Capítulo 6 04. La estación King's Cross, la Plataforma 9¾ y Expreso de Hogwarts

Normalmente, la casa de Severus Snape era tranquila y silenciosa. Salvó cuando la única habitante de once años recién cumplidos, se encontraba sumamente ansiosa y nerviosa; por su ida hacía la mejor escuela mágica de Escocia. Mientras se hallaba enfrascada en la ardua tarea de preparar sus túnicas (cortesía de Narcissa Malfoy, que se sabía sus medidas y había mandado hacer las prendas que le pedirían), su sombrero puntiagudo de uso diario, los guantes de dragón y la capa para el invierno (cortesía de Bellatrix Lestrange).

Los libros ya se encontraban metidos en su baúl, echo de madera de roble, decorado con una C y una O; pedido por parte de Severus Snape al fabricante de baúles y pagado previamente vía lechuza. La mitad de su ropa se concentraba dentro, solamente le faltaba meter a Pelusa dentro de su jaula. Y podría decir que había empacado exitosamente y sin ayuda. Comenzó a buscar al travieso gato blanco, que disfrutaba meterse entre las mantas de su guardián y quedarse a calentar los grandes pies del hombre. Aunque, esté ya lo hubiera sacado miles de veces a punta de varita, levitándolo hacía los brazos de su descuidada dueña, a quién siempre se le extraviaba.

-Pelusa -lo llamaba Cassiopeía, en susurros; para no despertar a su futuro profesor de Pociones-, ¿En dónde te has metido, gato desaparecido?

El suave maullido, provenía justamente; desde la puerta cerrada con magia, de Severus Snape. Cassiopeía se dio una palmada en el rostro y elaboró un plan dentro de su cabeza, para entrar a la habitación de Snape; sin sufrir un castigo doloroso. Se había pasado los últimos dos meses ayudando a los elfos domésticos de Malfoy Manor en las cocinas y recibiendo clases particulares de todas las materias que tendría en Hogwarts, impartidas por el tutor de su primo Draco, el insufrible señor Ling; que tenía la horrible costumbre de dejarla sentada con un banquillo en la esquina del salón-comedor de sus tíos, con un sombrero puntiagudo hecho de papel, en el que rezaba la palabra "Deficiente", pegado mágicamente a su cabeza. Sí, ese verano no había sido el más placentero que recordará, excepto que gracias a tía Cissy, que le daba chocolates y caprichos maternales, a escondidas de su marido; claro está. Había podido mejorar un poco sus desagradables vacaciones, llenas de trabajos forzados y clases adelantadas de magia.

El grito enfurecido y los chillidos de su pobre gato, fue lo que la trajo de vuelta a la realidad. La puerta de Severus Snape se abrió con estrépito, dejando salir al ocupante no deseado del cuarto; permitiéndole salvar su vida, al menos por unos años más.

Cassiopeía tomó a Pelusa entre sus brazos e intentó escabullirse sin que su guardián la viera. Tuvo que aprender de malas formas, lo arisco que podía llegar a ser Snape por las mañanas. Pero, el petrificus que ejecutó su tutor; le cerró todas las posibilidades de huida.

-Cassiopeía -le dijo, en un tono peligrosamente suave-, ¿Cuántas veces debo repetirte que cierres bien la jaula de tú felino antes de irte a recostar por las noches?

La niña mordió su labio inferior con fuerza, intentando elucubrar una excusa que pareciese convincente y así lograr salir ilesa de la situación.

-Es que estuve casi toda la noche preparando mí baúl y hoy, desperté temprano para cocinar nuestro desayuno -mintió, de forma fluida y a la perfección.

Desde lo de su pequeña excursión al Callejón Diagon, las cosas entre su guardián y ella, estaban un poco tirantes entre ellos. Snape se había puesto un poco más estricto con ella (por consejo de su tío Lucius), y le había dicho que irían juntos a King's Cross y que se aseguraría por completo que subiera al Expreso de Hogwarts; sin escapes de por medio.

