Capítulo 2 Chloe - Fénix

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Anna Luísa acababa de cumplir 4 años. Tuve que hacer algunos ajustes en mi rutina laboral a causa de mi hija. Yo daba clases por la mañana, mientras Luísa se quedaba en el hotelito de la misma red donde yo daba clases. Cuando salía me iba a casa, pasaba un rato con Luísa y luego la dejaba en casa de Maya y después me iba a la academia. Luísa ya estaba acostumbrada a mi ritmo de trabajo. Sabía que trabajar en dos empleos sacrificaba el tiempo que podía pasar con mi hija, pero era la manera de mantener mi estabilidad económica y pagar las facturas.

Tomás me ayudó a pagar los gastos de Luísa, fue un padre presente y un amigo comprensivo, pero en ningún momento confundimos nuestros sentimientos. A Luísa le encanta la presencia de su padre, pero a pesar de su corta edad comprendió que Tomás no podía vivir con nosotros. Sabía que su padre ya tenía otra familia y comprendió que nos habíamos separado antes de que ella naciera.

Un día, Otávio, el director del gimnasio, me invitó a su despacho para que habláramos. Al principio estaba receloso, porque pensé que me despediría, ya que había algunos recortes en la red.

- Chloe He recibido grandes elogios por sus clases. Y cada vez son más los estudiantes que acuden a sus turnos. Estamos intentando implantar clases de aeróbic en nuestro gimnasio, ¿tiene experiencia en esta modalidad?

- Sr. Otávio, gracias por los cumplidos, me alegro de hacer bien mi trabajo. En cuanto al aeróbic, puedo probar una clase experimental y tú puedes evaluarla. Nunca lo he hecho, tengo que ser sincero, pero me gustaría intentarlo. Sin embargo, tendría que ser durante mi turno aquí, como sabes doy clases por la mañana y paso muy poco tiempo con mi hija. Tampoco puedo dejar mi otro trabajo, porque me pagan muy bien, además de las ventajas que tengo como profesor en la institución. Pero si lo deseas, podríamos tomarnos un día en el que yo sea profesor y probarlo con los alumnos que estén interesados.

- Así que, genial, lo haremos. En cuanto se forme la nueva clase, se lo haré saber.

Saliendo de la habitación del Sr. Otávio con una sonrisa de anuncio de dentífrico. Entré aprensivo y salí contento de la vida. No hay nada más gratificante para una persona que ver reconocido su trabajo. Sin embargo, muchas veces al llegar a casa tenía que esforzarme, porque aunque me sentía agotada, Luisa reclamaba mi atención y no podía negársela. A pesar de su corta edad, ya demostraba que tenía una gran personalidad.

Una noche, al salir solo del gimnasio, se me acercaron unos tipos con malas caras. No sabía ni quería imaginar lo que estaban haciendo en esa zona, pero sabía que no era bueno. Como eran cinco, sabía que tendría que ser inteligente con ellos, porque mi integridad física dependería de ello, ya que la calle estaba desierta. Fingí que había olvidado algo después de mirar mi bolsa y caminé rápidamente de vuelta al gimnasio. Pero parece que mis pasos rápidos no fueron suficientes, porque uno de ellos me agarró del brazo y me preguntó por qué estaba tan engreído. Intenté desenredarme, pero los demás ya me habían rodeado. Cuando el que me sujetaba del brazo intentó tirar de mí hacia sí, yo le empujé hacia atrás y acabé chocando mi cuerpo con el del tipo que estaba detrás de mí, él a su vez me sujetó de la cintura y dijo que no hacía falta que le detuvieran, que ya tendría su turno. En ese momento empecé a temer por mi vida y a maldecirme por no haber llamado a un Uber cuando me di cuenta de que la calle estaba desierta. Gritar no serviría de nada, estaba lejos del gimnasio, así que una vez más el de delante se acercó, mientras el de detrás me sujetaba los brazos, me sujetaba la barbilla haciéndome mirarle.

