Cassiopeía Orwell y la piedra filosofal Capítulo 8 06. La clase de Pociones (Severus Snape vs Harry Potter)
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-Allí, mira.
- ¿Dónde?
-Al lado del chico alto y pelirrojo.
- ¿El de gafas?
- ¿Has visto su cara?
- ¿Has visto su cicatriz?
Los murmullos siguieron a Harry desde el momento en que, al día
siguiente, salió del dormitorio. Los alumnos que esperaban fuera de las aulas
se ponían de puntillas para mirarlo, o se daban la vuelta en los pasillos,
observándolo con atención. Harry deseaba que no lo hicieran, porque intentaba
concentrarse para encontrar el camino de su clase.
En Hogwarts había 142 escaleras, algunas amplias y despejadas, otras
estrechas y destartaladas.
Algunas llevaban a un lugar diferente los viernes.
Otras tenían un escalón que desaparecía a mitad de camino y había que
recordarlo para saltar. Después, había puertas que no se abrían, a menos que
uno lo pidiera con amabilidad o les hiciera cosquillas en el lugar exacto, y
puertas que, en realidad, no eran sino sólidas paredes que fingían ser puertas.
También era muy difícil recordar dónde estaba todo, ya que parecía que las cosas cambiaban de lugar continuamente. Las personas de los retratos
seguían visitándose unos a otros, y Harry estaba seguro de que las armaduras
podían andar.
Los fantasmas tampoco ayudaban. Siempre era una desagradable
sorpresa que alguno se deslizara súbitamente a través de la puerta que se intentaba abrir. Nick Casi Decapitado siempre se sentía contento de señalar el
camino indicado a los nuevos Gryffindors, pero Peeves el Duende se encargaba de poner puertas cerradas y escaleras con trampas en el camino de los
que llegaban tarde a clase. También les tiraba papeleras a la cabeza, corría las
alfombras debajo de los pies del que pasaba, les tiraba tizas o, invisible, se deslizaba por detrás, cogía la nariz de alguno y gritaba: ¡TENGO TU NARIZ!
Pero aún peor que Peeves, si eso era posible, era el celador, Argus
Filch.
Harry y Ron se las arreglaron para chocar con él, en la primera mañana. Filch
los encontró tratando de pasar por una puerta que, desgraciadamente, resultó ser la entrada al pasillo prohibido del tercer piso. No les creyó cuando dijeron
que estaban perdidos, estaba convencido de que querían entrar a propósito y los amenazó con encerrarlos en los calabozos, hasta que el profesor Quirrell,
que pasaba por allí, los rescató.
Filch tenía una gata llamada Señora Norris, una criatura flacucha y de color polvoriento, con ojos saltones como linternas, iguales a los de Filch. Patrullaba
sola por los pasillos. Si uno infringía una regla delante de ella, o ponía un pie fuera de la línea permitida, se escabullía para buscar a Filch, el cual aparecía en dos segundos. Por otra parte, Cassiopeía había empezado su mañana diferente. Hermione había ido a buscarla a las mazmorras a las siete en punto y ella, tuvo que levantarse entre tientas y gruñidos; sacar a Parkinson, literalmente, a rastras de su monopolio sobre el cuarto de baño y lavarse los dientes, peinarse sus rebeldes rizos color fuego a ritmo apresurado y ponerse el uniforme completo a la carrera.
Bajo las escaleras de mármol a toda prisa y casi llevándose puesto a su primo Draco, al final de estás. Farbullo una disculpa y gritó a sus espaldas «¡Buenos días, Drac!», mientras corría cómo si la estuviera persiguiendo una horda de inferis furiosos. Ni siquiera saludo a Hermione, cuando la vio; simplemente, la tomó por el brazo y le obligó a correr a su ritmo.
-¡Cassiopeía, tranquila! -gritó Hermione, tratando de sosegar a la otra niña, que parecía a punto de sufrir un ataque nervioso-, ¡Cassiopeía Metis Orwell-Drakonis, aplácate ahora mismo!
