Capítulo 5 03. El famoso Callejón Diagon.

La claridad de la habitación era obstruida por unas largas cortinas verde-oscuras. Dicho lugar estaba vacío, la cama estaba bien tendida y ni siquiera había un solo rastro de la niña que habitualmente dormía en esas cuatro paredes. Su guardián, Severus Snape; tenía un trozo de pergamino arrugado, que decía las siguientes palabras:

Señor Snape:

Salí a comprar los libros y el equipo correspondientes a mi curso de Hogwarts, decidí ir sola, ya que usted no es mi padre y no tendría por qué acompañarme a realizar dicha actividad familiar. Volveré luego de comprar todas las cosas requeridas.

Muy cordialmente, C. M. O. D. S. (Cassiopeía Metis Orwell Drakonis Slytherin).

Las reacciones de Severus podían haber sido muy variadas, podría haber blasfemado hasta el cansancio, ya que la niña no se encontraba ahí para escuchar ni reproducir dichas palabras. Podría haberse embriagado con Whiskey de Fuego o reportar su desaparición a los Aurores. Pero, decidió hacer la más efectiva; ir al Caldero Chorreante y traer a la rebelde niña a punta de varita. Severus Snape se puso su levita, junto a su capa y salió de su casa; literalmente, echando humo por las orejas a causa del enojo.

Ya vería esa mocosa insolente y escapista, nadie lo hacía enfurecer sin sufrir las consecuencias.

● ● ●

Escaparse de la calle La Hilandera, había sido pan comido. Espero a que su guardián estuviera dormido profundamente, gracias a la poción de Dormir sin sueños, que ella misma había hecho la tarde anterior, para experimentar y en cuánto supo que dicha poción le había funcionado; se preparó temprano en la mañana, para salir del barrio londinense hacía el Caldero Chorreante y después de ahí, hasta el Callejón Diagon. Se puso su capucha de la sudadera hasta que está consiguiera taparle el rostro y salió hacía la parada del metro muggle.

Pagó su boleto correspondiente y fue hasta dónde se encontraba el Caldero Chorreante, escondido cómo siempre de los muggles, que no veían nada que fuera mágico.

Entro al local y paso directo a la pared mágica de ladrillos que daba al famoso Callejón Diagon, debía tocar el ladrillo correspondiente con una varita... Que todavía no tenía, Cassiopeía se dio un golpe en la cara a causa de la frustración por su propia estupidez. ¿Cómo era posible que se hubiera olvidado de ese gran detalle?, quería hacer como los elfos domésticos y golpearse con un ladrillo en la cabeza, así se le acomodaban las ideas de algún modo.

-Estás por el primer curso, ¿no es así? -preguntó, una voz gruesa detrás de ella.

Un chico alto para su edad, sería un año mayor que la propia Cassiopeía; ropa muggle un tanto desgastada y con los ojos tan negros cómo Severus Snape, la miraba con una sonrisa ladeada en su alargado rostro. A su lado, se encontraba un chico unos centímetros más alto que el primero, de ojos azules, cabello rubio oro y con ropa parecida a la de su amigo; aunque está era más deportiva. Ambos miraban a la niña pelirroja y bajita de distintas maneras. El primero la miraba de forma calculadora y el otro la miraba de manera desinteresada.

-Sí, nunca había venido al Callejón Diagon y no sabía que se necesitaba tener una varita para poder ingresar y yo es la primera vez que vengo sola y...

-Tranquila-dijo el chico rubio, con voz pausada y un tanto arrastrada-. Te ayudaremos a entrar. Mi nombre es Brian Lestrange y esté idiota a mí lado, es Matt Burkes; mi mejor amigo.

El pelinegro se limitó a hacer una inclinación de cabeza. Cassiopeía lo miró con cierta curiosidad, solamente acostumbrada a su primo Draco Malfoy, no estaba muy habituada a relacionarse con otros chicos. Brian Lestrange, se acercó a la pared mágica y paso su varita por los ladrillos cómo sí nada. Provocando que la pared se abriera, revelando todo un pueblo mágico. Había miles de tiendas, desde librerías, artículos para Quidditch y lo más importante, la tienda de varitas Ollivander's, para al fin obtener dicho objeto. Aunque, sabía que primero debía ir al Banco de Gringotts, a retirar parte del dinero que sus padres le habían dejado en sus bóvedas familiares. Metió la mano en el bolsillo de su sudadera y aferró las tres llaves con fuerza. Siguió caminando con los chicos hasta que divisó el tan renombrado banco. Era más grande y terrorífico de lo que su tía Cissy le había contado. Tragó en seco y avanzó a paso apresurado hasta ahí... O al menos lo intentó.

