Su lengua se introdujo y empezó a recorrer mi interior de una manera que me hizo gritar del placer. Oh, era tan...
-Ah... -solté, ya no podía pensar en nada más.
El calor, las sensaciones, los aromas, todo se fundía en ese instante. Y solo quería más.
Quería que siguiera así por siempre.
Concéntrate, concéntrate. Era inútil. Allí todos eran sospechosos y yo... Estaba teniendo otro orgasmo. Ya perdía la cuenta de cuantos tuve. El me ordenó que caminara en el suelo, mientras azotaba mi nalga con la palma de su mano.
Quería más.
Él se acercó, sentí su miembro erecto y enorme en mis muslos, rozando lentamente.
¿Cuándo terminaría esto?
Yo me hice para atrás para que se introdujera en mi coño, que me llenara por completo. El se apartó. Me miró sonriente.
-Eres hermosa, me gusta que seas virgen. -dijo, al tiempo en que sonreía con un modo triunfal y cínico.
No, estaba bromeando.
-Te voy a volver loca, Cady.
Entonces jaló de la tira de cuero para atraerme hacia su cuerpo. Me pegó al suyo, haciendo que sintiera su pene erecto y lo dejó al descubierto para que lo viera. Era de un tamaño tan grande que quise tenerlo dentro en ese mismo instante. No pensaba con claridad, no, estaba hipnotizada por su vigor.
Subí a su pene, tratando de que se introdujera, me trepé a sus hombros para sujetarme. El me apartaba cada vez que estaba a punto de entrar. Entonces sumergía sus dedos en mi clítoris y me hacía gritar. Tenía una habilidad precisa para tocar donde más me hacía sentir placer.
Se concentró en mis senos al desnudo, besándolos y pasando su lengua hasta que mis pezones estuvieron duros como piedras. Solté otro grito, había comenzado a tener otro orgasmo con su tacto mientras succionaba mis senos.
El pudor había quedado muy atrás.
El rozó su pene nuevamente, diciéndome al oído.
-No, no. -murmuró, mordiéndome la oreja y luego, fundiendo nuestros labios.
Mordió mi labio inferior haciendo que me volviera enteramente loca. Solté un gemido que se escuchó en todo el castillo.
-Sí. -dije, tratando de convencerlo.
-No. -volvió a decir, al tiempo en que se alejaba para hacerme desear todavía más.
El comenzó a caminar, tirando de la tira de cuero para que yo lo siguiera. Me estaba haciendo caminar a su lado como si fuera su sumisa. Me había convertido en su sumisa.
Solo que todavía no follabamos, estaba haciendo que perdiera la cabeza por completo.
El ambiente expedía un aroma de placer, mezclado con coco, café, chocolate, todos los aromas que hacían que el encuentro se tornara más provocativo. Miré a mi alrededor, Sophie y Collin estaban fundidos en completo placer, con un acto frenético.
Sam y Eduard también, estaban afuera del jacuzzi, él estaba haciéndole masajes mientras ella arqueaba cada vez más su espalda. Era una fiesta de lujuria, de placer. Y yo estaba allí metida.
Fue entonces cuando contemplé la verdad.
Sam estaba desnuda en su totalidad, con las curvas al descubierto, y noté su tobillera. Allí, tenía una pequeña tobillera de plata con engarces delicados. Era única en el mundo, la reconocería donde fuera. Esa era la tobillera de Marie. Yo se la había obsequiado hacía muchos años ya.
Eso hizo que todo el calor que sentía se extinguiera. Eso apuntaba a que ella y Eduard habían sido los responsables del crimen. Tenía el presentimiento de que así era. Porque Daemon no parecía un asesino, no, tampoco Collin. La apariencia dura y estricta de Eduard develaban que ocultaba demasiados secretos.
Me quedé paralizada.
-Ahora puedo invitarte a cenar. -dijo Daemon, sonriendo, tenía una rosa entre las manos.
Extendió su mano para que la tomara, luego, besó mis labios con delicadeza.
Todo lo que había pasado en tan solo unos segundos hizo que me replanteara si no tenía que reaccionar ahora y actuar. Me pregunté qué pasaría si ahora mismo los acusaba, los llevaba a la justicia, exponía las pruebas de su crimen.
Pero me di cuenta a tiempo de que una maldita pulsera no probaba nada. Además, por mi mente pasaron toda clase de desenlaces caóticos. ¿Qué haría si los acusaba? Podían matarme y hacer que mi cadáver desapareciera.
-Te has quedado sin palabras. -observó Daemon, todavía sostenía mi mano.
Todo aquello que había pasado en mis pensamientos no salió de allí. No dije ni una sola palabra.
Me concentré en su mirada. Había cambiado drásticamente, un brillo malicioso se hizo notar en sus ojos. Era tan guapo, podía quedarme perdida en su boca, en su perfecto rostro. Era duro, se notaba que no permitía nada que no le gustara. Solo se hacía su voluntad.
Respiré profundo.
-Por supuesto que acepto la cena. -dije, con los ojos bien abiertos. Traté de actuar con normalidad.
Él sonrió, conforme con mi respuesta. Desvié mi mirada hacia donde se hallaban Sam y Eduard. Ella gritaba tanto de placer que parecía que iba a desarmarse. Él la estaba penetrando sin piedad, la euforia y el placer estaban el aire. Era una atmosfera de otro mundo.
Ella tenía algo... Algo en la mirada que no me cuadraba. Quizás fuera una intuición. Si ella era culpable, haría que pagara su crimen.