Cassiopeía paró en seco y tomó varias respiraciones, logrando mitigarse un poco. Al ver que su amiga se había apaciguado al fin, Hermione sonrió satisfecha y siguieron caminando por unos tramos más, Cassiopeía le estaba contando de lo difícil que iba a ser convivir con Pansy Parkinson, mientras que Hermione le decía lo insoportable que eran Lavender Brown y Pavarti Patil cómo compañeras de cuarto, tan absortas estaban en sus conversación. Que ni notaron que otras personas iban caminando hacía ellas; hasta que hicieron colisión. Cassiopeía chocó contra unos ojos verdes esmeraldas, cómo el color de su propia casa; ocultos tras unas gafas de montura redonda. Un furioso sonrojo se instaló en los rostros de ambos niños.
-Hola, Cassio-dijo Harry, con tono feliz.
-Hola, Harry -respondió Cassiopeía, sintiendo cómo sus piernas se volvían jalea; a causa del nerviosismo.
-Pero que lindos son -espetó la voz de Matt Burkes, destilando cinismo-. Simplemente, hay que lanzarles miel encima y las abejas vendrían corriendo a posarse sobre ustedes dos.
Cassiopeía volteó con enojó hacía Burkes, ese maldito entrometido y amargado Slytherin de segundo curso, que la miraba con una sonrisa satisfecha plantada en su rostro. A su lado, estaba su inseparable amigo Brian, que solamente puso los ojos en blanco; mientras se ponía delante de él.
- ¿Cómo estás, Cassiopeía? -preguntó Brian, amigable; provocando una sensación rara en el pecho de Harry, que apretó los puños, molesto.
-Bien, quedé en Slytherin -respondió contenta.
-Diría algún comentario inteligente sobre eso, pero el ver a Potter teniendo un irrefrenable ataque de celos, es una satisfacción mucho más grande que hacer enrabietar a ésta niñata.
Cassiopeía estuvo a punto de replicar hacía Burkes, hasta que analizó sus últimas palabras en su cabeza, teniendo cómo resultado un intenso color rojo en sus mejillas, que hacía competencia con su pelo. Harry se encontraba igual de sonrojado, Weasley no entendía nada; por estar pensando que tenía hambre y Hermione no pudo evitar contenerse, al momento de opinar.
-De hecho, Burkes -dijo Hermione, llamando la atención del chico frente a ella-. Yo también he estado analizando el comportamiento de ambos desde que los conozco y he llegado a la conclusión de que las endorfinas en sus cerebros preadolescentes los hace sentir una indiscutible atracción entre sí.
Matt y Brian se miraron entre ellos, para después voltear hacía Hermione, anonadados. Esa niña podría ser parte de la casa Gryffindor, pero tranquilamente también podría haber sido parte de las otras tres restantes.
-Me sorprendes, Granger -dijo Matt, sin poder ocultar su asombro-. Nada mal... Para una Gryffindor.
Hermione elevó una ceja, suspicaz; mientras una sonrisa para nada Gryffindor se colaba en su rostro, sorprendiendo de nuevo, al Slytherin y al Ravenclaw.
-Y tú eres muy inteligente... Para ser un Slytherin -replicó Hermione, poniendo una sonrisa altanera en su rostro.
-Creo que acaban de superarte en mordacidad, Burkes -espetó Niko Dolohv, posando su mano sobre el hombro de el azabache.
-Que te den, Dolohv -cacareó Matt, bastante ofuscado.
-Sí eres tú él que me dé, yo gustoso lo recibo -le dijo, con un tono muy sujerente.
El Slytherin se ahogó con su propia saliva y puso a Lestrange entré su persona y el otro chico. El Ravenclaw saludo al otro Slytherin, mientras que Cassiopeía y Hermione ponían los ojos en blanco; iniciando una discreta retirada. Con Harry y Weasley pisandóles los talones.
Y después, cuando por fin habían encontrado las aulas, estaban las clases.
Había mucho más que magia, como Harry descubrió muy pronto y Cassiopeía se le iluminaba el rostro a causa de esto. Y sino se equivocaba, Hermione se encontraba en la misma situación que ella, las asignaturas eran mucho más que agitar la varita y decir unas palabras graciosas.
Tenían que estudiar los cielos nocturnos con sus telescopios, cada miércoles a medianoche, y aprender los nombres de las diferentes estrellas y los movimientos de los planetas. Tres veces por semana iban a los
invernaderos de detrás del castillo a estudiar Herbología, con una bruja pequeña y regordeta llamada profesora Sprout, y aprendían a cuidar de todas las plantas extrañas y hongos y a descubrir para qué debían utilizarlas.
