Empezar de nuevo
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Capítulo 4 Capítulo 4

Cuando Eden despertó se sintió sobresaltada, aturdida y desorientada.

Así que de inmediato se incorporó para sentarse en la cama, pero entonces deseó no haberlo hecho, pues la cabeza le daba vueltas, mientras un dolor punzante perforaba sus sienes.

Sintió que una chispa de deseo la atravesaba cuando se volvió para contemplar a Liam, quien estaba tumbado a su lado completamente desnudo. Al mirarlo notó que, incluso en su estado de flacidez, seguía siendo impresionante. Aunque sabía que no debía hacerlo, lo deseaba hasta el límite de sus fuerzas.

El solo pensar en la noche anterior y en todas las cosas que habían hecho era suficiente para dejarla sin aliento.

Bostezó en silencio y se estiró. En ese momento, se sorprendió comprobar cómo, al moverse, le dolía cada centímetro de su cuerpo, incluso en las partes donde no debía sentir dolor y que, extrañamente, parecían por ello más vivas que de costumbre. Pero, pese a lo deliciosamente ultrajada que se sentía, decidió apresurarse para desaparecer antes de que Liam despertara. Lo último que deseaba era tener una charla incómoda sobre su pérdida temporal de juicio con un hombre que parecía conocer su cuerpo mejor que ella misma y quien, para colmo, se casaría muy pronto.

Murmuró una breve oración de gratitud cuando encontró su celular junto a sus lentes sobre la mesa de noche y después de ponérselos, ella se levantó de la cama de un salto, luchando con una habitación que comenzó a balancearse en cuanto sus pies tocaron la cálida superficie del piso de madera.

Cerró los ojos para contar del uno al diez y, al abrirlos nuevamente, el suelo había dejado de temblar y la sensación de mareo había desaparecido.

Tras un breve examen de la habitación, Eden dejó escapar un suspiro de frustración. En vano trató de localizar su ropa, ya que su vestido parecía haber desaparecido misteriosamente y su ropa interior, bueno, ese era otro rompecabezas que no tenía tiempo para resolver en ese momento.

No tuvo más remedio que recoger del suelo la camisa de mezclilla de Liam para ponérsela, pensando que él no la echaría de menos. Cogió su celular y, con sus tacones de aguja en la mano, corrió silenciosamente para salir de la habitación.

Su gabardina yacía al pie de las escaleras. Lo gracioso era que no recordaba que Liam se la hubiera quitado. Sin embargo, él debió hacerlo, de la misma manera que le quitó el resto de la ropa. No pudo evitar estremecerse al recordar cada pequeña cosa que él le hizo, cada beso, sus caricias, la manera en que la penetró.

"¡Concéntrate!", se ordenó a sí misma, sacudiendo la cabeza mientras se ponía la gabardina y saltaba dentro de sus zapatos. Pues, a pesar de la delirante emoción de la noche anterior, eso había terminado; tenía que borrarla de su mente.

Mientras corría hacia la puerta, Eden tuvo que encarar al mayordomo y a un grupo de empleadas domésticas que entraban a trabajar. Durante un minuto aterrador, ella se enfrentó a la posibilidad de sostener una pequeña charla con un grupo de completos extraños. Era algo con lo que tenía que vérselas a diario, pero que aquella mañana le parecía del todo imposible. El drama y el esfuerzo que representaban el tratar de hacer una salida digna fueron la única razón por la que durante veinticuatro años había actuado con extrema cautela, manteniéndose alejada de cualquier aventura.

"Steven la llevará a su casa, señorita", dijo Dave con amabilidad.

"No gracias, solicitaré un taxi", respondió Eden, rechazando su oferta con un rápido movimiento de cabeza.

"Lo siento, pero los taxis no pueden entrar aquí", explicó pacientemente una de las sirvientas.

"Sí, por supuesto", murmuró ella, comprendiendo que era una propiedad privada. A menos que los residentes lo autorizaran con el personal de seguridad, nadie podría entrar a su antojo; las reglas en Hills eran muy diferentes.

"Por favor, no se preocupe, tenemos órdenes de llevar a los invitados del señor Anderson a sus casas".

Si lo que Dave pretendía era tranquilizarla, sus palabras tuvieron el efecto contrario.

Confrontada con la dura realidad de lo que había hecho, Eden se sentía furiosa consigo misma por haber permitido que el alcohol se le subiera a la cabeza. Su único consuelo era que, quizá con lo que le quedaba de sentido común, le había pedido que usara protección. Recordó haber visto los brillantes envoltorios de aluminio sobre el suelo cuando salió de la lujosa habitación de Liam con su ridículamente cómoda cama de espuma viscoelástica y sus sábanas de mil hilos. Lo que menos necesitaba en aquel momento de su vida era contraer alguna rara enfermedad.

"¿Señorita...?".

Eden se recuperó de su aturdimiento y le hizo una mueca al mayordomo, pues se había perdido la mitad de lo que él había dicho.

"Lo siento, ¿dijo algo?", preguntó, al tiempo que se cuestionaba cómo podía permanecer tan tranquila y educada después de lo que consideraba el peor error de su vida.

"Que si le gustaría desayunar antes de irse".

Atónita por el ofrecimiento de Dave, Eden se lo quedó mirando con la boca abierta. ¿Acaso invitarla a desayunar formaba parte de la "Experiencia Liam"? Quizá era para minimizar el dolor de ser la aventura de una sola noche.

Se preguntó cuántas invitadas como ella habían estado en esa misma situación. Por lo que podía ver, era más que evidente que se trataba de algo que hacía todo el tiempo, llevar a casa mujeres al azar quienes pasaban a convertirse en problema de su mayordomo, tan pronto él se aburría de ellas.

"No, gracias", respondió con el rostro tenso por la ira. Lo único que deseaba era irse de una vez por todas, correr hacia la seguridad de su pequeño apartamento y llorar hasta hartarse.

"Como guste, señorita", dijo Dave, quien abrió la puerta principal para mostrarle el majestuoso Lexus que la esperaba estacionado al principio de la larguísima senda que llevaba hacia la salida.

Eden saltó al interior de la parte trasera del auto, donde se recostó, deseando poder derretirse en los lujosos asientos de piel y evaporarse en el piso alfombrado del auto.

"¿Hacia dónde me dirijo, señorita?", preguntó Steven, el chofer, captando su mirada a través del espejo retrovisor.

Hubiera querido gritarle: ¡A cualquier parte, muy lejos de aquí!

Pero no era la culpa de ese hombre tan amable, como tampoco era de Liam. La única responsable era ella. Había saltado voluntariamente a esa cama, incluso cuando sus amigas se lo advirtieron, incluso cuando él mismo le informó que pronto habría de casarse, incluso cuando ella sabía que lo lamentaría a la mañana siguiente.

"¿Señorita?". Las gruesas cejas de Steven habían formado dos arcos.

"Puede dejarme en la parada de autobuses más cercana", respondió ella en voz baja. Pensaba tomar un Uber que la llevara a su casa, pues cuanto menos tuviera que ver con Liam, mejor. No podía permitir que Steven supiera dónde vivía, en caso de que el pelirrojo quisiera repetir la experiencia.

            
            

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