Había estado manteniendo correspondencia constante vía lechuza con uno de los chicos que conoció en el Caldero Chorreante, era ese simpático y singular Ravenclaw, Brian Lestrange; Cassiopeía le mandó el primer pergamino gracias a la lechuza de Severus, que siempre le ululaba feliz cada vez que ella andaba cerca. Estuvieron así hasta cuando se fue a Malfoy Manor por las vacaciones. El día anterior habían arreglado para encontrarse en la estación King's Cross y de ahí ir hacía la Plataforma 9¾ con los amigos del chico. Aunque, eso significará soportar al arrogante de Matt Burkes durante todo el trayecto hacía el colegio. Pero, lo que ahora tenía que lograr era poder convencer a Snape de que podía ir a la estación sola. Estaba segura que sí los amigos de Brian sabían que su tutor era Severus Snape, le dirían que se alejará de ella.

-Desayunaremos y saldremos en 29 minutos hacía la estación, tomarás el tren y después nos veremos en Hogwarts y en las clases de Pociones, cuando los Slytherin y los Gryffindor estén juntos; tú estarás con estos últimos -dijo Snape, rápidamente y sorprendiendo a Cassiopeía.

-Pensé que me querías en Slytherin -respondió la niña, un tanto desconcertada.

-Eso ya lo sé -dijo Snape, un tanto desesperado-. Pero, no podría ser estricto contigo enfrente de otros estudiantes y perdería mi fama de profesor temible.

-Tranquilo, papá -lo tranquilizó Cassiopeía, con su típica voz dulce-. No sabemos en casa quedaré y tal vez podría ser miembro en cualquiera de las otras tres restante.

Severus suspiró aliviado y acarició la mejilla pecosa de su protegida. Era tan parecida a Cygnus, todavía podía recordar cuando la conoció; Cassiopeía resulto ser idéntica a su madre, salvó por el carácter; ese sí que era directo de Perseus Orwell-Drakonis. Retiró su mano de la mejilla del rostro de la niña. Para seguir desayunando, en un silencio incómodo instaurado entre ambos. En cuánto Cassiopeía término de llevarse a la boca el último trozo de salchicha que le quedaba en su plato, con un movimiento de varita; Snape mandó los trastes al fregadero y le dijo a la niña que se preparase, que saldrían en cinco minutos. Cassiopeía corrió hacía la jaula de Pelusa, le dio un poco de comida y la ató a su baúl; Severus le hablo a Cassiopeía, preguntándole si ya estaba lista, la niña le gritó que sí, Snape le tomó por los hombros y les apareció a ambos en las afueras de la estación King's Cross, en un callejón sin salida. Ocultos de la vista de los muggles.

Caminaron unas calles, Cassiopeía siempre bien sujeta por las manos contrarias sobre sus hombros; que de vez en cuando le daba un suave apretón, cómo sí se asegurará que ella todavía estaba ahí. La niña y su guardián ingresaron al lugar; esquivando miles de muggles apresurados por llegar a sus respectivos lugares de trabajo. Sin ver a ese hombre extraño, vestido de negro con una capa del mismo color, junto a una niña pelirroja vestida de forma similar al hombre. Pasaron las plataformas del uno al nueve, hasta que se detuvieron cerca de la pared que estaba entre la plataforma nueve y la diez.

-Debes esperar aquí, yo iré a buscar un carrito con tus cosas -dijo Snape, mientras dejaba a Cassiopeía entre las dos plataformas, esperando por él.

-Te dije que saliéramos antes, Lucille -le regañaba una chica pelirroja a otra de pelo azabache oscuro, no tanto cómo la misma Cassiopeía; pero su pelo era más rojizo que castaño, también era unos cuántos centímetros más alta que ella-. Pero, no; la señorita debía retocarse el rímel de los ojos. Sí perdemos el tren, tú te encargarás de enfrentarte a la ira de McGonagall, no yo.

-Relájate, Nat-dijo la que aparentemente, se llamaba Lucille; de forma despreocupada-. Llegaremos con tiempo de sobra, hasta para elegir un compartimiento entre los miles de vagones desocupados, ya verás que tengo razón.

-Mientras Cho Chang no llegué a hablar con Diggory antes que tú -replicó la otra, con cierto tono mordaz impregnado en su voz.

La azabache miro a la pelirroja cómo si está le hubiera dicho que Voldemort había resucitado. Con los ojos abiertos cómo dos faros de luz y su rostro, antes sonrosado; ahora estaba completamente pálido. Aunque, de inmediato; recuperó su color en el rostro, pero de un tono más rojo remolacha.

