoles así que tendría aun algo de tiempo para organizarse, ya había reunido el dinero suficiente para llegar a Inglaterra, pasaría las fiestas en la casa de su tía Katherine Hitdleton, ubicada en Birmingham, allí al menos estaría segura, y no se sentiría tan sola, aunque su tía Katherine no era precisamente la encarnación de la cordialidad. Era una mujer de sesenta años, viuda, tosca y cínica, no tenia hijos, vivía en una mansión con una señora que la atendía como su única compañía, la última vez que Hanah la vio fue hace dos años cuando viajó a Oregón de vacaciones, pero al menos la chica estaría en compañía de una cara familiar.

En Estados Unidos Ares era un todo poderoso, pero en otro continente no lo era, y ella tendría más ventaja para ocultarse de él. Ares era un pez gordo en su estanque, pero si ella nadaba a aguas más profundas podría tener oportunidad de escapar.

Hanah tenía esperanzas de que con el tiempo las aguas volverían a su cauce y Ares se olvidaría definitivamente de esa absurda idea de convertirla en su esposa, para que según él, ella no acabará manchando su ilustre apellido y pusiera en ridículo a su honorable familia, quizás solo así ella al fin podría dejar de huir y, seguir con su invisible y triste existencia.

La ropa de invierno de Hanah era escasa, al igual que su presupuesto, y por ahora no podía darse el lujo de adquirir un nuevo abrigo, y el que tenía no la cubría de los envites del frío viento. Procuró llevar equipaje ligero cuando huyó de la casa de sus padres aquella terrible noche, por lo que su guardarropa invernal era escaso y limitado, y la mayor parte del tiempo llevaba el uniforme del trabajo así que no se preocupaba por qué su apariencia fuera perfecta, al menos tenía la vestimenta adecuada para mantenerse caliente. Debía seguir caminando en silencio entre las sombras para evitar que su cazador de con ella, hasta ahora había tenido éxito, la chica solo esperaba poder continuar con la buena fortuna que hasta ahora la había acompañado.

                         

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