Capítulo 4 4. UNA PRISIÓN ¿ABIERTA

Ha llegado el momento de despedirme de la capital. Mi educación ha concluido y, aunque la tía Ruth sugirió a mi madre que podía quedarme un tiempo más para buscar pretendiente, ella insiste en que me quiere de vuelta en el pueblo.

No tengo más opción que regresar como una mujer derrotada. Volver a ese pequeño y polvoriento lugar, sin una sortija en mi mano ni siquiera una promesa de matrimonio, es peor de lo que había imaginado. Sé que seré la comidilla del pueblo, porque allí nunca pasa nada interesante. Tal vez lo seré hasta el día que muera.

Antes de partir, lloré desconsoladamente en brazos de la tía Ruth y mi prima, esperando que algún milagro me detuviera. Pero el milagro no llegó, y resignada inició mi viaje junto a mi tío. Tras horas de una incómoda y polvorienta travesía por las irregulares vías provincianas, llegamos a casa. Me ilusioné con la idea de que el cansancio me dejaría dormir, pero la inquietud me mantiene despierta.

Luego de saludar a mamá e instalarme en pleno en la habitación que solo usaba durante las vacaciones, decidí salir a caminar un rato. Me escabullí por la parte trasera de la casa, tratando de evitar a cualquier vecino curioso. Mi hermana está ayudando a decorar la iglesia con sus amigas, y no estoy lista para enfrentar las preguntas y las miradas de compasión de esas simplonas.

Sé que no es propio de una dama andar sola por el bosque, pero necesito despejar mi mente. La idea de perder mi juventud y belleza cuidando a mamá, y quizás ayudando a mi hermana a criar a sus futuros hijos, me parece una condena cruel. ¿Vivir de la caridad de mi hermana y su esposo? Es una injusticia insoportable.

Hace tantos años que no recorría el bosque, que me está costando encontrar el arroyo en el cual jugabamos de niñas. Me alegro de haber tenido el buen juicio de cambiar mi calzado por uno más cómodo, pues encontrarlo requirió más tiempo y esfuerzo del que esperé. Al escuchar el murmullo del agua, acelero el paso con energía renovada, pensando en sentarme en una orilla y sumergir mis pies en sus frescas aguas. Pero la presencia de un hombre semidesnudo en medio de ellas, cambia mis planes.

Por instinto me oculto entre los arbustos esperando no haber sido descubierta. Soy mujer, no debería estar andando sola por el bosque, es más, debo cuidar mi buen nombre, no debería andar sola nunca . Miro mi ruta de escape, pero ahora temo el ruido que puedan generar con mis pisadas.

Los minutos pasan, y nada ocurre. Mi corazón, antes desbocado, comienza a calmarse. La curiosidad me gana, y me atrevo a mirar de nuevo en dirección al hombre. Tengo vergüenza, pero también siento una chispa de emoción. Hace poco no alcancé a detallarlo y no sé si tendré otra oportunidad de ver a un hombre en semejantes condiciones. ¿y si este momento será lo más interesante que viviré por el resto de mi vida?

Con cuidado, aparto una rama para observar mejor. Ahora sí, tengo una vista clara: piel ligeramente bronceada y cabello oscuro que le cae con desenfado. Sale del agua por el lado opuesto, y sus manos sacuden el exceso de agua de su cabello. Nunca había visto a un hombre sin camisa, y debo admitir que no imaginaba que se vería así. Sus músculos, marcados y fuertes, parecen esculpidos por el trabajo arduo.

Sonrío ante la idea de saber cómo se sentiría tocar esa piel. ¿Será tan firme como parece? Entonces, sus ojos, de un verde profundo, se fijan en mi dirección. Mi corazón se detiene. Dejo caer la rama y me cubro la boca con una mano, aterrada de haber sido descubierta. Pero no sucede nada. Vuelvo a mirar, solo para encontrar el lugar vacío.

El hombre se ha ido. No sé quién es, pero lo único que tengo claro es que el riesgo valió la pena. Camino de regreso a casa con el recuerdo fresco en mi mente, prometiéndome que mañana regresaré.

-Si debo quedarme aquí, buscaré cómo hacer interesante mi vida -murmuro, convencida de que cualquier cosa será mejor que el futuro que me espera.

