Francis no dejaba de mirarlo, buscando alguna reacción de su parte, pero no obtuvo nada. Sara tomó a Adele del brazo y comenzó a contarle cosas de su inminente boda y, poco a poco, la fue alejando de su novio. Se sentaron del otro lado del salón a tomar algo y comer mientras conversaban. Era un poco raro; Sara siempre había sido amable, pero nunca tan interesada en ella.
Le habló del vestido que quería usar, del pastel, del viaje de luna de miel, y le preguntó cómo iban sus estudios. En realidad, Sara lo hacía por dos motivos: le contaba sobre su boda como si con eso le afirmara que Lucas era suyo y le preguntaba sobre la universidad para indagar si había conocido a alguien. Pero Adele se guardó para ella esa última parte. Era suficiente con que solo Francis lo supiera.
Parecía todo un poco más normal, pero a Lucas se le estaba prendiendo fuego el alma. Mientras Adele estuviera en la casa por ese fin de semana, él se encargaría de averiguar quién era ese imbécil que la tocaba, de amenazarlo y de alejarlo de ella. Nadie podía ocupar el lugar que consideraba suyo. Pero su expresión no revelaba nada de lo que pensaba.
Le cantaron el feliz cumpleaños a Lele, y algunos amigos insistieron en salir por la ciudad a festejar.
-¿Quieres venir, Adele? -le preguntó.
-No, gracias, Lele. ¿Qué vas a hacer con tu hermana dándote vueltas? Ve con tus amigos, pero no hagas desastres...
-¡Vamos, Adele! -le insistió uno de ellos. A Lele le fastidió; sabía que algunos de sus compinches veían a Adele con otros ojos. Era inevitable; las hormonas estaban alteradas.
-No molestes, Gal, no quiere... Bueno, ¿te quedarás todo el fin de semana?
-Sí, tendremos tiempo para pasarlo juntos. Ve y diviértete.
Y el grupo de adolescentes salió. Quedaron Francis, Norma, Lucas, Sara y Adele, quien se puso a ayudar para recoger el tiradero que habían dejado.
-Deja eso y ven conmigo a mi oficina para que charlemos -le dijo Francis.
-¿Qué pasa? -le preguntó ella cuando se sentaron en el sofá.
-Hablé con el abogado. Ya están todos los bienes que te dejó tu padre a tu disposición cuando quieras usarlos, solo debes firmar.
-No necesito nada, padrino, no me falta nada.
-Lo sé, pero no es por eso. Son tus cosas y te corresponde tenerlas; puedes decidir cómo organizarlas algún día.
Y como total de todos sus bienes, Adele tenía una casita a las afueras de la ciudad, que Francis hizo arreglar y remodelar luego del incendio que se había llevado a sus padres; un poco de dinero en el banco y un viejo auto guardado en el garaje de la casa. Pero la casa le traía recuerdos horribles, el dinero no lo necesitaba y no sabía conducir.
-Visto que tu padre se atrincheró con Adele en su oficina, ¿por qué no tomamos café en la terraza? -le sugirió Norma a Lucas.
-Te agradezco, Norma, pero yo paso. Mañana tengo que levantarme temprano para ir con mamá a la modista.
-¿Ya decidiste sobre el vestido?
-Algo... ¿Qué harás, Lucas?
-Yo tomaré el café, de todas maneras, te irás a tu casa.
-Bueno, nos vemos mañana -y lo besó apenas en los labios antes de salir.
A Sara le daba lo mismo; no haría nada en la casa con Francis alerta, podía irse tranquila. Y Norma había bajado un poco la guardia al verlo tan concentrado en Sara y en su boda; parecía que todos esos sentimientos intensos de su hijo se estaban diluyendo. Pero Lucas solo estaba planificando que a la mañana siguiente saldría con el alba a buscarlo. Se llevaría a Karl consigo, solo por si el infeliz se ponía difícil. Estaba decidido a hacer que terminara con ella.