Pero la asignatura más aburrida era Historia de la Magia, la única clase dictada por un fantasma. El profesor Binns ya era muy viejo cuando se quedó
dormido frente a la chimenea del cuarto de profesores y se levantó a la mañana siguiente para dar clase, dejando atrás su cuerpo. Binns hablaba
monótonamente, mientras escribía nombres y fechas, y hacia que Elmerico el
Malvado y Ulrico el Chiflado se confundieran.
El profesor Flitwick, el de la clase de Encantamientos, era un brujo diminuto que tenía que subirse a unos cuantos libros para ver por encima de su escritorio. Al comenzar la primera clase, sacó la lista y, cuando llegó a los nombres de Harry y Cassiopeía, dio un chillido de excitación y desapareció de la vista.
La profesora McGonagall era siempre diferente. Cassiopeía había tenido razón al pensar que era una profesora al extremo de lo exigente.
Estricta e inteligente, les habló en el primer momento en que se sentaron, el día
de su primera clase.
-Transformaciones es una de las magias más complejas y peligrosas que aprenderéis en Hogwarts -dijo-. Cualquiera que pierda el tiempo en mi clase
tendrá que irse y no podrá volver. Ya estáis prevenidos.
Entonces transformó un escritorio en un cerdo y luego le devolvió su forma original. Todos estaban muy impresionados y no aguantaban las ganas de empezar, pero muy pronto se dieron cuenta de que pasaría mucho tiempo antes de que pudieran transformar muebles en animales. Después de hacer una cantidad de complicadas anotaciones, les dio a cada uno una cerilla para que intentaran convertirla en una aguja. Al final de la clase, sólo Hermione
Granger y obviamente, Cassiopeía Orwell-Drakonis habían hecho algún cambio en la cerilla. La profesora McGonagall mostró a todos cómo se habían vuelto plateadas y puntiagudas, y dedicó a las niñas una
excepcional sonrisa.
La clase que todos esperaban era Defensa Contra las Artes Oscuras, pero las lecciones de Quirrell resultaron ser casi una broma. Su aula tenía un fuerte olor a ajo, y todos decían que era para protegerse de un vampiro que había conocido en Rumania y del que tenía miedo de que volviera a buscarlo. Su turbante, les dijo, era un regalo de un príncipe africano como agradecimiento por haberlo liberado de un molesto zombi, pero ninguno creía demasiado en su historia. Por un lado, porque cuando Seamus Finnigan se mostró deseoso de saber cómo había derrotado al zombi, el profesor Quirrell se ruborizó y comenzó a hablar del tiempo, y por el otro, porque habían notado que el curioso olor salía del turbante, y los gemelos Weasley insistían en que estaba
lleno de ajo, para proteger a Quirrell cuando el vampiro apareciera.
Harry se sintió muy aliviado al descubrir que no estaba mucho más
atrasado que los demás. Muchos procedían de familias muggle y, como él, no tenían ni idea de que eran brujas y magos. Había tantas cosas por aprender que ni siquiera un chico como Ron tenía mucha ventaja, salvó que fueras una niña criada prácticamente por Severus Snape y Lucius Malfoy, que le enseñaron hechizos defensivos y el restó de las materias que tendrías en Hogwarts cuando demostraste un ínfimo indicio de magia accidental, cómo le ocurrió a Cassiopeía.
El viernes fue un día importante para Harry y Ron. Por fin encontraron el camino hacia el Gran Comedor a la hora del desayuno, sin perderse ni una vez, mientras que para Cassiopeía y Hermione fue importante, porque habían terminado por aprender a transfigurar un escritorio en un lindo cerdito.
-¿Qué tenemos hoy?
-preguntó Harry a Ron, mientras echaba azúcar
en sus cereales.
-Pociones Dobles con los de Slytherin -respondió Ron-. Snape es el
Jefe de la Casa Slytherin. Dicen que siempre los favorece a ellos... Ahora
veremos si es verdad.
-Ojalá McGonagall nos favoreciera a nosotros-dijo Harry.
La profesora
McGonagall era la jefa de la casa Gryffindor; pero eso no le había impedido
darles una gran cantidad de deberes el día anterior.