Daemon me llevó hasta el pasillo, de la mano, me sentí como una princesa que caminaba por un castillo elegante y bello.
-Tu ropa está aquí. -dijo, señalando con suavidad un cofre labrado en una madera preciosa.
Me quedé observando aquel objeto, casi maravillada por su belleza. Al abrirlo, descubrí un vestido largo de color violeta. No exageraba si decía que era el vestido más bello que había en la tierra. Ni siquiera en la televisión había visto alguno así.
Al colocármelo, pude ver en mi a una dama refinada, a una princesa.
Quizás me hubiera sentido así por más tiempo si llevara ropa interior. Pero como no lo hacía, seguía sintiendo ese calor que poseía mi cuerpo todo el tiempo desde que llegué aquí.
Me indicó que entrara a una de las grandes habitaciones que poseía una puerta de dos hojas, imponente y de madera de lujo.
Al abrirla, noté que el lugar era una sala comedor. La mesa estaba servida, un despliegue total de abundancia y lujos. El aroma de la comida era tan exquisito que me abrió el apetito de inmediato. La diversidad de platillos era increíble. La mesa, tan elegante que pensé que le pertenecía a alguna especie de rey.
Me senté delicadamente en una de las sillas, que tenía un asiento de terciopelo tan suave que me relajó cada parte de los muslos. Solté un suspiro. Daemon me miró fijamente, como si quisiera devorarme, como si la comida solo fuera simbólica y ahora, iba a devorarme solo a mí.
-Muchas gracias por la cena. -sonreí, busqué una mirada amable.
-¿Qué es lo que quieres que te sirva? -preguntó el, mirándome fijamente otra vez.
Dios mío, este hombre haría que yo me derritiera lentamente. Recordé cuando quise que... No. Teresa, debes controlarte para averiguar la verdad.
-Me gustaría probar los camarones. -respondí, agachando la cabeza.
A él le gustaba que me mostrara sumisa, podía empezar a ver la chispa de lujuria en sus ojos que iba perdiendo el control. Le gustaba verme en este vestido elegante de reina.
Él me sirvió, dándome un poco de todos los platos además de los camarones.
-Debes probarlo todo. Te gustará. -dijo, con una voz rugosa tan seductora que mi corazón se aceleró.
No podía ser que cualquier cosa que viniera de él me volviera loca. Me concentré en comenzar a comer. La comida era ciertamente deliciosa. Eso no podía negarse. Me hizo olvidar de todo por unos momentos. Mi copa era llenada cada vez que la vaciaba.
-Debo hablarte sobre algo. -murmuró él, con un gesto severo. Sus ojos cambiaron, ahora se veía más duro, más implacable.
-Dime lo que sea. -respondí, con sumisión.
-Estás aquí ahora. ¿Sabes que es lo que ocurre aquí? -preguntó, inquiriendo con más presión, me hizo sentir un poco asustada.
-Esta es la mansión del placer. Aquí solo nos divertimos. -respondí, sonriendo, era eso lo que yo había averiguado, lo que Stella y todas las chicas me habían confirmado.
El arqueó las cejas.
-Se que sabes un poco más, no finjas conmigo. Eres mi sumisa, te protegeré solo si me dices la verdad. -él se acercó a mí, quedando delante de mí mirándome fijamente.
Me sujetó por la cintura, haciendo que me sentara sobre él, levantándome de la silla. Apretó levemente mi muslo y me habló en el oído, tan cerca que me provocó un erizamiento en la piel.
No comprendía a que estaba refiriéndose.
-Puedo encontrar maneras de hacer que me digas la verdad. Puede doler o puede que te guste. Depende de lo que digas. -Daemon mordió suavemente mi oreja.
Uno de sus dedos subió por mi pierna derecha, quería meterse de nuevo allí, donde yo parecía no tener control y estar siempre húmeda.
Luego, con su otra mano apretó suavemente mi cuello. Era una advertencia. Me sentí acorralada. En realidad, no comprendía sobre que me estaba hablando. Esto era una locura. Miré a Daemon, tratando de pensar en que le diría ahora. Yo creí que este sitio era un lugar donde solo tenían sexo y hacían esta clase de cosas. No entendía que había algo más, nadie me lo había dicho. Esto solo complicaba las cosas. Comenzaba a darme cuenta de que corría un gran peligro.
-Si, lo siento. No debí fingir. Lo sé muy bien. -murmuré, comenzando a sujetar su miembro entre mis manos, la erección no tardó en llegar.
Necesitaba que me creyera, que me dijera información para yo poder seguirle el juego.
Sentir su miembro erecto como piedra en mis manos me hizo humedecer más.
-¿Por qué fingiste que no? -preguntó él, sonriendo con malicia. Esa era la sonrisa más seductora del mundo.
-No quería romper el ambiente de relajación y placer. -solté, fue lo mejor que se me ocurrió.
Entonces él se inclinó lentamente hacia mí, nuestros labios se rozaron un segundo, como un beso que no era, que todavía no podía ser. Era una atracción tan fuerte.
-Bueno, me gusta que sea así. -acarició mi rostro, con una dulzura que me volvió loca. -Porque sería malo arruinar esto. Puedes tener una semana de entrenamiento con Sophie, ella te mostrará como deben actuar cuando llegue la primera misión.
¿De qué estaba hablando? Acaso... No lo sé, ellos eran mafiosos, esto podía significar cualquier cosa. Quería largarme corriendo de aquí. Pero el, él me estaba mirando, quería que siguiera tocándome. A la vez, quería escapar de este gran problema en el que me estaba metiendo.