Capítulo 2 Conoce a tu futura esposa, Señor Blackwood

-Hija no, no tienes que hacerlo. -Exclamó Rose con horror, lanzándole una mirada de rabia total a su esposo.

-Está bien mamá, lo haré. -Replicó Aria, tratando de sonar despreocupada, aunque por dentro se muriera de miedo.

Después de pensar acerca de sus acciones futuras, accedió. Pensó en qué tan malo podía ser casarse con un desconocido multimillonario, que además aceptó protegerla por sobre todas las cosas. No tenía nada que perder y muchos millones que ganar. Se sentía inservible por no poder darles el estilo de vida que llevaban a sus padres.

Se encontró a sí misma pensando en el pasado, en su ex prometido Dimitri y en cuanto lo amó, tal vez ese sentimiento jamás desaparecería, pero tenía que extinguirlos a como dé lugar porque de amor no se vive. La joven decidió romper con el compromiso porque ya ambos eran pobres, y en su imaginación, ella tendría el dinero suficiente para mantenerlos a ambos. La explicación que le dio a Dimitri fue que sus sentimientos ya no eran los mismos, él, decepcionado siguió con su vida y ahora está felizmente casado y con dos hijos.

Aria sacudió la cabeza. No podía pensar en tonterías. Debería de enfocarse en la boda próxima y en que no la carcomieran los nervios.

-Envía esto a la oficina postal, lo antes posible. -Henry le dio el sobre con la respuesta de la propuesta del señor Blackwood a su esposa, que asintió, dudando en hacerlo.

En el fondo, sabía que estaba mal que su hija se casara con un desconocido por dinero, pero también se sentía demasiado aliviado por saber que por fin podría construir su vida de nuevo. Él no la iba a obligar si después de dos intentos decía que no, pero sorprendentemente su respuesta fue favorable.

Su madre le dedicó una mirada amorosa, se veía aterrada, pero la joven la calmó con un gesto afable.

Rose se dirigió a la oficina postal ya con el consentimiento de su primogénita.

En la mansión Blackwood...

- ¿Qué tú qué? -El hombre barbado se enderezó en la silla y quedó de frente a Elodie, moviendo su vaso de whisky para dejarlo con elegancia en su escritorio.

La chica decidió confesar todo lo que había planeado con su abuela, omitiendo el hecho de que fue la mente maestra. De todos modos, tendría que saberlo en algún momento.

-Por favor, no te enojes. Sólo trataba de ayudarte. -Trató de calmarlo, pero fue en vano.

- ¡¿Ayudarme?! ¡Consiguiendo a una plebeya!

-No es ninguna plebeya. ¿Crees que no la investigué? Es inteligente, bonita, e incluso ganó un premio Nobel ¡Un premio Nobel!

Cassius se encogió de hombros.

Elodie estaba tan encantada y entusiasmada con el prospecto que había conseguido para su hermano. Se sentía orgullosa de su trabajo como cupido, mientras que el señor Blackwood, estaba furioso.

Las puertas de la oficina se abrieron con el golpetazo de un bastón y los empleados se hicieron a un lado. Sabían de quién se trataba y no tenían el honor de verla muy seguido.

-No fue culpa suya, fue la mía. Así que no te atrevas a reprenderla. -Habló la mujer de avanzada edad con un tono calmado, indicándole a la chica que se alejara de la escena.

Cassius volvió a tomar un sorbo de su bebida y se movió a ver la computadora, hastiado soltó un suspiro y ni siquiera se inmutó en ver a su invitada.

- ¿Podrías dejar eso y hacerme caso, cariñito? -La voz de la señora Celestine era melosa, sabía que le fastidiaba que le dijera así, y ella disfrutaba hacerlo, porque era a la única a quien no le decía nada. Todos en esa casa respetaban a Celestine Blackwood, y nadie nunca se atrevería a alzarle la voz, porque aunque pareciera una ancianita tierna, era en el fondo malvada si se lo proponía.

- ¿Qué quieres abuela? -Exhaló, molesto.

-Esa no es la forma de hablarle a una anciana.

-Lo es cuando esa anciana es una entrometida.

-Hijito mío, ¿cuándo entenderás que todo lo que hago es con premeditación, alevosía y ventaja? -La anciana se acercó a acariciarle el cachete a su nieto.

El hombre sonrió y le dio un abrazo a su «cabecita de algodón».

- ¿Dónde te habías metido?

-Oh, ya sabes, por aquí, por allá. Con algún apuesto caballero, eso te lo aseguro.

Cassius se frotó la cara y le dijo que parara. Su abuela era una persona abierta, a veces demasiado. Se le olvidaba que estaba hablando con su nieto y no con alguna de sus amigas chismosas del club.

Celestine se rió, adoraba molestar a sus nietos, era de cierta forma su manera de expresar sus sentimientos.

-Ahora, por favor, tome asiento y explíqueme aquella locura de la señorita Mitchell.

La anciana tomó asiento fingiendo dolencias y malestar, aunque gozaba de buena salud y una figura atlética.

- ¿Qué quieres que te explique? ¿No está claro? ¡Quiero que te cases! Ya estás viejo, hijo. ¡Quiero ver nacer a mis bisnietos!

El hombre rodó los ojos. Ahí iba de nuevo.

-Sabes que no tengo tiempo para esas cosas.

-Y es por eso que tu hermanita y yo te facilitamos las cosas. Deberías de agradecernos.

La señorita Elodie entró con el sobre de los Mitchell.

