Donde duermen las mariposas
img img Donde duermen las mariposas img Capítulo 5 Ser amada
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Capítulo 10 Tú y yo juntos, nada es mejor img
Capítulo 11 Estoy siendo cruel para ser amable img
Capítulo 12 Solo resiste img
Capítulo 13 Huir por qué ya no quiero que duela img
Capítulo 14 Costumbres img
Capítulo 15 No te dejaré acercarte lo suficiente para lastimarme img
Capítulo 16 No puedo evitarlo porque, nena, eres tú img
Capítulo 17 Es más que suficiente img
Capítulo 18 Mi pequeño amor img
Capítulo 19 Incluso pusiste mi mundo en movimiento img
Capítulo 20 Volveré a tiempo img
Capítulo 21 Me pierdo en el tiempo solo pensando en tu cara img
Capítulo 22 Tómame de la mano mientras hacemos lo que hacen los amantes img
Capítulo 23 Para hacerte sentir mi amor img
Capítulo 24 Iluminas mi corazón img
Capítulo 25 No sé quién sería si no te conociera img
Capítulo 26 No subestimes las cosas que haré img
Capítulo 27 Deja que el cielo se caiga img
Capítulo 28 Piensa en mí en lo más profundo de tu desesperación img
Capítulo 29 Ir hasta el fin del mundo por ti img
Capítulo 30 Solo quiero pasar toda mi vida contigo img
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Capítulo 5 Ser amada

Y sí, Adele había encontrado a un hombre. Uno dulce y considerado, uno que ese domingo se había ofrecido a cocinarle unos espaguetis, que llevó postre y unas cervezas, todo porque ella le había comentado que se moría de aburrimiento el último día del fin de semana.

-Huele tan rico, ¿cómo es que no sabía que cocinabas tan bien?

-Es mi habilidad secreta, solo la utilizo cuando quiero seducir a una mujer...

-¡Aaah! ¿No me digas?

-¿Funcionó?

-Puede ser...

Almorzaron en el balconcito, acomodándose como mejor pudieron. Pusieron un poco de música, tomaron cerveza y conversaron sobre los trabajos que debían presentar la semana siguiente. Jim le contó un poco de su vida y ella de la suya. El postre quedó para más tarde porque Adele no podía moverse de tanto que había comido. Cuando sintieron que el sol abandonaba el lugar, se metieron de nuevo.

Dejaron los platos en la cocina y, de pronto, la música sonó muy sugerente. La tomó de la mano y la atrajo para abrazarla; comenzaron a moverse levemente, queriendo seguir la melodía, y el roce de los cuerpos despertó algo en ellos. El beso, esta vez, fue furioso desde el primer contacto. Llevaban semanas incitándose. Y cuando las manos de Jim viajaron hasta debajo de su espalda para tocarla, supo con certeza que eso era lo que necesitaba.

Adele se agarró fuerte de sus hombros y él se coló entre sus cuerpos para alcanzarle el pecho. Y la sensación fue todavía más fuerte: una mezcla de relajación acompañada de ansias. Jadeaban al compás de esa melodía interna que se despierta con el calor.

Le sacó la camisa de los pantalones y lo recorrió por debajo de la tela; ahí la temperatura se sentía más. El abdomen, el pecho, la espalda; por algún motivo, la rudeza de su piel le encantó. Respiraba con la boca abierta mirándolo y se maravilló con la expresión un poco depredadora que él le mostraba.

Tomó la parte baja del suéter que llevaba puesto y la miró, buscando permiso, y ella levantó los brazos, dándoselo. Se lo quitó y su torso semidesnudo le robó un imperceptible suspiro. No pudo contener la necesidad de tocarla, y lo hizo. La piel suave y tibia. Siguió subiendo hasta que pudo sostener sus senos con ambas manos y el cerebro se le derritió. Adele jadeaba, pero esas caricias le sacaron algunos gemidos apurados.

No tardaron mucho en desvestirse y recostarse en la cama. Él la miraba como si fuera lo más bello que había visto, y sus caricias eran suaves y leves. Todo el cuerpo que tenía delante era terso. De nuevo los besos abiertos, de nuevo las manos inquietas de ambos, buscándose las partes más sensibles. Cuando ella lo tomó y lo envolvió con sus dedos, a él el mundo se le olvidó. Adele lo exploraba curiosa y sin vergüenza, mordiéndose la boca a cada reacción que Jim tenía.