-¡ESA CHANGA JAMÁS PODRÁ OBTENER A MÍ CEDRIC!

-chilló Lucille, provocando que todos los muggles pararán lo que estaban haciendo y las mirasen a ambas, extrañados.

La otra pelirroja, de nombre Nat; le colocó su mano sobre la boca de su acompañante, para silenciarla y también; evitar que siguiera chillando cómo una banshee.

-Perdónadle, es que está emocionada -dijo, tratando de disimular sus instintos homicidas y la vergüenza que sentía en ese momento.

Cassiopeía dejó salir una pequeña risilla, que atrajo la atención de las chicas; logrando que los muggles curiosos perdieran interés por ellas. La niña quiso ocultarse, pero los ojos chocolates de la otra pelirroja no se lo permitieron. Se acercaron a esa niña que se encontraba sola, mirándolas con curiosidad. Nat codeó a Lucille, que la miró cómo sí se le hubiera saltado un tornillo. En ese preciso instante, Severus Snape se acercaba a su protegida, empujando un carrito con la jaula de Pelusa en la cima.

-Aquí tienes tú carrito, el boleto dice que el tren saldrá a las once en punto, faltan siete minutos exactos; yo debo irme antes, tendremos que despedirnos aquí.

Cassiopeía asintió enérgicamente y se lanzó hacía el pocionista, casi logrando que perdiera el equilibrio.

-Te voy a extrañar, papá -dijo la niña, sorprendiendo al hombre.

-Yo también a ti, pequeña -respondió, mientras le daba un suave apretón.

Snape la soltó y comenzó a caminar de espaldas a la niña. Hasta que está lo perdió, a causa del gentío que había en la estación.

-¿Eres algo del profesor Snape? -preguntó una voz femenina, a sus espaldas; provocando que pegará un salto a causa del susto.

-¡Lucille, no seas indiscreta! -le gritó Nat, avergonzada y un poco enfadada con ella-. Perdona a mi prima, suele ser bastante curiosa cuando quiere.

-Por algo soy Ravenclaw, querida prima -replicó, medio ofendida.

-Disculpa nuestra descortesía -dijo la otra chica, rodando los ojos-. Soy Natasha Bagshot y ella es mi prima, Lucille Bagshot.

-Es un placer, chicas -dijo la niña, medio tímida y cohibida-. Yo soy Cassiopeía Orwell. Y para responderles su pregunta anterior, Severus; digo, el profesor Snape es mí tutor mágico y legal, he vivido con él desde que tengo memoria.

Lucille Bagshot quedó realmente sorprendida y sin poder reaccionar. Aunque, no paso lo mismo con Natasha, ella sacudió la cabeza y volvió a componer esa sonrisa simpática en su rostro aporcelanado.

-Bueno, debe ser algo extraño tenerlo todos los días en tú casa, ya que ahora será tú profesor en Hogwarts.

-Mientras no seas Gryffindor cómo mi prima -dijo Lucille, en tono mordaz, provocando que Natasha gruñera de frustración-. Claro que eso a los Ravenclaws ni nos preocupa.

-¿Por qué es mejor que no sea una Gryffindor? -dijo Cassiopeía, con genuina curiosidad; había rumores sobre lo que su padre le hacía a los alumnos de otras Casas, lo parcial que era con los pertenecientes a su propia Casa.

-Es que Snape es un grasiento hijo de la gran... -comenzó Lucille, siendo interrumpida por Natasha; volvió a poner su mano contra la boca de Lucille para hacerla callar y de paso fulminarla con la mirada.

-Lo que Lucille quiere decir, de una manera un tanto descuidada -intervino su prima, para intentar endulzar las palabras casi dichas por la otra-. Es que Snape no es el profesor más querido en Hogwarts.

Cassiopeía asintió con la cabeza, mientras fulminaba a Lucille con la mirada. Severus podía ser insufrible, a veces hasta era un poco arisco con ella; pero, no podía resistirse a seguir siendo extremadamente estricto cuando la niña lloraba, las lágrimas eran el talón de Aquiles del temido profesor de Pociones.

