- Pide un deseo y sopla las velas hijo- dijo su padre, este asintió con solemnidad, un deseo..., ¿Qué podía pedir un niño que podía tenerlo todo con suma facilidad?
Finalmente, las velas fueron apagadas y su padre dio un suave aplauso, se acercó a las cortinas en las ventanas y abrió de ellas, dejando entrar los cálidos rayos del sol de verano
- Vístete desayunaremos fuera para que puedas elegir tu regalo de cumpleaños- proclamó el imponente hombre con un particular entusiasmo sobre el cumpleaños de su hijo mientras se retiraba de la habitación junto a su mujer, permitiéndole prepararse para salir.
Roberto y Carolina esperaron en el salón a que su hijo bajara mientras discutían en voz baja, algo que claramente no tenía del todo contenta a su esposa, su hijo al cabo de casi 20 minutos comenzó a bajar la escalera rápidamente, pero se detuvo en seco al escuchar la voz afligida de su madre.
-Roberto... Per favore ... Es solo un niño, aún no está listo, lo que sucedió antes de venir aquí, no es propio de un niño de su edad, deja que estudie en casa, no está listo para ir a la escuela con otros niños ...- pedía angustiada su madre
-¡Carolina Basta!, ¡Es un Amato por el amor de Dios! – Exclamó su padre en un tono tajante, grueso y brusco que le hizo dar un respingo en su propio lugar al pequeño italiano, no podía ver a su madre, pero conocía a la perfección la expresión de angustia que debía llevar en aquel segundo- Lo trajimos para este lado del mundo para que pudiera tener una infancia relativamente normal, no lo voy a encerrar aquí en casa. - dijo finalmente su padre en un tono más conciliador, aun así, no hubo respuesta por parte de su madre.
-Quiero ir a la escuela- Dijo finalmente el pequeño interrumpiendo en el salón en un tono más firme de lo que se sentía realmente, escondió sus manos en los bolsillos de la capucha, su padre no vería, bien incluso, si temblaban siquiera un poco- estoy bien mamma- dijo a su madre con una voz sumamente tranquila que lo sorprendió incluso a sí mismo. Su padre solo asintió en una fría aprobación.
Una hora más tarde la Familia Europea salía de la cafetería donde habían desayunado recientemente, caminaban tranquilamente por la avenida principal mirando los escaparates y tiendas, a unos metros más atrás, los seguían varios hombres propios de la guardia personal de la familia, Carolina se quedó mirando un traje de hombre en el escaparate y le comentaba a su esposo lo bien que se vería él en aquel color grisáceo, Adriano, algo aburrido, comenzó a caminar por la calle pateando una pequeña piedra.
-¡Idiota suéltame!- una aguda voz llamo su atención por el callejón un metro más abajo por la calle, miro a sus padres atrás, seguían mirando el escaparate, ¿Cómo podían mirar tanto rato una prenda de ropa?, se preguntó mientras negaba con la cabeza y apuró su paso hacia el callejón, en completo silencio y con cuidado se adentró en él, entrecerrando un poco sus ojos para poder ver lo que sucedía, al fondo dos niños un poco mayores que Adriano tenían arrinconada a una niña que se le hacía particularmente familiar, uno de ellos la sujeto por el cabello arrancándole un grito de dolor al jalarla hacia arriba, entonces la vio, la pequeña niña de ojos esmeralda y risa cálida como el propio verano, su expresión era gloriosa, nunca había visto tanta fuerza en algo tan indefenso, estaba rodeada, los niños la habían estado golpeando, pero sus ojos no trasmitían miedo alguno, no, trasmitían odio, rencor... venganza. Había visto aquella fuerza en alguien más, en sí mismo hace 3 meses, cuando todo se volvió rojo - ¡He dicho que me sueltes! - volvió a exigir la pequeña pataleando, uno de los chicos que la acosaba, el mismo que jalaba su cabello, regordete de ropas sucias y andrajosas al igual que las de la pequeña, rio.
- ¡no puedes exigir nada!, ¡¡Carlos ha dicho que serás una puta igual que tu madre cuando crezcas!!.- se burló su maleante compañero infantil.
Adriano miraba con curiosidad más que cualquier otro sentimiento de molestia que pudiera desarrollarse en la boca del estómago, ¿Qué haría la pequeña Bambina para librarse de ellos?
- ¿Joven amo? - llamó uno de los guardaespaldas de sus padres adentrándose en el callejón, llamando la atención de todos los infantes presentes. - Joven Adriano, su madre ha pedido que no se aleje...- explicó el hombre y miró con desagrado los sucios niños, externos por completo a su riña.