Justo en aquel momento llegó el correo. Harry ya se había acostumbrado,
pero la primera mañana se impresionó un poco cuando unas cien lechuzas entraron súbitamente en el Gran Comedor durante el desayuno, volando sobre las mesas hasta encontrar a sus dueños, para dejarles caer encima cartas y
paquetes.
Hedwig no le había llevado nada hasta aquel día. Algunas veces volaba
para mordisquearle una oreja y conseguir una tostada, antes de volver a dormir en la lechucería, con las otras lechuzas del colegio. Sin embargo, aquella mañana pasó volando entre la mermelada y la azucarera y dejó caer un sobre en el plato de Harry.
Este lo abrió de inmediato.
Querido Harry (decía con letra desigual),
sé que tienes las tardes del viernes libres, así que ¿te gustaría
venir a tomar una taza de té conmigo, a eso de las tres? Quiero que
me cuentes todo lo de tu primera semana. Envíame la respuesta con
Hedwig.
Hagrid
Harry cogió prestada la pluma de Ron y contestó: «Sí, gracias, nos
veremos más tarde», en la parte de atrás de la nota, y la envió con Hedwig.
Fue una suerte que Hagrid hubiera invitado a Harry a tomar el té, porque la
clase de Pociones resultó ser la peor cosa que le había ocurrido allí, hasta entonces y peor de todo, Snape casi estuvo a punto de hechizarlo, por causa de Cassiopeía.
Al comenzar el banquete de la primera noche, Harry había pensado que no le caía bien al profesor Snape. Pero al final de la primera clase de Pociones supo que no se había equivocado. No era sólo que a Snape no le gustara Harry: lo detestaba y una vocecilla malévola, le dijo que era porqué él sí podía estar con Cassio los 365 días del año, a excepción suya.
Las clases de Pociones se daban abajo, en un calabozo. Hacía mucho
más frío allí que arriba, en la parte principal del castillo, y habría sido
igualmente tétrico sin todos aquellos animales conservados, flotando en frascos de vidrio, por todas las paredes.
Snape, como Flitwick, comenzó la clase pasando lista y, como Flitwick, se
detuvo ante el nombre de Harry, pero no le tomó importancia al de Cassiopeía, cómo ella se había vaticinado, Severus estaba furioso.
-Ah, sí -murmuró-. Harry Potter. Nuestra nueva... celebridad.
Su primo, Draco Malfoy y sus amigos Crabbe y Goyle, rieron tapándose la boca, para el gran disgusto y molestia de Cassiopeía.
Snape terminó de pasar lista y miró a la clase. Sus ojos eran tan negros como los de Hagrid, pero no tenían nada de su calidez. Eran fríos y vacíos y hacían
pensar en túneles oscuros.
-Vosotros estáis aquí para aprender la sutil ciencia y el arte exacto de hacer pociones- comenzó.
Hablaba casi en un susurro, pero se le entendía todo. Como la profesora McGonagall, Snape tenía el don de mantener a la clase en silencio, sin ningún esfuerzo-. Aquí habrá muy poco de estúpidos
movimientos de varita y muchos de vosotros dudaréis que esto sea magia. No
espero que lleguéis a entender la belleza de un caldero hirviendo suavemente, con sus vapores relucientes, el delicado poder de los líquidos que se deslizan a través de las venas humanas, hechizando la mente, engañando los sentidos...
Puedo enseñaros cómo embotellar la fama, preparar la gloria, hasta detener la
muerte... si sois algo más que los alcornoques a los que habitualmente tengo que enseñar.
Más silencio siguió a aquel pequeño discurso, para nadie pasó desapercibido que después de su última frase, clavó sus penetrantes ojos sobre Cassiopeía, que trago grueso y deseo poder hundirse en su banquillo de madera. Harry y Ron intercambiaron
miradas con las cejas levantadas. Hermione Granger estaba sentada en el borde de la silla, y parecía desesperada por empezar a demostrar que ella no era un alcornoque, Cassiopeía quiso desaparecer en ese momento, a causa de la actividad de su hiperactiva amiga, que le daba vergüenza ajena.
-¡Potter! -dijo de pronto Snape-. ¿Qué obtendré si añado polvo de raíces de asfódelo a una infusión de ajenjo?
