Una vez dentro de la habitación, Cassius se sintió mal por haber golpeado a su futura esposa, pero no le dejó opción. Y mientras no respetara su autoridad, jamás lograrían llegar a algo.
La chica ya se veía como una más de sus presas, y aunque Cassius disfrutaba del dolor ajeno, no podía tolerar que se sintiera así por su culpa.
-Haz lo que te digo, y todo saldrá bien.
Aria conservaba la vista en el suelo. Temía poder salir herida, o peor aún, torturada.
-Cuando el jefe habla, respondes.
-Está bien. -Ahora se sentía realmente asustada, pensó en su familia nuevamente y su voz salió en un hilo.
Cassius se acercó un poco más para poder quitarle la venda. La desató con delicadeza y percibió un aroma dulce, embriagante, femenino. Al ver que estaba hipnotizado, se aclaró la garganta y desató por fin en vendaje.
-Te quedarás aquí hasta que yo lo ordene. No puedes hablar con la servidumbre, a no ser para lo estrictamente necesario y mucho menos hacer amistad con ninguno. Harás, como ya te dije, todo lo que Anika, tu ama de llaves te diga.
- ¿Puedo al menos verte la cara? -Preguntó, imprudente.
Cassius se tocó el puente de la nariz con desesperación. Esa chica no parecía entender y seguía jalando de las cuerdas, así que solamente se dedicó a caminar y pasar de lado por ella.
Se volteó un segundo para decirle: Te veré en la práctica.
Aria quedó confundida y con sentimientos mezclados. No sabía que sería de ella en unos años, y si podría seguir ejerciendo su profesión.
Cassius la dejó en el cuarto con Anika, hija de una acogida de la guerra que ahora se dedicaba a trabajar para los Blackwood. Es rubia, alta y de origen Ruso, su madre se la pasaba hablando de los nazis y de la Unión Soviética, de cómo las personas son malditas y perversas, por eso se dedicó a traspasar todos sus conocimientos en cuanto a armas y enemigos. Es una persona muy astuta y hábil, siempre hace todo con cautela y obedece siempre las órdenes de su jefe.
-Haz oído al Gran Jefe. Ahora, te darás una ducha, te cambiarás, comerás y luego dormirás. Ya puedes alzar la vista. -Anika era una señora lánguida, con un aspecto pulcro. Aria sabía que no podía desobedecerla, así que simplemente se dedicó a asentir, y, a pesar de las instrucciones recién recibidas, le dedicó una pequeña sonrisa que desvaneció enseguida.
Aunque todos ahí conocían la cara del jefe, para muchos era un misterio, una intriga para la sociedad. Ninguno de sus empleados sabía a qué se dedicaba su patrón, solo se dedicaban a obedecer y seguir órdenes, en tanto recibieran su paga, no tenían porqué hacer preguntas. Lo único que se sabía de Cassius era que era el CEO de varias empresas, que poseía demasiadas propiedades y lujos. Por supuesto, también que era poderoso y despiadado, razón por la que no se metían con él.
La noche transcurrió y la joven acató cada orden recibida. Comiendo un plato de fruta con granola -cosa que le parecía extraña- y con el cabello empapado, se dedicó a lamentarse en silencio mientras reposaba en la cama.
Anika no era mala persona, al contrario. Pero debía de obedecer si quería conservar su empleo.
-Ya, dame eso. Será la única vez que comas aquí. El comedor está cerrado al igual que los otros cuartos, por eso comes aquí, pero que no se te haga hábito. -Informó la ama de llaves quitándole el plato de las manos a la presa del Gran Jefe.
Por supuesto que Anika tenía preguntas, pero por supuesto que se quedaría callada y por supuesto que no preguntaría porque no era fisgona ni entrometida. Así que simplemente se dedicó a esposar a la joven a la cama para que no intentara escapar. Claro que, en su vida había hecho cosas peores como asesinar o ayudar a torturar a los delincuentes y enemigos de su jefe.
En la mansión de los Blackwood...
Cassius marca un número a toda prisa y explica exactamente lo que planea hacer. La persona al otro lado de la línea ladea la cabeza en confusión, pero no cuestiona, confía en Cassius. Y, aunque le parezca extraño, accede a su loco plan.
- ¿En dónde te haz metido, hermanito? -Preguntó Elodie arqueando las cejas, observando cómo su hermano se quitaba los guantes de piel con la boca.
-Deja de entrometerte, y mejor ponte a estudiar, porque con ese ingenio dudo que alguien quiera contraer nupcias contigo.
Elodie fingió estar dolida y se llevó una mano al pecho. Aunque en el fondo sabía que tenía razón.
-Y deja de jugar a ser cupido. -Gritó a la vez que salía de la habitación y se adentraba al corredor.