No tenía ni idea porque decidí darme la vuelta cuando estaba a punto de salir por la puerta. Incluso era algo que desee durante gran parte del día, salir de allí. Llegar finalmente a casa, poner algo de música y comer algo de la lasaña que seguramente la señora Grant me había dejado en el microondas, mientras leía un poco probablemente. Luego con suerte ir a dormir e intentar conciliar el sueño, algo que la mayoría de las veces me resultaba imposible porque cuando todo a mí alrededor se calmaba debía finalmente escuchar mis pensamientos, enfrentarme cara a cara con lo que era. Sin embargo, allí estaba camino a ediciones esperando encontrarla.
No sabía exactamente por qué me había pasado dos días pensando en ella, en la forma en como hablaba sola, en como mordía el bolígrafo, en su sonrisa o en la tibieza que desprendía su cuerpo cuando estaba lo suficientemente cerca del mío.
No entendía que era lo que me ocurría, solo estaba seguro de que me parecía inofensiva. Me repetí muchas veces durante el día que no existía nadie inofensivo, que la experiencia me indicaba que ya no se podía confiar en nadie, ni siquiera en mí mismo. Sobre todo no debía confiar en mí.
Pero ella me parecía inofensiva, probablemente eso no parecía un cumplido, sin embargo para mí lo era. No parecía tener dobleces, no era del tipo que ocultaban cosas, casi siempre se iba de lengua, aunque para ella eso no parecía ser malo en lo absoluto por el contrario era bueno y en ocasiones sentía que si me acercaba lo suficiente podría experimentar algo de aquella candidez. Lo peor de aquello era que no podía dejar de mirarla y mucho menos dejar de pensar en ella.
Cuando abrí la puerta la vi haciendo una anotación en un post-it para luego colocarlo concienzudamente en el margen de una hoja. Ni siquiera me escuchó entrar por lo que la vi levantar la vista sorprendida cuando hablé.
-¿Otra día en el maizal? -Le pregunté mientras me apoyaba en el marco de la puerta, esperando ver su sonrisa y allí estaba, como siempre.
Inofensiva.
Siempre sonreía para cuando me veía o puede que es lo que yo deseaba. No importaba que tan malo fuese su día y podía apostar que había sido realmente malo. Tenía el cabello enredado en la parte de atrás, los ojos hinchados y tres vasos de café apilados al lado de las carpetas con los expedientes.
-Sí, otra vez me fui de lengua, aunque en mi defensa esta vez fue una encerrona. -Se justificó, colocándose un mechón de cabello tras la oreja, nerviosa, porque la avergonzaba ser vista allí. Porque para su jefe aquello era una especie de castigo. -¿Qué hora es? Creo que no me moví de aquí ni siquiera para ir por un sándwich de pavo como suelo ir. -Estiró los brazos antes de hacer crujir su espalada.
-Las ocho y treinta, ya todos se han ido. -Lanzó un pesado suspiro, cargado de frustración. -Podría hablar con él, si tú quisieras. Ni siquiera los becarios pasan tanto tiempo en ediciones como tú. -No estaba seguro de porque me provocaba protegerla.
-Eso empeoraría las cosas Andrew, no necesito que me defiendas, yo puedo hacerlo sola. Puedo salvarme sola. -Dijo con suavidad y poca convicción. -Además me van a pagar un bono extra por productividad. ¿Sabías que pagaban uno de esos? -Asentí sonriendo.
-Entonces, ¿qué te parece un respiro? -Ella me miró con una ceja alzada. -Estoy hablando de ir a tomar un poco de aire a la terraza. -Le aclaré y me devolvió una de esas sonrisas que parecían iluminar toda la habitación. -No hay dobles intenciones en mi propuesta, a menos que quieras que sea una propuesta indecente, en ese caso puedo cambiar mis intenciones rápidamente.
Rebecca se levantó negando con la cabeza, al tiempo que se alisaba el vestido con cuidado.
-Me bastara con tomar un poco de aire, antes de continuar. -Me incorporé cruzándome de brazos para observarla mientras se preparaba y dejé que mis labios se curvaran de manera casi perezosa, inconsciente de que observaba cada uno de sus movimientos. -¿Debería ponerme zapatos? Siento que los pies me van a estallar. -Ni siquiera me miró.
