Esa misma noche, Jim fue a buscarla para llevarla a bailar. Le dijo que la había extrañado y que no importaba si al otro día tenían clases; quería pasar tiempo con ella. Emocionada por su cita, Adele se puso un bonito vestido con flores, se arregló el cabello y se maquilló un poco. No solo la salida con Jim la tenía feliz, sino que había regresado a su casita y a su rutina. Se había acostumbrado tanto a esa nueva vida que, cuando no la tuvo por unos días, se sintió ansiosa.
Además, había regresado satisfecha y tranquila por el comportamiento calmo y apacible de su hermano. Eso era lo que más la alegraba; al fin, todo se estaba acomodando bien. Jim la llevó de la mano a un lugar no muy lejos, donde la música era tranquila y podían bailar pegados, sintiéndose y despertando esas sensaciones que a ella tanto le gustaban.
Regresaron no muy tarde y él iba a despedirse en la puerta, pero Adele le pidió que no se fuera, que se quedara a pasar la noche allí. Nunca lo hacía, y habían estado sin verse el fin de semana. Jim se puso un poco nervioso, pero aceptó. Dentro, solos, y luego de haberse prodigado caricias y besos, se fueron juntos a la cama. Adele estaba ansiosa por sentirlo, por su boca sobre la piel, por las caricias atrevidas y las palabras bonitas.
Pero Jim no podía quedarse toda la noche, así que, cuando ella se durmió, le dejó una nota y salió. Tenía que regresar a su casa. Cuando llegó, su esposa y su pequeño hijo dormían en la cama. Él se desvistió y se acomodó junto a Grace para abrazarla.
-Lamento llegar tarde -le susurró y se quedó dormido.
Adele se decepcionó un poco cuando despertó y no lo encontró a su lado. ¿Por qué se iría en mitad de la noche? Desayunó algo ligero y salió para su primera clase de ese día, un día que pintaba largo y cansador. A esa misma hora, Lucas salía a toda velocidad a la carretera.
Encontró a Jim en los pasillos, y él se apresuró a explicarle que tuvo que regresar por sus cosas y porque su madre, si no, se preocuparía. Ella le sonrió. Pasaron juntos el resto de la tarde, compartiendo clases hasta que llegó la hora de volver, y él insistió en acompañarla porque se sentía mal por haber salido corriendo.
Caminaban de la mano y estaban a pocos metros de la entrada cuando Adele reconoció el coche de Lucas estacionado en la puerta del edificio. Se quedó parada, mirándolo, con el corazón latiendo con fuerza. ¿Cómo la había encontrado?
-¿Qué pasa? -le preguntó Jim al ver la expresión en su rostro.
Lucas bajó del coche, cerró la puerta y se apoyó sobre ella. Levantó la mano y la saludó con una enorme sonrisa.
-¿Quién es?
-Es mi hermano -le respondió ella, y sonaba un poco fastidiada.
-¡Adele! -le gritó Lucas.
Ella soltó la mano de Jim y caminó rápidamente hacia él.
-¿Qué haces aquí? ¿Cómo supiste dónde vivo?
-Hola, ¿no? Ni siquiera me saludas.
-Lucas...
-No te enojes, no me quedó otra que venir.
-Lucas, por favor...
-¿Todo bien, Adele? -Jim se había acercado un poco al notar la agitación en ella. Vio mejor a Lucas y dijo:
-Yo te conozco...
-¡Claro que me conoces! Y yo te conozco a ti -lo miró por encima de sus gafas oscuras con una expresión burlona.
-Vete, Lucas, y si el padrino se entera de que viniste, tendrás problemas.
-No seré el único con problemas hoy, pero esto lo hago por ti.
-¿Qué quieres decir? -se inclinó un poco, acercando su cara a la de él.
-Verás, Adele, me enteré de que andas jugando con este tipo y, como te podrás imaginar, no puedo permitirlo... Y sabes por qué.
-¡No empieces!
-¿Estás aquí para molestarla? -La voz de Jim se había endurecido un poco.
-¿Yo? No... Yo no soy quien la molesta; ese eres tú.
