Claro que en el uber la idea de que él no tenía las mismas intenciones cruzó por mi cabeza, de otra forma hubiese llamado, pero no lo hizo. Eso me debería haber desalentado. Sin embargo allí estaba, esperando para dejar mi abrigo, apretando con fuerza la tela del vestido rojo y ajustado que Popys dijo que me quedaría pintado mientras se lamentaba por no haber logrado cancelar su cita.
Era bastante extraño porque de cierto modo creí que habíamos conectado durante la boda de mi hermana, hablamos durante horas, bailamos y me reí como nunca antes lo había hecho con ningún hombre. Nunca nadie me escuchó o me vio como él. No me miraba las tet@s como solían hacer, me prestaba atención, escuchaba lo que tenía para decir y no me hacía sentir como una idiota.
Sin embargo, cuando llegó el momento de despedirnos, me aproximé a él ligeramente, esperando ansiosa que me besase, que sus manos fuesen más allá, quería todo. Me importaba poco que fuese un caballero, porque su cercanía bastaba para sentir esas cosquillas en el estómago que te hacen respirar muy profundo solo para saber si tu corazón está latiendo todavía y realmente esperaba que él sintiese lo mismo.
Andrew me miró intensamente, de forma intima, como si me conociera, sonriéndome de una forma tan bonita que me entraron ganas de llorar. Nuestras miradas se enredaron por lo que tragué con fuerza ansiosa.
En ese momento tuve la percepción de que parecía incomodo cuando su brazo rozó mi costado frente al departamento de Popys. Aun así se inclinó y yo cerré los ojos disfrutando de su cercanía, concentrándome en la tibieza que desprendía su piel, esperando ese contacto que tanto ansiaba. No pasó, se limitó a dejarme un beso suave en la mejilla para separarse de forma repentina, mirándome de manera tensa. Ni siquiera dijo nada, simplemente se dio la vuelta para irse, desapareciendo de mi vista.
«¡Vaya mierd@!»
Fue confuso, decepciónate y sin sentido. No lograba entender que era lo que había ocurrido, que era lo hice para obtener su rechazo. Entonces Popys me dijo lo que ocurría, Andrew estaba enamorado de mi hermana o al menos lo había estado, aunque para ser sincera en el fondo sabía que él seguía sintiendo algo por ella.
No podía creer que nuevamente fuese tan idiota como para poner los ojos en alguien que estaba colado por ella. Era extraño, porque había crecido escuchando lo guapa que era, lo perfecta que era mi piel, mis labios, mi cuerpo, pero nunca me sentí especial por ello, no como ella por ser quien era.
Muchas veces tenía la sensación de que yo era como esas muñecas de bronceado perfecto que descansaban en un aparador, perfectas y vacías.
Cuando era niña, mientras mi hermana mayor podía pasar su día dándole de comer a los caballos o jugando al futbol con sus amigos. Yo debía hacerme faciales, comer ensaladas y no atreverme a descuidar una manicura perfecta. Todo el tiempo podía escuchar en mi pecho el sonido de un reloj corriendo como si todo mi interior estuviese a punto de estallar.
Mamá era preciosa, la mujer más hermosa que hubiese visto y se me exigía lo mismo ya que era dinero fácil, me recordaban que invertían mucho en mí, porque papá siempre se estaba metiendo en líos, por lo que necesitaban con desesperación los premios en metálico que la perfecta Allesia les podía hacer ganar.
Por eso allí estaba yo, creciendo como una muñeca en la parte superior del estante, vacía y sola observando a todos los demás sintiendo, viviendo, aprendiendo.
Mientras Becca se preparaba para una buena universidad, a mí me enseñaban a caminar con la espalda erguida, a tener la sonrisa perfecta o hacer dieta líquida cuando me sentía hinchada.
Siempre que ella iba de visita con su novio cuando ya estaba estudiando abogacía devoraba una enorme hamburguesa que ni en mis sueños podría haberme pedido, al tiempo que hablaba de lo emocionada que estaba por poder darle la asistencia a personas sin recursos que solo los ricos podían recibir, cuanto esperaba salvar vidas haciendo justicia. Hablaba con tanta pasión agitando los brazos, saltándose cada norma que dictaba la etiqueta sin culpa, que me parecía ilógico que su novio, Gregor la mirara extasiado, como si fuese una aparición o algo por el estilo, ni siquiera podía apartar la vista de ella cada vez que se enfrascaba en uno de esos discursos socialistas que le gustaba soltar.
Nunca nadie me había mirado de ese modo.
Me devoraban con la mirada, los hombres me hacían sentir su deseo todo el tiempo, incluso Gregor lo hacía de vez en cuando Rebecca estaba distraída, pero nunca nadie me había mirado como él lo hacía cuando ella hablaba. De hecho ni siquiera me escuchaban cuando hablaba. Seguía siendo la muñeca, el trofeo en la vitrina, vacío y solo. Ese que se presume durante un tiempo, para luego dejarlo juntando polvo.
