Capítulo 7 05. La conversación con el Sombrero Seleccionador

-¡Primer curso! ¡Los de primer curso por aquí! ¿Todo bien por ahí, Harry? -gritaba Rubeus Hagrid, agitando una enorme lámpara de gas.

Miles de niños de primer año, se aglomeraron frente al hombre. La gran cara peluda de Hagrid rebosaba de alegría, sobre el mar de cabezas.

-Venid, seguidme... ¿Hay más de primer curso? Mirad bien donde pisáis. ¡Los de primer curso, seguidme!

Resbalando y a tientas, siguieron a Hagrid por lo que parecía un estrecho sendero. Estaba tan oscuro que Cassiopeía pensó que debía de haber árboles muy tupidos a ambos lados. Nadie hablaba mucho. Neville, el chico que había perdido su sapo, lloriqueaba de vez en cuando.

-En un segundo, tendréis la primera visión de Hogwarts -exclamó Hagrid, por encima del hombro-, justo al doblar esta curva.

Cassiopeía abrió los ojos impresionada, mientras que a su alrededor se producía un fuerte ¡Oooooohhhhh!; el sendero estrecho se abría súbitamente al borde de un gran lago negro. En la punta de una larga montaña, al otro lado, con sus ventanas brillando bajo el cielo estrellado, había un impresionante castillo con muchas torres y torrecillas.

-¡No más de cuatro por bote! -gritó Hagrid, señalando a una flota de botecitos alineados en el agua, Cassiopeía y Hermione subieron a uno; siendo seguidas por Harry y Weasley, que seguía ostentando una cara de cachorro apaleado que la primera debía estar ignorando constantemente, para no terminar perdonándolo.

Neville Longbottom había terminado en el botecito que pertenecía a Hagrid, ya que nadie lo quería cerca y ni se le paso por la cabeza ir con Malfoy y compañía en un mismo bote.

-¿Todos habéis subido?

-continuó Hagrid, que normalmente tenía un bote para él sólo... Salvó cuando un niño miedoso se lo invadía-. ¡Venga! ¡ADELANTE!

Y la pequeña flota de botes se movió al mismo tiempo, deslizándose por el lago, que era tan liso como el cristal. Todos estaban en silencio, contemplando el gran castillo que se elevaba sobre sus cabezas mientras se acercaban cada vez más al risco dónde se erigía.

-¡Bajad las cabezas!

-exclamó Hagrid, mientras los primeros botes alcanzaban el peñasco. Todos agacharon la cabeza y los botecitos los llevaron a través de una cortina de hiedra, que escondía una ancha abertura en la parte delantera de esa enorme superficie rocosa. Fueron por un túnel oscuro que parecía conducirlos justo por debajo del castillo, hasta que llegaron a una especie de muelle subterráneo, dónde treparon por entre las rocas y los guijarros.

-¡Eh, tú, él de allí! ¿Es éste tú sapo? -dijo Hagrid, mientras vigilaba los botes y la gente que bajaba de ellos.

-¡Trevor! -gritó Neville, muy contento, extendiendo las manos. Cassiopeía y Hermione se encogieron de hombros, muy disimuladamente; para que nadie notará esto. Luego subieron por un pasadizo en la roca, detrás de la lámpara de Hagrid, saliendo a un césped suave y húmedo, a la sombra del castillo.

Subieron por los escalones de piedra y se reunieron ante la gran puerta de roble.

-¿Estáis todos aquí? Tú, ¿todavía tienes tú sapo?

Hagrid levantó un gigantesco puño y llamó tres veces sobre la puerta del castillo. Está se abrió de inmediato. Permitiendo ver a una bruja alta, de cabello negro y túnica verde esmeralda, esperando allí. Tenía un rostro severo y el primer pensamiento de Cassiopeía, fue que esa mujer exigiría un 110% en su asignatura.

-Los de primer curso, profesora McGonagall -dijo el semigigante, enchido de orgullo.

-Muchas gracias, Hagrid. Yo los llevaré desde aquí.

Abrió bien la puerta. El vestíbulo era tan grande que hubieran podido meter a toda la calle Hilandera en él. Las paredes de piedran estaba iluminadas con resplandecientes antorchas cómo las de Gringotts. El techo era tan alto que no se veía y una magnífica escalera de mármol, frente a ellos, conducía a los pisos superiores.

Siguieron a la profesora McGonagall a través de un camino señalado en el suelo de piedra, Cassiopeía podía oír el ruido de cientos de voces, que salían de un portal situado a la derecha (el resto del colegio debía estar allí), pero la profesora McGonagall llevó a los de primer curso a una pequeña habitación vacía, fuera del vestíbulo. Se reunieron allí, más cerca unos de otros lo que estaban acostumbrados, mirando con nerviosismo a su alrededor.

-Bienvenidos a Hogwarts

-dijo la profesora McGonagall-. El banquete de inicio de curso se celebrará dentro de poco, pero antes de que ocupeís vuestros lugares en el Gran Comedor deberéis ser seleccionados para vuestras casas. La Selección es una ceremonia muy importante porque, mientras estéis aquí, vuestras casas serán como vuestra familia en el castillo. Tendréis clases con el resto de la casa que os toque, dormireís en los dormitorios de vuestras casas y pasareís tiempo en la sala común.

