Volver a mi cuarto había sido de las mejores sensaciones que había tenido en toda mi vida. El alivio que fue cerrar la puerta y echarme sobre la cama, cubriéndome hasta la cabeza con las mantas era indescriptible.
Aunque fuera una ilusión, porque ellos podían abrir la puerta en cualquier momento. De igual modo, estar un poco a solas me daba estabilidad.
Piensa Teresa, ¿Qué haremos ahora? Estoy en problemas... Pensé, en silencio, con las mantas sobre mi cabeza, como si así me protegiera de los males del mundo.
Quería gritar y salir por la ventana. Huir de allí, volver a mi vida normal, a mi trabajo. Maldita sea, lo que estaba sintiendo siempre.
No engañaba a nadie diciendo que tenía el coraje para huir. Pero necesitaba más coraje y valentía para quedarme allí.
¿No será en realidad que te quedas porque estás loca por ese mafioso? Una voz me dijo esto dentro de mi cabeza.
Negué, apretando los puños. No iba a enamorarme del primer hombre que tuviera contacto físico conmigo. Sería una tonta si lo hiciera. Y yo no era ninguna tonta.
Vine aquí por una razón.
Descubrir la verdad sobre un crimen. Y ahora, quizás descubriera incluso otro crimen. Porque esto de lo que Daemon me habló era algo particular, secreto, que nadie sabía. Cuando investigué este sitio, no hablaba sobre nada de misiones. Por ello, tenía que investigar y también podría sacarlo a la luz.
Metería en prisión a todos estos lunáticos lujuriosos.
Alguien tocó mi puerta al día siguiente. Me dormí pensando en mi objetivo, en tener la mente clara para lograr lo que me proponía. Tenía que ser fuerte, solo yo podría pelear para que esto fuera desenmascarado.
-Pase. -dije, con una voz amable.
Llegó la hora de fingir de nuevo. Me coloqué un vestido de coctel, con cuadros estampados de color celeste y blanco, en tonos pastel. El escote era notable, mis pezones se traslucían en la tela tan delgada en la parte del busto.
Caminé con más seguridad.
No era nadie de los que pensé que sería. Allí, de pie, estaba Scott, con una bandeja en la mano. Me estaba trayendo el desayuno.
-Pensé que tendrías hambre. -dijo él, sonriendo.
Llevaba una vestimenta normal. Me había olvidado de su existencia por completo. El era la única persona allí que parecía ser normal. No me miraba con lujuria, ni con esos ojos como los demás allí. Parecía tener una personalidad diferente. Llevaba una chaqueta de jeans y una camiseta blanca, con el cabello rubio algo despeinado.
-Gracias. No sabía que te quedarías... -empecé a decir.
-Sí, por unos días más. Luego me iré. -se sintió algo incómodo. -Bueno, espero comiences bien este día.
Me miró con los ojos algo brillantes, sonriente. Luego, se marchó sin decir más. Le agradecí con una sonrisa. No sabía que decir en realidad, porque esto era extraño. Su actitud conmigo era muy atenta. Él era el hermano de Daemon, quizás él lo mandó a que viera como estaba yo después de lo que ocurrió anoche.
Escuché que los pasos no se alejaban de allí. Sino que se quedó cerca de mi puerta. Eso me pareció muy extraño.
Caminé de puntillas hacía allí, como para ver qué es lo que ocurría. El estaba en un rincón, agazapado, haciéndome señas de que me acercara. Señaló hacia una de las lámparas del techo.
Maldita sea, ya sabía que era. Era una cámara, allí me estaban vigilando sin que me diera cuenta. Él me estaba diciendo que fuera con él.
La tensión crecía en la habitación.
Me pegué a él para que la cámara no pudiera captarnos.
-Ten cuidado, Cady, si ese es tu nombre verdadero. -dijo él, susurrando en mi oído.
-¿Qué? ¿A qué te refieres? -pregunté, murmurando en voz baja.
-Este no es tu hogar. Deberías irte antes de que se den cuenta de que eres una farsante. ¿Mi hermano te habló de las misiones? Porque ahí, si te equivocas, estarás muerta.
Su tono de voz era severo a pesar de que estaba susurrando. Sentí su respiración muy cerca de mi cuello. Se me erizó cada parte de la piel. Él estaba advirtiéndome sobre algo. Tuve una punzada de temor.
-No... -tartamudeé, tratando de que se me ocurriera algo.
Esto me había dejado sin palabras.
-No me mientas a mí. Pude oler que no eras una de las chicas de la mansión. No sé cómo hiciste para venir aquí ni porqué. Pero te diré que pronto, las cosas se pondrán feas. ¿Has matado a alguien, Cady? Porque tendrás que hacerlo.
Su mano sujetó mi rostro, como para examinarme. Él sonrió, sabiendo que la respuesta era un rotundo No. Por supuesto que no había matado a alguien nunca. Esto se estaba saliendo de control. El me miró fijamente, su cuerpo pegado al mío hacía que sintiera que mi corazón palpitaba demasiado rápido.
-Huye. -dijo él, con una mirada severa. -Vete antes de que sea muy tarde.
-No puedo hacerlo... -sentí que las lágrimas se me iban a escapar. -No...
¿Por qué vine aquí? Me pregunté mil veces, maldiciéndome a mí misma por tener esta idea.
-Quiero hacer lo correcto. -dije, hundiendo mi mentón en su hombro, porque estábamos tan cerca que no me costó nada. Era como si sintiera que era la única persona allí que no me iba a matar.
Mi hermana, ella merecía que yo atrapara el culpable. Y estaba cerca, ese hombre y su sumisa, el tal Eduard. Tenía el presentimiento de que él había matado a mi hermana. Sam tenía puesta la tobillera.
Lloré, no pude evitarlo. Los nervios me estaban volviendo loca. Me sentía superada por toda la situación. La sensación de asfixia y ahogo a la vez presionaban mi cuerpo.
-Pronto vendrá Sophie, trata de fingir. Si de verdad debes quedarte, trataré de ayudarte. -Scott me miró con desaprobación, como si estuviera viendo a alguien que pronto estaría muerto.
No dije gracias, no pude hacerlo. El me apartó con brusquedad y se marchó, para que la cámara no lo captara. Me dejó a solas allí, me observé en el espejo. Retoqué mi maquillaje rápidamente para que no se notara que había estado llorando.
Sophie llegó unos minutos después.