Con un nudo en el estómago, Loana aceleró el paso. Sabía que era arriesgado, pero no podía dejar que su hermano sufriera sin ayuda. Desde la calle, vio la gran mansión, su imponente fachada de piedra y ventanas con cortinas de terciopelo rojo, como un reflejo de la riqueza que parecía estar al alcance de pocos. A pesar de que su madre llevaba años trabajando allí, la mansión seguía siendo un mundo desconocido para ella, un mundo lleno de secretos y reglas invisibles.
Al llegar al final del camino que conducía a la mansión, Loana miró rápidamente hacia atrás, asegurándose de que nadie la hubiera visto. Se desvió hacia un pequeño pasillo lateral cubierto de hiedra, donde las sirvientas entraban y salían sin ser vistas por los aristócratas de la familia. Este era su único acceso, uno por el que nunca debía ser vista. Entró con cautela, respirando hondo, y se deslizó por el estrecho pasillo de servicio, sintiendo la humedad de las paredes contra sus dedos.
El sonido de sus pasos era absorbido por la oscuridad. Cada rincón del pasillo, lleno de antiguos retratos y estatuas de mármol, parecía susurrar historias olvidadas de la familia Ionescu. Loana avanzó con el corazón acelerado, confiando en que su madre no estaría lejos. Pero cuando pasó junto a una de las puertas, una risa resonó en el aire.
Loana se detuvo en seco. Reconoció la voz. Era Mihai, el hijo del dueño de la mansión, el joven heredero de la familia Ionescu. Loana apretó los puños, temerosa de que él la hubiera oído, y trató de moverse con mayor sigilo, pero al dar un paso atrás, tropezó con un jarrón que cayó al suelo con un estruendo. El sonido recorrió el pasillo, y un segundo después, Loana sintió la presencia de Mihai detrás de ella.
-¿Qué tenemos aquí? -dijo Mihai con una sonrisa burlona. Loana se giró, y lo vio de pie en la entrada de la sala, sus ojos oscuros clavados en ella con una mezcla de sorpresa y diversión.
Loana, incapaz de ocultar su vergüenza, intentó disculparse rápidamente, su voz temblorosa:
-Lo siento, no quería... no quería causar problemas. Solo busco a mi madre, está en el servicio.
Mihai la observó fijamente, su rostro mostrando una mezcla de molestia y diversión. Su postura de arrogancia, la que Loana había visto tantas veces desde su lugar en la calle, estaba claramente presente. Loana sintió como su rostro se sonrojaba ante la mirada de Mihai. La diferencia de clases era evidente en el simple hecho de que él ni siquiera la reconocía como alguien de su mismo mundo. Ella, la sirvienta, la joven que solo tenía derecho a existir en los márgenes del lujoso mundo de la mansión.
-¿Qué haces aquí? -preguntó él, con un tono que no dejaba lugar a dudas: no estaba acostumbrado a que alguien de su estatus le hablara de esa manera. -¿Tu madre te ha dejado entrar sin permiso?
Loana miró hacia el suelo, avergonzada. No quería admitir la verdad, pero tampoco quería mentir. No tenía más opción que responder.
-No quería molestar a nadie... mi hermano está enfermo, y no pude esperar más.
Mihai frunció el ceño, claramente intrigado, pero su expresión pronto se transformó en una mezcla de irritación y una curiosidad que no lograba ocultar.
-¿Tu hermano está enfermo? -repitió, como si esa fuera una información irrelevante-. Y ¿por qué no lo llevas a un médico? No debería estar en manos de una sirvienta cuidar de él.
Loana apretó los labios, sintiendo el peso de sus palabras y su desprecio. No dijo nada más, pero su corazón latía con fuerza, una rabia silente burbujeando en su interior. Ella sabía muy bien cómo funcionaba ese mundo. Las personas como Mihai pensaban que los problemas de la gente como ella no importaban. Para él, ella no era más que una sombra que pasaba desapercibida.
Intentó dar un paso atrás, para escapar de la conversación incómoda y no seguir alimentando la vergüenza que sentía, pero Mihai la detuvo al alzar la mano.
-Espera -dijo, casi suavemente, como si de repente algo hubiera cambiado en él. Loana lo miró con cautela, sin comprender.
-¿A dónde crees que vas? -preguntó, ahora con tono más serio, y sin esperar respuesta, dio un paso hacia ella. Sus ojos brillaban con una mezcla de desafío y algo que Loana no pudo identificar, un destello de curiosidad.
Loana lo miró, su respiración acelerada. No sabía cómo responderle. Quería escapar, pero al mismo tiempo, algo dentro de ella se resistía a alejarse.
Un pesado silencio llenó el aire entre ellos, como si el mundo de la mansión y el de Loana colisionaran en ese pequeño pasillo oscuro. Y, a pesar de todo lo que los separaba, algo inexplicable los conectaba de manera ineludible.
En ese instante, Mihai habló de nuevo, pero esta vez con algo más cercano a una curiosidad genuina que a la arrogancia habitual:
-No deberías estar aquí, no es seguro para ti. Ven, te acompañaré a encontrar a tu madre.
Loana dudó, pero, al ver la extraña suavidad en su tono, aceptó su ofrecimiento sin pensar en las consecuencias. Aunque el corazón le latía con fuerza, se dejó guiar por Mihai, sin saber que ese encuentro, tan inesperado e incómodo, sería el comienzo de algo mucho más grande, un amor prohibido que cambiaría para siempre sus vidas.
Y en ese pasillo oscuro, con las sombras de la mansión extendiéndose a su alrededor, Loana y Mihai dieron los primeros pasos hacia un destino incierto.