» Las cuatro casas se llaman Gryffindor, Hufflepuff, Ravenclaw y Slytherin. Cada casa tiene su noble historia y cada una ha producido notables brujas y magos. Mientras que estéis en Hogwarts, vuestros triunfos conseguirán que las casas ganen puntos, cualquier infracción al reglamento hará que los pierdan. Al finalizar el año, cualquiera de las cuatro que obtenga más puntos, será premiada con la Copa de las Casas, un gran honor. Espero que todos vosotros seáis un orgullo para la casa que os toque. La Ceremonia de Selección, tendrá lugar dentro de pocos minutos, frente al resto del colegio; os sugiero que, mientras esperáis, os arregleís lo mejor posible.

Los ojos de la profesora se detuvieron en la túnica de Neville, que estaba hecha girones; en la nariz manchada de Weasley y el cabello alborotado de Harry Potter, que intentaba aplastárselo; inútilmente.

-Volveré cuando lo tengamos todo listo para la ceremonia -dijo la profesora McGonagall, tratando de conservar la compostura-. Por favor, esperad tranquilos.

Salió de la habitación. Cassiopeía dejo salir todo el aire que estaba conteniendo en sus pulmones. Se giro hacía Harry, para ver cómo éste tragaba con dificultad.

-¿Cómo se las arreglan exactamente para seleccionarnos?

-escuchó que le preguntaba a Weasley.

-Creo que es una especie de prueba. Fred dijo que dolía mucho, pero espero que fuera una broma.

Cassiopeía puso los ojos en blanco, estaba segura que no les pedirían hacer una prueba mágica con la varita, cuando recién empezaban a utilizarlas.

Mantuvo los ojos fijos en la puerta. En cualquier momento, la profesora McGonagall regresaría y los llevaría al Gran Comedor para ser seleccionados.

Entonces sucedió algo que le hizo dar un salto en el aire... Muchos de los que estaban atrás gritaron.

-¿Qué es...?

Cassiopeía resopló con molestia. Lo mismo hicieron los que estaban a su alrededor. Unos veinte fantasmas acababan de pasar a través de la pared de atrás. De un color blanco

perla y ligeramente transparentes, se deslizaban por la habitación, hablando

unos con otros, casi sin mirar a los de primer curso. Por lo visto, estaban discutiendo. El que parecía un monje gordo y pequeño, decía:

-Perdonar y olvidar. Yo digo que deberíamos darle una segunda

oportunidad...

-Mi querido Fraile, ¿no le hemos dado a Peeves todas las oportunidades

que merece? Nos ha dado mala fama a todos y, usted lo sabe, ni siquiera es un

fantasma de verdad... ¿Y qué estáis haciendo todos vosotros aquí?

El fantasma, con gorguera y medias, se había dado cuenta de pronto de la

presencia de los de primer año.

Nadie respondió.

-¡Alumnos nuevos! -dijo el Fraile Gordo, sonriendo a todos-. Estáis

esperando la selección, ¿no?

Algunos asintieron.

-¡Espero veros en Hufflepuff -continuó el Fraile-. Mi antigua casa, ya sabéis.

-En marcha

-dijo una voz aguda-. La Ceremonia de Selección va a comenzar.

La profesora McGonagall había vuelto. Uno a uno, los fantasmas flotaron a

través de la pared opuesta.

-Ahora formad una hilera -dijo la profesora a los de primer año-, y seguidme.

Con la extraña sensación de que sus piernas eran dos plumas ligeras, Cassiopeía se puso

detrás de una chica de pelo claro y rizado, con Hermione tras ella. Salieron de la habitación,

volvieron a cruzar el vestíbulo, pasaron por unas puertas dobles y entraron en el Gran Comedor.

Cassiopeía nunca habría imaginado un lugar tan extraño y espléndido. Estaba iluminado por miles y miles de velas, que flotaban en el aire sobre cuatro grandes mesas, donde los demás estudiantes ya estaban sentados. En las mesas había platos, cubiertos y copas de oro. En una tarima, en la cabecera

del comedor, había otra gran mesa, donde se sentaban los profesores. La profesora McGonagall condujo allí a los alumnos de primer año y los hizo detener y formar una fila delante de los otros alumnos, con los profesores a sus

espaldas. Los cientos de rostros que los miraban parecían pálidas linternas bajo la luz brillante de las velas. Situados entre los estudiantes, los fantasmas

tenían un neblinoso brillo plateado. Para evitar todas las miradas, tanto Cassiopeía cómo Harry levantaron la vista y vieron un techo de terciopelo negro, salpicado de estrellas.

-Es un hechizo para que parezca como el cielo de fuera, lo leí en

la historia de Hogwarts

-dijo Hermione a Cassiopeía, en susurros.

Era difícil creer que allí hubiera techo y que el Gran Comedor no se abriera

directamente a los cielos.