Continúe analizándola de forma intensa hasta que ella carraspeo porque esperaba alguna respuesta. .
-Creo que puede darte un poco de frío. -Dije finalmente.
-Es verdad. -Se los colocó. -No me gusta el frio, o quizás debería decir que lo que no me gusta es tener que usar vestidos con este maldito frio.
-Entonces, deberías haber escogido otro lugar más cálido para vivir. -Le dije tomando el único abrigo que se encontraba colgado en el perchero junto a la puerta, para ofrecérselo.
Caminamos por el pasillo hasta que llegamos al ascensor que abordamos para llegar a la azotea. Subimos en silencio con nuestros brazos rozándose sutilmente mientras la observaba por el rabillo del ojo, porque intentaba adivinar si ella sentía como yo que entre nosotros había algo más. Lo había sentido por primera vez, fuerte y latente cuando conocimos por pura casualidad en el metro, aunque luego esa sensación se fue diluyendo poco a poco hasta que simplemente se convirtió en algo cordial.
Cuando las puertas se abrieron, le indique con la mano que debía salir y me apresuré a abrir la puerta para ella.
En cuanto estuvimos fuera el frio nos golpeó con fuerza y se abrazó como para protegerse del frio, quizás debería haberla abrazado porque era lo que quería hacer, me apetecía sentirla de alguna forma que era diferente a la forma en la que quería tocar al resto de las mujeres en las que intentaba trazar cada curva con dolor. Junto a Rebecca sentía que de alguna manera dejaba de ser yo, para ser alguien más, alguien mejor, alguien que solo quería acunarla con ternura. Puede que de haberle dicho eso hubiesen cambiado las cosas. Si hubiese sido valiente para decirle que me importaba una mierd@ ser su amigo, que la quería, no estaba seguro de que nada cambiara. Pero nunca lo sabría.
Muchas veces me pregunté luego de esa noche si de haberla besado las cosas serían diferentes. Algunas noches daba vueltas pensando en cómo se habrían entretejido nuestros destinos de haber tomado diferentes decisiones. No podía estar completamente seguro de nada porque los recuerdos se iban volviendo borrosos. Como si la distancia física, precediera inevitablemente al olvido. De lo único que podía estar seguro, era de lo hermosa que se veía esa noche en contraste con el gris plomizo del cielo, con el viento alborotando su cabello y los labios ligeramente hinchados.
Se acercó con cautela a la cornisa, colocándose en puntas de pie para observar la vista.
-Es hermoso... -Concluyó sin dejar de ver las luces encendidas bajo nuestros pies. -Creo que lo más hermoso que he visto en mi vida. ¿Cómo sabias que esto me gustaría? ¿Qué me haría sentir mejor después de un día horrible? -Su voz era casi un hilo que me hizo sentir un nudo en la garganta difícil de ignorar.
-No lo sé, simplemente lo sabía. -Dije sin dejar de mirarla de perfil, con la boca ligeramente abierta, las mejillas sonrosadas por el frio.
-A veces siento como si nos conociésemos de antes, como si ya hubiésemos coincidido en otro mundo, en otro lugar, en otra vida. Cada vez que me siento mal, cuando creo que no hay un solo rostro amigable o estoy muy nerviosa de alguna forma estás allí. ¿Eso es raro? Porque en realidad no te conozco, ni tú me conoces. -El vaho que provocaba el frio salió de su boca. -No quiero que pienses que estoy loca o algo por el estilo.
Se quedó muy quieta esperando una respuesta.
-Yo te conozco. -Le dije tomando uno de los mechones de cabello que estaba suelto al frente, bailando sobre su rostro. -Sé lo que necesitas porque a veces necesito lo mismo, como ahora... Lo que quiero es bailar y puede que quieras lo mismo porque bailar es dejar de pensar, dejarse ir con las notas...¿Quieres bailar? -Le pregunté de pronto y ella se dio la vuelta para verme con el ceño ligeramente fruncido.
-¿Bailar? ¿Aquí? -Negó con la cabeza. -No se bailar, no pienso hacer el ridículo.