Natasha Bagshot miró a la pequeña pelirroja que tenía enfrente con curiosidad. Lucille pensaba diferente de su prima, esa chica era extraña y punto final. Cassiopeía se preguntaba cómo hacer para cruzar la barrera mágica que la separaba del andén 9¾, por lo que le había dicho su tío Lucius durante sus vacaciones en la mansión, solamente debía correr con todas sus fuerzas impulsando el carrito con sus pertenencias. La niña creía que su tío sólo lo decía para asustarla en cierta forma, Cassiopeía miró a sus dos acompañantes dispuesta a preguntarles el mecanismo para entrar hacía la estación mágica. Sabía que Nat le respondería de forma concisa y con paciencia, mientras que Lucille sería una mini versión de su guardián, a quién ella tanto parecía criticar.

-¿Ustedes saben cómo cruzar la barrera mágica, verdad? -preguntó, un tanto tímida; algo completamente anormal en ella, que resulta ser una niña bastante vivaracha.

-Simplemente, debes correr hacía la barrera empujando el carrito, así podrás traspasarla sin problema -dijo Natasha, con una sonrisa amigable plasmada en su rostro-. Obsérvame a mí y luego, haz exactamente lo mismo después.

Natasha sujeto el carrito con fuerza y emprendió la carrera hasta casi chocar con la pared intermedia del andén 9 y 10.

Cassiopeía no se sorprendió al ver que Natasha desapareció del otro lado y entonces, fue el turno de Lucille; provocando la misma acción. Nuestra heroína tomó su carrito con fuerza y corrió cómo los hicieron las primas; hasta que vio el cartel que decía "Plataforma 9¾".

Los ojos azules eléctricos de Cassiopeía se abrieron con emoción, la concurrencia era bastante variopinta.

Miles de magos con sus hijos, esposas arreglándose los atuendos y algunos padres regañando a sus niños.

-Esto. Es. Genial -dijo Cassiopeía, realmente deslumbrada.

-Y eso que es tú primer año -dijo la voz de Natasha, detrás suyo-. Con el paso del tiempo lograrás acostumbrarte a toda la magia que te rodea.

Las tres chicas se apresuraron a abordar el tren, que estaba anunciando su partida de la estación. Corrieron entre la gente, Lucille dando codazos a diestra y siniestra, para poder abrirse paso entre todo el tumulto de personas y no llegar tarde. Al fin pudieron estar situadas frente a la puerta del tren, una persona las ayudo a subir, tomando primero a Nat, luego a Lu y dejando en último lugar a Cassiopeía. La persona que las había ayudado, era un chico pelirrojo de ojos verde oscuros y con un pulcro uniforme de la Casa Slytherin. Tenía una sonrisa en su rostro blanquecino y miraba a las dos chicas con dulzura, mientras que observaba a Cassiopeía lleno de curiosidad.

-Pensábamos que las habían expulsado de Hogwarts

-espetó el chico, medio burlón-. Hubiera sido una pena no poder competir con ustedes esté año en el Campo de Quidditch.

-Vete a la mierda, Dolohv

-le gritó Lucille, medio ofuscada y un tanto indignada-. Sabes que esté año, cualquiera de las tres casas puede ganarles a ustedes en Quidditch.

-Soy Nikolaj Dolohv

-dijo el Slytherin, ignorando por completo a su "amiga" y centrando toda su atención en la tercera chica-, ¿tú eres?

-Un gusto, Nikolaj

-respondió la niña, un poco tímida-. Me llamó Cassiopeía Orwell.

Ambos chicos hicieron una leve inclinación de cabeza, sin darle importancia a las protestas de indignación de Lucille, por ser completamente ignorada.

-Los chicos ya están dentro del compartimiento, yo salí a buscarlas y de paso; comprarle algo a la Señora del Carrito.

Mientras decía esto, Niko Dolohv caminaba con paso apretado; pasando varios vagones, ocupados por diferentes estudiantes. Algunos estaban practicando encantamientos, otros dormían plácidamente contra el vidrio de la ventana y otros leían libros de vasto volumen. Todos, absolutamente todos; hacían que la niña flipara por la curiosidad que la carcomía. Al llegar a unas puertas de cristal; Niko las abrió, dejando ver su interior a un grupo bastante variado de personas. Había una chica castaña con mechones púrpura cayéndole por el rostro en un desordenado flequillo disparejo, estaba vestida por completo de negro y charlaba de forma moderada con otro chico de pelo castaño azabache, que tenía un jersey azul; pantalones pitillo verdes y zapatillas del mismo color.