-¿A dónde vas con tanta prisa, enana? -preguntó Matt Burkes, sosteniéndola por la capucha de su sudadera.

-¡Suéltame, maldito prospecto a semigigante! -gritó la niña, mientras Brian Lestrange; se tapaba la cara con las manos-, ¡Te ordenó que me sueltes ahora mismo!

El otro chico dejó salir una risa completamente cínica, mientras se ponía a la niña en el hombro, cual saco de papas. Está chillaba y gritaba que la soltara, dando patadas y en un punto, hasta mordidas. Hasta que, Cassiopeía tuvo que confesar; de una forma amable, que debía ir al Banco de Gringotts. Para retirar dinero de sus bóvedas familiares.

-Hubieras dicho eso desde el principio, enana -dijo Matt, mientras la bajaba de forma delicada.

En cuánto Cassiopeía estuvo segura en el suelo de nuevo, tuvo la suficiente valentía cómo para darle un pisotón a Matt Burkes, provocando que Brian Lestrange abriera los ojos como platos.

-Gracias por ayudarme a pasar, chicos -dijo Cassiopeía, con una dulzura escalofriante.

La niña se volteó y fue con paso apresurado hacía el ya mencionado. Mientras escuchaba las audibles maldiciones del otro. Se quedó unos minutos mirando la puerta del banco, hasta que se armó de valor para traspasarla. Vio a miles de duendes, trabajando en banquillos y atrios altos. Fue hasta el que se encontraba al final de un largo pasillo; mientras temblaba por dentro, aunque por fuera aparentará estar completamente segura de sí misma. Cassiopeía aclaró su garganta y trató de hablar de forma firme. Cómo le había enseñado Severus.

-Disculpe, quisiera retirar dinero -pidió, o mejor dicho ordenó Cassiopeía, con gesto petulante.

El duende la miró con los ojos entre cerrados y el ceño ligeramente fruncido.

-La llave de la cámara, por favor -pidió, con voz nasal y ronca.

La niña saco de su bolsillo las tres llaves y se las entregó al duende.

Al ver de qué bóvedas se trataban el duende abrió los ojos como platos y se levantó de sopetón.

-Sí me disculpa, señorita Orwell-Drakonis Slytherin -dijo el duende, un tanto nervioso-. Iré a hablar con mi superior y él estará encantado de atenderla.

Cassiopeía esperó unos minutos, hasta que un duende con anteojos y cabellera entrecana apareció, mirándola con cierta curiosidad.

-¿La señorita Orwell-Drakonis Slytherin? -preguntó el duende, con cierta desconfianza.

-Sí, esa soy yo -dijo la niña pelirroja, con porte digno.

-Pasé por aquí, su alteza real -respondió, mientras hacía una reverencia ante la niña.

Rápidamente, estuvieron dentro del carrito que los dirigiría a las bóvedas 119, 120 y 4; las cámaras de los Orwell, de los Drakonis y de los Slytherin, siendo está la más antigua y alejada de otras familias. Cassiopeía iba un tanto nerviosa, era la primera vez que hacía algo cómo esto y para empeorar la situación no tenía idea de cuánto dinero sacar. Podría preguntarle al duende, pero tal vez quedaría cómo una tonta al hacerlo. Bajaron del carrito, al llegar a su primer destino: La cámara de los Orwell.

Al abrir la cámara, está dejó ver miles de objetos valiosos y muchísimas piezas de oro. Apiladas en grandes torres. Cassiopeía quedó estupefacta por segunda vez ese día y al paso que iba, estaba segura que esa no sería la última vez que tuviera esa sensación.

-¿Cuánto dinero retirará de ésta cámara y de las otras dos, señorita Orwell-Drakonis Slytherin? -preguntó el duende, con una planilla en sus manos y una pluma.