- No te preocupes, pequeña belleza, estoy seguro de que disfrutarás con nosotros cinco. - Dijo.

En ese momento sentí que todo mi cuerpo temblaba de miedo, no podía creer que me estuviera pasando esto, pero no lo iba a permitir sin antes intentar librarme de él, así que luché.

- Es valiente, pero pronto será mansa, mansa, mansa - Dijo riendo y acercándose a besarme

Empecé a decir que me estaban haciendo daño. Pero fue en vano. Lo único que conseguí fue provocar una serie de risas. Empezó a exigirme la boca con más rudeza. El alivio llegó cuando oí la voz de otra persona exigiendo que me soltara. Al mirar a los lados me di cuenta de que eran algunos de los miembros del equipo de crossfit del gimnasio.

Conocía esta modalidad en mi sector de trabajo, pero sabía muy poco de sus miembros. Pero el hombre que me defendía era realmente de los que no pueden pasar desapercibidos. Alto, con un cuerpo tan definido como el de cualquier atleta, con una voz tranquila y amenazadora al mismo tiempo, con una barba sin afeitar y los ojos azules más intrigantes que jamás había visto. Sin embargo, para mi consternación, el tipo que me sujetaba no parecía tener el menor miedo y los demás no tardaron en ponerse a su lado y simplemente le ordenaron que siguiera su camino. Mi defensor volvió a hacerse oír.

- Creo que será mejor que la dejes ir. No creo que te des cuenta de que nuestro grupo es mucho mayor, así que lo más sensato es dejarla marchar. No queremos problemas, pero estamos dispuestos si es para defender a uno de nuestros empleados.

Fue entonces cuando su grupo de crossfit se fijó en aquellos tipos desaliñados, y se dieron cuenta de que estaban en desventaja, soltándome el brazo y dando un paso atrás, levantando las manos en señal de redención. Mi defensor, que hasta ese momento no sabía quién era, me puso la mano en la cintura obligándome a seguirle. Continuamos el paseo en completo silencio. No sé lo que pensó su grupo, pero me quedé pensando en el miedo que sentí en aquel encuentro inesperado. Al llegar al gimnasio me fui directa a los vestuarios, necesitaba deshacerme de lo que aquel asqueroso roce había provocado en mí. Necesitaba quitarme el miedo que había detrás de esa imagen de chica fuerte, y nada mejor que la ducha para hacerlo. Además, se me caían las lágrimas cuando llegábamos al gimnasio. En mi armario siempre había una muda de ropa para cualquier eventualidad. Así me resultaba más fácil deshacerme de ese horrible olor que quedaba en mi ropa. Cuando salí de los vestuarios femeninos supe que tenía que pensar en una forma de llegar a casa.

La mejor opción seguía siendo el Uber y rezar para que uno de ellos aceptara mi viaje y no tuviera que volver a cruzarme con ninguno de esos tipos con malas caras, porque no sabría defenderme. Lo único que no esperaba era encontrarme a ese miembro que me había defendido apoyado en la pared frente a la salida de los vestuarios esperándome. Sin embargo, ya duchado y con una mochila en la mano.

Al verme marchar, su reacción fue de alivio, como si no supiera si había sido correcto esperar allí mi marcha. Una sonrisa se dibujó en sus labios y yo le devolví una de gratitud. En ese momento me di cuenta de que ni siquiera le había dado las gracias por defenderme.

- ¿Estás bien? Me di cuenta de que estabas en estado de shock por la situación, aunque te las arreglaste para llegar hasta aquí. - preguntó el estudiante.

- ¡Sí, estoy bien! Ni siquiera sé cómo he llegado hasta aquí. Y ni siquiera te di las gracias por salvarme de esa situación. Ni siquiera sé qué habría pasado si no hubieras estado allí, pero no quiero pensar en ello. - Le tendió la mano y se presentó con una sonrisa.

- Me llamo Miguel Almeida.

- Chloe Rodrigues. ¡Y gracias por todo!