Una mujer que despertaba deseo, buena para ser montada, para presumirla como una medalla frente a los colegas, pero nunca para ser vista realmente, ni menos oída. Porque Allesia nunca tenía nada interesante que decir, su boca no fue concebida para eso, porque a nadie le importaba una mierd@ lo que una muñeca sentía o pensaba.
Hasta Andrew, él fue el primero que me vio, me escuchó y se rio de mis chistes por muy malos que fuesen. Fue el único que no me hizo sentir una completa idiota, una muñeca inflable que solo servía para una cosa.
Esa era la única razón porque me atreví a retrasar mi vuelo, porque quería saber si aquello significaba algo realmente y por eso estaba allí esa noche, en una ciudad que no conocía, esperando que aquello fuese real y no otro intento inconsciente, desesperado por sentirme amada por primera vez en la vida.
Todo me daba vueltas cuando entre al club donde Nate me dijo que lo encontraría. Me sentía como una niña, le pedí a Popys que me ayudase a arreglarme y cuando estuve lista me vi tan bien como siempre. Era común para mí despertar miradas de hombres y mujeres, pero eso no me hacía sentir segura, todo lo contrario. Comer un trozo de pizza de más me llevaba a sentirme horrible, cada vez que un hombre me usaba aplacando su deseo, para luego descartarme, toda mi autoestima se iba por el caño.
Mis emociones se encontraban constantemente en una montaña rusa.
Cuando entré comencé a plantearme si aquello no era un error. Finalmente sentía algo por mi hermana y yo estaba orillándolo como también hice en el pasado con Gregor que también amaba a mi hermana. Parecía condenada a obtener las sobras de la mesa de otra persona.
Lancé una risa amarga, estaba jodida. Desesperada porque alguien me amase, rota, incapaz de discernir cual era mi lugar en el mundo, tan desesperadamente sola.
Caminé entre la gente con el piso retumbando bajo mis pies hasta que lo vi. Allí estaba, apoyado contra la barra del lugar. Llevaba un pantalón oscuro y una camisa color marfil, que se ajustaba perfectamente a sus fuertes brazos, se había quitado la corbata, abriendo el primer botón para parecer casual, aunque era evidente que acababa de salir de trabajar. Tenía el cabello oscuro, revuelto y la mirada perdida en el trago que estaba frente a él.
Andrew era uno de esos hombres que te provocaban orgasmos visuales y te dejaban sin aliento en cuanto están lo suficientemente cerca. Sin embargo, lo que más me gustaba de él, era sus ojos, puede que fuese que el color gris azulado me recordaba al cielo en invierno, con pequeñas motas negras y doradas rodeando la pupila. O quizás era simplemente que su mirada era triste, melancólica, como tenía la mirada alguien que no encaja en ningún sitio al igual que yo.
Fuese lo que fuese, allí estaba y me quitaba el aliento de solo verlo, la gente que estaba a mi lado se desdibujo por completo cuando mis ojos lo recorrieron. Puede que fuese mi mirada ardiente o la fuerza impetuosa de mis deseos lo que hicieron girarse para encontrarse conmigo. Frunció el ceño ligeramente, sin moverse de su sitio.
Me quedé muy quieta mientras un grupo de personas me rodeaban bailando, entre ellos un chico rubio, bastante guapo que se acercó lo suficiente como para hablarme al oído.
-Hola. -Se movió lentamente, con cautela esperando no ser rechazado.
-Hola. -Le respondí, mirándolo de frente, mientras observaba a Andrew erguirse junto a la barra por el rabillo del ojo.
Él me sonrío aliviado al no verse rechazado de inmediato. Me fije en que tenía una sonrisa muy linda y unos ojos verdes brillantes.
-Soy Ben, ¿Cómo te llamas? -Comenzó a reír. -No me estoy riendo de ti, que lo sepas. Es solo que te vi entrar, y cuando te quedaste aquí parada me sentí fatal, parecía como si estuvieses perdida o buscando a alguien. -"Perdida", me había descripto perfectamente. - En fin, les dije a mis amigos que vendría a echarte una mano, ellos estaban seguros de que ni siquiera me mirarías. -Rodó los ojos. -Ya sé, hablo demasiado, es que soy vendedor. -Comencé a reír, probablemente quería tirarme como todos, pero era gracioso y bastante agradable.
-Allesia, -Le extendí la mano y la tomó para darme una vuelta.
-Un gusto Allesia y por tu marcado acento, imagino que no eres de aquí. -Movió las manos como si estuviese intentando entrar en mi mente. -También te gustaría pasar una noche alucinante con un vendedor de seguros súper sexy. -Negué con la cabeza riendo.