-Creo que retiraré cinco mil galeones de cada cámara -dijo la niña, provocando que al pobre casi se le caía la pluma de la mano.

-¿Está segura de eso, señorita? -preguntó de nuevo el duende, un tanto preocupado por esa cantidad de dinero.

-Por supuesto que lo estoy -espetó la niña, medio ofendida.

El duende dejó de cuestionarla y se dispuso a sacar el dinero correspondiente en una bolsa que se llena sola. Dicha bolsa mágica no pesaba nada a causa de que era una bolsa-sin fondo. Se volvieron a subir al carrito y fueron a la bóveda siguiente, sacaron la cantidad correspondiente y se fueron a la última. Después de sacar la cantidad que la heredera de las casas Orwell Drakonis Slytherin había pedido. Salieron de los túneles en dónde se encontraban y Cassiopeía salió hacía el mundo exterior, encontrándose con la sorpresa de que Matt Burkes y Brian Lestrange la esperaban fuera del lugar. La niña se pasó el morral por el cuello y lo cruzó sobre su pecho. Mirando con desconfianza a los dos chicos.

-¿Qué es lo que quieren? -les preguntó, de manera grosera y altanera.

-Veníamos a ayudarte a seguir comprando las cosas -le respondió Matt, cansinamente-. Pero, cómo me has contestado así; nos vemos por ahí, niñata malcriada.

Brian lo tomó por el cuello y lo puso en el mismo lugar en dónde estaba hacía medio segundo atrás, ignorando las protestas y los insultos de su mejor amigo.

-Lo que Matt quiso decir, es que te acompañaremos a hacer tus compras para Hogwarts y de paso, puedes decirnos tú nombre -dijo Brian, aminorando el ambiente con su típica diplomacia, tranquila y galante.

-Bueno, mi nombre es Cassiopeía Orwell -dijo, omitiendo deliberadamente sus otros dos apellidos-. Y es un placer conocerlos.

-De acuerdo, Cassiopeía-le respondió Brian, con una sonrisa encantadora-. Te acompañaremos a la tienda de Madame Malkin y de ahí, iremos a Ollivander's, ¿te parece bien?

La niña asintió de manera entusiasta. Y siguió el camino que encabezaba Lestrange y que seguía Burkes, dejando a Cassiopeía en tercer lugar. Caminaron unos cuántos tramos, hasta llegar al lugar que decía: Madame Malkin, túnicas para todas las ocasiones.

A Cassiopeía parecía estar a punto de explotarle el corazón, era emocionante y al mismo tiempo; daba cierto pavor.

-¿Lista para entrar? -le preguntó Lestrange, sonriendo de forma enigmática.

La niña asintió con la cabeza y los tres entraron. Había cientos de niños de la edad de Cassiopeía, vestidos con túnicas llenas de alfileres; otros se quejaban con sus madres y algunos hacían berrinches. Había uno que llamó particularmente su atención, era prácticamente de la altura de Cassiopeía y tenía unos lentes redondos, el pelo le iba para todas direcciones y estaba un poco encrespado. A su lado, estaba un niño de cabello platinado, que Cassiopeía reconoció al instante. Era el mismísimo Draco Malfoy, heredero a dicha casa y el niño con el cual había compartido casi los últimos diez años de su niñez. La pelirroja se volteó hacía dónde estaban sus acompañantes, que la miraban cómo si estuviera loca.

-Chicos, hay un pequeño problema -dice Cassiopeía, mirando hacia atrás, de manera para nada disimulada-. Ahí enfrente está mi primo Draco Malfoy y no quiero que esté me vea porqué les dirá a mis tíos y cómo que ellos no saben que estoy aquí sola, le dirán a mi papá y terminaré confinada en mí cuarto hasta los cuarenta.