Ambos bajaron la vista rápidamente, y extrañamente sincronizados, mientras la profesora McGonagall ponía en silencio un taburete de cuatro patas frente a los de primer curso. Encima del

taburete puso un sombrero puntiagudo de mago. El sombrero estaba remendado, raído y muy sucio. Su guardián, Severus Snape, le habría echado un cariñoso incendio, para deshacerse de tal monstruosidad. Entonces el sombrero se movió.

Una rasgadura cerca del borde se abrió, ancha como una boca, y el sombrero comenzó a cantar:

Oh, podrás pensar que no soy bonito,

pero no juzgues por lo que ves.

Me comeré a mí mismo si puedes encontrar

un sombrero más inteligente que yo.

Puedes tener bombines negros,

sombreros altos y elegantes.

Pero yo soy el Sombrero Seleccionador de Hogwarts

y puedo superar a todos.

No hay nada escondido en tu cabeza

que el Sombrero Seleccionador no pueda ver.

Así que pruébame y te diré

dónde debes estar.

Puedes pertenecer a Gryffindor,

donde habitan los valientes.

Su osadía, temple y caballerosidad

ponen aparte a los de Gryffindor.

Puedes pertenecer a Hufflepuff

donde son justos y leales.

Esos perseverantes Hufflepuff

de verdad no temen el trabajo pesado.

O tal vez a la antigua sabiduría de Ravenclaw,

Si tienes una mente dispuesta,

porque los de inteligencia y erudición

siempre encontrarán allí a sus semejantes.

O tal vez en Slytherin

harás tus verdaderos amigos.

Esa gente astuta utiliza cualquier medio

para lograr sus fines.

¡Así que pruébame! ¡No tengas miedo!

¡Y no recibirás una bofetada!

Estás en buenas manos (aunque yo no las tenga).

Porque soy el Sombrero Pensante.

Todo el comedor estalló en aplausos cuando el sombrero terminó su

canción. Éste se inclinó hacia las cuatro mesas y luego se quedó rígido otra

vez.

-¡Entonces sólo hay que probarse el sombrero! -volvió a escuchar el susurró de Weasley hacía Harry-. Voy a matar a Fred.

Harry sonrió débilmente. Sí, probarse el sombrero era mucho mejor que

tener que hacer un encantamiento, pero habría deseado no tener que hacerlo

en presencia de todos. El sombrero parecía exigir mucho, y Harry no se sentía

valiente ni ingenioso ni nada de eso, por el momento. Si el sombrero hubiera

mencionado una casa para la gente que se sentía un poco indispuesta, ésa

habría sido la suya, Cassiopeía estaba en una situación completamente diferente, ella deseaba con todas sus fuerzas quedar en Slytherin; no importaba que Severus se enfadará, esa era su casa destinada.

La profesora McGonagall se adelantaba con un gran rollo de pergamino.

-Cuando yo os llame, deberéis poneros el sombrero y sentaros en el taburete para que os seleccionen -dijo-. ¡Abbott, Hannah!

Una niña de rostro rosado y trenzas rubias salió de la fila, se puso el

sombrero, que la tapó hasta los ojos, y se sentó.

Un momento de pausa.

-¡HUFFLEPUFF! -gritó el sombrero.

La mesa de la derecha aplaudió mientras Hannah iba a sentarse con los de

Hufflepuff. Harry vio al fantasma del Fraile Gordo saludando con alegría a la

niña, mientras que Cassiopeía ponía los ojos en blanco a causa de esto, que espectro más ridículo.

-¡Bones, Susan!

-¡HUFFLEPUFF! -gritó otra vez el sombrero, y Susan se apresuró a sentarse al lado de Hannah.

-¡Boot, Terry!

-¡RAVENCLAW!

La segunda mesa a la izquierda aplaudió esta vez. Varios Ravenclaws se

levantaron para estrechar la mano de Terry, mientras se reunía con ellos.

Brocklehurst, Mandy también fue a Ravenclaw, pero Brown, Lavender

resultó la primera nueva Gryffindor, en la mesa más alejada de la izquierda,

que estalló en vivas. Harry pudo ver a los hermanos gemelos de Ron, silbando. Y cómo era de esperarse tanto Cassiopeía como Hermione hicieron una mueca de desaprobación por esto.

Bulstrode, Millicent fue a Slytherin. Tal vez era la imaginación de Harry;

después de todo lo que había oído sobre Slytherin, pero le pareció que era un grupo desagradable.

Comenzaba a sentirse decididamente mal. Recordó lo que pasaba en las clases de gimnasia de su antiguo colegio, cuando se escogían a los jugadores para los equipos. Siempre había sido el último en ser elegido, no porque fuera malo, sino porque nadie deseaba que Dudley pensara que lo querían.

-¡Finch-Fletchley, Justin!

-¡HUFFLEPUFF!

Harry notó que, algunas veces, el sombrero gritaba el nombre de la casa de inmediato, pero otras tardaba un poco en decidirse.

-Finnigan, Seamus. -El muchacho de cabello arenoso, que estaba al

lado de Harry en la fila, estuvo sentado un minuto entero, antes de que el sombrero lo declarara un Gryffindor.

-Granger, Hermione.