- ¿Viene alguien a recogerte? ¿O vas a llamar a un Uber? No quiero ser entrometido, pero me preocupa mucho que esos tipos vuelvan a cruzarse contigo y no vayas acompañado. - preguntó Miguel en tono preocupado.

Me sorprendió su preocupación y supe que tenía razón al cuestionarlo, porque incluso a mí me preocupaba. Pero no tenía muchas opciones. No tenía a nadie que me acompañara a casa, el transporte público me dejaría expuesta de nuevo. La única solución era Uber, pero no siempre aceptaban mi viaje, porque era una zona bastante desierta para los que no lo sabían.

- ¿Puedo llevarte? No quería sentirme culpable si le pasaba algo. Pero si le causa algún inconveniente, no pasa nada, puedo seguir mi camino. - Ofreció.

- No me causará ningún problema. Es sólo que no sé si deberías desviarte de tu camino por mí. Puedo intentar pedir un Uber, pero no sé si podré. Seguro que tienes algo importante que hacer o incluso necesitas descansar después de este agotador entrenamiento.

- Bueno, si no voy a causarte problemas, te llevaré a tu casa. Sé que cuando llegue a casa y ponga la cabeza en la almohada para dormir, me sentiré mejor. - dijo Miguel.

- Si te hace sentir más a gusto, lo acepto. Y sinceramente, creo que me sentiré mejor no estando sola. Gracias de nuevo. - Le di las gracias.

Caminamos hasta su coche. Me dio su teléfono móvil para que pudiera poner mi dirección en el GPS. Caminamos en silencio, no un silencio incómodo, sino reconfortante. En algunos momentos nuestras miradas se encontraron, y una pequeña sonrisa jugó en nuestros labios. Le agradecí mucho que en ese momento me acompañara a casa.

- ¿Seguro que no causaré problemas? Puede que a tu novio le moleste que te acompañe a casa alguien que no es él. - preguntó.

En ese momento miré a Miguel tratando de imaginar si quería sacarme alguna información con esa insinuación, al fin y al cabo yo había convivido con Otávio el tiempo suficiente como para reconocer ese tipo de acercamientos. Pero lo que vi en sus ojos fue sólo sinceridad, y por un momento me sentí un poco mal por imaginarme eso de él. Esbocé una pequeña sonrisa y sacudí la cabeza con la intención de alejar esos pensamientos de mi mente.

- No te preocupes, no tengo novio y las únicas personas que me esperan en casa son mi amiga y mi hija. - le expliqué.

- Vaya, nunca imaginé que pudieras tener una hija. Realmente creo que ahora puedo causarte muchos problemas. Puede que tu marido no lo entienda, y no quiero causar problemas. - Dice mirándome

- No te preocupes, sólo somos mi hija y yo. No tengo marido. - Le expliqué

Me miró sin dejar de analizarme, como si pudiera estar ocultando alguna verdad. Pero entonces abrió una pequeña sonrisa. Después de 25 minutos llegamos a mi casa.

- ¡Estamos allí! ¿Quieres entrar? ¿Quieres agua, zumo o café? - pregunté.

- No, pero gracias. Quizá la próxima vez, si hay posibilidad. Me hace sentir mejor que vuelvas a casa sano y salvo. Tengo que irme ya, mañana tengo que trabajar temprano. - dijo, justificándose.

- Por supuesto. No tengo palabras para agradecerte todo, incluida la gentileza de haberme acompañado a casa, Miguel. Realmente te debo una.

Y así nos despedimos. Él siguió su camino y yo entré en la comodidad de mi hogar. Nunca había deseado tanto volver a mi residencia como aquel día. Nunca me he sentido tan agradecida como en aquel momento, después de oír los gritos de LuLu, mi hija, llamándome. Sólo entonces me di cuenta de lo tensa que estaba después de lo que me había pasado esa noche. Maya se dio cuenta de mi reacción en cuanto me vio, y rápidamente le conté lo que había pasado. Le di un fuerte abrazo a mi hija pequeña, y era tan contagiosa que pronto me hizo olvidar lo que había pasado.

            
            

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