Los dos chicos observaron a la niña y luego se miraron entre ellos, para acto seguido; encogerse de hombros. Ella suspiró aliviada, creyendo que ambos lo hacían de manera desinteresada. Brian Lestrange, era un Ravenclaw de segundo curso; sus compañeros lo adoraban porque era inteligente, un tanto perezoso con los estudios, pero gracias a él; era que obtenían los mayores puntos para competir por la Copa de las Casas, además era mejor amigo de Matthew Burkes, un Slytherin, también de segundo curso; que solía ser muy estricto con respeto a perder puntos de su casa y que cuando veía potencial con respecto a poder en una persona, no se detenía hasta que dicho sujeto alcanzaba todo lo que se proponía. Sabía que la mirada calculadora en los ojos de Matt sólo podía significar una cosa, estaban viendo a su primer y única alumna. Desde el curso anterior, tanto Matt Burkes y Brian Lestrange; junto a Natasha (Gryffindor, segundo curso) y Lucille (Ravenclaw, segundo curso) Bagshot; acompañadas por Niko Dolohv (Slytherin, segundo curso), Alex Mulcillber (Hufflepuff, segundo curso), Walter Scamander (Hufflepuff, segundo curso) y Karen Yaxley (Slytherin, segundo curso), eran alumnos de diferentes casas que se llevaban increíblemente bien entre ellos y que todos tenían algo en común: Eran despreciados por sus padres ex mortífagos. Y ahora, tenían la oportunidad de moldear la mente de una de primer curso a su antojo. La sonrisa que tenía Matt Burkes en ese momento, podría hacerle competencia tranquilamente al gato de Alicia, el grandioso Cheshire. Pero, primero debía pensar en un trato que no tuviera cabos sueltos y que fuera beneficioso para él y sus amigos.

-De acuerdo, te ayudaremos

-dijo Matt, sorprendiendo a Brian; inesperadamente-. Pero, no importa en qué casa quedes; deberás cumplir todo lo que te pidamos, ¿es un trato?

Cassiopeía quería decir que no, era eso o ser descubierta por Draco. Dejo salir un gruñido de frustración y estrechó la mano de Burkes, sin entender que acababa de sellar su destino para siempre. En cuánto Cassiopeía accedió, Brian la cubrió con su cuerpo; mientras que Matt fingía ver unas túnicas de gala. Cuando vio que el platinado salía de la tienda y que el chico de lentes también se iba, suspiraron aliviados... Hasta que, Rubeus Hagrid; el guardabosques de los terrenos de Hogwarts, vio a Brian y todo el plan, o por lo menos parte de él; se fue a la mierda. Hagrid se acercó con una sonrisa pintada en su bonachón rostro, cubierto por una espesa y tupida barba marrón oscura. Y con el niño de lentes redondos pegado cuál sanguijuela.

-¡Brian, querido! -dijo el semigigante, apretando al pobre chico en un fuerte abrazo-. Que gusto verte por aquí, comprando los libros de Hogwarts, supongo.

-Sí y también estoy con Matt -dijo, trayendo al otro, literalmente; de las orejas.

-Hola Hagrid -dijo Matt, con su típica sonrisa ladeada-,

¿Cómo ha estado tú verano?

-Ha estado bastante normal -dijo el semigigante, con una sonrisa dulce-. Por cierto, quiero presentaros a Harry Potter; querido Harry, ellos son Matt Burkes y Brian Lestrange; son amigos míos.

-Es un placer conocerlos -respondió Harry, un tanto tímido.

-El placer es nuestro, Harry Potter-replicó Matt, con una sonrisa simpáticamente falsa.

-Por cierto, ella es Cassiopeía Orwell -dijo Brian, tratando de que no sé notará su nerviosismo-. Es prima lejana mía, de parte de mí padre.

Hagrid miró a la niña de cabellos pelirrojos, flacucha, bajita y de cara redonda cómo una galleta de chocolate, llena de pequeñas pecas esparcidas cómo polvo para hornear, junto a unos ojos azules eléctricos que brillaban por la curiosidad que le causaba el gigante hombre. Hagrid, pensó que tanto el apellido cómo el rostro de la niña le sonaban de algún sitio, pero no lograba encajar de dónde.

También llamó su atención cómo Harry la miraba, con un brillo de interés en sus ojos verdes.

-Es un gusto, Cassiopeía -dijo Hagrid, ignorando sus pensamientos -. Esté de aquí es Harry, saluda pequeño; no seas descortés con la niña.