Pero cuando sus dedos comenzaron a explorarla, no pudo evitar cerrar los ojos a las sensaciones. Era tan diferente de como su antiguo novio la había tocado; Jim tenía más paciencia, más suavidad, más experiencia. Se concentraba en tocarla en los lugares correctos, esos que la hacían temblar un poco y jadear más. Logró que ella quisiera apurarse, quisiera sentirlo. Con la mano libre, buscó la protección que había llevado y, perdiendo contacto con ella, se la colocó. Adele lo miraba fascinada.

Otro beso que no se rompió mientras él se acomodaba entre sus piernas, y ella lo rodeó con ellas, ansiosa, deseosa. Podía sentir cómo la rozaba de arriba abajo y, finalmente, cuando se sintió seguro, comenzó a entrar muy despacio. Ese primer contacto se sintió un poco extraño, pero placentero, y lo alentó con las manos en su espalda para que continuara. Lo hizo con cuidado hasta que estuvo por completo en su interior. El ardor que Adele sintió era delicioso. El ritmo fue tranquilo, queriendo que se acomodara primero. A medida que los gemidos dulces que le regalaba aumentaban, sus ganas y sus movimientos también lo hicieron.

No era su primera vez, pero definitivamente era la primera vez que lo disfrutaba por completo, porque su cuerpo y su corazón estaban preparados para recibir todo ese cúmulo de sensaciones. Descubrió que, con ciertos ángulos, la excitación aumentaba y movió las caderas por instinto para encontrarlos y permanecer en ellos. Jim se estaba volviendo loco mirándola disfrutar con tanto entusiasmo. Le decía que era hermosa, tan hermosa, tan candente, toda ansiosa, toda entregada, y ella más se retorcía, más buscaba profundizar las sensaciones de su interior.

El cosquilleo en su vientre se intensificaba con cada movimiento, el sudor le corría por el cuerpo y sus sonidos se volvían más sensuales. No quería detenerse, no podía hacerlo; sentía que estaba cerca. Aceleró el movimiento de sus caderas, desesperada porque casi estaba por lograrlo. Jim la entendió y apuró un poco los suyos; se podía oír el sonido de la piel chocando con la piel del otro, con la humedad del otro. Él la besó apenas en el cuello y Adele elevó su voz en un grito ahogado lleno de placer. Sus contorsiones lo arrastraron a él también, deshaciéndose en ella.

Jim se recostó a su lado y la abrazó mientras ambos trataban de ganar aire y calmarse. Adele se sentía maravillosa, con la piel electrificada. La temperatura bajó y estiró la mano para cubrirlos con la sábana. Él le besó el rostro mientras se miraban, y ella le acarició el cabello. Se quedaron en ese improvisado refugio en la cama, cuando el timbre sonó y los sacó de su escondite. Pero nadie respondía. Jim se levantó y se acercó para saber quién era, tomó el aparato y preguntó, pero no obtuvo respuesta.

-Alguien que se equivocó de piso, seguro -le dijo.

La llevó de vuelta a la cama y se quedaron allí hasta la noche, tranquilos, yendo y viniendo del sueño, sintiéndose cálidos y contentos.

Luego de esa hermosa experiencia con Jim, Adele se sentía apenas un poco diferente. Comenzó a experimentar ansias nuevas, emociones nuevas, sensaciones perfectas. Parecía que la vida se había olvidado un rato de su mezquindad y le estaba abriendo un camino más apacible. Sus estudios iban mejor; había encontrado el ritmo justo para equilibrar todo lo nuevo que se le presentaba. Tenía esa emoción de alegría todos los días.

Y Jim la llenaba de halagos y pequeños obsequios, detalles que a ella le iluminaban el día: una flor, un café, un bolígrafo con muñequitos de colores, un almuerzo improvisado en algún parque. Compartían una relación especial, sin etiquetas, sin apuros.

La intimidad aumentaba de frecuencia y con ella las experiencias desconocidas; su cuerpo le mostraba cosas que no sabía que llevaba consigo. Aprendió que, con ciertas miradas y movimientos, podía despertar el instinto de él, que con otro tipo de caricias y besos lo aplacaba, que con ciertas palabras conseguía más. Y se percibió hermosa ella misma. Todos le habían dicho que lo era, pero recién cuando aprendió las reglas del juego de la seducción, pudo darse cuenta de que tenían razón.

Pero no solo su físico, su cabello, sus piernas o el escote indiscreto; el sentimiento también abarcaba parte de su interior. La cicatriz con forma de mariposa ya no le parecía tan horrible y había dejado de esconderla. Estaba ganando seguridad en ella misma, aprendiendo a apreciarse y a abrazar ese sentimiento de aceptación. Eso se reflejaba cuando debía exponer en alguna clase o charlaba con sus compañeros sobre proyectos o entregas. Confianza, confianza en sí misma, en su capacidad, en sus propias decisiones.

