Aquella noche tuve varias pesadillas, incluido un sueño en el que aquellos encantadores ojos azules volvían a salvarme. Me desperté sobresaltada y supe que no podría volver a dormir. Tal vez, como había dicho Miguel, estaba en estado de shock y solo ahora, en la seguridad de mi hogar, había recuperado realmente la cordura. Me levanté, me duché para quitarme el sudor y el miedo de aquella pesadilla y empecé a preparar el café. Sabía que no tardaría en levantarse aquellos muñequitos que yacía en mi cama.
Después de ese triste episodio empecé a estar más atenta a todo lo que me rodeaba. Después de trabajar en el gimnasio, cogí una bicicleta y pedaleé hasta casa como forma de hacer ejercicio. Ya no vi a Miguel en el gimnasio. Aunque nunca me había fijado en él hasta aquella desafortunada noche. Como formaba parte del equipo de CrossFit, era probable que se quedara fuera del gimnasio. Allí había un cobertizo, construido con ese fin.
Después de un fin de semana de Netflix, llegó el lunes. Como de costumbre, Anna Luísa y yo nos dirigimos a la escuela por la mañana. Me encantaba trabajar allí, iba y venía entre clases prácticas y teóricas de educación física. Y en ese ambiente yo era el profesor popular que gustaba a todo el mundo, porque muchos veían mis clases no como una obligación, sino como una diversión. Trabajé un turno de seis horas y ese día la escuela estaba muy ocupada preparando la feria de ciencias. Cuando salí me encontré con Luisa y nos fuimos a casa. En el gimnasio tuve mi primera clase de aeróbic y, para sorpresa de todos, fue muy disputada. Buscaba ejercicios continuos para hacer con los alumnos, por lo que las clases se volvían muy animadas. Era como una clase de baile, pero con movimientos más dirigidos al gimnasio. Cuando terminé la clase me fui directamente a los vestuarios, necesitaba una ducha. Cuando me iba, volví a encontrarme con Miguel, que me dedicó una gran sonrisa.
- ¿Qué tal? ¿Qué quieres decir con que eres el profesor de aeróbic del que habló? - me preguntó Miguel.
- ¡Estoy bien! Pero no sabía que me había hecho tan popular. - digo sorprendido.
- Por una buena razón, sí. Me enteré de quién eras por unos alumnos que querían matricularse en tu clase, pero no lo consiguieron. Es curioso que, a pesar de llevar aquí casi dos meses, no me haya fijado mucho en la gente. Nos centramos tanto en los ejercicios que nos olvidamos de observar lo que ocurre a nuestro alrededor. - Explicó.
En ese momento no supe qué decir. De hecho, no tenía ni idea de que estaban hablando de mí. Ese fue el primer día de ese tipo de clase. Simplemente, me dediqué a mi trabajo y a mis alumnos. Fue una de las formas que encontré de hacer lo que me gustaba, y me ayudó a pagar las facturas. Mi silencio se hizo incómodo.
- ¡No hay necesidad de ser así! Las chicas se limitaron a decir que es usted un gran profesor y que les gustaban sus clases, otras dijeron que les gustaría apuntarse a la clase, pero que ya no había plazas libres. Por no hablar de que se acabó difundiendo lo que te pasó ese día, y algunos comentaron que era injusto que te pasara algo así. Pero sabemos que tenemos que superar las adversidades que se nos presenten. - Intentó consolarme para que no me sintiera tan avergonzada.
Una vez más no supe qué decir. Me encantaba lo que hacía, pero no tenía ni idea de que mis clases fueran tan disputadas. Me di cuenta de que cuando salía de la sala me saludaban cada vez más estudiantes, pero no tenía ni idea de que estaba siendo tan popular. Después de todo, ese nunca fue mi objetivo. Me gustaba dar mis clases, pero no con tantos ojos mirándome. Me gustaba interactuar con mis alumnos, porque eso formaba parte de mi buen servicio.
- Cambiando completamente de tema, estaba esperando tu paseo. - Dice.
- ¿Esperando a que me lleve? ¿Cómo? Solo te queda, él porta bicicletas. Si no te importa ir en él, no me importa llevarte. Si lo desea, podemos incluso dar marcha atrás. - le digo bromeando.
- ¡Estoy bromeando! Te estaba esperando para llevarte a casa. Eso, si quieres. - Él mismo se explica.
- Vaya, Miguel, te lo agradezco, pero no quiero abusar de tu buena voluntad. No vivo tan lejos. No quiero estorbarte, de verdad, puedo ir en mi moto. - Intenta razonar.
- ¿Está despreciando mi compañía, profesor? ¡Ahora estoy ofendido!
Ponía una cara tan dulce, un mohín que me recordaba a Maya, pero en él era tan sensual que no pude resistirme. Hablé con el guardia de seguridad para dejar mi bicicleta en las instalaciones del gimnasio y recogerla al día siguiente. Luego nos dirigimos a su coche, charlamos sobre las trivialidades del gimnasio. Me informó de que hacía CrossFit como pasatiempo para sentirse libre, para cambiar el ambiente al que estaba tan acostumbrado. Yo, en cambio, estoy acostumbrada al ajetreo del gimnasio y a las concurridas clases que imparto y ahora a las de aeróbic, así que, además de ser un hobby, también era mi profesión.
Cuando menos lo esperábamos estaba delante de mi casa. Salí del coche y Fernando hizo lo mismo. Como si tuviera una bola de cristal, Luisa abre la puerta y, al verme, viene corriendo a abrazarme con una preciosa corona de princesa en la cabeza. Maya apareció en la puerta sonriendo y disculpándose cuando se dio cuenta de que no estaba solo. Miguel, que hasta entonces había observado todo sonriendo, le dijo que no tenía por qué preocuparse.
- ¿Cómo se llama esta hermosa princesa? - le preguntó Miguel a Luisa.
- Mi nombre es Anna Luísa, con dos n de Anna, ¿y el tuyo?
- Me llamo Miguel. ¡Encantado de conocerte Anna!
- Puedes llamarme Lulu. ¿Trabajas con mi mamá?
- ¡No, Lulu! Solo soy un amigo de tu madre.
- Mamá nunca traía amigos a casa.
En ese momento, conociendo bien a mi hija, supe que había llegado el momento de interrumpir, porque siempre decía cosas inesperadas para dejarme con la falda apretada. Le di las gracias a Maya por cuidar de Luisa y ella se fue a su casa. Aun sin gracia, le ofrecí a Miguel un zumo o agua, que una vez más me dio las gracias y rechazó, informándome de que no podía quedarse mucho tiempo. Le agradecí su compañía y la amabilidad de haberme traído de nuevo a casa. Besó la mano de Lulú, me deseó buenas noches y se fue.
Esa noche soñé con esos penetrantes ojos azules mirándome. En un momento de la mañana en la escuela, esos mismos ojos ocuparon mis pensamientos. Cuando volví del colegio, me encontré con Maya en mi casa, y la primera pregunta que me hizo fue de dónde había salido ese Dios griego. Sonriendo, le expliqué que había sido él quien me había defendido de los tipos con malas caras el otro día. Parecía que no era solo a mí a quien Miguel había encandilado, porque Maya no paraba de hablar de él y de lo guapo que era, aunque preferiría que su marido nunca se enterara de nuestra conversación.