Capítulo 9 Chloe - Sorpresa

Cuando llegamos al salón nos encontramos a Pietro y Luisa hablando. Cuando Pietro ve a su madre, corre a abrazarla y ella le devuelve un abrazo muy cariñoso.

- ¡Hola, mi príncipe! ¿Quién es tu amiguito? - Hasta ese momento, no sabía que era mi hija.

- ¡Esta es Luisa, mamá, la hija de la tía Chloe!

Luisa ya estaba a mi lado, así que Sarah se agachó para saludarla.

- Hola Princesa, ¿cómo estás?

- Hola tía, ¡cómo estás! - Luísa respondió un poco tímida

Y allí nos despedimos. Cuando llegamos a casa me apresuré a adelantarlo todo, porque habíamos salido tarde del colegio y si no corría llegaría tarde al gimnasio. Cuando todo estuvo preparado, llevé a Lulú a casa de Maya y me fui al gimnasio.

Nada más llegar me recibieron algunos estudiantes. Lo primero que pensé al entrar en el gimnasio fue en Miguel, pero como me había prometido no hacerme más ilusiones y centrarme en el trabajo, dediqué una leve sonrisa a los alumnos y me concentré en los ejercicios. Ese día tuve tres clases, incluso con descansos entre ellas, al final estaba agotada. Con eso, Miguel ya no ocupaba mi mente, lo que ya era una buena señal para mí. Tras pasar por el mostrador, me dirigí directamente a los vestuarios, lo único que necesitaba en ese momento era una ducha para refrescar mi cuerpo. Tardé más de lo habitual y, cuando salí de la ducha, me di cuenta de que el movimiento en el gimnasio ya había disminuido mucho. Preparé mi mochila, apagué las luces y me fui. Me sobresalté cuando me encontré con Miguel en la recepción. En realidad, no esperaba verle más, ya que me había quedado más tiempo en el vestuario.

- Me preguntaba si ya te habías ido a casa, pero la señora de recepción me informó de que aún no te habías ido, así que decidí esperar. ¿Va todo bien? - me preguntó.

Quería decir que no, pero entonces tendría que explicar por qué, y él sería la razón. Estaba jugando con mi cabeza, pero sabía que no era culpa de Miguel cómo me sentía. Solo me trataba con amabilidad y fui yo la que empezó a fantasear un montón de tonterías. Necesitaba volver a centrarme, así que lo correcto en ese momento era mantener las distancias y dedicarme exclusivamente a trabajar.

- ¡Hola Miguel! Estaba tan agotada que ni siquiera me di cuenta de que pasaba el tiempo y acabé tardando un poco más en la ducha. Estoy bien, gracias. Solo un poco lleno de mente con un poco de trabajo que tengo que terminar cuando llegue a casa y el ajetreo del gimnasio.

- Me pregunto cómo aguantas esta rutina. Solo tengo un trabajo y llego al final agotado.

- Realmente es bastante ajetreado, pero puedo decir que es gratificante. Mira, lo siento mucho, pero tengo que irme ahora. Llevo mucho tiempo fuera y Maya acaba preocupándose cuando llego tarde, por lo del otro día. - dije, con la esperanza de poner fin a esa conversación.

- ¡Te acompaño! - propuso.

- Miguel, gracias de corazón por esperarme. Pero creo que tienes cosas más importantes que hacer que acompañarme a casa. Por no hablar de que, aunque no sé dónde vives, mi casa es un desvío a la tuya. No tienes que molestarte en llevarme, estoy acostumbrado a hacer esta rutina todos los días.

- ¿Estás enfadado conmigo por alguna razón? ¿O simplemente no quieres mi compañía? Adelante, te prometo que no me enfadaré. - preguntó un poco inseguro.

En ese momento le miré sobresaltada. ¿Había dejado traslucir algunas de las emociones que intentaba ocultar? ¿Cómo podía estar tan seguro de las preguntas que me hacía? Mirándole me vi reflejada en aquel azul profundo, y perdí el hilo de mis pensamientos. ¿Qué podía decir? ¿Decir que estaba enfadada porque había pasado casi una semana entera esperando para verle? ¿O decir que estaba disgustada porque no salía de mis pensamientos, incluso cuando no tenía intención de pensar en él? No sabía qué decir y el silencio en ese momento se hizo insoportable.