A su lado se encontraba un chico de pelo castaño-rubio, vestido con un pulcro jersey beige, camiseta debajo; jeans azules y zapatillas fluorescentes. Pudo distinguir también a Brian Lestrange, que leía un libro de Aritmancia Avanzada de forma tranquila. Mientras que Matt Burkes, dormía a pierna suelta sobre el sofá del compartimiento. Cassiopeía puso los ojos en blanco y arrugo su pequeña nariz pecosa, ese chico no le agradaba. Punto final.

Era arrogante, condescendiente y un tanto perezoso. Y sí algo había aprendido de Severus Snape, fue a guiarse por las primeras impresiones.

-No es extraño que Matt esté durmiendo -dijo Nat, cálidamente.

-Mientras no pasé lo de la última vez -replicó Lucille, tirándose en el sofá del compartimiento.

-Yo no pienso hacer el contra hechizo de nuevo -espetó Karen Yaxley, dejando por un momento de hablar con Walter Scamander.

-No creo que se ponga a flotar por todos los vagones -respondió Brian, sin levantar la vista de su libro.

-¿Y la niñita esa? -preguntó Karen, cambiando por completo de tema.

-Es Cassiopeía Orwell-Drakonis -dijo Brian, levantándose del asiento y caminando hacia ella-. Hola pequeña, es un gusto volver a verte.

-Igualmente

-respondió,

con una sonrisa amable.

Mientras los otros ocupantes se acercaban por mera curiosidad, el bulto que representaba Matt Burkes empezó a moverse de manera inquieta. Aunque, la única que notó esto fue Natasha Bagshot, que se acercaba de manera sigilosa al chico que le gustaba desde el año pasado. El ruido de la puerta del compartimiento siendo abierta, fue lo que terminó de despabilar al chico que se encontraba dormido, quién clavó por unos instantes sus ojos sobre su amiga y para después dirigirla hacía la puerta a medio abrir.

-Hola, disculpen que les molesté -dijo, una niña de cabello castaño esponjado, ojos del mismo color y unos grandes dientes delanteros sobresaliendo por entre sus labios carnosos, arruinando estrepitosamente su lindo rostro redondo y delicado. Además, llevaba ropa tres veces más grande que su verdadera talla-, ¿No han visto a un sapo llamado Trevor?, es que un niño; de nombre Neville, lo perdió.

Tenía una voz de mandona, que no concordaba para nada con su pequeño cuerpo, ya traía puesta la túnica del colegio; lo que impresionaba a los ocupantes del vagón. Ya que ellos, solían ponerse la ropa cuando se encontraban a una parada del lugar.

-No, ¿por qué tendríamos que haberlo visto? -espetó Lucille, de malos modos; no le gustaba esa niña, con tantos aires de grandeza que se cargaba, era sin duda una nacida de muggles o cómo todos los sangre puras los denominaban: Sangre sucia.

-No es necesario que seas tan grosera -le respondió la niña, con una valentía inesperada en su cuerpo.

-¿Quién te has creído que eres, sangre sucia? -le chilló Lucille, con la furia contenida reflejada en su rostro.

-Mi nombre es Hermione Granger, no sangre sucia y me parece que deberías ser más considerada con los nacidos de muggles cómo yo, que no nos críamos bajo sus tradiciones y debemos aprender cómo podemos sobre todo -le soltó a boca de jarro y casi sin respirar.

En ese momento, Matt Burkes tuvo que intervenir; sosteniéndole los brazos, ya que en uno de ellos tenía su varita, lista para hechizar a la niña.

-Lucille, contrólate

-le advirtió Matt, desde atrás-. Recuerda, que no puedes hacer magia fuera del colegio.

-Quítame las manos de encima, Burkes -exigió Lucille, enfurecida.

-Ya tranquilízate, Lucille -ordenó Natasha, con el ceño fruncido y los brazos en jarras.