Harry se acercó a Cassiopeía de manera tímida, casi temblando de los nervios. Y sus miradas se cruzaron por primera vez. Verde esmeralda contra azul eléctrico.

-Soy Harry Potter -dijo tímido, con un rubor brillante cubriendo sus pálidas mejillas y extendiendo su mano.

Cassiopeía miró la mano del chico de ojos verde esmeralda y lentes redondos y luego lo saludo cordialmente. Sintiendo cómo sí una corriente de electricidad recorriera su columna vertebral. Por la cara de Harry, él tenía exactamente la misma sensación; no supieron cuánto tiempo tuvieron sus manos unidas. Simplemente, se soltaron cuando creyeron que el tiempo ya había sido el correspondiente para una presentación entre dos desconocidos.

-Mi nombre es Cassiopeía Orwell -respondió, con las mejillas arreboladas por la vergüenza.

-Bueno, Hagrid -dice Matt, intentando romper esa atmósfera tan extraña-. Nos encantaría quedarnos a charlar, pero debemos irnos hacía la tienda de Ollivander's, está enana necesita una varita.

-Está bien, chicos -dijo Hagrid, con su típica sonrisa bonachona-. Los veré a los tres en Hogwarts.

-Adiós, Cassio -dijo Harry Potter, con sus ojos brillando felices.

-Hasta pronto, Harry -respondió Cassiopeía, con una pequeña sonrisa pintada en su pecoso rostro.

Caminaron unos metros, alejándose del guardabosques de Hogwarts, llegando a la tienda de Ollivander's, el creador de cualquier tipo de varita. Cassiopeía sintió la emoción recorrer su cuerpo por tercera vez ese día. Dirigiéndose a la tienda junto a sus acompañantes.

-Bueno, hasta aquí te acompañaremos -dijo Matt, queriendo evitar el ingreso hacía la tienda.

-No, le prometimos que la acompañaríamos hasta dentro de la tienda y así lo haremos.

Matt abrió la boca en un profundo gesto de indignación y formuló la palabra "traidor" con sus labios. Brian se encogió de hombros, restándole importancia al asunto.

-¿Qué están discutiendo entre ustedes? -preguntó Cassiopeía, un poco molesta por ser excluida de la muda conversación.

-Nada que sea tú incumbencia, niñata altanera -le respondió Matt, con cierta frustración.

-No estaba hablando contigo, troglodita -fue su respuesta hacía la ofensa de Matt-. No entiendo cómo alguien tan agradable y servicial como Brian puede ser tú amigo.

Matt la fulminó con la mirada e ingreso a Ollivander's sin volver a cruzar palabra con la niña. Brian sujeto a Cassiopeía de los hombros mientras está se resistía con ahínco. Al entrar al lugar, Matt se encontraba hablando amenamente con Ollivander, que lo veía con cierto apreció en sus ojos, provocando que la curiosidad naciera en la niña. Al ver a Brian junto a Cassiopeía, el semblante del anciano cambió completamente.

-Brian Lestrange, núcleo de pluma de fénix, con punta de colmillo de hidra y cuerpo de árbol de abedul, varita flexible de veinte centímetros-dijo Ollivander, de forma fluida y sin ninguna vacilación en sus palabras, entonces volteó hacía el otro chico en la habitación-. Matt Burkes, núcleo de corazón de dragón, cuerpo de cuerno de unicornio y mango de hueso de dragón, varita rígida de veinticinco centímetros.

-Señorita Cassiopeía Orwell-Drakonis-le dice, quitando su tercer apellido de manera consciente-. Ha venido por su varita, supongo.

Cassiopeía asintió con su cabeza, entusiasmada. Ollivander se fue hacía la trastienda a buscar una caja con la primer varita de prueba, al encontrar una que creía adecuada se la extendió a Cassiopeía.

-¿Qué está esperando? Agitela -ordenó Ollivander, con energía y exasperación.

La niña agitó la varita, provocando que tres estantes explotarán al mismo tiempo. Se escuchó un audible bufido de indignación por parte de Matt y una mirada comprensiva de parte de Brian.

-Creo que está no es -dijo Cassiopeía, un tanto avergonzada.

-No, son sólo imaginaciones tuyas -le responde Matt, sarcásticamente.

