Habían visto una película de zombis, ni siquiera recordaba el nombre, ni le interesaba realmente, llevaba pasando la mayor parte del tiempo mirando de reojo las expresiones de la morena cada vez que algo sucedía en la trama que se desarrollaba en la pantalla grande, cada cambio en sus delicados rasgos le parecían magníficos, la forma en que sus cejas se juntaban levemente y sus labios se apretaban en una línea recta cuando no estaba de acuerdo algo, o, por el contrario, como parecía reprimir una sonrisa mordiendo su labio inferior, sus bellos ojos abriéndose en la sorpresa, Dios... simplemente perfecta. En algún momento, sin despegar los ojos de la pantalla, Emma había rodeado con sus brazos el bíceps de su hermano apoyándose en él al subir las piernas de costado sobre el asiento. Acto reflejo y postura en la que siempre terminaba cada vez que veían una película en casa. Su cabeza descansó suavemente contra su brazo y Adriano se acercó suavemente para inspirar el exquisito olor a flores y cerezos de su champú, ¿o sería de su jabón?, daba igual, le fascinaba de todas maneras. Sus ojos vagaron lentamente por la figura ajena, como sus pechos se apretaban a su brazo bajo la ajustada camiseta o la manera en que sus jeans se ajustaban como segunda piel a sus generosas caderas y contorneadas piernas, Emma era una de las chicas más altas de su salón.
Tuvo que usar toda su fuerza de voluntad para ignorar la picazón en la yema de sus dedos por la necesidad de apretar y sujetar esas caderas desde el minuto en que se pusieron de pie para salir de la sala, donde se suponía, debía de haber puesto atención a la estúpida película.
-¿Podemos ir a cenar o ya debes regresar? – Preguntó repentinamente dándose vuelta para mirar a su hermano que iba justo detrás de ella. Adriano miró el puchero que luchaba por esconder, odiaba ser tomada como una niña pequeña, ese par esmeralda mirándolo tan fijamente... Joder... si ella tan solo supiera, no había nada ni nadie que pudiera evitar que él le diera todo lo que ella quisiera. Se obligó a hacer una pequeña mueca y revisar la agenda de su celular, como si realmente tuviera que sopesar la posibilidad de pasar más tiempo fuera del trabajo, incluso cuando, la reservación del restaurante que tanto le gustaba a la morena estaba hecha desde antes que salieran de la casa aquella tarde.
-Podemos Emmy – dijo finalmente después de unos segundos, dándole una mirada suave y llevo, sin poder evitarlo más una mano a un mechón rebelde que caía en su rostro sobre aquellos finos rasgos y con suma suavidad lo depositó detrás de la oreja de la menor. La adolescente sintió el calor subir por sus mejillas y la incapacidad de contener su propia sonrisa al saber que el tiempo con su hermano no había acabado, ignorando el nuevo sentimiento que comenzaba a formarse cálidamente en la boca de su estómago y el nerviosismo del íntimo acto cometido, se volvió a colgar del brazo de Adriano para caminar juntos al coche de este aparcado, un bello BMW, que esperaba, el mayor le enseñara a manejar cuando cumpliera los veintiuno.
La cena prosiguió con tranquilidad y la facilidad con la que podía conversar con Adriano nunca dejaba de sorprenderla, tenía amigas, por supuesto que sí, pero la necesidad de mantener los negocios de su padre en discreción no facilitaba el nivel de sinceridad que podía tener con el resto. Le contó todo lo que había sucedido en la escuela estos dos últimos meses que casi no habían hablado, el mayor escucho atentamente y en silencio cada una de sus palabras, absorbiendo cada anécdota de su hermana menor y los idiotas afortunados que podían disfrutar de su presencia. Cuando aparcaron en casa, ya la estaba echando de menos.
-Adri... ¿He hecho algo mal? – pregunto finalmente la morena cuando el motor se detuvo y el mayor retiraba la llave de contacto, la miró como si le hubiera salido una segunda cabeza, de todas las personas a su alrededor, no existía la mínima posibilidad que ella hiciera algo mal para él, vio que a pesar de la oscuridad del garaje, la tristeza y el miedo ensuciaron los dos bellos ojos color esmeralda que tanto rogaba diariamente poder ver, aunque fuera solo en una comida al día... mierda... Como odiaba verla así, la prefería llena de risa y vida, o en su defecto, llena de ira, esa furia insaciable y pasional, completamente avasalladora de la que se había enamorado, herida y triste... nunca.
-¿Por qué piensas eso?- pregunto haciéndose el idiota, por supuesto que lo sabía.
-Porque pareces estar evitándome a toda costa, ¡No finjas que no es así! – le dijo dándole una mirada furiosa. ¡Ahí estaba!... oh bendita ardiente irá... maldición... como deseaba besarla y descubrir cómo canalizaría esa ira en sus labios, si alguien probaba esos labios antes que él, juraba que lo iba a matar, fuera quien fuera.