-Suerte Herms, tranquila y no entres en pánico -le dijo, más nerviosa que la propia Hermione.

-Decirle eso a una persona nerviosa, es lo peor que puedes hacer -espetó la castaña, aún más inquieta que antes.

Hermione casi corrió hasta el taburete y se puso el sombrero, muy

nerviosa.

-¡GRYFFINDOR! -gritó el sombrero. Weasley gruñó. Cassiopeía hizo una mueca de profundo desagrado y un horrible pensamiento atacó a Harry, uno de aquellos horribles

pensamientos que aparecen cuando uno está muy intranquilo. ¿Y si a él no lo

elegían para ninguna casa? ¿Y si se quedaba sentado con el sombrero sobre los ojos, durante horas, hasta que la profesora McGonagall se lo quitara de la cabeza para decirle que era evidente que se habían equivocado y que era mejor que volviera en el tren?, Cassiopeía puso cara triste; pero fingió una sonrisa que ni Voldemort se la creería.

Cuando Neville Longbottom, el chico que perdía su sapo, fue llamado, se

tropezó con el taburete. El sombrero tardó un largo rato en decidirse. Cuando finalmente gritó: ¡GRYFFINDOR!, Neville salió corriendo, todavía con el sombrero puesto y tuvo que devolverlo, entre las risas de todos, a MacDougal, Morag.

Malfoy se adelantó al oír su nombre y de inmediato obtuvo su deseo: el

sombrero apenas tocó su cabeza y gritó: ¡SLYTHERIN!

Malfoy fue a reunirse con sus amigos Crabbe y Goyle, con aire de

satisfacción. Ya no quedaba mucha gente.

Moon... Nott... Parkinson... Después unas gemelas, Patil y Patil... Y entonces, fue el turno de Harry Potter.

Cassiopeía sintió como sí todo su mundo diera vueltas. Nunca había deseado algo tan fuerte, como que Harry quedará en Slytherin.

-¡Potter; Harry!

Mientras Harry se adelantaba, los murmullos se extendieron súbitamente

como fuegos artificiales, Cassiopeía quería tirarles un silencius a todos esos chismosos, para que le dejarán en paz.

-¿Ha dicho Potter?

-¿Ese Harry Potter?

Lo último que Harry vio, antes de que el sombrero le tapara los ojos, fue el

comedor lleno de gente que trataba de verlo bien y los reconfortantes ojos azules eléctricos de Cassiopeía Orwell Drakonis. Al momento siguiente, miraba el oscuro interior del sombrero. Esperó.

-Mm -dijo una vocecita en su oreja-. Difícil. Muy difícil. Lleno de valor, lo veo. Tampoco la mente es mala. Hay talento, oh vaya, sí, y una buena

disposición para probarse a sí mismo, esto es muy interesante... Entonces,

¿dónde te pondré?

Harry se aferró a los bordes del taburete y pensó: «En Slytherin no, en Slytherin no».

-En Slytherin no, ¿eh?

-dijo la vocecita-. ¿Estás seguro? Podrías ser muy grande, sabes, lo tienes todo en tu cabeza y Slytherin te ayudaría en el camino hacia la grandeza. No hay dudas, ¿verdad? Bueno, si estás seguro, mejor que seas ¡GRYFFINDOR!

Harry oyó al sombrero gritar la última palabra a todo el comedor. Se quitó el sombrero y anduvo, algo mareado, hacia la mesa de Gryffindor. Estaba tan

aliviado de que lo hubiera elegido y no lo hubiera puesto en Slytherin, que casi

no se dio cuenta de que recibía los saludos más calurosos hasta el momento.

Percy el prefecto se puso de pie y le estrechó la mano vigorosamente, mientras los gemelos Weasley gritaban: «¡Tenemos a Potter! ¡Tenemos a Potter!». Harry se sentó en el lado opuesto al fantasma que había visto antes. Éste le dio una palmada en el brazo, dándole la horrible sensación de haberlo metido en un

cubo de agua helada.

Cassiopeía sintió un aura de tristeza nublar su felicidad, Hermione estaba en Gryffindor y ahora también Harry, simplemente faltaba que la pusieran en Hufflepuff y sería oficialmente, el peor día de su vida.

-Orwell-Drakonis... -al ver el tercer apellido, Minerva McGonagall decidió guardarsélo y no decirlo frente a los otros estudiantes-. Cassiopeía Metis.

Los murmullos se alzaron más aún que cuando Harry paso al frente.

«Es la hija del rey del mundo mágico», dijo uno; «la princesa pérdida a vuelto». Y todas esas estupideces que solían decir los "patasucias incultos". Como los llamaba Severus Snape, cuando estaba de buen humor. Cuando tenía un día malo, bueno; las cosas que decía no eran reproducibles, menos en la boca de una estudiante de once años.

A la niña le pareció un tanto extraño que la profesora McGonagall no dijera su último apellido, pero le restó importancia y camino hacia el taburete con ese sombrero todo desilachado y remendado. La profesora McGonagall quitó el sombrero de su lugar y se lo puso a Cassiopeía en la cabeza. Está hizo cómo había visto a sus otros compañeros, esperó y entonces, escuchó una vocecita hablándole al oído.