-Al menos no destruyo un escritorio -replicó Brian, mirando a su amigo de forma significativa.

-Pero, yo no destruí tres estantes -canturreó, con una sonrisa ladina en su rostro.

Ollivander fue de nuevo hacía la parte de atrás y volvió con otra caja, la sacó del estuche y se la dio a la niña.

-Agítela -volvió a ordenar, con tono preocupado.

Cassiopeía volvió a agitar la varita y de está salió una explosión que provocó un desprendimiento de una parte del techo de la tienda, haciendo que Ollivander tirase un protego máxime.

-Parece que es una cliente difícil, señorita Orwell -replicó Ollivander, medio impresionado; ya que ninguna de las dos varitas anteriores fueron recibidas por su magia.

Con las carcajadas burlonas de Matt de fondo, los regaños por parte Brian y la vergüenza infinita de Cassiopeía, el dueño de las varitas volvió a irse y otra vez, regreso con la tercera caja.

-Agítela, pero está vez de manera suave, por favor -pidió Ollivander, intentando evitar otro desastre potencial.

La niña volvió a romper el aire con la tercer varita y esta vez, un rayo salido de la nada; dio exactamente en el lugar en dónde se encontraban sus acompañantes. Haciendo que ambos chicos, actuarán con la rapidez de un buscador de Quidditch y se ocultaran tras un mueble, por precaución.

-Está, definitivamente tampoco es -dijo Ollivander, sacándosela de las manos de forma apresurada-, ¿Podrá ser esa?

Al decir esto, se dirigió hacía el primer estante que estaba a su izquierda, saco la cuarta caja y le dio la varita a Cassiopeía con delicadeza. Cuando la niña tuvo el objeto entre sus dedos, sintió cómo sí una corriente de poder saliera de su cuerpo y fluyera a través de la varita. Chispas volaron y un destello color verde esmeralda tuvo presencia por unos segundos en la habitación.

-Fresno, cuerno de basilisco, 12 pulgadas de largo, flexible. Es una excelente varita para encantamientos, un tanto inestable y sólo reacciona a la voluntad de su dueño. Espero que le dé un gran uso, señorita Orwell. Sólo una vez he oído hablar de otra varita igual de poderoso y fue creación del mismísimo Salazar Slytherin. Sí, doce centímetros. Ajá. Realmente curioso cómo suceden estas

cosas. La varita escoge a la bruja, recuérdelo... Creo que debemos esperar grandes cosas de usted, Cassiopeía Orwell-Drakonis... Después de todo, Salazar Slytherin hizo cosas increíbles... Algunas fueron terribles, claramente, pero no quiere decir que no fueran grandiosas.

-En pocas palabras, la varita fue hecha específicamente para ti -dijo Matt, con malicia, aunque; también intentando desvanecer el extraño ambiente que se había formado en el lugar.

-¡Matthew Burkes! -lo regaño Brian, con frustración-. Deja en paz a la niña de una vez.

Cassiopeía salió ofendida de la tienda y por ir refunfuñando contra Matt, no pudo parar antes de chocarse contra una persona.

-Lo siento, señor -dijo educadamente, tratando de parecer tierna y servicial.

-Al menos no olvidaste los modales que te enseñe, Cassiopeía Metis -replicó Severus Snape, con su típico tono ronco y nasal, mientras fulminaba a la niña con sus ojos ónix.

Cassiopeía perdió el color en su rostro y sintió cómo sí un rayo la fulminará, antes de perder el conocimiento; Severus la sujeto por los hombros y los desapareció a ambos. Luego de un instante, se materializaron dentro del Caldero Chorreante. Cassiopeía intentó huir, pero su guardián le lanzó un hechizo burbuja para retenerla en su lugar.