¿Raíz en polvo de qué a una infusión de qué? Harry miró de reojo a Ron, que parecía tan desconcertado como él. La mano de Hermione se agitaba en el aire y Cassiopeía lleno de aire sus pulmones, a causa de la jugada sucia de su guardián y Jefe de Casa.
Ah, no; eso sí que no lo iba a permitir, no dejaría que humillará a Harry frente a su nariz. Como buena Slytherin que era dejaría que Severus disparará su veneno y atacaría en dónde más le dolía: Su orgullo de serpiente.
-No lo sé, señor-contestó Harry.
Los labios de Snape se curvaron en un gesto burlón, Cassiopeía apretó los puños por debajo de la mesa, clavándose las pulcras y recortadas uñas en las palmas de sus manos.
-Bah, bah... es evidente que la fama no lo es todo.
No hizo caso de la mano de Hermione y eso enfureció más a la pelirroja. "Inhalar por la nariz, exhalar por la boca; inhalar por nariz, exhalar por la boca, inhalar por la nariz; exhalar por la boca"; se recordó mentalmente, para no sucumbir a la ira que la inundaba de a poco.
-Vamos a intentarlo de nuevo, Potter. ¿Dónde buscarías si te digo que
me encuentres un bezoar?
Hermione agitaba la mano tan alta en el aire que no necesitaba levantarse del asiento para que la vieran, pero Harry no tenía la menor idea de lo que era
un bezoar, Cassiopeía estaba a punto de dar rienda suelta a su magia. Trató de no mirar a Malfoy y a sus amigos, que se desternillaban de risa, la pelirroja se contuvo para no hechizarlos hasta que pidieran clemencia.
-No lo sé, señor.
-Parece que no has abierto ni un libro antes de venir. ¿No es así, Potter?
Harry se obligó a seguir mirando directamente aquellos ojos fríos. Sí había mirado sus libros en casa de los Dursley, pero ¿cómo esperaba Snape que se
acordara de todo lo que había en Mil hierbas mágicas y hongos?
Snape seguía haciendo caso omiso de la mano temblorosa de Hermione, en su intentó de humillación, ni se había dado cuenta que su protegida estaba maquinando quinientas formas de envenenarlo.
- ¿Cuál es la diferencia, Potter; entre acónito y luparia?
Ante eso, Hermione se puso de pie, con el brazo extendido hacia el techo de la mazmorra, pero Cassiopeía, tomó su pluma y jugueteó con ella, haciéndose la despreocupada.
-No lo sé -dijo Harry con calma-. Pero creo que Hermione lo sabe.
¿Por qué no se lo pregunta a ella?
Unos pocos rieron, Cassiopeía sonrió con una arrogancia que rayaba en el orgullo, claro que esto, ningún Slytherin lo notó. Harry captó la mirada de Seamus, que le guiñó un ojo.
Snape, sin embargo, no estaba complacido.
-Siéntate -gritó a Hermione y eso fue la gota que derramó el vaso de su paciencia para Cassiopeía-. Para tu información, Potter...
-Asfódelo y
ajenjo producen una poción para dormir tan poderosa que es conocida como Filtro de Muertos en Vida. Un bezoar es una piedra sacada del estómago de
una cabra y sirve para salvarte de la mayor parte de los venenos. En lo que se refiere a acónito y luparia, es la misma planta. ¿Está satisfecho con mis respuestas, profesor Snape? ¿O también me dirá que la supuesta fama afectó mi cerebro cómo le dijo al señor Potter? Y por último debo agregar, ¿por qué mis queridos compañeros no están
apuntando todo, en vez de estarme mirando cómo si fuera una atracción de feria?
Todos se quedaron de piedra. Intercalando sus miradas entre su temible profesor de Pociones y Cassiopeía Orwell-Drakonis, una Slytherin; que acababa de desafiar abiertamente a su propio Jefe de Casa. Cassiopeía levantó su pequeña barbilla, en un mudo desafío; mientras sus ojos azules eléctricos relampagueaban con determinación. No estaba dispuesta a perder esa batalla de miradas.