Hermione Granger puso los ojos en blanco, yéndose lejos de ese vagón repleto por unos estudiantes racistas -porqué, los otros eran sus amigos; así que, serían igual que la azabache-, aunque, podía decir que la niña pelirroja de su misma edad, parecía no estar de acuerdo con los pensamientos de la otra chica. Siguió caminando, hasta que alguien diciendo su nombre; logró que detuviera su apresurada caminata. Era esa niña pelirroja, parecía que estaba un poco cansada por causa de correr, para conseguir seguirle el paso.

-Eres difícil de perseguir, Granger -dijo, poniendo las manos sobre sus rodillas, mientras tomaba bocanadas de aire, un tanto exageradas-. Vengo a disculparme por lo que paso en el vagón, hace pocas horas que conozco a Lucille y hasta este momento, no me agrada para nada su actitud.

-Más te vale que Lu no te escuché diciendo eso, Orwell -dijo un chico alto, tras la pelirroja; provocando que saltará sobre su lugar.

-¡No hagas eso, Burkes! -le gritó Cassiopeía, con una mano sobre el pecho-, ¿Es que acaso quieres matarme de un infarto?

Matt Burkes dejó salir una fuerte carcajada burlona, sujetando su estómago a causa de los espasmos que sufría. Tras él estaba su inseparable amigo Brian Lestrange, que intentaba disimular su risa con un pequeño carraspeó.

-Hermione, estos idiotas detrás de mí; son Matthew Burkes y Brian Lestrange

-presentó Cassiopeía, formalmente-. Y yo soy Cassiopeía Orwell-Drakonis, amiga por lo menos del segundo.

-Obviamente... Que sólo eres amiga de Brian -replicó Matt, desinteresadamente.

-Cierra la boca, Burkes -le dijo Cassiopeía, entre dientes.

-Oblígame, Orwell -espetó Matt, con una sonrisa arrogante.

La niña lo fulminó con su mirada azul eléctrica y volteó hacía Hermione con una sonrisa resplandeciente, ignorando a Burkes por completo. El Slytherin se encogió de hombros, sin importarle las rabietas sin sentido de Cassiopeía.

-Es un placer conocerlos a los tres -dijo Hermione Granger, con una tímida sonrisa de labios cerrados.

-Bueno, Cassiopeía creyó que sería más fácil para ti encontrar ese sapo, si nosotros también ayudábamos -dijo Brian, yendo directo al grano.

Hermione sonrió feliz y asintió rápidamente. Brian Lestrange sugirió que sería más fácil separarse en dos grupos para encontrar al anfibio más rápido. Él y Matt irían a la izquierda, mientras que Cassiopeía con Hermione irían a la derecha. Ambas chicas se perdieron entre otros vagones, hasta que llegaron a uno con su puerta corrediza abierta. Al ver quién era uno de los dos ocupantes, Cassiopeía casi sufre una taquicardia, ahí estaba Harry Potter; con unos tejanos desgastados, camiseta vino tinto descolorida y su cabello azabache imposible hacía todas direcciones. Tenía una sonrisa amigable en el rostro y hablaba amenamente con otro pelirrojo, que tenía una rata gorda grisácea entre las piernas.

Hermione fue la que habló en ese momento, ya que la otra niña parecía víctima de un Petrificus Totalus.

-¿Han visto un sapo? Neville perdió uno -dijo, con la misma voz mandona que uso en el vagón anterior.

-Ya hemos dicho que no -le respondió el pelirrojo, malhumorado.

Pero Hermione no lo escuchaba, miraba cómo embelesada; la varita que el chico tenía en su mano.

-Oh, ¿estás haciendo magia? Entonces vamos a verlo.

-Hermione, no creo que sea buena idea que nos entrometamos así.

La otra niña levantó la mano, restándole importancia; mientras urgía al otro chico con la mirada. Arrastró a su amiga hacía uno de los asientos y la obligó a sentarse a su lado, dejando a Ron desconcertado; mientras Cassiopeía luchaba para no ver a Harry a la cara.

-Eh... De acuerdo

-se aclaró la garganta-. «Rayo de sol, margaritas, volved amarilla a está tonta ratita.»

Agitó la varita, pero no sucedió nada. Scabbers, siguió durmiendo, tan gris cómo siempre.