-¿¡En que escorbutos estabas pensando al huir así de la casa, Cassiopeía Metis Orwell!? -gritó Snape, con el rostro rojo cómo una remolacha-. Te podría haber pasado cualquier cosa, ¿y si tú magia se hubiera descontrolado? ¿Eres consciente del peligro que corrías?, mi cabeza hubiera colgado del Ministerio de Magia si te hubiera ocurrido algo. Albus Dumbledore fue a nuestra casa en cuánto escapaste, las protecciones de la casa le avisaron que saliste sin mi compañía. El mismísimo ministro Cornelius Fudge vino a la Hilandera con siete grupos de Aurores, casi estuvieron a punto de hacer una redada; y a todo esto, resulta que la señorita estaba divirtiéndose en el Callejón Diagon mientras la mitad del Ministerio de Magia la buscaba. ¿Algo que acotar en su defensa, señorita Orwell?

Cassiopeía se encontraba blanca y nerviosa, sin saber que responder. La arrogancia, la altanería y su valentía se habían esfumado para dar paso a lo que en realidad era: Una niña de once años, que apenas incursionaba en sus poderes.

-Lo siento mucho, papi -dice Cassiopeía, con lágrimas en los ojos.

Snape dejo salir un suspiro resignado y abrió sus brazos, para recibir a Cassiopeía entre ellos y acariciar su cabello en el proceso.

-Tranquila, pequeña -le dijo, conmovido por las lágrimas de la niña-. Te prometo la mascota que tú quieras, para compensarte mí arrebató de furia.

La niña dejo de llorar en cuánto escuchó estás palabras. Sonrió y fue hacía la puerta trasera del bar, sabiendo que Severus Snape la seguiría. Al volver a la pared, se encontró con la familia Malfoy, Lucius y Narcissa, tenían las mismas expresiones molestas en sus rostros que Snape hace medio segundo.

-Cassiopeía Metis Orwell-Drakonis Slytherin -dijo Lucius Malfoy, con su característica costumbre de arrastrar las palabras-, ¿Cómo es eso que fuiste sola al Callejón Diagon?

-Tío Lucius-le dijo, con voz melosa; aunque sabiendo que no funcionaría-. Lo siento.

-Nada de "lo siento " -la freno de sopetón-. Ya sabrás cuando vayas a Malfoy Manor en navidad, deberás ayudar a los elfos domésticos en las cocinas. Y vete olvidando que te firme el permiso para llevar la escoba a Hogwarts, señorita.

-Lucius, cariño-dijo Narcissa, con tono conciliador-. Cassio ya dijo que lo siente, ¿no podrías repensar tú castigo?; esto sólo fue una travesura de niños.

-Bien, según las notas que tengas esté año en Hogwarts y tú comportamiento dentro del castillo, te firmaré el permiso para que puedas tener tú Firebolt Express. Pero, sólo sí obtienes Excelentes y Sobresalientes.

Cassiopeía abrió los ojos como platos. Sin poder creer lo que su tío Lucius le decía, su tía Narcissa intentó intervenir; pero, sabía que cuando se le metía algo en la cabeza, no había poder sobre la tierra que pudiera hacerlo retroceder ni mágico tampoco.

-Cassiopeía, debemos ir a comprar tus libros a Flourish y Blotts -intervino Severus, para salvar a la niña-. Nos vemos después, Lucius; Narcissa, fue un placer verlos.

Draco Malfoy le sonrío a su prima con suficiencia, mientras que Cassiopeía le sacaba la lengua disimuladamente. Snape pasó la varita sobre los ladrillos y volvieron a entrar.

-¿Cuánto dinero sacaste de las bóvedas, Cassiopeía? -preguntó Snape, esperando que la niña contestará que retiró como máximo 300 galeones.

-Saqué 15 mil galeones -respondió Cassiopeía, provocando que Snape se ahogará con su propia saliva-, ¿Fue muy poco, acaso?

-¡Cassiopeía Orwell!, ¿cómo vas a retirar tanto dinero? -le espetó, a punto de tener un infarto-. Para comprar los libros basta con 300 galeones, lo que te quedé de la compra de los libros y el pago de tú mascota junto a su comida, será con lo que sobrevivirás por el resto del año. Y la próxima vez que vayas a retirar dinero, irás conmigo.

La chica asintió y tuvo que hacer unos increíbles esfuerzos para seguir el paso apretado de Snape. Pararon después de un tiempo, al ver que decía Flourish y Blotts; Cassiopeía respiró aliviada.

-¿Tienes la lista del equipo? - preguntó Severus, mientras la niña sacaba la carta que contenía la lista-. Bien, entremos.