-¿Acaso no han escuchado a su compañera? -espetó Snape, bastante enfadado y apartando su mirada de la niña, dándole la victoria sobre esa pequeña pelea-. Ah, y cinco puntos menos a Gryffindor por la insolencia de Potter y siete puntos menos a Slytherin, por la actitud altanera de su compañera, la señorita Orwell-Drakonis.
Los Slytherin ahogaron un jadeo colectivo de indignación, Cassiopeía se cruzó de brazos más insolente aún que antes y se empezaron a escuchar el jaleo y las protestas del resto de sus compañeros de casa.
-¡SILENCIO! -gritó Snape, completamente furioso-. Ustedes los Slytherin, podrán obtener diez puntos extra en recompensa. Pero, sólo pasará eso, sí la señorita Orwell-Drakonis se disculpa por su actitud.
Todos los Slytherin la miraron, creyendo que ella se disculparía en ese momento. Cassiopeía dejó salir una carcajada completamente cínica, sorprendiendo a su tutor de maneras increíbles.
-Que te den, Snape -dijo, tan tranquila; cómo sí en vez de soltar una palabrota, le estuviera diciendo "buenos días" a su profesor y tutor.
-¡SALGA INMEDIATAMENTE DE MI SALÓN DE CLASE, CASSIOPEÍA METIS ORWELL-DRAKONIS! -vociféro, fuera de sus casillas por completo; sorprendiendo tanto a los Slytherin cómo a los Gryffindor, la pelirroja dejó salir una risa sarcástica, guardó todas sus cosas dentro de su mochila, para hacer una reverencia burlona hacía Severus, que volvió su rostro de un tono cetrino a uno color remolacha, en menos de lo que se dice Quidditch-, ¡Y VÁYASE OLVIDANDO DE PASAR LOS FINES DE SEMANA SIN NADA QUE HACER, ME AYUDARÁ A RECOLECTAR Y ETIQUETAR INGREDIENTES DE POCIONES HASTA QUE SE LE CAÍAN LOS DEDOS DE TANTO ESCRIBIR!
-Cómo si eso no fuera una actividad que hacíamos siempre en casa, ¿no es así, papi querido?
Los alumnos empezaban a preocuparse por la tonalidad que adquiría el rostro de su profesor de a momentos. Aunque, éste púrpura fuego era más preocupante que el remolacha anterior. Al contrario de lo que todos pensaban, Cassiopeía no estaba disfrutando para nada hacer rabiar a Severus, después de todo; ese hombre fue él único padre que conoció.
-¡FUERA HE DICHO! -aulló, completamente cólerico y rabioso-. ¡Y NO QUIERO VOLVER A VERLA NI EN MÍ CLASE NI EN MÍ VIDA O EN MÍ CASA POR LO QUE ME QUEDA DE EXISTENCIA!
En cuanto hubo pronunciado esas palabras. Severus Snape se arrepintió y abrió los ojos cómo platos al darse cuenta de lo que había dicho en un momento de rabia y cólera. Cassiopeía tenía los ojos cristalizados, pero ni una lágrima cayó de éstos. Se irguió en sus 1, 60 centímetros y salió de ese salón. Azotando la puerta de manera brusca, dejando a un Severus Snape culpable y acongojado. El hombre sacudió la cabeza y miro a los sesenta alumnos que lo miraban en diferentes grados de asombro.
-¿Qué están mirando ustedes? -espetó, con un tono peligrosamente sedoso-. Pónganse a trabajar.
Los alumnos restantes, bajaron la cabeza rápidamente y se pusieron a copiar cómo sí sus vidas dependieran de ello.
● ● ●
Cassiopeía corría por los pasillos del castillo, con las lágrimas cayendo por sus mejillas y sin mirar a dónde se dirigía. Término en un pasillo desconocido para ella, seco sus mejillas mojadas y observó que se encontraba en el tercer piso prohibido. Su instinto le decía que se fuera, otra parte irracional la incitaba a quedarse y abrir la puerta.
Tocó el pomo y empujó, está se abrió con chirrido de goznes. Nunca se imaginó encontrarse con un perro gigante de tres cabezas, que le gruñía con furia; Cassiopeía miró con cierta curiosidad hacía el perro y entró a la habitación. El animal gruñó más fuerte que antes, entonces la niña depósito una mano sobre una de sus enormes garras y se quedó quieta por unos segundos, hasta que éste bajo su cabeza central hacía ella, para que la acariciará.