Adele se había quedado dormida en el sofá. Francis no quiso despertarla; la tapó con un edredón y se sentó en su escritorio a terminar pendientes. De nuevo se sentía tranquilo con ella bajo su mirada. Pensó un momento en ese muchacho que había conocido más temprano; con suerte, Adele podría enamorarse y comenzar a planear una familia. Algún día podría ver a sus "nietos" y contarle a su amigo sobre ellos.
La mariposa se sentía a salvo en esa casa de nuevo, su hermano se veía bien, la trataba bien y todos estaban menos inquietos. La tormenta que la había sacado de su refugio finalmente había pasado.
Karl salió de la casa con más cara de muerto que de vivo. Se subió al coche de Lucas y lo miró un poco molesto.
-¿Cuánto más planeas hacer? ¿No te alcanzó con espantarle al otro?
-No.
-Te estás volviendo un obsesivo, Lucas. Nada cambiará el hecho de que te rechazó.
-Eventualmente cambiará de idea. ¿Estás listo?
-Estás loco.
-Estoy loco por ella, Karl, y ese maldito no va a llevársela así como así.
Arrancó el coche y salieron. Ni él ni ningún otro iba a llevársela, porque era suya. Le había soportado al otro noviecito porque era un niño, pero este no lo era, este era un rival de verdad. Estaba seguro de que, si con amedrentarlo no alcanzaba y con la violencia tampoco, el dinero lo convencería. Al fin y al cabo, eran todos iguales. Y a ella, con el tiempo, le sacaría esa maña de andar metiéndose con tipos que no fueran él; cuando se diera cuenta de que eran el uno para el otro.
Pero aquella búsqueda no le resultó fácil a Lucas. Ni siquiera sabía cómo se llamaba el tipo o cómo se veía. Un sábado por la mañana no había casi nadie en la universidad, ¿a quién iba a preguntarle? Karl se cansó de correr detrás de él sin sentido, se recostó en el asiento y le dijo que lo despertara cuando averiguara algo. Debió sacarle más que solo la dirección a la amiga de Adele.
No pensaba irse con las manos vacías. Vagó un poco por los pasillos entre las aulas, tratando de adivinar cuál de todas serían las de primer año. Salió al parque y vio un grupo de jovencitas sentadas sobre una manta, almorzando, y decidió acercárseles. Nunca le fallaba la sonrisa y el tono seductor en la voz.
-Disculpen, señoritas...
-¿Sí? -le respondió una de ellas.
-Estoy buscando a Adele, ¿de casualidad la conocen?
-¿En qué año está?
-En primero, comenzó hace poco...
-Nosotras somos de segundo.
-¡Oh!
-Yo conozco una Adele -le respondió otra con un tono un poco aprehensivo.
-Es mi hermana... Tiene cabello rizado.
-Sí, es la que sale con Jim.
¡Así se llamaba ese maldito!
-¿Jim?
-Sí, ese infeliz. Si eres su hermano, cuídala mejor, ese tipo es un desgraciado.
-¡No digas eso! -la espetó la primera.
-¿Cómo es eso? -El interés de Lucas, ante los calificativos que usaba la muchacha, aumentó.
Volvió al coche con una sonrisa gigantesca y movió bruscamente a Karl para despertarlo.
-¡Despierta! ¡Lo encontré! Esto va a ser muy interesante.
Resultó que la muchacha que hablaba tan mal de Jim había sido su conquista antes de conocer a Adele. No solo le había dado el nombre y el apellido, sino también el lugar donde trabajaba y vivía. Lucas fingió bien su papel de hermano indignado ante ellas.
El taller estaba a unos 20 minutos, y él fue directo a aparcar el coche en la puerta. Un muchacho salió y le preguntó qué necesitaba.
-Hola, soy Trevor -le dijo estirando la mano.
-Jim -le respondió.
¡Era él! Lo miró un poco para investigarlo y continuó con la mentira.
-Estamos viajando con mi amigo, pero escuché un ruido extraño en el motor y me preguntaba si podrías revisarlo.
-¡Claro! Deme unos minutos.