Libros necesarios:

Todos los alumnos deberán disponer de un ejemplar de los siguientes libros:

• El libro Reglamentario de Hechizos, Miranda Goshawck.

• Una historia de la Magia, Bathilda Bagshot.

• Teoría Mágica, Adalbert Waffling.

• Guía de Transformaciones para principiantes, Emeric Switch.

• Mil hierbas y hongos mágicos, Phyllida Spore.

• Filtros y Pociones Mágicas, Arnesius Jigger.

• Animales Fantásticos y Dónde Encontrarlos, Newt Scamander.

• Las Fuerzas Oscuras, Una guía para la autoprotección, Quientin Trimble.

Al ver la lista de los libros. Cassiopeía casi sufre un paro cardíaco, entraron a la librería; provocando que la campanilla sobre la puerta sonará estrepitosamente. Una chica que acomodaba unos libros en los estantes mientras canturreaba una canción de las Brujas de Macbeth, bajo de las grandes escaleras al escuchar ruido en la entrada. Cuando vio que un hombre de nariz aguileña, vestido completamente de negro junto a una niña flacucha, pelirroja y de ojos azules eléctricos, estaban esperando frente al pequeño mostrador, recompuso su atuendo y plasmo una deslumbrante sonrisa en su rostro.

-¿En qué puedo ayudarles? - preguntó, mientras dejaba unos libros sobre el mostrador.

-Los libros para Hogwarts, vengo a retirarlos; porque los pedí vía lechuza previamente

-respondió Snape, con gesto adusto; la chica fue hacía la trastienda y regreso con un enorme paquete entre las manos.

-Usted es Severus Snape, ¿verdad? -dijo, dándole el paquete con una sonrisa; mientras esté asentía seriamente-. Entonces, serían 300 galeones.

Cassiopeía sacó el dinero correspondiente de la bolsa-sin fondo y después de despedirse de la chica, salieron de la librería para caminar unos pasos y llegaron a la tienda de mascotas. Cassiopeía entró con entusiasmo, buscando entre los pasillos la sección en dónde se encontraban los felinos, miro entre las jaulas; hasta que vio a un gatito pequeño, blanco y de ojos grises. Sonrió y corrió hacia dónde se encontraba Snape.

-Papi, ya encontré a mí mascota -dijo, mientras lo arrastraba hacía la sección de los felinos. Snape arrugó la nariz al ver que se trataba de los asquerosos felinos, aunque; no lo exteriorizo, porque sabía que a Cassiopeía la desilusionaría un poco su reacción.

-¿Estás segura de que quieres un gato? -preguntó el murciélago de las mazmorras, esperanzado en que la niña respondiera negativamente.

Cassiopeía asintió afirmativamente y Severus tuvo que resignarse a la elección de la niña. Así que, fue hacía el hombre que atendía la tienda de mascotas y le pidió que sacará la jaula del gato blanco que su protegida le había mostrado.

-Es una buena elección de mascota, niña -dijo el hombre que atendía la tienda-. Los gatos son conocidos por ser caprichosos, pero también tremendamente fieles a quiénes creen dignos de ese respeto.

La niña asintió feliz y luego de pagar diecisiete galeones, cuatro knuts extra por la comida para el nuevo integrante de la calle La Hilandera, salieron y fueron hacía el muro que los llevaba hasta el Caldero Chorreante.

Caminaron unas cuántas manzanas y terminaron en la estación del metro londinense muggle. Cuando llegaron a la Hilandera, Cassiopeía corrió hasta la entrada de su casa y dejó que su gatito, de nombre Pelusa; caminará libremente por el recibidor de la casa, bajo la atenta mirada de halcón de su guardián. El sol empezaba a ocultarse, era 20 de Junio de 1991 y mientras Severus Snape se encerraba en su despacho a corregir trabajos, Cassiopeía abría uno de sus paquetes y sacaba Una historia de la Magia, empezando a leerlo. Mientras sentía cómo sus ojos se cerraban por causa del cansancio. Al terminar por rendirse ante los brazos de Morfeo, lo último que hizo; fue pensar en esos ojos verde musgo que tanto habían llamado su atención.

            
            

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