Loana se encontraba en la plaza central, donde una gran carpa blanca había sido montada para albergar la fiesta. La música popular rumana resonaba en todo el lugar, con acordeones, violines y la percusión de los tamboriles marcando el ritmo. Las mujeres vestían trajes tradicionales con bordados coloridos y coronas de flores en sus cabezas, mientras que los hombres, con camisas de lino y pantalones oscuros, formaban parejas en el centro de la pista para bailar al son de los "hora", la danza más popular en estas festividades.
Loana se encontraba apartada, un poco fuera de lugar. A pesar de que las mujeres del pueblo la saludaban con cortesía, ella no podía evitar sentirse observada por las mujeres de la clase alta que habían acudido con sus ricos y elegantes vestidos, mostrando un mundo que parecía tan lejano al suyo. Mientras las demás bailaban y reían, ella observaba desde la distancia, apretando ligeramente las flores que había recogido de la plaza. El sonido de los violines la envolvía, pero su mente se mantenía inquieta. ¿Qué estaba haciendo allí? La mansión de Mihai se alzaba en la distancia, una presencia inmutable que le recordaba cuán ajena era a ese mundo.
En medio de la multitud, se hizo un silencio breve, como si todo el evento hubiera tomado un respiro. Fue entonces cuando la figura familiar de Mihai apareció en el borde de la pista. Él llevaba un traje oscuro que resaltaba su figura alta y elegante. Su cabello, ligeramente despeinado por la brisa, caía sobre su frente con una suavidad que contradecía la autoridad que normalmente parecía ejercer sobre los demás. Pero esa noche, parecía estar más relajado, más abierto, como si la fiesta lo despojara de sus habituales barreras.
Loana no esperaba verlo acercarse hacia ella. De hecho, trató de dar un paso atrás, temerosa de que alguien lo notara. Sin embargo, Mihai parecía tener una misión clara. Caminó entre la multitud y, con una mirada que cruzó con la suya, se detuvo frente a ella.
-Loana -dijo, su voz sonando como si la encontrara en un lugar inesperado-. ¿No vas a bailar?
Loana parpadeó sorprendida. ¿Bailar? ¿Ella? A pesar de su amor por la música y las tradiciones rumanas, Loana nunca se había sentido cómoda en medio de la pista de baile, mucho menos en una fiesta llena de personas como Mihai, de la alta sociedad.
-No... no soy una buena bailarina -respondió, sonriendo con timidez mientras sentía las miradas de las mujeres elegantes que se habían formado alrededor del círculo de baile.
Mihai la miró por un instante, como si estuviera evaluando sus palabras, antes de decir, con un tono decidido:
-Eso no importa. No necesitas ser perfecta. Solo disfrutar de la música y dejarte llevar. Nadie te está observando tan de cerca como crees. Además, no creo que sea justo que yo baile solo mientras tú te quedas aquí, viendo.
Loana sintió una mezcla de nervios y desconcierto. Había algo en la forma en que Mihai hablaba, en su confianza natural, que le daba una sensación extraña, como si estuviera desafiante contra las expectativas que los demás le imponían. Aunque su invitación parecía casual, Loana no podía dejar de pensar en las consecuencias. ¿Qué pensarían las demás mujeres? ¿Y si su madre se enteraba?
Antes de que pudiera contestar, Mihai la tomó de la mano con suavidad pero firmeza, guiándola hacia el centro de la pista. Las luces de las antorchas que rodeaban la plaza brillaban intensamente, y la música se hacía más fuerte, más insistente, como un ritmo que pedía ser seguido. Loana trató de calmar su respiración, pero no pudo evitar sentirse expuesta.
Al entrar en el círculo de baile, todos los ojos parecían dirigirse hacia ellos. Las mujeres elegantes que antes la observaban con desaprobación ahora la miraban con sorpresa. Pero fue Mihai quien, sin perder la compostura, la miró con una sonrisa ligera.
-Vamos, Loana. No hay nada de qué preocuparse -dijo mientras tomaba su cintura y la guiaba con confianza.
Loana, aunque nerviosa, no pudo evitar dejarse llevar por el suave compás de la danza. El "hora" era una danza alegre, en la que los pasos se entrelazaban con los de los demás, moviéndose en círculos y en líneas, con todos sincronizados en el mismo ritmo. Al principio, Loana se sintió torpe, pero pronto se dio cuenta de que Mihai estaba allí, guiándola, adaptándose a su ritmo y dejándola seguir su propio paso.
La tensión que había sentido antes empezó a desvanecerse, y por un momento, Loana sintió que las diferencias entre ella y Mihai desaparecían. En ese espacio, en esa danza, eran solo dos jóvenes, moviéndose al son de la misma música, sin que las barreras sociales los separaran. Sin embargo, lo que Loana no sabía era que ese primer baile, ese primer gesto de cercanía, marcaría el inicio de una relación mucho más compleja de lo que podía imaginar.
Cuando la música comenzó a desvanecerse, Loana se dio cuenta de que ya no sentía el peso de las miradas a su alrededor. Sus nervios se habían calmado, y por un instante, se permitió disfrutar de la sensación de estar allí, en ese espacio, en ese momento.
Mihai la miró con una sonrisa que mezclaba diversión y algo más, algo que Loana no logró identificar. Él le había tendido una mano en un acto aparentemente sencillo, pero en realidad había alterado todo lo que ella pensaba sobre él, sobre su mundo, sobre ella misma.
-Te dije que no era tan difícil -dijo Mihai con una leve risa, pero en su tono había algo de gratitud, como si su invitación hubiera sido más significativa de lo que Loana imaginaba.
Loana sonrió tímidamente, mirando a su alrededor. La música seguía sonando, y el círculo de baile se había expandido. Pero por un breve momento, todo lo que existía era ella y Mihai, entrelazados en el ritmo de la vida, sin importarle las expectativas, las diferencias de clase ni las reglas no escritas de la sociedad.