-¿Estás seguro de que es el hechizo apropiado? -preguntó Hermione, provocando que Cassiopeía abriera los ojos, sorprendida-. Bueno, no es muy efectivo. Yo probé unos pocos sencillos, sólo para practicar, y funcionaron.

Nadie en mi familia es mago, fue una sorpresa cuando recibí mi carta, pero también estaba muy contenta, por supuesto, ya que está es la mejor escuela de magia, por lo que sé. Ya me he aprendido todos los libros de memoria, desde luego, espero que eso sea suficiente... Yo soy Hermione Granger y ella es mi amiga, Cassiopeía Orwell-Drakonis. ¿Y vosotros quiénes sois?

Cassiopeía quiso darse una palmada en la cara, por la vergüenza ajena; aunque, está sensación se esfumó en cuánto Harry clavó sus ojos verdes sobre ella, dedicándole una linda sonrisa tímida. Instalando un calor inesperado en sus mejillas. Mientras que ellos dos se miraban de forma embobada, Ron observaba aturdido a Hermione, que parecía ser una máquina de memorizar cosas.

-Soy Ron Weasley -murmuró el pelirrojo, medio enfurruñado.

-Harry Potter -respondió el azabache, todavía con su mirada clavada en Cassiopeía.

-¿Eres tú realmente? -dijo Hermione, ganándose una mirada celosa por parte de su nueva amiga-. Lo sé todo sobre ti, por supuesto, conseguí unos pocos libros extra para prepararme más y tú figuras en Historia de la magia moderna, Defensa contra las Artes Oscuras y Grandes eventos mágicos del siglo XX.

-¿Estoy yo? -dijo Harry, pareciendo mareado; provocando que Cassiopeía quisiera ir a abrazarle, por la ternura que ese gesto le causó.

-Dios mío, no lo sabes. Yo en tú lugar habría buscado todo lo que pudiera -dijo Hermione-. ¿Sabéis a que casa vais a ir? Estuve preguntando por ahí y espero estar en Gryffindor, parece la mejor de todas.

-Slytherin es mejor -replicó Cassiopeía, interrumpiendo a Hermione repentinamente-. Toda mi familia ha ido a esa casa desde hace generaciones.

«Sin mencionar que mí tátara-abuelo fue el fundador de Slytherin y ayudó a construir el castillo», pensó Cassiopeía; para sus adentros.

-Entonces, a tú familia le gustan las Artes Oscuras -replicó Ron, mirándola desconfiado.

-¡Ron! -le dijo Harry, estupefacto.

La niña pelirroja se levantó de su asiento lentamente, mirando a Ronald Weasley con todo el desprecio que sentía en su mirada azulada. Arrugando la nariz en una profunda expresión de enfado.

-Mi familia apreciaba todo tipo de magia, Weasley -espetó, muy calmadamente-. Y para tú información, no es que te incumba esto; pero, sí mis padres hubieran sido seguidores de Voldemort, ahora se encontrarían con vida y no bajo tierra. Y yo los habría conocido y para serte sincera, no viviría con mi padrino ni lo tendría cómo mi tutor mágico legal.

Ron Weasley nunca se había sentido tan avergonzado en toda su vida, sentía las orejas arder y la pena nublaba su rostro. Mientras que Harry Potter, lo observaba con absoluta desaprobación.

-Vamos de aquí, Hermione -ordenó Cassiopeía, sin despedirse de ninguno de los dos ocupantes de dicho vagón.

-Deberíais cambiaros ya, en un rato arribaremos a Hogwarts -dijo Hermione, intentando arreglar un poco las cosas-. Y creo que la próxima vez, tendrías que moderarte antes de hablar, Weasley.

Y se marchó, dejando a atrás a un mortificado Ron Weasley.

-La he embarrado, ¿no es así? -dijo el pelirrojo, afligido.

-¿Tú que crees, Ron?

-le espetó, enojado y al mismo tiempo preocupado por Cassiopeía.

● ● ●

Ella podía ser caprichosa y un tanto mimada. Pero, el tema de sus padres, seguía siendo sumamente delicado. Puso su espalda contra la pared y dejó que unas lágrimas se deslizaran por sus sonrosadas mejillas; no era como cuando lloraba haciendo un berrinche, eran lágrimas gruesas y verdaderas.