A todas luces aquel hombre no es un caballero. Esa noche, mientras estoy en mi habitación, repaso cada detalle de lo ocurrido. Hay algo que no puedo quitarme de la cabeza: cómo el algodón de su pantalón, empapado, se adhiere a su piel, revelando un bulto intrigante entre sus piernas. Me pregunto qué será. Cierro los ojos, con la esperanza de mañana volver a ver a ese hombre y quizás detallarlo aún mejor.

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-¿Por qué no quieres venir conmigo a la iglesia? -pregunta mi hermana Rebeca, asomándose a mi habitación con una expresión dulce pero insistente-. Aquí encerrada en la casa te vas a aburrir. Allá podemos charlar con las muchachas mientras vestimos el altar.

Todo parece tan fácil para ella. Su vida gira en torno a estas pequeñas rutinas que tanto la complacen, pero a mí me agotan. No es muy interesante eso. además que sus amigas al igual que ella son tan puritanas que cualquier tipo de conversación termina siendo aburrida para mí.

-No te preocupes hermana, aún tengo que terminar de ordenar mis cosas y necesito algo de tiempo para adecuarme otra vez al calor -respondo esperando que eso sea suficiente para que me deje en paz por un rato.

-Bien. Como quieras -dice, y suelta una sonrisa ligera antes de salir de la habitación.

"La observa mientras se va y no puedo evitar compararla conmigo. Hasta su ropa me da tedio , pienso, mirando su vestido sencillo, tan funcional y sin gracia. En la capital es tan fácil estar al tanto de las últimas modas que parece otro mundo. Grandes barcos llegan cargados de novedades de París, y las mangas amplias y llamativas están en auge. Hace poco intenté hablarle a Rebeca de eso, pero sonriendo con indiferencia, me aseguró que no le interesaba nada de esas "vanalidades".

Mamá acaba de salir al mercado, así que estoy sola con Topacio, la única sirvienta que tenemos:

-Vamos a guardar en este baúl los trajes más pesados ​​-le indico, señalando un montón de ropa que dejó apilada sobre la cama.

Topacio toma uno de los vestidos y lo observa con admiración.

-Son hermosos, señorita -dice, casi con reverencia, acariciando la tela como si fuera un tesoro.

-¿Te gusta? ¿Lo quieres? -pregunto, disfrutando de la incredulidad que se dibuja en su rostro.

-¿De verdad? Claro que sí, señorita. Es hermoso, pero yo nunca podría tener algo así.

Sonrío complacida. Sé que es verdad; ella nunca podría permitirse algo como esto. La mayoría de mis vestidos son regalos de mis tíos de la capital, así que no me pesa desprenderme de uno de ellos. Pero lo más importante no es el vestido, sino lo útil que puede serme esta chica. Si juego bien mis cartas, Topacio será mi aliada en este pueblo aburrido y conservador.

-Sírveme bien, y en unos días será tuyo -le digo con una sonrisa calculada. Sus ojos brillan como si le hubiera prometido la luna, y eso me anima a continuar-. Ahora bien, ¿has visto por aquí a un hombre con estas características...?

Le describo al hombre que vi en el arroyo. Ella escucha con atención, frunciendo ligeramente el ceño mientras piensa. Después de unos segundos, finalmente responde:

-No estoy segura de quien es, pero por la descripción indudablemente es un integrante de la hacienda Amanecer. Todos esos hombres son muy bien formados y gallardos, además de que su piel es ligeramente bronceada como la que usted ha descrito. No se dejan ver mucho por el pueblo.

-¿Ah, no? ¿Y eso porqué? -pregunto con mucha curiosidad.

-Eso no lo sé, señorita. Sé que entran solo cuando necesitan provisiones. Hacen trueques hasta dónde sé.

Perfecto. La información es más útil de lo que esperaba. Mientras Topacio regresa a sus tareas, no puedo evitar mirar el reloj con impaciencia. Las horas pasan lentas, y yo ansío que llegue la tarde para volver al bosque.

No sé si lo encontraré otra vez, pero solo pensar en esa posibilidad hace que mi corazón lata con fuerza.

            
            

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