-No has hecho nada mal, solo necesito un poco de espacio – Dijo finalmente sin mayor explicación y bajaron del coche el cual a pesar de lo espacioso y cómodo que resultaba, junto a Emma... se sentía pequeño, su perfume llenaba cada espacio y se colaba por sus fosas nasales, ella estaba ahí a su alcance, no había más de treinta centímetros entre ellos, sus labios... los miro como si pudiera devorarlos con la mirada, maldición... si tan solo ella supiera... se estaba volviendo demente, completamente loco por probar los labios de su pequeña hermana, aunque nunca la había considerado su hermana como tal, solo era la semántica necesaria para que sus padres la llevaran hasta él, donde ella pertenecía. La pelinegra comenzaba a sentir la tensión en el auto, un extraño nerviosismo la invadió y prosiguió a bajar del vehículo, sin mirar atrás camino lo más rápido que pudo sin correr, sentía su piel caliente donde la mirada del mayor se había posado, casi había sentido que mordía sus labios, estaba demente, ella lo había deseado, había anhelado que él diera aquel paso en falso, estaba perdiendo la cabeza, si sus padres se enteraban, sin lugar a dudas la devolverían al basurero de donde la habían recogido por primera vez, el miedo y la excitación por algo completamente prohibido comenzaba a aflojarse en su pecho.
Pasaron semanas y luego meses, pero la rutina de la evasión de los hermanos continuaban, la diferencia es que esta vez era ella quien usaba toda su energía para evadir al mayor, comenzó a levantarse una hora antes para desayunar sola y marchar a la escuela sin tener que toparse con él, en cuanto escuchaba las puertas comenzar a abrirse en el segundo piso salía corriendo por la puerta, le había dado la excusa a su madre de comenzar a participar en un grupo de estudio durante las mañanas "Aja..." había dicho en respuesta ella, quien astuta no quiso preguntar nada más, Luego por las tardes llegaba una hora más tarde, justo cuando su padre y su hermano hacían un recorrido rápido por los locales de distribución en la región, entonces, buscaba el plato que su madre le dejaba preparado en la nevera y corría a encerrarse en su habitación, no se atrevía a mirar de nuevo a Adriano, sentía que si la miraba de aquella forma de nuevo sus mejillas tomarían un fuerte color carmín de forma permanente y le rogaría que la besara.
Adriano, al llegar una tarde, después de semanas en las que, se había dado cuenta ya, su traviesa Emma había estado evitándole, aunque no sabía bien la razón, suponía, estaba molesta con él por no darle mayores explicaciones sobre sus evasivas, abrió la nevera y vio el plato de comida que su hermana ya debía de haberse llevado a su habitación e hizo una mueca, algo no andaba bien.
-¿Dónde está Emma?- preguntó directamente, mirando a su madre con impaciencia.
- oh hoy no llegará a dormir, se quedará en la casa de Sofía -sabía quién era la mocosa, su mejor amiga de la escuela, sabía que era la única que conocía sobre los negocios de su familia, no porque ella le hubiera dicho, por el contrario, tenía un préstamo abierto que su padre le había dado a pedido de su hija, cuando su querida amiga le había dicho que probablemente dejaría la escuela porque la empresa de su padre podría irse a la quiebra – los chicos darán una fiesta de piscina en el Penthouse de su madre y pidió quedarse allá.- Dijo su bella madre con tranquilidad tomando asiento en una de las sillas en el pequeño comedor junto a la ventana, un bello atardecer comenzaba a colarse en el mar y Carolina gustaba de disfrutarlo diariamente.
-¡¿Qué?! – preguntó irritado- ¿Y por qué mierda la has dejado? – Sentía que la cólera y la indignación comenzaban a llenar cada uno de sus pensamientos que divagan en las horrendas posibilidades de lo que estuviera viviendo su Emma. --¿Por qué no me has preguntado antes? -inquirió. Carolina le dio una mirada de advertencia a su amado hijo, estaba olvidando su lugar y si ella se indignaba de la misma forma, nada saldría bien de aquella cocina.
- ¿Y por qué debería haberte preguntado Adriano?- preguntó con varios octavas de burla en su sedosa voz.- Ella es mi hija y aún no eres la cabeza de esta familia, recuerda tu sitio. - le dijo tajantemente y de manera filosa, recordando a su hijo lo letal que podría ser su madre. Roberto decidió quedarse en un segundo plano escuchando aquel intercambio de opiniones.
-Aún -concordó – Hija, perro, caridad, adopción solo es semántica, ella es mía – les recordó como si fuera la cosa más obvia del universo – No hay nada de ella que no sea de mi incumbencia- Dijo con un tono incluso aún más grave y una tranquilidad que podría haber eliminado cualquier ambiente, había algo oscuro y amenazador en su voz que gritaba advertencia. - Madre, no hay nada ni nadie en este mundo que no quemaría si algo le sucede con o sin su consentimiento. - Dijo finalmente dándose media vuelta dando un fuerte portazo para ir hasta su coche y sin esperar aceleró el BMW la casa de la bendita Sophie.
-Supongo que finalmente se dio cuenta- Dijo Roberto apoyándose contra la pared, dándole una mirada asertiva a su esposa.
-Querido, Adriano nunca tuvo dudas- dijo Carolina dando un sorbo a su taza- simplemente sus sentimientos sobrepasaron su control, pronto tendrá que elegir.