-Dispárales – Ordenó el pequeño italiano en un tono lleno de calma y tranquilidad, con ojos llenos de fuego, ojos completamente absorbidos por los turquesas que lo miraban primero con curiosidad y ante sus palabras ... Ira. Una pequeña sonrisa se dibujó en sus labios,
-¿Qué sucede?.- preguntó una voz autoritaria y grave, los bravucones comenzaban a asustarse al ver aquellos hombres que habían llegado con porte imponente – Adriano, ¿los conoces?- inquirió su padre poniendo su mano en el hombro pequeño de su hijo. Su madre, elegante, había llegado a su lado.
-¿Por qué estamos aquí?- pregunto la hermosa mujer en su melodiosa voz, pero un deje de aburrimiento se colaba entre sus labios.
-Quiero eso- dijo finalmente el primogénito de Roberto, quien miro hacia los niños- ahí está mi regalo de cumpleaños, padre, ella es mía -dijo con una convicción impropia de un niño de su edad.
La madre abrió sus ojos algo sorprendidos por la nueva exigencia de su hijo, su pequeño príncipe, que jamás había exigido nada en particular, ahora reclamaba a la pequeña de extraños ojos como suya, no pudo evitar reír levemente la dulce mujer.
-De tal palo, tal astilla... -comentó Carolina y en sus finos tacones, se acercó a la pequeña que había sido soltada por los otros infantes que miraban con ansiedad la escena. - ¿cómo la quieres Adriano?, ¿De esclava? ¿hermana?, ¿prometida? o, ¿compañera de juegos?- preguntó su madre, quien acercó su mano al rostro de la pequeña, esta chisto molesta y desvió sus ojos de nuevo con la misma fuerza a los del pequeño Italiano.
-Semántica y Detalles- dijo el pequeño con un notorio tono que demostraba lo poco que le interesaba el cómo la llevaran de ahí. Aquello provocó una carcajada de orgullo de su padre.
-¿Cómo te llamas?- pregunto la bella Italiana a la pequeña de cabello rizado.
- María Camelia, como mi madre. - respondió la pequeña con un tono que denotaba molestia y tal vez dolor.
-No te gusta ese nombre – no era una pregunta, pero la pequeña asintió con la cabeza- ¿Dónde está tu madre y tu padre? – preguntó nuevamente la mujer.
-no conozco a mi padre y mi madre debe estar en el bar al final de la calle- dijo la pequeña con sinceridad y dolor. A Carolina se le hizo un pequeño nudo en la garganta, aquella pequeña de ojos fieros tenía que lidiar con problemas, muy probablemente, fuera de su infantil entendimiento, miro detenidamente su figura delgada, escuálida, sucia, la ropa rota y vieja, había tomado una decisión, volteo buscando la mirada de su esposo, quien le dio una suave sonrisa y un pequeño asentimiento.
- Emma... Emma Amato, ese es tu nombre ahora, si lo quieres...- dijo la bella mujer, la pequeña abrió su boca y sus ojos sorprendidos sin decir nada por unos segundos, ¿Aquella mujer era de la realeza? Debía serlo, de otra forma no podría ofrecerle algo tan dulce, tan deseado - ¿Lo quieres? -preguntó la mujer.
-Lo quiero – concluyó la pequeña sin una pequeña duda, nada, solo seguridad y anhelo en sus ojos.
Carolina sonrió complacida y tomó a la pequeña en sus brazos, quien sin saber qué hacer, escondió su rostro sonrojado y lágrimas detrás de sus párpados entre los largos y rubios cabellos de la mujer. Pasó junto al guardaespaldas que había encontrado al pequeño Adriano.
-Elimina la basura – le dijo en un tono tan frío, tan filoso, que podría haber cortado el aire a su alrededor.
-por supuesto, madame – Dijo el hombre quien espero a que sus amos salieran del callejón y mientras salían de la oscuridad, únicamente se escucharon dos disparos silenciados por la misma arma.
Carolina anduvo un par de metros con la pequeña en brazos, hasta que uno de los jeeps se detuvo al lado de ellos en la acera, la bella mujer abrió la puerta y sentó a la pequeña.
-Yo soy mamá, él es papá y este pequeño bribón es Adriano... tu hermano mayor- señaló la mujer, la pequeña de claros ojos asintió con solemnidad.
-Vamos a casa, estoy cansado y ella apesta- señaló el pequeño pasando junto a su madre para empujar suavemente a la pequeña dentro del coche y dejar espacio a sus padres, pero a pesar de sus palabras, el pequeño italiano se mantuvo pegado a la pequeña Emma, necesitaba llegar a casa, ahí nadie podría arrebatársela, era su cumpleaños, ella le pertenecía.