-Oh, esto es sorprendente

-dijo el Sombrero Seleccionador, muy sorprendido-. Vas a ser más difícil de ubicar que Harry Potter. Veamos, la mente no es mala. También veo un valor digno de Gryffindor, un poco de altruismo Hufflepuff y un raciocinio perfectamente utilizable en Ravenclaw. Pero, sobre todas estás cosas sobresale una increíble sed por obtener poder. Sólo una vez he leído una mente igual y terminó siendo uno de los magos oscuros más poderosos de todos los tiempos. Creo que estarías mejor en Gryffindor.

Cassiopeía se puso rígida sobre el taburete y pensó: «Envíame a mi destino, la casa de mí ancestro.»

-¿Estás segura de no querer ir a Gryffindor? -preguntó el sombrero, intentando persuadir a la niña-. Serías grande también en esa casa tanto cómo en Slytherin.

«Estoy completamente segura, sombrero de Godric Gryffindor; mándame con quiénes pertenezco», pensó; completamente decidida.

-De acuerdo, sí esa es tú última palabra, serás una... ¡SLYTHERIN!

Cassiopeía puso una gran sonrisa en su rostro. Estaba tan feliz que casi no podía aguantar las ganas de saltar. Era una Slytherin, cómo lo fue su abuelo paterno y su abuelo materno, como también lo fueron sus padres y todos sus otros parientes.

Podía escuchar el sonido de los aplausos de la mesa verde y plata, alguien perdió los estribos y gritó: «¡La princesa pérdida es nuestra!», a ese vitoreó le siguió unos cuántos más. Por primera vez, la mesa de los Slytherin estaba completamente descontrolada. Cassiopeía cuadro los hombros y camino hacia la mesa de las serpientes. Sentía una mirada clavada sobre ella, al voltear; vio a Hermione con una expresión desanimada dibujada en su rostro. Cassiopeía le sonrió con todos los dientes, lo cuál animó a su amiga; que la saludó emocionada. Harry también la miraba, así que; Cassiopeía se puso completamente nerviosa y le dio una pequeña sonrisilla tímida combinada con unas mejillas arreboladas por el rubor. Se sentó entre Parkinson y otro chico que no logró distinguir, por causa de la emoción que la embargaba. Miró hacía la mesa de los profesores... Severus Snape ya no se encontraba sentado en ella. Haya él sí se enfadaba. Podía ver bien la Mesa Alta. En la punta, cerca de Albus Dumbledore, estaba Hagrid, que la

miró y levantó los pulgares. Harry le sonrió y Cassiopeía sintió celos por eso. Y allí, en el centro de la Mesa Alta,

en una gran silla de oro, estaba sentado Albus Dumbledore. Cassiopeía lo reconoció

de inmediato, por el cromo de las ranas de chocolate, que hacía una semana le trajo de regalo Severus. El cabello plateado de Dumbledore era lo único que brillaba tanto como los fantasmas. Vio como Harry lo observaba con curiosidad y en consecuencia, apretó el tenedor que sostenía en la mano con fuerza. La niña también

vio al profesor Quirrell, el nervioso joven profesor de Defensa contra las Artes Oscuras, que su guardián solía llamar tembleque cobarde. Estaba muy extravagante, con un gran turbante púrpura.

Y ya quedaban solamente tres alumnos para seleccionar. A Turpin, Lisa le

tocó Ravenclaw, y después le llegó el turno a Weasley. Tenía una palidez verdosa y pudo ver que Harry cruzó los dedos debajo de la mesa, esperaba que tuviera deseando su no ingreso a Gryffindor, sentiría una enorme satisfacción sí quedaba seleccionado en Hufflepuff. Un segundo más tarde, el sombrero

gritó: ¡GRYFFINDOR!

Harry aplaudió con fuerza, para el profundo disgusto de Cassiopeía; que en su mente lo apuñalaba con alfileres igual que a un muñeco vudú, los demás Gryffindors hacían lo mismo que Harry, aplaudir como monos sin clase; salvo Hermione, que miraba al pelirrojo como un bicho pegado a su zapato de charol, mientras que Weasley se desplomaba en la silla más próxima.

-Bien hecho, Ron, excelente

-dijo pomposamente Percy Weasley, por

encima de Harry, mientras que Zabini, Blaise era seleccionado para Slytherin.

La profesora McGonagall enrolló el pergamino y se llevó el Sombrero

Seleccionador.

Harry miró su plato de oro vacío. Acababa de darse cuenta de lo

hambriento que estaba, en la mesa de enfrente; Cassiopeía miraba sus ojos hambrientos con pena, «¿cuántas privaciones habrás pasado, Harry». Albus Dumbledore se había puesto de pie. Miraba con expresión radiante a

los alumnos, con los brazos muy abiertos, como si nada pudiera gustarle más

que verlos allí, a Cassiopeía le pareció que ese gesto era bastante falso, ya le caía mal el viejo.

-¡Bienvenidos!

