- ¿Crees que acepte? -Preguntó Elodie a su abuela cuando le contó lo de la revista.
-El pez gordo ya cayó en el anzuelo. -Su abuela hizo un gesto de triunfo, casi segura de que su nieto tomaría la decisión que a ella le parecía correcta.
Elodie se frotó los hombros, temblorosa.
-Te he dicho que te pongas suéter, pero no entiendes. -Reprochó la ancianita con una sonrisa irónica.
El vestido floreado de Elodie se movió con el abrir de la puerta de la oficina de su hermano, que salió a toda prisa.
- ¿Aceptarás? -Insistió Elodie.
El hombre trajeado salió a toda prisa, negando con la cabeza, sin dejarles tiempo de respuesta.
-Ten lista la camioneta en diez minutos. -Ordenó a James, al mismo tiempo en que llamaba a alguien por teléfono.
-Pero, señor... tiene una reunión importante en media hora. -El joven trató de persuadirlo, temiendo a su respuesta.
Cassius le dedicó una mirada fría, le sorprendía la actitud de su lacayo, puesto que llevaba años trabajando para él, y aún así, se creía con el derecho de cuestionar a su jefe.
- ¿Acaso pedí tu opinión? -Volteó a ver al joven de apenas veinticinco años. -Yo sé mis obligaciones.
-Pero... -Cassius le lanzó una mirada de advertencia, y éste prefirió quedarse callado.
Cassius aceleró el paso, mientras buscaba en su recámara la caja dorada de su madre. Agarró el contenido de ella y se la metió al bolsillo.
Volvió al lugar donde se encontraban las dos mujeres a su cargo.
-Necesito que no estén en la casa cuando regrese, tómense el día y vayan a hacer alguna de esas cosas de mujeres que les encanta. -Demandó, extendiéndoles la black card.
- ¿Por qué quieres que nos vayamos? -Inquirió su hermana menor.
-Ya sabes que no debes de cuestionarme. -Replicó, sin reparo alguno.
Elodie rodó los ojos y tomó del brazo a Celestine, para alejarse del insoportable señor Blackwood.
Cassius se tomó una ducha de diez minutos mientras las amas de llave tenían el traje que anteriormente les había pedido. Lo tomó con urgencia y se apresuró a salir. Ya tenía todo planeado.
La joven ama de llaves suspiró al ver a su jefe, que ni siquiera la volteaba a ver, pero aún conservaba el optimismo de que algún día podría fijarse en ella y sacarla de pobre. Pero eso no interesaba, porque a Cassius le gustaban las mujeres intelectuales y con clase, así que no importaba cuán corta fuese su falda, jamás la tomaría en cuenta.
Su mayordomo ya había ordenado al chofer tener lista la camioneta, así que simplemente le abrió la puerta a su jefe.
En la camioneta, Cassius se acomodó el Rolex mientras pensaba en su imagen y se preocupaba por verse lo más presentable posible. Ordenó ir a cierto destino, dejando intrigado a su empleado.