-Realmente te lo agradezco, pero estaba buscando a un amigo. -Intenté disculparme.
-No me digas eso. -Hizo una especie de puchero. -Al menos déjame darte mi número por si necesitas un guía para conocer la ciudad. -Sus labios casi rozaban mi oreja y miré de soslayo hacia donde se encontraba Andrew, no estaba. Su lugar estaba ocupado por una pareja.
El alma se me fue a los pies.
-Lo siento, Ben. -Le dije nerviosa buscándolo con la mirada. Se había ido. Me entraron unas ganas locas de llorar. -Debo irme, muchas gracias por todo, pero tengo que irme. -Alguien que pasaba por detrás me empujó, perdí el equilibrio, y casi caí al suelo. Ben me atrapó, por lo que mi rostro quedó pegado a su pecho.
-Cuidado, preciosa. ¿Te encuentras bien? -Me preguntó sosteniéndome con su mano izquierda, mientras que con su mano derecha me quitaba el cabello de la cara, tomando un mechón que caía sobre mi frente para colocarlo detrás de la oreja.
Abrí la boca para disculparme, pero justo en ese momento sentí como alguien me sujetaba con fuerza de la cintura por detrás, ni siquiera tuve que darme la vuelta para saber de quién eran esas manos fuertes que me apretaban posesivamente. Un escalofrió recorrió mi espina y cerré los ojos al sentir el calor atravesando la tela del vestido.
-¿Estás bien, cachorrita Bianco? -Ronroneo a mi oído con suavidad.
Me di la vuelta para mirarlo, aunque tenerlo tan cerca me hizo trastabillar nuevamente, por lo que tuve que sostenerme de sus hombros para no caer.
-Yo...-Mi pulso se había disparado cuando su cuerpo se apretó ligeramente contra el mío. -Estoy bien, es solo que quiero que bailes conmigo. Te estaba buscando. -Me miró confundido cuando mis manos temblorosas rodearon su cuello.
Por eso estaba allí, por él. Nada más me importada y todo se volvió borroso a mi alrededor. La música, Ben, el resto de personas a nuestro alrededor.
-¿Por qué cachorrita Bianco? -Me preguntó. -Su cuerpo estaba tenso contra el mío, aun así sus manos subieron casi sin rozar la línea de mi columna. Me quedé muy quieta, cerré los ojos disfrutando del toque de las yemas de sus dedos sobre la piel desnuda de mi espalda. Levanté el rostro y me mojé los labios. -Joder... -Musito, tenso. Sus manos bajaron nuevamente recorriendo la curva de mi espalda.
-¿Por qué no hacerlo? -Pregunté sosteniendo la respiración cuando noté sus pupilas en mis labios.
-Porque eres la hermana de...-Comencé a temblar cuando se detuvo, ni siquiera podía decirlo. Y no podía porque le dolía.
Me aparté de él furiosa por ser tan idiota. Di un paso hacia atrás, porque esta vez no iba a ser quien forzara las cosas, necesitaba guardar algo de mi dignidad, dejar de ser el tapete de cada hombre al que le otorgaba poder. Me sentí estúpida otra vez y me dirigí hacia la barra ciega de rabia.
Entonces noté sus manos nuevamente rodeando mi cintura. Su pecho subiendo, bajando contra mi espalda y sus dedos moviendo mi cabello con suavidad hasta dejar mi cuello descubierto. Sus labios tibios se posaron en mi piel desnuda, dejándome un beso suave, como si quisiera calmarme.
Tomé aire a grandes bocanadas cuando él se movió detrás arrastrando sus manos por mis muslos, tomando el borde del vestido para subirlo un poco, solo un poco, arrastrando sus manos con parsimonia, acariciándome con su aliento cálido.
-Me estás tentando, cachorrita...No es que no me parezcas jodidamente atractiva, es todo lo contrario. -Su nariz acaricio la curva de mi cuello. -Ahora no estoy seguro de poder detenerme. -Contuve el aliento, sintiendo como la sangre hervía en mi interior. -¿Estás segura de que una cachorrita como tú puede salir a jugar con alguien como yo? Mmm...No estoy seguro de eso.
Apreté mi trasero contra su entrepierna tragando saliva, su erección chocó contra mi espalda y lo sentí curvar sus labios en una sonrisa contra mi cuello.
-No soy una cachorrita y puedo jugar con quien quiera, donde yo quiera...-Dije en un hilo de voz antes de darme la vuelta para encontrarme con su oscura mirada.
Levanté el mentón desafiándolo y él llevó su pulgar para trazar la curva de mi labio, mientras sus comisuras se alzaban de manera perezosa.
Nunca imaginé que sería un juego tan doloroso o que me perdería completamente en el camino, si es que eso era posible. Pronto sabría que era un juego sin reglas.