- ¡Muy bien, muy bien! Permítame que se lo ponga más fácil. ¿La razón por la que no quieres que te acompañe es realmente la que has dicho? Porque no tengo nada importante que hacer, aparte de acompañarte. Y en cuanto a los desvíos de tu casa a la mía, soy un chico grande, puedo manejarlo bastante bien. - Dijo, analizándome

Cómo puedo decir que me aburría cuando sentía que el corazón se me iba a salir por la boca. Sabía que estaba entrando en una peligrosa carrera con mis propios sentimientos, pero ¿qué hacer ahora? Sonreí y dejé que me acompañara a mi casa, quién sabe por el camino podría averiguar por qué no aparecía esos días. Pero, ¿cómo abordar el tema sin mostrar lo ansiosa que estaba? Necesitaba saber más de él, pero sin parecer entrometida. Y necesitaba controlar mis expectativas, al fin y al cabo ya había sufrido bastante con Tomás y no quería repetir la dosis, no después de creer que mi vida había vuelto a su cauce.

Por el camino, él mismo tocó el tema. Me preguntó cómo había ido la semana. Dijo que tuvo que viajar por trabajo y no regresó hasta el domingo. Le dije que imaginaba que había renunciado a la academia. Entonces me pidió sin rodeos mi número de teléfono y cuando se lo di sentí que mi teléfono vibraba. Me pidió que guardara su número privado y, como él tenía el mío, podríamos comunicarnos. Bueno, si antes el corazón me latía casi fuera de la boca, ahora sentía como si quisiera hacerme un agujero en el pecho. ¿Cómo puede un número de teléfono provocarme tanta euforia? Necesitaba controlar mis emociones o caería en una auténtica trampa creada por mis propios sentimientos.

Al llegar a casa, como de costumbre, le ofrecí a Miguel algo de beber, pero ya estaba segura de cuál sería su respuesta. Sin embargo, me sorprendió ver que aceptaba. Entré e invité a Miguel a hacer lo mismo. Cuando entré, Lulú corrió a abrazarme y gritó feliz que le había ganado a la tía Maya al dominó. Maya apareció poco después de la cocina, sonriendo y diciendo que quería la revancha. Su sonrisa se hizo aún más grande cuando me vio acompañado de Miguel. Mi amigo y "vecino", ya había insinuado antes que hacíamos una pareja maravillosa. Le pedí a Miguel que me acompañara y acabamos todos en la cocina, delante de la mesa, donde antes estaban jugando Maya y Lulú. Serví dos vasos con zumo de uva y le ofrecí uno a Fernando.

- Sabes princesa Lulu, soy genial jugando al dominó, ¿te gustaría jugar una partida con mamá y la tía?

- Tío, soy muy bueno, ¡incluso le gano a mi tía! - Luisa informó.

Eso nos sacó una buena carcajada. Los cuatro nos sentamos a la mesa para discutir un poco. Fernando fue emparejado con mi pequeña Luísa y yo con Maya. Con cada toque que Miguel me daba, oíamos los gritos de felicidad de Lulú, vibrando por la victoria tan esperada. Y Miguel era muy bueno al dominó. Él y Luísa acabaron ganando. Al mirar el reloj nos sobresaltamos al ver lo tardé que era. Maya se ofreció a acostar a Lulú, mientras yo acompañaba a Miguel a la puerta.

- Gracias por una gran noche. Su hija, al igual que usted, es una verdadera fascinación. Hacía tiempo que no me divertía de forma tan espontánea, excepto cuando mi sobrino está con nosotros en casa. Temía que estuvieras enfadado conmigo por alguna razón, o que mi compañía te aburriera.

- En absoluto, Miguel. Gracias por tu paciencia con Luisa, nosotros también lo hemos pasado bien hoy.

Y de la nada me cogió de la mano, me miró con esos preciosos ojos azules y se acercó un poco más. Podía sentir el calor que irradiaban nuestros cuerpos. Noté un ligero temor en sus ojos ante esta cercanía, como si estuviera luchando con alguna duda interna. Mi cuerpo se congeló y no pude apartar la mirada de él. Se acercó un poco más, aún parecía temer que yo pudiera evitarle de algún modo. Creo que podía oír los latidos de mi corazón. Lo único que quería era que ese pequeño espacio que aún existía entre los dos fuera llenado por nuestros cuerpos. Pero como una lluvia fría que decide nuestro choque, apareció Maya. Inmediatamente, me soltó la mano y yo, como si me hubiera escandalizado, me alejé un poco de él y nos miramos medio avergonzados. Maya, al darse cuenta de que había molestado algo, se disculpó y se despidió, dirigiéndose a su casa.

- ¡Tengo que irme! Gracias de nuevo. Nos reuniremos en los próximos días en la academia. - Dijo un poco avergonzado.

Y así se fue. Di un ligero portazo y me senté en el sofá. Me temblaba todo el cuerpo, nunca había sentido algo así por nadie, ni siquiera por Tomás. Era una emoción que rozaba la desesperación. Una sensación de miedo y euforia al mismo tiempo. Era como si fuera a caer por un precipicio, y me alegré de ello. Me pasé un buen rato sentado en el sofá intentando imaginar qué habría pasado si Maya no hubiera interrumpido.

                         

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