Su postura cambió, su voz cambió; se quitó las gafas para mirarlo a los ojos y demostrarle que era él quien mandaba.
-Lárgate, quienquiera que seas; Adele no quiere verte.
-¿Qué puedes saber tú sobre lo que quiere Adele? ¿Acaso piensas que porque has estado durmiendo con ella tienes algún derecho?
-¡Basta, Lucas! ¡Regresa y no vuelvas! ¡Se lo terminaré diciendo al padrino!
-¡Bien, díselo! Pero dile también que te has estado revolcando con un hombre casado.
-¿Qué?
-¡¿No me digas que olvidaste comentárselo?! ¿Lo hiciste?
Jim se quedó congelado. Adele lo miró confundida. ¿Casado?
-¿No me crees? -le preguntó Lucas, fingiendo indignación.
Caminó hacia la puerta del acompañante y la abrió. Estirando la mano, ayudó a bajar a una muchacha con la cara empapada en lágrimas, que cargaba a un niño en sus brazos.
-Esta, Adele, es Grace... la esposa de Jim. Y el pequeñín es Louis, su hijo.
Adele lo miró a los ojos, esperando que él lo negara. Pero no lo hizo; en cambio, bajó la vista y, en voz baja, le dijo:
-Lo siento...
La burbuja volvió a explotar. Lo poco que había ganado ese tiempo por ella misma era una mentira. Se le cerró un poco el pecho, y sus ojos se posaron de vuelta en la jovencita, casi una niña, que cargaba a otro niño, y ella le devolvió una mirada sumisa, sufrida. El niño balbuceaba y se aferraba al cuello de su madre. Y Adele no lo resistió; sus propias lágrimas comenzaron a salir en silencio. Todo eso que para ella era bonito se había transformado en basura.
La muchacha se quedó ahí parada, sin decir nada. ¿Qué podía decir? Adele se volteó y caminó apurada hasta la puerta del edificio; las manos le temblaban, no podía hacer coincidir la llave con la cerradura, y Lucas vio su oportunidad. No iba a dejar que se le escapara esta vez.
-Déjame ayudarte...
-¡Lárgate! -le gritó ella.
De nuevo, Lucas había hecho pedazos algo valioso para Adele.
-¡No seas así, terca! -le devolvió el grito.
-¡Vete! -Y, por fin, la llave entró.
Se apresuró a meterse y trató de cerrar la puerta en la cara a Lucas, pero no pudo. Forcejearon, y él logró entrar. Jim miraba a su joven esposa llorar y no sabía qué hacer. Se acercó, cerró sus brazos sobre ella, y el sollozo fue angustiante.
Adele casi corrió llorando por las escaleras hasta llegar a su departamento, y le pasó lo mismo: no pudo abrir. Lucas dio zancadas largas para alcanzarla. Ella no quería verlo, hablarle, y mucho menos que entrara a su casa. Pero él estaba decidido. De nuevo intentó detenerlo a la fuerza, pero él pudo más.
-¡Vete o llamaré al padrino! -estaba furiosa.
-¿Por qué te enojas conmigo? ¡Debes enfadarte con ese sinvergüenza que estuvo usándote!
-¡Estoy enojada con él también! ¡Pero tú vete!
-¿Para qué? ¿Para que puedas volver a recibirlo cuando termine de consolar a su mujercita?
-¡Déjame en paz, Lucas! ¡Me quitaste mi familia! ¡Me quitaste esto también! ¿Qué más quieres?
-¡A ti! ¡Te quiero a ti!
Adele tomó su teléfono y comenzó a buscar el número de Francis, pero Lucas se lo arrebató de las manos. Ella lloraba con una congoja enorme; la tristeza que un tiempo atrás se había disipado cayó de nuevo sobre la mariposa. Tenía la cara roja, mojada, y sus ojos estaban enormes. Le partió el alma.
-No llores...
No podía detenerse; las lágrimas le salían sin esfuerzo. Se tapó la cara con las manos. Lucas se le aproximó unos pasos, y, al ver que no retrocedía, dio unos cuantos más, hasta que pudo abrazarla. Ella intentó quitárselo de encima, pero él se aferró con más ímpetu. Finalmente, cansada de luchar, escondió la cara tapada en su pecho y liberó todo el dolor que sentía. Por unos minutos, quiso pensar que ese que la trataba de consolar era su hermano otra vez.
