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La tarde cayó rápidamente sobre la ciudad. Nueva York se iluminaba con las luces brillantes de los rascacielos, y la gente aún caminaba por las calles con esa energía imparable que solo la Gran Manzana podía ofrecer. Sin embargo, en la suite privada de Isabela, la atmósfera estaba impregnada de un silencio tenso. Su mente giraba sobre las palabras
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