-Sí puedes, porque me has dicho que somos amigos y los amigos no se juzgan. Además tampoco estoy seguro de ser un gran bailarín, pero creo que leí que la música es curativa, puede hacerte sentir mejor y ya sabes. -Le extendí la mano. -Te conozco y sé que es justo lo que necesitas. Confía en mí.
Me tomó la mano y la mantuve sujeta en la mía, mientras ella me estudia en silencio. Definiéndose entre lo que su mente le decía que era una completa locura y lo que deseaba hacer. Ladee ligeramente la cabeza y le di mi mejor sonrisa para animarla.
-No hay música. -Me dijo. -Como si intentase buscarle una explicación racional a todo.
Por lo que tire de ella con cuidado, acercándola a mí. Rebecca apoyo su mano sobre mi hombro, asustada por lo sorpresivo de mis movimientos y se sujetó para no caer.
Saqué los audífonos del bolsillo, le coloqué uno de ellos en su oído y el que restaba en el mío. Tomé el móvil que se encontraba en mi otro bolsillo para buscar una canción y le subí un poco el volumen. Luego lo guardé nuevamente, para apoyar suavemente una de mis manos en su cintura.
El piano comenzó a sonar tan íntimamente que ella abrió sus enormes ojos café, me sostuvo la mirada, logrando que mis piernas flaquearan ligeramente como lo había hecho en el tren, analizándome de una manera tan intensa que sentí que algo se incendiaba en mi interior. La pegué a mi pecho, moviéndome y Rebecca finalmente se dejó llevar, apoyando su cabeza con cuidado en la curva del cuello.
No se podía decir que estuviésemos bailando, para ser franco simplemente nos movíamos, pero justo aquello era perfecto.
-Di algo, estoy renunciando a ti. Seré, él indicado si tú quieres que lo sea... -Mi mano apretó instintivamente su piel sobre la tela y le canté suavemente al oído, mientras sentía que temblaba ligeramente, se sentía tal como si una mariposa aletease suavemente entre mis manos. Entonces tuve miedo de que escapase, que volase a los brazos de otro.
Nos movimos, mientras ella me permitía que le siguiese murmurando la canción donde no llevaba el audífono con mis labios rozando su piel. Me dejo acariciarla, casi sin tocarla. Sintiendo latir su pecho contra el mío, permitiendo que el vaho que escapaba de sus labios rozara mi barbilla.
Giramos sin pensar en nada, sintiendo que aquello era único, especial. Respiramos hondo, mientras la música nos hacía flotar. Me concentré en las yema de su pulgar trazando suaves círculos en el dorso de mi mano, hasta que la canción terminó de sonar. Aunque ninguno de los dos, dimos un solo paso en busca de separarnos. Y sentí miedo porque aquello era nuevo para mí, porque estaba seguro de que a veces tener esperanzas era peligroso.
-Gracias...-Su voz era un hilo apenas perceptible. -Gracias por ser un buen amigo... -Tragué con fuerza porque en aquel momento, en esa terraza, entendí que no podía ser su amigo. -Prométeme que nunca vas a dejar que esto se rompa, nunca antes había tenido a alguien que me conociese tan bien sin siquiera conocerme.
Sonrió contra mi cuello.
-No voy a dejar que se rompa...-Mi voz se sintió áspera, profunda, bajo el crujir del viento contra los cristales. Un copo de nieve bailo hasta su cabello, luego otro cayó sobre su nariz y ella se separó para abrir su palma en busca del siguiente que planeaba de manera perezosa sobre nosotros. Entonces entendí que no podía prometerle nada sin salir herido. Que necesitaba algún tipo de garantía. Por lo que me acerqué a ella, Rebecca no se movió cuando me incliné con cuidado, moviendo mis movimientos hasta que estuvimos tan cerca que su nariz casi rozó la mía. Me sentí muy triste cuando su aliento acaricio mi mejilla, por lo que lo único que pude decir fue:-Pero tú prométeme que si se tensa lo que sea que exista entre nosotros, serás la que olvidé por los dos.
Si ella no olvidaba, no estaba seguro de poder hacerlo porque esa noche supe que la amaba a pesar de saber muy en el fondo que nunca podría ser correspondido. Era un amor condenado, un amor que no moriría tan fácilmente porque existía a pesar de ser ocaso, renuncia y vacío.