-Déjame... -le dijo por fin, apartándolo.
-Lo siento...
-No, no lo sientes. Te vi en la casa y quise creer que habías dejado todo atrás, que al fin estarías feliz con Sara, pero solo fingiste... ¿Cómo averiguaste dónde vivo? Porque sé que el padrino no te lo diría...
-Eso no importa... Adele, escúchame...
-¡No! ¡Eres un embustero como Jim! Trajiste a esa pobre muchacha hasta aquí solo para humillarme. No te importó su dolor, o que tuviera un hijo pequeño. ¡Solo te preocupas por ti mismo!
-¿Cómo me dices eso después de que te mostré quién era en realidad ese maldito? ¡Lo hice por ti!
-Tú no haces nada por nadie, solo para tu beneficio... Esto no cambiará en lo más mínimo lo que te dije esa noche: ¡NO!
-¡Deja de rechazarme! -la frustración lo estaba invadiendo, era tan terca.
-¡Nunca dejaré de hacerlo!
-Una sola palabra, Adele... Dime una sola palabra y dejaré todo por ti. ¿Acaso ese Jim lo haría? ¡Claro que no! Porque lo que siento por ti sí es real, sí es sincero...
-Vete -estaba harta de oír palabras que para ella eran huecas.
-No...
-Vete, Lucas.
-Adele...
-¡Vete o empezaré a los gritos hasta que venga la policía! Sabes que lo haré, y luego tendrás dos problemas mayores...
Quiso acercarse de nuevo, pero Adele le lanzó un cesto de frutas que estaba sobre la mesa.
-¡Ey! -
Luego fueron unas flores, un cojín del sillón, una manta. Estaba dispuesta a lanzarle toda la casa hasta que se fuera.
-¡Está bien! ¡Para! ¡Me iré!
-¡Lárgate!
Lucas se dirigió a la puerta y le dio una última mirada. La respiración agitada, el rostro desencajado, el enojo dibujado en él. Tomó el picaporte, y antes de salir le dijo:
-Te amo y eso no desaparecerá nunca... Tarde o temprano me aceptarás -y se marchó.
Adele se apresuró a darle dos vueltas a la llave antes de caer de rodillas frente a la puerta. Del otro lado, él podía oírla llorar, y apoyó su mano unos segundos antes de bajar. El escándalo había llamado la atención de algunos vecinos, pero él solo les sonrió y salió. Jim, su esposa y su hijo ya no estaban.
De nuevo esa sensación de abandono, de rechazo, de soledad. ¿Qué tan ingenua podía ser para no darse cuenta de nada? ¿Cómo se había dejado engañar por unos besos cálidos y unas caricias? ¡Qué tonta! ¡Una niña! No estaba enamorada de él, pero sí lo quería mucho. Le gustaba mucho. Había sido dulce, tierno, paciente, y todo era mentira. Mientras paseaban tomados de la mano o iban al cine, la muchacha lo había estado esperando con el niño. ¿Qué clase de hombre hace una cosa así?
Respiró profundo y buscó tranquilizarse. En la vida hay muchas clases de personas, y si ella no aprendía a reconocerlas saldría herida una y otra vez. Francis se lo había dicho: "Desconfía". Y, al parecer, debió haberlo escuchado. Se puso de pie y comenzó a recoger todo lo que había tirado. La calma inerte y pasiva de alguien que está muy cansado y se siente vencido era lo que la movía. Por un momento, hasta tuvo vergüenza.
Lucas condujo con sensaciones encontradas: logró lo que quería, pero en el proceso la hirió, y nunca lo había considerado. Creyó que solo se enfadaría con el tipo, lo echaría de su vida y eso le daría una oportunidad para acercarse. Una especie de satisfacción también lo acompañaba: no volvería a interesarse en nadie por miedo a que le hicieran lo mismo. En cierta manera, según él, se lo merecía. Así aprendería a no meterse con tipos y abandonaría esa costumbre que había sacado de su madre.