-Acaba de llegar. -Miró a su abuela con un ápice de emoción y comenzó a rasgar el sobre.

-Me parece que no es de buena educación abrir la correspondencia de los demás. -Comentó Cassius, alzando una mano para que se lo diera. Elodie, fastidiada, no tuvo de otra más que entregárselo.

El hombre guardó el sobre entre el saco y su camisa pulcramente planchada y ordenó a las féminas que se retiraran.

Hicieron caso, pues no tenían opción. Ansiosas, esperaron afuera, aún sabiendo la respuesta.

Cassius decidió desdoblar la carta y leerla. Se relajó y quitó su corbata, desabotonó algunos botones de la camisa, dejando ver su torso musculado. Reposó su cabeza en el sillón y posó los pies en el escritorio.

Remitente: Henry Mitchel.

Estimado Señor Blackwood, ya tenemos una respuesta definitiva. Estoy muy agradecido por haber considerado a mi preciosa hija como su primera y última opción. Lo platicamos amenamente la misma noche en que nos llegó tan alegre noticia, y sepa que mi hija ha accedido al matrimonio. Le advierto que aunque sea un matrimonio arreglado, si le hace daño, haré todo lo que esté en mis manos por arruinarlo.

Cassius soltó una carcajada, como si alguien se atreviera a dirigirle la palabra siquiera. Aún así, continuó con lo que el señor Mitchell tenía que decir.

Espero de verdad que se haga responsable de mi pequeña, y no habría dicho que si si ella no estuviera de acuerdo, pero lo está. Mi esposa y yo estamos muy felices de poder emparentarnos con usted.

El hombre trajeado arrugó la carta con hastío y la tiró en el bote de basura. No tenía tiempo para estupideces arregladas por el delirio de cupido de su hermana y abuela. Se preguntó qué tan desesperados estaban por aceptar un matrimonio a ciegas.

Se oyeron dos toquidos en la puerta. El hombre no hizo nada, sabía que entrarían de todas maneras. Arregló algunos documentos que reposaban en la mesa y se puso a pensar en posibles soluciones para las bajas ventas en algunas de sus empresas. Leyó el periódico; como siempre, hablaban de él y ahora de sus bajas ventas. Decían que ya había perdido credibilidad porque no enseñaba la cara (tenía siempre lacayos y personal que lo hiciera, puesto que a él le fastidia socializar y tener trato con las personas). Argumentaban que era un criminal y que se trataba de lavado de dinero, que no era una persona de fiar.

- ¿Y...? -Preguntó Elodie, expectante.

Cassius levantó la mirada, molesto.

- ¿Qué dice?

-Puras sandeces. Basta ya. Dejen de meterse en mi vida personal amorosa. -Volvió a mirar la computadora y mandar mensajes a su asistente.

-Cassius Blackwood, dime ahora mismo lo que decía la carta. -Exigió Celestine, sabiendo que no podía negarse.

-Aceptó. -Respondió sin ninguna expresión en el rostro, restándole importancia.

Elodie miró de reojo a su abuela, feliz, entreabriendo un poco la boca por la emoción. Celestine se llevó una mano a la boca, no pensó en que funcionaría ni fuera tan sencillo y rápido. Elodie tenía razón, al estar quebrados, eran un punto débil.

- ¿Te vas a casar, hermanito? -Molestó la joven.

-Deja de decir estupideces Elodie Marie Antoinette. -Su expresión era calmada, pasiva. A veces se preguntaba si tenía sentimientos o algo que se le pareciese.

-Pero... ¿te vas a casar o no? ¿Habrá herederos?

-No, y ya déjenme trabajar.

La anciana, cansada, le dió un bastonazo a su nieto.

-Muchacho estúpido, acepta ya. Te digo que ella es tu mejor opción, estuvimos buscando todo un día y ella fue la mejor, y, a no ser que quieras una esposa trofeo que no se pueda valer por sí misma y se la pase pensando en qué color tendrá que pintarse las uñas, adelante, recházala.

Elodie le acercó una revista que encabezaba el nombre de la joven. Cassius dió un respingo involuntario, sí que era hermosa, jamás había visto algo similar. Su belleza era cautivante, envolvente, y tenía una sonrisa tan sincera...

-Conoce a tu futura esposa, señor Blackwood. -Bromeó su hermana, tratando de sonar convincente.

- ¡Te digo que ella es! ¡Mi intuición nunca falla! -Comentó la señora Blackwood con entusiasmo.

-Retírense, por favor, que no tengo tiempo para tonterías.

Elodie podía sentir el fracaso, pero su abuela aún guardaba la esperanza.

Celestine se acomodó la camisa blanca de cuello anticuado y su mirada ahora era impenetrable, se veía realmente imponente.

-No te he dicho nada porque eres un adulto, y no había necesidad de ponerte en una situación como esta.

- ¿Te refieres a buscarme una esposa?

-No, querido. Me refiero a que, si no aceptas, serás desterrado de la familia Blackwood, y sabes que tengo el suficiente poder para hacerte perderlo todo. Te sacaré del testamento.

Eso a él no le interesaba, sabía que tenía el don de hacer dinero. Pero decidió pensarlo un poco y hacerle caso a su abuela. A fin y al cabo, la chica cautivó su atención. Y no estaría tan mal formar un vínculo amoroso, después de todo, serviría como publicidad para por fin atreverse a dar la cara y callar bocas.

-Déjame la revista. -Espetó cuando Celestine se marchaba.

Cassius mandó investigar a la joven y también hizo una revisión general de ella en internet. «pero qué chica tan interesante».

            
            

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