-dijo-. ¡Bienvenidos a un año nuevo en Hogwarts! Antes de comenzar nuestro banquete, quiero deciros unas pocas palabras. Y aquí

están, ¡Papanatas! ¡Llorones! ¡Baratijas! ¡Pellizco!... ¡Muchas gracias!

Se volvió a sentar. Todos aplaudieron y vitorearon. Harry no sabía si reír o

no. Cassiopeía quedó con un gesto serio y molestó.

-¿Y ese viejo es el mejor mago de todos los tiempos?

-preguntó con aire indignado hacía la mesa repleta de Slytherins.

-¿Quién dijo que es el mejor mago de todos los tiempos? -dijo Niko Dolohv con frialdad-. Y sí esa cabra es el mejor mago del mundo mágico que nos queda a nosotros. ¿Asado, Cassiopeía?

Cassio se quedó con la boca abierta, a causa de la abrupta y sincera acotación. Los platos que había frente a ella de pronto estuvieron llenos de comida. Nunca había visto tantas cosas que le gustara comer sobre una mesa, salvo que fuera a la casa de los Malfoy o fuera alguna ocasión especial, cómo su cumpleaños o la fiesta de Yule: carne asada, pollo asado, chuletas de cerdo y de ternera, salchichas, tocino y filetes, patatas cocidas, asadas y fritas, pudín,

guisantes, zanahorias, salsa de carne, salsa de tomate y, por alguna extraña

razón, bombones de menta.

Severus Snape nunca había matado de hambre a Cassiopeía, pero tampoco le

había permitido comer todo lo que quería.

Su guardián le decía que sí comía eso todos los días, saldría rodando por las escaleras de la casa. Cassiopeía llenó su plato con un poco de todo,

salvo los bombones de menta, que no le gustaban para nada, y comenzó a comer. Todo estaba delicioso.

-Eso tiene muy buen aspecto -dijo con tristeza el fantasma de Slytherin,

observando a la niña pelirroja mientras ésta cortaba su filete.

-¿No puede...?

-No he comido desde hace unos cuatrocientos años

-dijo el fantasma-.

No lo necesito, por supuesto, pero uno lo echa de menos. Creo que no me he

presentado, ¿verdad? El Barón Sanguinario a su servicio, señorita.

Fantasma Residente de la Torre de Slytherin.

-¡Yo sé quién es usted!

-dijo súbitamente Draco Malfoy, al otro lado de la mesa-. Mi padre me lo contó. ¡Usted es Sanguinario!

-Yo preferiría que me llamaran El Barón Sanguinario... -comenzó a decir el fantasma con severidad, pero lo interrumpió Blaise Zabinni, el chico de piel oscura y labios carnosos.

-¿Sanguinario? ¿Cómo un hombre con esa cara de tonto pudo obtener semejante nombre?

-Quemó a siete pueblos enteros en un día -replicó una voz, que Cassiopeía conocía la perfección.

No podía creerlo. Esto tenía que ser una broma,

definitivamente; alguien haya arriba, posiblemente Salazar Slytherin o Merlín Drakonis, disfrutaban de hacer su vida miserable. Justo sentado al lado de Blaise Zabinni, estaba Matt Burkes; con esa típica sonrisa de tiburón plasmada en su rostro moreno.

-¿Cómo estás, Orwell?

-preguntó Burkes, con una seguridad irritante.

Cassiopeía dejó salir un gruñido enfurecido y apuñaló de forma furiosa la ternera que tenía en su plato. Las patatas fritas casi salen volando de su plato dorado y la ternera fue casi triturada por sus dientes.

Burkes la miró con arrogancia, mientras cortaba la carne asada de su plato, con unos modales irritantemente aristocráticos.

-Es tan lindo -dijo Parkinson, provocando que una vena saltará en la frente de Cassiopeía.

-También lo son los cachorros de León de Nimea, pero no vez que algún mago los tenga por mascota

-replicó la niña, provocando que toda la mesa de Slytherin se quedará en silencio.

Todos miraron a Burkes con diferentes grados de espanto, los de primer curso observaban a las serpientes de cursos superiores con curiosidad. El chico de segundo, se levantó parsimoniosamente. Los otros ocupantes tragaron en seco.

-¿Qué ocurre que están todos callados? -preguntó Natasha Bagshot, con el uniforme de Gryffindor; pulcramente puesto y su cabello pelirrojo, atado en una cola de caballo-. Parece más un funeral que la mesa de Slytherin.

Al chico de cabellos y ojos negros, se le iluminó la cara al ver a su amiga. Los Slytherins de primer curso empezaron a murmurar y a mirarla de forma despectiva. Los comentarios de «traidora a la sangre», «sucia Gryffindor» y «debe ser una sangre sucia», no se hicieron esperar para aparecer en las bocas de esos niños. Cassiopeía estaba verdaderamente impresionada, había conocido a Natasha hacia pocas horas, y a pesar de eso; le caía bien, no era mala persona y siempre le hablo con amabilidad.

-¿Qué hace una asquerosa Gryffindor en nuestra mesa? -exigió saber Draco Malfoy, con ese tono petulante y una expresión de desagrado completo en su rostro.

