Daemon
Me dejaron a solas allí, tenía un nudo en el estómago por los nervios. Me senté sobre la cama, que era tan mullida que era como estar sobre una suave nube. Me acurruqué, sintiéndome superada por todo aquel sitio.
-No debo retroceder. Estoy cerca, cada vez más cerca. -susurré, casi para mis adentros.
Recordé a Marie, ella merecía que yo hiciera lo que sea porque el asesino sea encarcelado. Necesitaba justicia. Recordé lo último que conversamos... Esto cada vez se tornaba más extraño ¿Por qué mi hermana estaría relacionada con estas personas?
La lujuria se veía aquí por todas partes. Era un lugar tan erótico que haría que cualquiera se sonrojara de solo pensar en él. Traté de memorizar todo lo que había visto. Stella estaba en el proceso de selección de personal. Sam, era la sumisa del mafioso llamado Eduard. Había más nombres en mi lista de sospechosos ahora. Las dos chicas no parecían ser asesinas, pero... No podía confiar en nadie allí.
Observé todo a mi alrededor, parecía el cuarto de una reina. En el espejo, contemplé mi imagen. Por primera vez en mucho tiempo, quedé perpleja al verme. Me observé y me noté bonita, sentí que estaba viéndome bien. Incluso me gustó mi apariencia.
Me quité ese pensamiento de la cabeza. Esto era una vulgar tontería, esta ropa era todo lo que estaba mal.
El ropero ocupaba una pared entera. Era automático, el control estaba en la mesa de noche de al lado de la cama. Apreté el botón para que se abriera. Era tanta tecnología para un simple ropero. Observé con atención como se abría, desplegando las puertas. Dentro había tantas prendas que no me alcanzaría la vida para utilizarlas.
Comencé a examinar que había allí. Faldas transparentes, faldas cortas, shorts holgados, pantalones de todas las clases. En ese sentido, había una amplia variedad de prendas de todos los estilos. Había algunos más formales con los que yo me hubiera sentido más cómoda.
Algo tenía que estar mal, esto era demasiado normal como para creerlo. Revisé los cajones de arriba, que eran amplios y estaban perfectamente organizados. Había un compartimento especifico con listones, hebillas para el cabello, antifaces, cosas como para un disfraz. La parte de abajo estaba colmada enteramente de zapatos y sandalias.
-Joder. -dije, poniendo los ojos en blanco.
Por supuesto, como no me había dado cuenta. Busqué por todas partes en el inmenso ropero, había incluso prendas de invierno, sacos, bufandas, camisas. Todo como para vestir a una centena de personas. Pero había algo que no había por ninguna parte.
Ropa interior. Por supuesto, por mucho que tuviera encima no tendría ropa interior debajo. Sentí un cosquilleo que me recorrió por completo el cuerpo. Solté un suspiro. Esa debía ser la regla de la que hablaba Sam.
Noté que había una campanilla en una mesa especifica. La campanilla era simbólica, era un dispositivo que actuaba como una especie de alarma. Tenía grabada una hamburguesa, entonces intuí que era el servicio a domicilio al cuarto. No tenía hambre, joder, los nervios me calaban tan profundo que apenas si podía mantenerme en pie.
Sostuve uno de los antifaces repletos de plumas entre mis manos. Supongo que esto le parecía a alguien atractivo.
Oh, Teresa, donde has venido a meterte.
No salí en toda la noche del cuarto. Sentí que era como una especie de guarida. Tampoco dormí, no pegué ni un solo ojo durante la noche porque debía entrenar. Me repetí muchas veces frente al espejo que iba a adaptarme, que iba a ser una de ellas. Sonreí, practiqué caminar sin pudor sin la ropa interior y traté de elegir el mejor atuendo.
Escogí una falda tableada, de color negro, con una blusa escotada pegada al cuerpo. Los zapatos fueron lo más complicado. Quería dar una buena impresión, por lo que utilicé tacones, no estaba acostumbrada a caminar con ellos. Practiqué toda la noche y no parecía estar todavía preparada.
No importa, lo haría. Yo podía con todo.
El sol hizo que me diera cuenta que era hora de salir del cuarto. Incluso sentí hambre, había pasado demasiadas horas sin comer. Me miré en el espejo, mi atuendo no era tan revelador como el de Sam, pero era todo lo que pude lograr. Mi pudor iba obstaculizando mi capacidad para fingir a cada momento que pasaba.
Me puse seria, obligándome a no ruborizarme ni horrorizarme. Información, tenía que centrarme solo en lo que pudiera investigar.
Abrí la puerta y caminé por el pasillo. Allí no había nadie, lo cual me hizo tranquilizar. Seguí, mis tacones se escuchaban como un eco. Traté de mantenerme derecha y caminar bien.
Estaba trastabillando. Sentí que alguien se acercaba y quise apurar el paso.
Grave error.
Teresa, muchacha, tú no puedes correr con tacones. Me dije, maldiciéndome.