La niña movió su pequeña mano hasta la gigantesca cabeza y la dejó ahí. Mientras dejaba que las lágrimas descendieran por su rostro, el animal dejo salir un gimoteo afligido. La niña apoyo su pequeña cabeza contra la del animal y dio rienda suelta a todos los sentimientos negativos que la oprimía.
El maullido de la Señora Norris fue lo que la alertó, esa gata diabólica se estaba acercando con paso decidido a ver quién estaba en la habitación de Fluffy, el perro cerbero de tres cabezas. Fluffy, empujó a Cassiopeía con su enorme cabeza y ladró para espantar a la Señora Norris. Está dejó salir un bufido entre asustado e indignado y salió corriendo de ahí. Seguramente, para avisar a Filch. Fluffy se acomodó de nuevo, Cassiopeía se acurrucó contra él para obtener calor y fue cerrando poco a poco sus ojos, hasta quedarse dormida.
● ● ●
Las cosas no mejoraron para los Gryffindors a medida que continuaba la clase de Pociones. Snape los puso en parejas -intentando disimular su evidente malhumor, después de su acalorada discusión con Cassiopeía-, para que mezclaran una poción sencilla para curar forúnculos. Se paseó con su larga capa negra, observando cómo pesaban ortiga seca y aplastaban colmillos de serpiente, criticando a todo el mundo salvo a Malfoy, que parecía gustarle. En el preciso momento en
que les estaba diciendo a todos que miraran la perfección con que Malfoy había cocinado a fuego lento los pedazos de cuernos, multitud de nubes de un ácido humo verde y un fuerte silbido llenaron la mazmorra.
De alguna forma,
Neville se las había ingeniado para convertir el caldero de Seamus en un engrudo hirviente que se derramaba sobre el suelo, quemando y haciendo agujeros en los zapatos de los alumnos. En segundos, toda la clase estaba subida a sus taburetes, mientras que Neville, que se había empapado en la
poción al volcarse sobre él el caldero, gemía de dolor; por sus brazos y piernas aparecían pústulas rojas.
-¡Chico idiota! -dijo Snape con enfado, haciendo desaparecer la poción con un movimiento de su varita-. Supongo que añadiste las púas de erizo antes de sacar el caldero del fuego, ¿no?
Neville lloriqueaba, mientras las pústulas comenzaban a aparecer en su nariz.
-Llévelo a la enfermería -ordenó Snape a Seamus. Luego se acercó a Harry y Ron, que habían estado trabajando cerca de Neville.
-Tú, Harry Potter. ¿Por qué no le dijiste que no pusiera las púas?
Pensaste que si se equivocaba quedarías bien, ¿no es cierto? Éste es otro punto que pierdes para Gryffindor.
Aquello era tan injusto que Harry abrió la boca para discutir, pero Ron le dio una patada por debajo del caldero.
-No lo provoques -murmuró-. He oído decir que Snape puede ser muy desagradable, ya has visto como ha reaccionado con su propia hija.
Harry aún no podía creer eso, simplemente no creía que alguien tan dulce cómo Cassiopeía fuera hija del profesor más odiado en Hogwarts, ella era bella y gentil; mientras que Snape era feo y adusto con todo el mundo, hasta con su hija; tal parecía.
Una hora más tarde, cuando subían por la escalera para salir de las mazmorras, la mente de Harry era un torbellino y su ánimo estaba por los
suelos. Había perdido dos puntos para Gryffindor en su primera semana y cuando Cassiopeía se interpuso entre su padre y él, salió lastimada... ¿Por qué Snape lo odiaba tanto? ¿Cassio estaría bien? ¿Llegaría a librarse del castigo de su padre? ¿Los Slytherin la repudiarían?
-Anímate -dijo Ron-. Snape siempre le quitaba puntos a Fred y a George. ¿Puedo ir a ver a Hagrid contigo?
Salieron del castillo cinco minutos antes de las tres y cruzaron los terrenos
que lo rodeaban. Hagrid vivía en una pequeña casa de madera, en el borde del bosque prohibido. Una ballesta y un par de botas de goma estaban al lado de
la puerta delantera.
