Mario siempre trataba de aliviar mis dolores, pero es imposible detener una enfermedad del corazón, mi corazón empezaba a latir más fuerte con forme pasaba el tiempo sin saber de nuestra madre.
- Buenas noches, ¿es usted el hijo de la señora Tiffany? - preguntó un policía en la primera planta.
- Si, soy yo ¿en qué puedo ayudarle? - dijo mi hermano
Mis lagrimas empezaron a correr por mis mejillas, porque el rostro del policía era bastante triste.
- Es sobre su madre - dijo.
- ¿Qué sucede con ella?
- Ella sufrió un accidente y fue llevada al hospital en estado grave - dijo el hombre, con una gorra en sus manos.
- ¿Dónde queda el hospital? - preguntó Mario.
- Al otro lado de la ciudad - respondió.
Mientras Mario hablaba con el policía yo me derrumbaba en mi habitación, por-que mis latidos aumentaban con el pasar del tiempo, era imposible detener cada lagrima que cruzaba por mis mejillas, en ese momento no quería saber nada de la vida, la vida me ha lastimado dos veces, ¿Por qué ellos?
- Lo siento hermana, mamá nos ha dejado - dijo mi hermano a punto del colapso.
Me quedé en silencio, no dije nada, en esos momentos tenía una crisis nerviosa, llegué a mi habitación me senté en la cama y pensaba en mi madre y en cómo había sufrido por nosotros y también por la muerte de sus seres queridos.
- Hermana, por favor háblame - decía mi hermano, pero yo solo podía escuchar-lo, la voz no me salía.
En esos momentos había perdido el habla, mi corazón se paralizaba lentamente, justo cuando llegamos al hospital fuimos a la morgue a reconocer el cuerpo de mi madre y si era ella.
- Madre no me dejes - grite llorando.
- Hija cuida de tu hermano él te necesita.
- Madre no, ¿cómo podré vivir sin ti?
- La vida es mi niña, justo hoy cenaríamos juntos, pero la vida es así.
Eran mi mente la que imaginaba una despedida con mi madre, ella ya no respiraba, su cuerpo estaba morado, golpeado y en su ropa había mucha sangre, sus ojos ya no estaban, cuando choco su rostro quedó desfigurado, sus pies fueron amputados, ya no había nada que regresara a mamá.
- Vamos hermana - escuche que dijo mi hermano, llorando.
- Lo siento mucho - dijo un colega de mamá.
- Se lo agradezco - susurro Mario.
- Señorita venga conmigo - dijo una voz que parecía alejada de mi realidad.
Las horas pasaban y aun estábamos en la morgue con Mario, nuestros ojos esta-ban hinchados y rojos, nuestro rostro era desconocido, nuestras miradas se cruzaban y ambos nos preguntábamos que sería de nuestra vida sin ellos.
- Todo estará bien pequeña, juntos enfrentaremos esto - dijo mi hermano abrazándome.
No podía responder por más palabras que tuviera en mi boca, era justo una crisis nerviosa que me quitaba la voz.
- Hermana escúchame
- Dime – dije, a penas me salía la voz.
- Saldremos de esta juntos, ¿vale?
- Vale - dije abrazándolo.
Llegamos a casa con los restos de mi madre, nuestros vecinos y amigos nos esta-ban esperando, Mayra y Arthur también estaban aquí, fue muy alentador verlos aquí porque necesitaba de ellos, William, Alan y Mariana también estaban aquí, pero ellos estaban acompañando a Mario.
- Lo sentimos mucho cariño - dijeron Mayra y Arthur a coro.
- Gracias – dije.
- Aun no me la creo ¿Cómo pudo pasar esto? - preguntó la mejor amiga de mi madre.
- No sabemos - dijo Mario.
Con el pasar de los minutos la tristeza aumentaba porque venía lo peor, dejar de ver y sentirla aquí, sus fotos y su ropa seguirán aquí, pero sus sueños y su vida ya no estarán y no creo poder vivir sin ella.
- Ven acá - dijo William.
- Ella murió.
- Lo sé, pero debes de ser fuerte, ella te amaba y no estaría feliz de verte así.
- No sé qué será de mi sin ella.
- Te has enfrentado a la vida sin tu padre, tú puedes hacerlo.
Las palabras de William se cruzaban por mis pensamientos, pero era como aceptar que todas mis decepciones son por mi culpa, me sentía culpable por no escribirle a diario a mi madre, sentía un dolor muy grande en mi pecho.
- Vamos hermana - dijo Mario.
- ¿A dónde? - pregunté.
- Al cementerio.
Ya han pasado dos semanas y la vida tiene la misma pinta, una decepción una caída y una muerte que duele.
- ¿Quieres salir? - preguntó Arthur.
- No – respondí.
- No puedes vivir así.
- Lo se.
- Podemos ir a la cafetería de mi padrastro.
- Estoy bien aquí, gracias.
Arthur era mi amigo y era el único que estaba siempre para mí.
- Gas voy a irme de casa unos días – dijo mi hermano.
- ¿A dónde iras?
- Tengo que trabajar más duro.
- Entendió, nunca me abandones.
- Jamás – sido abrasándome.
Después de la muerte de mi madre no quería ver a nadie y por salir, sentía que el mundo también podría quitarme la vida a mí también, tenía pesadillas, sentía que me moría y dejaba todo atrás.
Madre mía, te extrañó más de lo normal, han pasado unas semanas y aun te siento aquí conmigo, la casa está vacía mi hermano no está, la familia ya no está.
- ¿Me dejas pasar? – pregunto William.
- Pasa.
- ¿Cómo estás?
- Bien supongo.
- ¿Por qué estás tan pálida?
- La anemia supongo - dije cortante.
- Ven conmigo.
- ¿A dónde? - pregunté.
- A mi casa.
- No puedo.
- ¿Por qué? – pregunte desconcertado.
- Porque solo aquí puedo sentir a mi madre.
William sacó una maleta que tenía y doblo toda mi ropa, estaba decidido a llevarme con él, pero simplemente no podía, porque irme de aquí es como querer olvidar a mi madre y era el único lugar donde me sentía protegida.