Se me dobló ligeramente el pie y por poco voy a parar al suelo. Alguien me sujetó por detrás. Sentí su mano sujetándome por el muslo. Solo el cielo sabe la sensación que me inundó en esos momentos, al no llevar bragas ni nada allí debajo. El parecía acostumbrado a eso, porque solo me sonrió y me ayudó a enderezarme.
-¿Problemas con los tacones? -preguntó, pude ver su rostro.
Era un chico de unos veintitantos, de mí misma edad aproximadamente. Tenía la mirada amable, era rubio y tenía los ojos color miel. No me dio la sensación de que fuera una amenaza para mí. Me pregunté quién sería.
Lo miré directamente, sonriendo.
-Sí, supongo que estoy nerviosa. Trabajar aquí es grandioso. -dije, amablemente, haciendo una reverencia.
El hizo una mueca de suspicacia. Sus ojos se entrecerraron. Me dio la mano para que se la estrechara. Lo hice, agachando la cabeza.
-Mi nombre es Scott, soy hermano menor de Daemon Racchio. -sonrió, su despreocupación era admirable.
Joder, este tipo era el hermano menor del hombre que pronto sería mi dueño. No sabía que decir.
-Oh... -empecé a decir, tartamudeando.
El soltó una risa, relajado. Estaba vestido con una sudadera grande de color gris y unos pantalones cortos. No parecía pertenecer allí, donde todos vestían con suma elegancia. Sin embargo, su rostro era tan fino que también parecía una especie de príncipe.
-No te dije que era el diablo. -sonrió, tomándome de la mano. -Te ayudaré a llegar a la guarida de mi hermano. Tu debes ser su nueva adquisición.
-Lo siento. -me disculpé, aceptando su brazo para caminar a mi lado.
De solo pensar que me había sujetado tan cerca de... Subiendo por mis muslos, me hacía estremecer. Mi corazón latía rápido. Y recién había comenzado el día.
Me llevaría directamente con mi comprador. Rogaba que no fuera un completo psicópata. Tenía las esperanzas de que no fuera lo que imaginaba. No esperaba que lo primero que hiciera en el día fuera ir a verlo a él. Las cosas se estaban acelerando demasiado.
Scott me tomó de la mano y la besó, como si fuera una especie de príncipe.
-Que tengas buena suerte. -dijo, haciendo una reverencia.
A pesar de que su vestimenta era más actual, también tenía los mismos modos que el resto de las personas allí, como si estuvieran en otra época. Los zapatos estaban haciendo que me dolieran los pies. Me maldije por escogerlos. Yo y mis ideas.
Entré a la habitación más grande que había visto en mi vida. Solo ese lugar ya parecía una mansión. La puerta estaba abierta, me estaban esperando dentro. Caminé, el frío allí era más notable. Sentí como se iba erizando cada parte de mi piel. Caminé con dificultad.
Debía ir hasta el final de la habitación y era tan grande, parecía que no iba a llegar nunca. De afuera, venían los aromas de avellanas, perfumes mezclados con la fragancia del sudor del contacto físico. Noté que, dentro de esta habitación, el aroma era de café, diferente al del resto del lugar.
De pie, al lado de un escritorio que tenía encima una computadora de lo más moderna, estaba el hombre más imponente que hubiera visto en toda mi vida. Ni siquiera se asemejaba a los protagonistas de las películas que veía. No, era alto, con tatuajes cubriéndole los antebrazos. El rostro duro, con la mandíbula marcada y la nariz suavemente respingada. Tenía las cejas gruesas, que le daban una impresión severa. Sus ojos azules parecían estar pintados del mismo color que el océano. Su cabello era castaño oscuro, con suaves rizos. Tenía rapado a los costados, más corto, lo cual le daba un estilo que le quedaba a la perfección.
Llevaba un traje elegante, negro, con una camisa entallada que resaltaba su musculatura. Incluso su corbata combinaba con sus ojos. Su edad debía rondar los treinta y tres, porque reflejaba madurez y severidad, a la vez de provocación.
Me quedé sin palabras al verlo. Era como un dios griego, algo que no podía explicar.
Contrólate, Teresa. Volví a repetirme. Apreté los dientes y caminé hacia adelante. Tenía que recordar que este tipo podía ser un asesino. No me dejaría llevar por su imponente apariencia. No, yo debía tener la mente fría.
-Quiero que te pongas a cuatro patas. Necesito inspeccionarte. -ordenó, antes siquiera de que yo pudiera decir nada.
Aquello fue como si una cubeta de agua helada cayera sobre mí. Abrí los ojos como platos, no me había esperado que fuera tan directo. Sentí como la temperatura subía en mi cuerpo, el calor estaba dominándome. Los nervios me estaban por hacer empezar a temblar de pies a cabeza.
Apreté los puños. Volví a controlarme. Qué demonios iba a hacer ahora...