Entonces llegó el cumpleaños de Lele, y no podía no ir a saludarlo. La llamó durante las dos semanas previas para asegurarse de que iría, de que no faltaría, porque esta vez haría una fiesta en la casa con sus amigos y ella debía estar ahí. Al principio se sintió nerviosa y un poco acorralada. El tiempo lejos de la familia había logrado sosegar un poco esa sensación que tenía en la boca del estómago, esa amargura. Pero los extrañaba terriblemente a todos, hasta a Lucas.

-¿Quieres venir conmigo al cumpleaños de Lele? -le preguntó Adela a Jim esa mañana.

-Tengo que preparar el examen de Microbiología o tendré que volver a cursarla, lo siento... De verdad me gustaría conocer a tu familia. -respondió él, lamentándose.

-Es cierto, no te preocupes, en otra oportunidad entonces.

Pero sí conoció a Francis, porque fue a buscarla personalmente para llevarla. Después de todos esos meses sin verse, la emoción fue muy grande. Ella corrió a abrazarse de su padrino y a él no había manera de borrarle la sonrisa de la cara. Presentó a Jim ante los ojos escrutantes de su padrino y el muchacho parecía un poco nervioso. ¿Quién no se pone así al conocer al suegro? Pero a Francis le cayó bien. Eso no impidió que, durante el viaje, le hiciera un montón de preguntas.

-Parece ser un buen muchacho, ¿te trata bien?

-Es muy dulce.

-¿Estudia contigo?

-Sí, somos compañeros de clase.

-Está bien... ¿te cuida?

-¡Claro que me cuida! No te preocupes tanto, padrino, es una buena persona.

-Bueno... ¿trabaja?

-Tiene un trabajo en un taller mecánico.

-Está bien... ¿cuántos años tiene?

-22.

-Es más grande.

-No tanto, comenzó a estudiar luego. Él no tiene un padrino como tú o una familia con comodidades. Tuvo que trabajar cuando terminó el colegio.

-Bien, bien, es responsable, eso me gusta.

Adele sonrió. Pero cuando Francis le preguntó sobre sus estudios, ella no pudo contenerse y le habló de todo: cada materia, cada profesor, cada proyecto que había hecho hasta ahora. Su entusiasmo lo contagió y se sintió orgulloso de su pequeña niña. La notó más alegre, más suelta, más confiada. Él la extrañaba todos los días, pero al parecer que abriera las alas le estaba haciendo más que bien. La decisión había sido la mejor.

Pero cuando se estaban aproximando a la casa, de nuevo tuvo esa incertidumbre. De nuevo las dudas, de nuevo el nerviosismo.

-¿Cómo está Lucas?

-Está bien. Trabaja en la empresa ahora, estudia, están organizando la boda con Sara, ya no sale tanto. Parece que se está centrando... No te preocupes.

-Bueno... -Pero sonaba llena de reparos.

-Adele, no te preocupes. Sus supuestos sentimientos no son más que un capricho... ¡Ah! Es mi culpa, debí haber sido más estricto con él en vez de dejarlo comportarse como quiso siempre.

-No es malo, padrino. Lucas es temperamental, pero nunca fue mala persona y no es tu culpa. A veces puede ser un estúpido, pero tiene buen corazón.

-Espero que tengas razón, hija.

Si Lucas estaba ansioso y desesperado porque llegara, no se le notaba en lo más mínimo. Permanecía tranquilo, con un vaso de algo, mientras Norma le hablaba sobre la organización de su casamiento. Estaba con Sara sentada a su lado y la tomaba de la mano. Daba la impresión de controlar todas sus emociones y de que nada era diferente a cualquier otro día. Pero por dentro se estaba prendiendo fuego, ardido por verla y por ese otro hombre que se enredaba con ella en la cama.

Lele salió como un torpedo cuando vio el auto estacionarse; no le importaron sus amigos. La abrazó muy fuerte, tan fuerte. Adele le miró el rostro y parecía que estaba a punto de largarse a llorar.

-¡Feliz cumpleaños, Lele! -le dijo y le dio un beso en la mejilla.

-Por fin llegaste...

-Yo también te extrañé y... tengo un regalo para ti.

Sacó un paquete del asiento trasero y se lo dio. Lele lo miró, lo agradeció, pero no lo abrió. En ese momento, todo lo que quería y necesitaba era a su hermana.

-Pareces más grande -le dijo el muchacho mirándola.

-¿Sí? No lo creo...

-Sí, estás distinta.

-¿Y eso es bueno o malo?

-No sé... ¿tienes novio?

Adele se rió con ganas. Y esa risa lavó de su corazón la inquietud que le provocaba volver a esa casa.

            
            

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