-¿Cassiopeía, eres tú? -preguntó, la inconfundible voz de su primo; Draco Malfoy.

Cassiopeía pudo ver el cabello rubio platinado de su primo, controlado con gomina; su túnica de Hogwarts pulcramente puesta, su rostro puntiagudo y blanquecino; reflejaba su genuina preocupación y sus ojos grisáceos mercurio, le daban calidez.

-Draco -lloriqueó Cassiopeía, mientras corría a abrazarlo.

Fueron contadas veces en las cuáles Cassiopeía le había abrazado, una vez cuando tenía dos años y unos de los pavos reales de su padre le había picado la pequeña mano y la última, fue durante su cumpleaños nueve. Que le regaló Quidditch A través de los tiempos y lo abrazó por causa de la emoción. Tener a una pequeña Cassiopeía aferrada a su cintura, mientras lloraba desconsolada; era abrumador.

-¿Quién te ha hecho llorar, Cassiopeía? -preguntó Draco, enfadado-. Exijo saberlo ahora mismo.

-Cassio, ¿te encuentras bien? -preguntó Hermione, llegando de repente.

Ella asintió con la cabeza agacha, mientras que su amiga sacaba un pañuelo de tela, escondido dentro de su manga. Cassiopeía sonó su nariz, haciendo el ruido cómo el de una trompeta. Hermione le pasó el brazo por los hombros, intentando reconfortarla.

-¿Quién fue Cassiopeía?

-le dijo Draco, determinado a defender a su prima.

-Fue el chico que estaba con Harry Potter, compartiendo el vagón; creo que su nombre era Ronald Weasley

-soltó Hermione, sin ningún tipo de pena.

Draco Malfoy sintió que veía todo rojo. Un jodido Weasley se había atrevido a denigrar a su prima. Y le había hecho llorar, hizo tronar su cuello y gritó, llamando a Crabbe y a Goyle. Ambos "guardaespaldas" llegaron corriendo.

-Debemos ir a enseñarle a un Weasley su inferioridad, además se atrevió a hacer llorar a Cassiopeía

-dijo Draco, provocando que ambos abrieran la boca, indignados.

Cassiopeía había sido quién les enseñó a leer a ambos. Con mucha paciencia y dedicación, terminó por lograr que los dos leyeran de corrido y sin equivocarse o trabarse. Tanto Crabbe como Goyle habían terminado por tomarle mucho cariño a la niña pelirroja. Su devoción era tal, que terminaron por cuidar a Draco y ahora, a Cassiopeía también.

-¿En dónde queda ese compartimiento? -preguntó Goyle, tronando su cuello.

Cassiopeía intento pararlos, pero Hermione no lo permitió. Esperaron unos minutos, hasta que escucharon unos fuertes alaridos de dolor. Y vieron como su primo y compañía corrían en sentido contrario a donde se encontraban ellas. Sorprendiéndolas a las dos, vieron que la Señora del Carrito se acercaba hacia el lugar en el que ellas estaban paradas, un tanto estupefactas. La mujer se detuvo frente a ambas chicas con una sonrisa radiante.

-¿Desean algo del carrito, lindas? -les pregunto, con dulzura.

-Deme una empanada de calabaza y unas varitas de regaliz, por favor -pidió Cassiopeía, con una sonrisa pintada en su pecoso rostro.

La Señora del Carrito se lo dio y siguió su camino. Cassiopeía le dio una mordida a su empanada, mientras le ofrecía la varita de regaliz a Hermione, que la acepto gustosa. Estuvieron en el pasillo del vagón un rato, hasta ser regañadas por un prefecto de la casa de Hufflepuff, que les dijo que estaban por arribar a la Estación de Hogsmeade y que para ese momento ya debían tener el uniforme reglamentario puesto. Ambas entraron al vagón que tenía sus baúles guardados, los abrieron y sacaron las túnicas, los zapatos, las faldas, las camisas y las corbatas negras. Ya que, aun no les habían asignado su Casa de Hogwarts. El tren dio una sacudida y paro de forma brusca. Ambas cerraron sus baúles y salieron, literalmente corriendo. Empezaba la cuenta regresiva. Su primer curso estaba a punto de comenzar.

            
            

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