Desde segundo a sexto curso, ahogaron un jadeó generalizado de horror. Cuando vieron que Matthew Burkes, volteaba con una gran sonrisa en su rostro y miraba a Malfoy como si fuera estiércol pegado a sus zapatos, algunos sentían el sudor bajarles por la sien; otros pedían a Merlín que no fuese tan grave.

-Malfoy, ¿no es así?

-dijo Burkes, con calma fingida, cuando él rubio platinado asintió; lleno de orgullo, Matt aprovechó su oportunidad-. Te explicaré cómo es la jerarquía dentro de Slytherin, niño. Ésta se gana por un duelo mágico, cualquiera que pueda desarmar al líder actual; termina por ocupar su lugar automáticamente. Yo lo gané en mí primera noche en Hogwarts y como nadie a podido vencerme, sigo siendo el que manda en nuestra casa y sí yo pido que bailes en tutu sobre la mesa, lo harás o tú vida en los próximos seis años restantes serán un infierno, ¿lo has comprendido, Malfoy? Y esto es para todos los que ingresaron ahora, sigan mis reglas y sobrevivirán dentro de Slytherin, desafiánme y les enseñaré cómo se hace un cruciatus perfecto.

Todos los de primer curso tragaron grueso, salvó Cassiopeía; que le parecía un idiota sin clase que estaba intimidando a niños pequeños.

Natasha apretó la mano de Matt y besó su mejilla, para tranquilizarlo. También para evitar que hechizará al chico Malfoy, que parecía a punto de ensuciar sus calzones.

-Matt, ¿después podemos ir a recorrer el lago negro?

-preguntó Natasha, con aire soñador y ansioso.

-Sí, le digo a los demás y planeamos algo para escaparnos de Filch -respondió Matt, medio frío y un tanto distante.

Cassiopeía hablo un rato con Niko Dolohv, ignorando por completo a la idiota de Parkinson. Hasta que, primero desaparecieron los platos, los cubiertos, la comida y por último, también los postres, y el profesor Dumbledore

se puso nuevamente de pie. Todo el salón permaneció en silencio.

-Ejem... sólo unas pocas palabras más, ahora que todos hemos comido y

bebido. Tengo unos pocos anuncios que haceros para el comienzo del año.

» Los de primer año debéis tener en cuenta que los bosques del área del castillo están prohibidos para todos los alumnos. Y unos pocos de nuestros antiguos alumnos también deberán recordarlo.

Los ojos relucientes de Dumbledore apuntaron en dirección a los gemelos

Weasley y a la pandilla de Matt Burkes, aunque lo último no lo notarán los otros alumnos, salvó Cassiopeía, claro.

-El señor Filch, el celador, me ha pedido que os recuerde que no debéis hacer magia en los recreos ni en los pasillos.

» Las pruebas de quidditch tendrán lugar en la segunda semana del curso.

Los que estén interesados en jugar para los equipos de sus casas, deben

ponerse en contacto con la señora Hooch. Y por último, quiero deciros que este año el pasillo del tercer piso, del

lado derecho, está fuera de los límites permitidos para todos los que no deseen

una muerte muy dolorosa.

Cassiopeía, a diferencia de algunos leones; no rió, sino que su semblante permaneció serio.

-¿Lo decía en serio?

-murmuró a Niko.

-Eso creo -dijo Niko, mirando ceñudo a Dumbledore-. Es raro, porque habitualmente nos dice el motivo por el que no podemos ir a algún lugar. Por ejemplo, el bosque está lleno de supuestos animales peligrosos, todos creen saber eso. Con los chicos hemos ido al bosque prohibió muchísimas veces y nunca nos ha ocurrido nada.

-¡Y ahora, antes de que vayamos a acostarnos, cantemos la canción del

colegio! -exclamó Dumbledore. Tanto Cassiopeía cómo Harry notaron que las sonrisas de los otros profesores se habían vuelto algo forzadas.

Dumbledore agitó su varita, como si tratara de atrapar una mosca, y una larga tira dorada apareció, se elevó sobre las mesas, se agitó como una serpiente y se transformó en palabras.

-¡Que cada uno elija su melodía favorita! -dijo Dumbledor-. ¡Y allá vamos!

Y todo el colegio vociferó:

Hogwarts, Hogwarts, Hogwarts,

enséñanos algo, por favor.

Aun que seamos viejos y calvos o jóvenes con rodillas sucias,

nuestras mentes pueden ser llenadas

con algunas materias interesantes.

Porque ahora están vacías y llenas de aire,

pulgas muertas y un poco de pelusa.

Así que enséñanos cosas que valga la pena saber,

haz que recordemos lo que olvidamos,

hazlo lo mejor que puedas, nosotros haremos el resto, y aprenderemos hasta que nuestros cerebros se consuman.

Cada uno terminó la canción en tiempos diferentes. Al final, sólo los gemelos Weasley seguían cantando, con la melodía de una lenta marcha

fúnebre. Dumbledore los dirigió hasta las últimas palabras, con su varita y,

cuando terminaron, fue uno de los que aplaudió con más entusiasmo. Provocando un gran disgusto en Cassiopeía, que creía inútil cantar esa canción y además; se veía lo cansados que estaban algunos.