Cuando Harry llamó a la puerta, oyeron unos frenéticos rasguños y varios ladridos. Luego se oyó la voz de Hagrid, diciendo:
-Atrás, Fang, atrás.
La gran cara peluda de Hagrid apareció al abrirse la puerta.
Los dejó entrar, tirando del collar de un imponente perro negro.
Había una sola estancia. Del techo colgaban jamones y faisanes, una cazuela de cobre hervía en el fuego y en un rincón había una cama enorme con una manta hecha de remiendos.
-Estáis en vuestra casa -dijo Hagrid, soltando a Fang, que se lanzó contra Ron y comenzó a lamerle las orejas. Como Hagrid, Fang era
evidentemente mucho menos feroz de lo que parecía.
-Éste es Ron -dijo Harry a Hagrid, que estaba volcando el agua hirviendo en una gran tetera y sirviendo pedazos de pastel.
-Otro Weasley, ¿verdad? -dijo Hagrid, mirando de reojo las pecas de Ron-. Me he pasado la mitad de mi vida ahuyentando a tus hermanos
gemelos del bosque.
El pastel casi les rompió los dientes, pero Harry y Ron fingieron que les
gustaba, mientras le contaban a Hagrid todo lo referente a sus primeras clases.
Fang tenía la cabeza apoyada sobre la rodilla de Harry y babeaba sobre su túnica.
Harry y Ron se quedaron fascinados al oír que Hagrid llamaba a Filch
«ese viejo bobo».
-Y en lo que se refiere a esa gata, la Señora Norris, me gustaría
presentársela un día a Fang. ¿Sabéis que cada vez que voy al colegio me sigue todo el tiempo? No me puedo librar de ella. Filch la envía a hacerlo.
Harry le contó a Hagrid lo de la clase de Snape. Hagrid, como Ron, le dijo a Harry que no se preocupara, que a Snape no le gustaba ninguno de sus alumnos, pero se sorprendió al saber que Cassiopeía era su supuesta hija y del cómo la trato frente a todos ellos.
-Pero realmente parece que me odie.
-¡Tonterías! -dijo Hagrid-. ¿Por qué iba a hacerlo?
Sin embargo, Harry no podía dejar de pensar en que Hagrid había mirado hacia otro lado cuando dijo aquello.
-¿Y cómo está tu hermano Charlie? -preguntó Hagrid a Ron-. Me
gustaba mucho, era muy bueno con los animales.
Harry se preguntó si Hagrid no estaba cambiando de tema a propósito.
Mientras Ron le hablaba a Hagrid del trabajo de Charles con los dragones,
Harry miró el recorte del periódico que estaba sobre la mesa. Era de El Profeta.
RECIENTE ASALTO EN GRINGOTTS
Continúan las investigaciones del asalto que tuvo lugar en
Gringotts el
31 de julio. Se cree que se debe al trabajo de oscuros magos y brujas
desconocidos.
Los gnomos de Gringotts insisten en que no se han llevado nada.
La cámara que se registró había sido vaciada aquel mismo día.
«Pero no vamos a decirles qué había allí, así que mantengan las
narices fuera de esto, si saben lo que les conviene», declaró esta tarde un gnomo portavoz de Gringotts.
Harry recordó que Ron le había contado en el tren que alguien había
tratado de robar en Gringotts, pero su amigo no había mencionado la fecha.
-¡Hagrid! -dijo
Harry-. ¡Ese robo en Gringotts sucedió el día de mi
cumpleaños! ¡Pudo haber sucedido mientras estábamos allí!
Aquella vez no tuvo dudas: Hagrid decididamente evitó su mirada. Gruñó y
le ofreció más pastel. Harry volvió a leer la nota. «La cámara que se registró había sido vaciada aquel mismo día.» Hagrid había vaciado la cámara
setecientos trece, si puede llamarse vaciarla a sacar un paquetito arrugado.
¿Sería eso lo que estaban buscando los ladrones?
Mientras Harry y Ron regresaban al castillo para cenar, con los bolsillos llenos del pétreo pastel que fueron demasiado amables para rechazar; Harry
pensaba que ninguna de las clases le había hecho reflexionar tanto como aquella merienda con Hagrid.
¿Hagrid habría sacado el paquete justo a tiempo? ¿Dónde podía estar? ¿Sabría algo sobre Snape que no quería decirle?