Karl se bajó del coche y se paró junto a Lucas.
-¿Qué haces, "Trevor"?
-Solo sígueme el juego, esto va a estar bueno.
Jim volvió a salir con algunas herramientas, subió el capó del auto y se inclinó sobre el motor para revisarlo. Unos pocos minutos después, una jovencita de cabello negro se asomó por la misma puerta con un niño pequeño en brazos que no tendría más de dos años.
-¡Hola! -la saludó Lucas.
La muchacha se aproximó a ellos un poco tímida. Era más joven que Adele.
-Hola -le respondió.
-Qué bonito niño.
-Gracias -le dijo ella con la voz baja.
El niño hacía muecas y movimientos con los brazos en dirección a Jim. Y Lucas lo oyó clarito: "Pa-pa-pa-pa". Karl lo miró sorprendido.
-¿No me digas que es tu hijo? -le dijo a Jim, que se había incorporado al escuchar cómo el niño lo llamaba.
-Sí... Ella es mi esposa, Grace.
¡Oh, por Dios! A su amigo se le desorbitaron los ojos. ¡Tenía que ser una broma! Lucas lo miró con una sonrisa satisfecha; eso era lo que estaba esperando encontrar. No iba a necesitar demasiado para alejarlo de Adele. Jim no halló nada extraño en el motor, pero de todas maneras, Lucas le dejó una cantidad considerable antes de marcharse.
-¿Es casado? ¿Y tiene un hijo? ¡Increíble! -Karl estaba más que atónito.
-¿Qué te parece? Es un maldito desgraciado. La joven de la universidad me dijo que cuidara mejor de Adele, y tenía razón. ¡JA!
-Pobre Adele...
-Estudia con ella, la seduce, pero se olvida de decirle que es casado y tiene un niño. Al parecer, lo hace todo el tiempo... No le rompí la cara porque no me iba a servir.
-¿Qué vas a hacer? No puedes decírselo.
-No, pero puedo mostrárselo...
-¡Oh, vamos, Lucas!
-Cuando lo vea, se le van a ir las ganas de andar jugando a la mujer fatal.
-Pero esa muchacha es muy joven...
-Sí, tiene 17, el bastardo la embarazó y no le quedó otra que casarse.
-¿Cómo sabes eso?
-Porque dio la casualidad de que cuando pregunté por Adele, una de ellas ya había pasado por sus garras.
-Pero eso quiere decir...
-Sí, que la muchacha tenía 15 años más o menos... Hay que ser muy sucio, repugnante bastardo.
-¡Vamos, tú has estado mirándola desde que tenía esa edad!
-No me compares, yo esperé a que cumpliera la mayoría de edad antes de decirle algo. Este asqueroso no se contuvo.
Regresó a la casa sintiendo que había encontrado oro. La encontró junto con Lele en el patio, charlando, y fue a sentarse con ellos. Solo saludó y se mantuvo en silencio, oyéndolos conversar. Era un poco como en los viejos tiempos en los que los tres compartían la vida mundanamente. En su cabeza repasaba una y otra vez todo: Jim, su esposa, la carita del niño, y volvió a sonreír.
Él sabía que ella era muy joven e ingenua para salir sola al mundo y lo que estaba pasando con su supuesto "novio" era evidencia suficiente. Si Francis llegaba a saberlo, la traería de regreso de inmediato; estaba seguro. No podía decírselo sin develar sus propias acciones, pero podía mostrárselo a Adele y que ella sola fuese a llorar a los brazos de su padrino. Y entonces a su padre no le quedaría más remedio que darle la razón: ella sola no podía afrontar las dificultades lejos de la casa. Se exponía a esa clase de granujas sinvergüenzas; ¿qué tal si la embarazaba a ella también? No, Francis se volvería loco.
La tarde terminó y Adele y Lele entraron a la casa cuando empezaron a sentir el frío. Lucas no, él se quedó afuera, pensando en cómo expondría al infeliz ante los ojos inocentes de su "hermana".