-¡Ah, la música! -dijo, enjugándose los ojos-. ¡Una magia más allá de

todo lo que hacemos aquí! Y ahora, es hora de ir a la cama. ¡Salid al trote!

Los de primer año de Slytherin siguieron a Marcus Flint a través de grupos

bulliciosos, salieron del Gran Comedor y bajaron por la escalera de mármol.

Las piernas de Cassiopeía esta vez parecían de plomo, pero sólo por el exceso de

cansancio y comida. Estaba tan dormida que ni notó que la gente de los retratos, a lo largo de los pasillos, susurraba y los señalaba al pasar; o cuando Flint en dos oportunidades los hizo pasar laberinticos pasillos y que el aire se enfría cada vez más. Bajaron más escaleras, bostezando y arrastrando los pies y, cuando Cassiopeía comenzaba

a preguntarse cuánto tiempo más deberían seguir, pasaron una puerta de roble grueso y se detuvieron súbitamente.

Unos bastones flotaban en el aire, por encima de ellos, y cuando Flint se

acercó comenzaron a caer contra él.

-Peeves -susurró Flint a los de primer año-. Es un duende, lo que en

las películas llaman poltergeist. -Levantó la voz-: Peeves, aparece.

La respuesta fue un ruido fuerte y grosero, como si se desinflara un globo.

-¿Quieres que vaya a buscar al Barón Sanguinario?

Se produjo un chasquido y un hombrecito, con ojos oscuros y perversos y

una boca ancha, apareció, flotando en el aire con las piernas cruzadas y

empuñando los bastones.

-¡Oooooh!

-dijo, con un maligno cacareo-. ¡Los horribles novatos! ¡Qué

divertido!

De pronto se abalanzó sobre ellos. Todos se agacharon.

-Vete, Peeves, o el Barón se enterará de esto. ¡Lo digo en serio! -gritó Flint, enfadado.

Peeves hizo sonar su lengua y desapareció, dejando caer los bastones sobre la cabeza de Theodore Nott. Lo oyeron alejarse con un zumbido, haciendo

resonar las armaduras al pasar.

-Tenéis que tener cuidado con Peeves -dijo Flint, mientras seguían

avanzando-. El Barón Sanguinario es el único que puede controlarlo, ni

siquiera nos escucha a los prefectos. Ya llegamos.

Estaban frente a una pared de piedra. Flint paso su varita y se reveló el cuadro de un antiguo director de Hogwarts, que en algún momento había pertenecido a Slytherin.

-Santo y seña -dijo el hombre del cuadro, calmadamente.

-Supremacía de sangre -respondió Flint, con un susurró apenas audible-. La contraseña de la Sala Común sólo pueden saberla las personas que pertenezcan a nuestra casa. Ningún miembro de una casa ajena a Slytherin puede saberla.

Sí desean ver a su amigo/a perteneciente a otra casa, deberán interactuar con él o ella en el Gran Comedor. Espero que esto les haya quedado claro.

Todos asintieron, incluida Cassiopeía; que a pesar de su apreció a Hermione; no quería que sus compañeros de Slytherin la lincharan, dejó de pensar en eso cuando pudo vislumbrar todo lo que la rodeaba, lámparas de techo iluminaban toda la Sala Común, provocando que el contraste con sillones de cuero negro, sillas y mesas de madera tallada cubiertas por elaborados manteles verde esmeralda, fuera magnífico. Unas escaleras a los lados de una antigua chimenea-hogar de mármol fino, conducía a las habitaciones. Flint guió a los chicos por las escaleras de la derecha a las chicas por las escaleras de la izquierda. Caminaron hasta que Cassiopeía vio su nombre junto a otros apellidos.

Ocupantes de la habitación 5:

Parkinson, Pansy

Greengrass, Daphne

Davis, Tracey

Orwell Drakonis, Cassiopeía.

Abrieron la puerta y cuatro camas

con cuatro postes cada una y cortinas de terciopelo verde oscuro fue lo que vieron primero. Sus baúles ya

estaban allí. Demasiado cansadas para conversar, se pusieron sus pijamas y se metieron en la cama.

Cassiopeía se quedó dormida de inmediato.

Tal vez había comido demasiado, porque tuvo un sueño muy

extraño. Tenía puesto el turbante del profesor Quirrell, que le hablaba y le decía que debía pasarse a Gryffindor de inmediato, porque ése era su destino.

Cassiopeía contestó al turbante que no quería estar en Gryffindor y el turbante se volvió cada vez más pesado. Intentó quitárselo, pero le apretaba

dolorosamente, y entonces apareció Burkes, que se burló de ella mientras

luchaba para quitarse el turbante. Luego Burkes se convirtió en Snape, cuya risa se volvía cada vez más fuerte y fría... Se produjo un estallido de luz verde y Cassiopeía se despertó, temblando y empapada en sudor.

Se dio la vuelta y se volvió a dormir. Al día siguiente, cuando se despertó, no recordaba nada de aquel sueño.

            
            

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